9. Miguel Romero Esteo
9.1. Obras sometidas a
censura
Entre
1975 y 1978 se presentan ante la Junta de Censura cuatro de sus textos, los
textos, de los cuales sólo se autorizó El
barco de papel, ya que Fiestas gordas
del vino y el tocino y Patética de
los pellejos santos y el ánima piadosa fueron prohibidas, como, en la
práctica, también lo fue El vodevil de la
pálida, pálida, pálida, pálida rosa,
pues en esta última la autorización se supeditó a un “arreglo” que el
dramaturgo se negó a realizar.
Presentada
con motivo del Festival de Sitges, Fiestas gordas del vino y el tocino fue prohibida en septiembre de 1975, por incurrir en las Normas 14ª y 17ª. Fue
leída por cuatro censores, tres de los cuales votaron por la prohibición. El
principal motivo aducido en los informes es una utilización de los símbolos
religiosos “blasfema” y “sacrílega”. Así, fray Mauricio de Begoña escribía: “Su farragosa picaresca y obscenidad aproximan la
obra al sacrilegio por sus abundantes referencias a signos y actos religiosos”;
J. E. Aragonés encontraba “frases blasfemas y sacrílegas tan incontables que, a
partir de la página 30, he dejado de señalar”, y J. M. García-Cernuda escribía que en esta obra “se vuelcan cuantas
groserías tiene el idioma castellano y cuantas irreverencias puedan lanzarse
contra símbolos y contra instituciones religiosas”. Jesús Vasallo, en cambio,
optaba por autorizarla para el Festival de Sitges:
A un hombre que ha gastado su tiempo y
su inteligencia en escribir esta obra-río, prodigio de agudeza y gracia, no se
le puede privar de la satisfacción y el placer de verla representada, aunque
sea con restricciones.
Coincidía
en apreciar su calidad artística Juan Emilio Aragonés, quien la destacaba como
“Otra muestra de la personalísima sintaxis del autor, y de su abundancia en
rimas rebuscadas y preposiciones innecesarias, con positivo valor
literario...”, aunque, a continuación, escribiría: “Pero esta vez se ha pasado
en lo demás”. García-Cernuda, en cambio, la tildó de
“rollazo insoportable”; discrepancia que vimos también en los informes sobre
otras obras del autor. Como era de esperar, el libreto presenta múltiples
tachaduras
[1]
.
En
febrero de 1978 se presentó una versión de esta obra para público infantil, muy
reducida (catorce páginas frente a las casi doscientas de la versión original),
que fue autorizada para todos los públicos, sin cortes y sin necesidad de
visado del ensayo general. Fue leída por tres censores, ninguno de los cuales
puso objeciones a su autorización. Vasallo, que anteriormente había enjuiciado
la obra original, autorizaba esta para todos los públicos, al igual que Mier, quien la calificó de “novedosa y un tanto
sorprendente elaboración lingüística para teatro”. En cuanto al contenido,
señaló que consistía en “una queja-burla de la contaminación, con algunas notas pseudogroseras populares de referencia sexual”. Así
mismo, para Jesús Cea, consistía en una “parodia de
la actualidad: urbanizaciones, especulación, desmadre, polución, etc.”.
La
obra, en su versión original, no llegó a estrenarse, ni siquiera durante la
democracia, a pesar de que estaba prevista su programación por el Centro
Dramático Nacional cuando éste estaba recién creado.
La
pieza infantil El barco de papel, presentada a principios de noviembre de 1975
por Ditirambo Teatro Estudio, fue
autorizada sin supresiones para todos los públicos, dictamen que se acordó por
unanimidad tan sólo una semana después de su presentación, con la única
condición del visado previo “por si se intenta excederse en la caracterización
del personaje Sirenita”, tal como advirtió J. M. García-Cernuda.
Así mismo, Jesús Vasallo mostró sus dudas sobre el posible simbolismo del Conde
por el que los “estúpidos” personajes de la obra preguntan constantemente, por
si fuera una alusión al de Barcelona: “Y a uno le queda la preocupación”;
aunque, de todas formas, la autorizó, al igual que los otros dos vocales. Jesús Cea, único censor que no encontró simbolismo alguno
en la obra, la definió como “Pieza ingeniosa aparentemente, divertida
representación del teatro del absurdo”.
Aunque El
vodevil de la pálida, pálida, pálida, pálida rosa no llegó a ser
prohibida cuando la compañía Morgan la presentó por
primera vez en agosto de 1975, su autorización (que se iba a otorgar únicamente
para el Festival de Teatro Independiente del Teatro Alfil) se supeditó a un
“arreglo” por parte del autor que éste no hizo, por lo que no se llegó a
autorizar. Dos años después, en 1977, este texto fue presentado a censura
nuevamente, y en esta ocasión se autorizó para mayores de 18 años, sin cortes,
y a reserva de visado del ensayo general.
En
la primera lectura, Luis Tejedor, que leía ahora por primera vez un texto de
Romero Esteo, expresaba su “asombro” ante el que le
había tocado enjuiciar:
Pues... debo empezar por manifestar mi
asombro; mi pasmo diré mejor. Realmente, ¿se trata de representar esta obra?
Porque, empezando por su duración, bastante más de tres horas, nos parece
irrepresentable. Toda ella resulta acusadamente demencial. ¡Hasta en las
acotaciones pretende haber humor y gracia! En fin, estoy ansioso de cambiar
impresiones con los compañeros a quien les ha cabido también la suerte de leerla.
El
censor utilizó los signos de admiración para mostrar su perplejidad incluso en
el apartado referido al visado del ensayo general, donde escribió: “¡Sí!”;
aunque se mostraba dispuesto a autorizarla con cortes en veinte de sus páginas.
También la autorizaba J. E. Aragonés, en este caso sin cortes, aunque
restringía la autorización para representaciones de cámara; además, señaló que
“el autor es de los que merecen seria consideración”, lo que muestra el importante
cambio producido por estas fechas en el criterio de algunos censores. Pedro
Barceló la definía como “voluminoso homenaje al vodevil” y como “melodramavodevilparodia”; afirmaba que “la obra, en manos
de un ingenioso director escénico, puede tener mucha gracia”, y añadía: “La
peripecia es, por desenfadada y por paródica, rigurosamente inocente”, aunque
propuso varios cortes. Así mismo, fray Mauricio de
Begoña se refirió a ella como “Parodia jocosa y alucinante del vodevil”, y
propuso autorizarla para mayores de 18 años, con la condición de que se
suprimieran algunas expresiones “picarescas”, “atrevidas”, e incluso
“irreverentes”, además de varios pasajes en los que aparecía el Obispo
Anglicano. También la autorizaba Jesús Vasallo, quien la definió como “un
verdadero torrente de situaciones y de diálogos chispeantes”, y la calificó de
“estupenda” en su género, aunque matizaba su entusiasmo con una crítica:
El problema del autor es el exceso.
Sometido a medidas normales, tendría mucha gracia: desde Angelina o el honor de un brigadier y Un drama de [ilegible ¿Elsegarones?], ay,
no había leído este firmante nada parecido [...].
El
único censor que votó por la prohibición, J. M. García-Cernuda,
llamaba la atención sobre su lenguaje “obsceno y pedestre” y sus “constantes
irreverencias”.
Cuando
se volvió a presentar a censura dos años después, en 1977, el proceso se
retrasó en parte, no sólo porque fue leída por un total de seis censores, sino
porque estos tardaron más de lo habitual en entregar sus informes (probablemente,
debido a la extensión del texto). Barceló volvía a emitir un informe favorable
y elogioso; esta vez, la definía como “un conjunto de deliciosas procacidades”,
además de “original” y “muy graciosa”, y apostillaba: “Creo que sería dar una buena
muestra de tolerancia aprobar este excelente texto”. También destacaba la
calidad del texto Aragonés, el cual la definió como “Una pieza de cabal
originalidad lingüística —con sus rimas, que sólo a veces son ripios— y con un
propósito innovador visible”. Y apostillaba: “Las posibles irreverencias están
de inmediato paliadas por el desorbitado tono de farsa querido por el autor”.
Pero
no todos los comentarios hacia su calidad fueron favorables; también
encontramos descripciones como “vodevil de enredo extremo y pareados que agotan
la paciencia” (J. L. Guerra Sánchez), o “insoportable mamotreto que a base de
juegos absurdos con rimas de palabras, elabora una trama sin sentido” (F. Mier). En cuanto a los reparos propiamente censoriales, Mier advertía la
presencia de “muchas escenas de cama y lenguaje a veces grosero”, además de
algún desnudo, aunque restaba importancia a las intervenciones del arzobispo
anglicano: “Si es cierto que hay alguna frase altisonante sobre todo a costa
del arzobispo anglicano, el tono general de farsa absurda y las ‘rimas’ le
desvisten de todo problema”. Así mismo, Guerra Sánchez señaló que las
situaciones y frases de sentido ambiguo “siempre se resuelven de la forma menos
conflictiva”, lo que le evitaba “caer en situaciones escabrosas”. Antonio de Zubiaurre, sin embargo, insistía en la irreverencia del
texto:
Entiendo que, efectivamente, esta
larga y peculiar pieza, muy en el estilo de su autor, no admite enmienda de sus
reparos (evidentes) mediante meras supresiones. O se autoriza como está, o se
prohíbe. Yo opto por proponer la
segunda solución.
Hay aspectos graves, como la frecuente
irreverencia —no ya sólo la obsesiva utilización del personaje del Arzobispo—,
lenguaje realmente soez en muchos pasajes, escenas “de cama” de difícil arreglo
sin desvirtuar la propia obra y su posible gracia..., etc., etc.
Los
libretos presentan varios fragmentos tachados, que en la mayoría de los casos
hacen referencia a los órganos sexuales, aunque también hay varias referencias
a la jerarquía eclesiástica y a la religión
[2]
.
Cuando
en 1981 Romero Esteo accedía por primera vez a un
escenario comercial mediante el estreno de esta obra en el Teatro Benavente de
Madrid, el crítico de Ya, Manuel
Gómez Ortiz, destacaba la importancia para el teatro español de la recuperación
de otro de los autores malditos del franquismo:
Romero Esteo sube, por vez primera, al carro de lo que se suele llamar circuitos
comerciales. Hasta ahora sus obras se habían representado en funciones únicas o
poco más, así como en algunos puntos del extranjero. Nos gustaría, por el bien
del teatro español, que este gran escritor de teatro dejara de ser “maldito” y
recibiera las bendiciones del público. Se lo merece de veras
[3]
.
Patética
de los pellejos santos y el ánima piadosa, prohibida, como
vimos, en 1970, fue presentada de nuevo en diciembre de 1975 por el Grupo de la
Universidad Politécnica de Madrid. En la carta en la que solicitaba la revisión
del dictamen, el director del grupo apelaba al prestigio del autor (“Miguel Romero Esteo, es un autor de notable importancia en el
teatro español”, escribió), y argumentaba sobre la obra: “Creo que actualmente,
aplicando unos conceptos renovados, la obra no contiene ni de forma ni de fondo
nada que pueda ser no autorizable”, además de ofrecer la siguiente
interpretación:
Como director de la puesta en escena,
aseguraría que se trata de una pieza amable, y que la crítica que su texto
contiene es a todas luces constructiva, ya que debate sobre la postura de una juventud
fanatizada ante teorías de la sociedad y del alma que, de origen oriental, y
teniendo una versión occidental le alejan de un autenticismo y una pureza que hacen que los personajes entren en lo caótico y lo grotesco.
Sin
embargo, también en esta ocasión el texto fue prohibido. Esta vez los reparos
fueron, sobre todo, de tipo religioso. Así, en la primera lectura, Alfredo Mampaso sometía su voto al dictamen de un censor
eclesiástico, tras señalar que el argumento de la obra “es una constante
rechifla de la ‘religiosidad’” de los protagonistas, a los que calificaba de
“estrafalarios”, y añadía: “Una constante burla de actitudes religiosas y una
caricatura sangrienta de los ‘Gurús’”. Este censor dudaba si autorizar o
prohibir la obra: “en los rezos, invocaciones y presentación de los personajes
se juega con frases, actitudes y quizás asimilaciones de símbolos, de la
religión católica, con lo que hay una posible intención de atacar a la
Religión”. Los otros dos censores, J. E. Aragonés y J. M. García-Cernuda, la autorizaban; en el caso del primero, por
interés en que se conociera un teatro que consideraba de nula calidad y al que
la censura estaba contribuyendo a sobrevalorar:
Propongo la supresión de blasfemias y
obscenidades, y me adhiero al dictamen eclesiástico, con la advertencia de que,
en casos así, lo mejor es posibilitar el criterio del público, para que esta
Junta no sea responsable de equívocas mordazas.
Además,
destacó que en la obra había referencias a “una falsa apertura” y “parodia del
inmovilismo”. Por su parte, García-Cernuda se refirió
a la obra como “larga comedia humorística sobre gurús”,
y se limitó a señalar que “Tiene escenas y frases muy atrevidas, disculpables
por el propio contexto de la obra”, aunque lo consideró apto “sólo para personas
formadas”. Tras la lectura de estos censores, fue enjuiciado por el religioso
Jesús Cea, el cual votó por prohibirlo, por la
“ligereza” con que estaba tratada la religión hindú: “Es una burla constante,
una irrisión grosera de ritos y ceremonias sagradas y del personaje central del Gurú. En
una palabra, un ataque claro a una religión que, aunque imperfecta, merece todo
respeto”.
A su
paso por el Pleno, el texto se encontró con una abrumadora mayoría de votos
prohibitivos; de ocho censores que lo enjuiciaron, además de los anteriores,
seis optaron por este dictamen. Una vez más se criticó su “burla de la religión
de los gurú” (A. Albizu),
así como “sus irreverencias, sus blasfemias y sus apelaciones constantes a lo
escatológico o de mal gusto” (J. Vasallo), además de tildarla de obra “muy
desagradable por todos estilos” (J. Moreno Reina). Para Vázquez Dodero, que encontraba reparos tanto de tipo religioso como
erótico, sólo cabía prohibirla, a no ser que el autor la rehiciera “de punta a
cabo”:
Esta obra de Romero Esteo es absolutamente irreverente. Con tal de hacer
gracia, no se para en palabras que incluso, en alguna ocasión, son blasfemias.
Aparte, en muchos sitios la obra es una cochinada, con regodeos sensuales
inadmisibles.
Otros
recurrieron a las normas de censura para argumentar su prohibición, como Luis
Tejedor o Antonio de Zubiaurre; este último escribió:
Aunque el autor subraye el carácter de
“farsa” y “grotescomaquia” que atribuye a su obra,
este farragoso cúmulo de ceremonias afecta a la Norma 14ª (1º) como “presentación irrespetuosa de creencias y
prácticas religiosas” (sin distinguir cuál religión sea, y aunque en gran modo
intervenga el elemento imaginativo y fantástico). Más grave, a mi juicio, es la
incidencia en la Norma 17ª (1º), por cuanto
los ritos y fórmulas (jaculatorias, letanías, responsorios, etc.) remedan y
sugieren —a veces imitan o copian—
signos externos del culto católico. Aparte de que se habla de ángeles, santos,
comunión... continuamente.
Entre
quienes la autorizaban, se encontraba Díez Crespo, quien la definió como “un
galimatías político-social con ciertos ribetes ‘poco piadosos’”. El otro censor
que apoyó este dictamen, Barceló, emitió un juicio más benévolo, pues en su
opinión la intención del autor no había sido la de burlarse de prácticas y
creencias religiosas:
Una aventura espiritual contemplada
desde el difícil ángulo de lo grotesco. Los dispares elementos que se manejan
hacen resaltar el tono aparentemente hiriente de algunas expresiones
consagradas por el uso cristiano; pero no creo que se pretenda una sátira o,
peor, una burla, de las vías ascéticas o prácticas litúrgicas que nos son
afines. Por lo que, entendido como una guiñolesca búsqueda de una inviable perfección, considero que la obra puede ser APROBADA.
En
este caso los informes fueron menos elogiosos que en las obras anteriores. El
único juicio favorable fue el de Mampaso, quien
señaló que la obra estaba escrita “con un peculiar estilo, bastante original,
entre el esperpento, el humor negro y el absurdo”. Díez Crespo, en cambio, la
tachó de “verborreica” y “aburrida”, y señaló que era
“muy característica de Romero Esteo”. También
Aragonés realizaría un informe despectivo, a pesar de que, tan sólo unos meses,
antes había valorado favorablemente la calidad literaria de El vodevil de la pálida... y de Fiestas gordas del vino y el tocino.