Berta Muñoz Cáliz
Panorama de los textos teatrales...
     


 

4.2. Las estrategias de los autores de teatro para niños y jóvenes

Como en cualquier acto de comunicación, el creador responde a un estímulo, a una necesidad de transmitir una experiencia, y esa experiencia está condicionada por su propia visión del mundo. La historia creada responde, pues, a una visión del mundo, que conlleva una forma de relacionarse con el entorno en sus distintos planos: político, social, cultural, afectivo, ecológico, etc. Entrarían aquí en juego las distintas mediaciones que intervienen en el acto de creación de la obra teatral: la mediación histórica, la mediación psicosocial y la mediación estética [1] .

Resulta obvio señalar que el teatro para niños que se escribe actualmente está vinculado a unas determinadas circunstancias históricas: la llegada y consolidación de la democracia en España, la existencia de niveles de desarrollo económico de enorme desigualdad entre el primer y el tercer mundo, los problemas de conservación del planeta surgidos a raíz de la industrialización, la pervivencia de la amenaza de las guerras y de los sistemas políticos no democráticos en muchos países, la implantación de un modelo de sociedad basado en el consumismo y la necesidad de combatirlo por parte de ciertos sectores, la utilización de los medios de comunicación como herramientas para manipular el pensamiento de las mayorías, la abundancia de flujos migratorios, la reformulación del papel de la mujer en las sociedades occidentales, la crisis del tradicional modelo de familia y la aparición de nuevos modelos, son sólo algunos de los factores que han contribuido a la creación de unas obras con temáticas, personajes y situaciones hasta ahora desconocidas.

La mediación psico-social se presenta estrechamente vinculada a la mediación histórica, sólo que contemplada desde una perspectiva sincrónica. Habría que tener en cuenta en este punto la proliferación, en las obras de teatro actuales, de patrones de comportamiento en los personajes relacionados con la tolerancia, la no discriminación, la condena de cualquier tipo de violencia, o la necesidad de aceptarse uno mismo tal como se es; en contraste con el teatro en el que predominaban los patrones de obediencia, disciplina o amor al trabajo.

En lo que se refiere a la mediación estética, resulta palpable la influencia que han ejercido a lo largo del siglo XX las vanguardias y su forma radicalmente nueva de mirar a las obras del pasado (que se reflejan, por ejemplo, en la reescritura libre y desmitificadora de los cuentos tradicionales), así como el realismo social de posguerra y el llamado teatro “simbolista” (o underground) de los años setenta (creación de parábolas políticas a partir de fábulas de animales, o de cuentos maravillosos, por ejemplo). La existencia del cine y la proliferación de las novelas de aventuras dirigidas a un público infantil y juvenil han aportado moldes formales que los autores de teatro han aprovechado para crear sus obras (obras teatrales de piratas, de ciencia-ficción y de otros géneros; estructuración de la trama en escenas breves a modo de secuencias cinematográficas, etc.), como también se pueden ver elementos propios de la ficción televisiva (cortes en los que un narrador anuncia que la historia continuará, anuncios publicitarios que irrumpen en medio de la acción dramática, etc.) o de géneros dramáticos de eficacia probada entre los más jóvenes, como la comedia musical, ya sea en su formato escénico o cinematográfico.

Una serie de autores van a intentar dar respuesta a la nueva realidad social y artística a través de nuevas formas expresivas que van a renovar el teatro infantil de estos años. Las nuevas ideas sobre la educación, sobre la propia infancia, o las ideas políticas más progresistas sobre cómo deben organizarse las sociedades van a calar en este teatro y van a dar lugar a nuevos enfoques en las historias que se cuentan. A medida que el grado de transgresión de las convenciones del teatro infantil y juvenil tradicional es mayor, las fronteras entre este teatro y el teatro de adultos son más difusas; por ello, vamos a encontrar obras dirigidas a los niños que en otro tiempo nunca se hubieran clasificado como tales.

No obstante, a pesar de los cambios sociales, artísticos y en todos los órdenes que se han producido en la sociedad española, perdura también, como ya se dijo, un teatro conservador, muy próximo al que se escribía durante los años 40 y 50, que a su vez continuaba las formas del teatro conservador del siglo XIX y principios del XX (al que Juan Cervera se refiere como “teatro infantil tradicional”), en clara correspondencia con la visión del mundo conservadora que genera esas formas artísticas. Este teatro ha conocido algunas innovaciones en sus contenidos: al igual que buena parte de los sectores más conservadores de la sociedad han asumido que el machismo o el racismo se consideran como comportamientos nocivos, también este teatro va a reflejar estos cambios y va a lanzar mensajes (no exentos de paternalismo) a favor de que los hombres ayuden en las tareas domésticas o de que no se margine en el colegio a los compañeros extranjeros. A nivel formal, en ocasiones también este teatro incorpora algunas innovaciones, aunque por lo general sus formas son bastante tradicionales.

Dada su idea de la infancia y la juventud basada en lugares comunes, son frecuentes los intentos por parte de los autores de imitar el habla de los jóvenes mediante giros coloquiales y vocablos de uso extendido entre los jóvenes, y en las obras dirigidas a los más pequeños, abundan los diminutivos; en definitiva, hay un intento de aproximación al mundo de los niños y de los jóvenes en su capa más superficial y tópica. Parecen escritas desde la actitud de quien cree que no tiene nada que aprender, ni del público al que se dirige, ni del propio acto de creación artística, ya que no hay grandes riesgos expresivos, ni en lo que se dice ni en cómo se dice; se limitan a seguir un esquema establecido por la tradición, adaptándolo a temas hoy vigentes y desechando aquello que choca por anacrónico. Su interpretación es unívoca, no admiten distintos niveles de lectura, y parten de la idea de que existen normas universales (que suelen coincidir con las enseñanzas del catolicismo y con la moral pequeñoburguesa) y el niño se debe plegar a ellas. Y curiosamente, en lo que a su labor educativa se refiere, suelen pasar por alto aquellos problemas reales que el niño puede encontrarse en su entorno inmediato, para centrar su atención en problemas ficticios o poco probables.

 



[1] Para una explicación global de la teoría de las mediaciones, véase, entre otros trabajos de este estudioso, el artículo de Ángel Berenguer titulado “El teatro y su historia. (Reflexiones metodológicas para el estudio de la creación teatral española durante el siglo XX”, Las Puertas del Drama, 0 (Otoño 1999), págs. 4-17. Edición digital disponible en la página: http://www.aat.es/pdfs/drama0.pdf