8. Francisco Nieva
En
1976, refiriéndose al teatro español de la postguerra y a su posición en el panorama teatral, el autor afirmaba:
Estas palabras mías, como se verá, no
pueden ocultar un hambre y una sed todavía no satisfechas de libertad. Celoso
de esa libertad me encrespo un tanto contra la amenaza de nuevas e inmerecidas
inquisiciones para nuestra autonomía de pensamiento, para nuestro derecho a la
experimentación, para lo que pudiera ser nuestro gusto por el matiz, por la
singularidad, por la diversidad, por nuestra necesidad de una moral más
abierta, de una conducta más irresponsable y feliz, por nuestra exigencia de
nuevas luces, nuevos prestigios, valores e, incluso, mitos. Hay que descargarse
de ese fardo de sensatez y de ejemplaridad para gustar como recién nacidos la
aventura del mundo. Nada puede fundarse en una época sin haber enterrado a las
anteriores con sus traumas e, incluso, con sus logros. Con todo, bueno y malo,
hay que enterrar una época cuando era inevitablemente su momento
[1]
.
Su
llegada a los escenarios fue interpretada como un símbolo de la recién
inaugurada libertad de expresión en nuestro país. Su primer texto representado
ante el gran público sería Sombra y
quimera de Larra (1976), versión muy libre del texto de Mariano José de
Larra No más mostrador. Acto seguido,
se produce el estreno de La carroza de
plomo candente y El combate de Ópalos
y Tasia en el Teatro Fígaro de Madrid, con el título conjunto Teatro Furioso; estreno que, en palabras
del propio dramaturgo, “fue un gran éxito y un gran escándalo y lo que me
consolidó en cierto modo”
[2]
(la obra permaneció ocho meses en cartel, obtuvo una acogida muy favorable de
la crítica y al año siguiente ganaría el Premio Mayte de teatro). El crítico de ABC, en su
comentario sobre este estreno, escribía: “Se comprende que ‘la anterior
censura’ [...] prohibiera estas obras. Si ahora se han autorizado, podríamos
decir a quienes afirman que nada ha cambiado en este país, que se pasen por el
Fígaro”
[3]
.
Así mismo, el crítico y censor Arcadio Baquero constataba que había llegado “la
ruptura teatral”, porque, “como todo llega, llegó la apertura con la ruptura”
[4]
.
Incluso Manuel Díez Crespo reconoció en su crítica de El Alcázar que “El éxito fue rotundo” y calificó este estreno como
“Un acontecimiento teatral lleno de novedad e importancia”
[5]
.
A partir de entonces, Nieva será uno de los dramaturgos españoles más
reconocidos, con una trayectoria que culmina en la Real Academia Española.
Peor
acogida encontró Delirio del amor hostil,
que resultó ser un fracaso económico; cuando se estrenó, hubo quien le reprochó
al autor el haber asumido la puesta en escena en su globalidad, en lugar de haber
dejado el texto en manos de un director que lo adaptara a los gustos de la
escena española, o en otras palabras, que lo desvirtuara, argumentando que el
público aún no estaba preparado para este teatro
[6]
.
En cualquier caso, el mayor reconocimiento público a su labor dramatúrgica se produce sobre todo durante la Transición.
Así, J. L. Vicente Mosquete utiliza la expresión “años dorados” para referirse
al período comprendido entre este estreno y el año 1982
[7]
,
e igualmente, A. Berenguer y M. Pérez destacan el papel trascendental de este
teatro durante la Transición:
[...] es durante la Transición
Política cuando las creaciones de Francisco Nieva acceden a los escenarios, con
una frecuencia y en unas circunstancias de programación (la mitad de ellas, en
el teatro nacional) que, unidas al refrendo de la crítica (especialmente
favorable en sus primeros estrenos), hacen del autor el dramaturgo por
excelencia del período, más aún si se considera el ritmo, ostensiblemente
menor, de sus estrenos durante la Postransición
[8]
.
8.1. Obras sometidas a
censura
En
estos años se presentan a censura Los
españoles bajo tierra o El infame jamás, La carroza de plomo candente, Coronada
y el toro (1975), Sombra y quimera de
Larra (No más mostrador), El combate
de Ópalos y Tasia, El paño de
injurias (1976), El baile de los
ardientes, una versión de La paz,
de Aristófanes (1977), y Delirio del amor hostil (1978). Además, se presentan de nuevo
algunos textos que ya habían pasado antes por la censura, como Pelo de tormenta (1975), que es leída
por cuarta vez, o Es bueno no tener
cabeza, de la que se presenta en 1976 una versión modificada. Como veremos,
muchos de estos expedientes están incompletos, aunque, según se indica en la
ficha del autor, todas estas obras fueron autorizadas, y según se deduce de sus
respectivos números de expediente, lo fueron poco después de haber sido
realizada la petición.
Los
españoles bajo tierra o El infame jamás, presentada a
comienzos de 1975, se autorizó el 21 de enero de ese año. Desconocemos las
condiciones de la autorización puesto que su expediente únicamente contiene un
libreto de la obra. Este presenta tachaduras en once de sus páginas, con
referencias de tipo escatológico, erótico y religioso, entre otras
[9]
.
Según comenta el autor, esta obra debía haberse estrenado tras Sombra y quimera de Larra: “Esta es la
comedia que hubiera sido, en su momento, mi segundo estreno, después de Sombra y quimera de Larra”
[10]
;
aunque no explica las causas de que no fuera así, sugiere que la censura no la
hubiera consentido: “[…] en la época, Los
españoles bajo tierra era un panfleto que, bajo la Dictadura de Franco, no
se hubiera podido estrenar, de no oscurecer mucho su significación hasta quedar
en nada”
[11]
.
No obstante, la escasa información que nos proporciona su expediente parece
indicar que la censura la autorizó con cortes.
Unos
meses después, en junio del 75, se presentó La carroza de plomo candente,
en cuyo expediente sólo se conserva un ejemplar del libreto. En esta ocasión,
ni siquiera consta el dictamen en el fichero del Archivo, lo que parece indicar
que el texto se retuvo mediante el “silencio administrativo”. El libreto tiene
fragmentos señalados en catorce de sus páginas, correspondientes en algunos
casos a frases con connotaciones políticas y eróticas
[12]
.
Prohibida en 1973 y 74, cuando fue presentada por la
compañía de Justo Alonso, como vimos, en julio de 1975 Pelo de tormenta volvió a
ser leída por los censores, al parecer, a petición del Director y el
Subdirector General de Teatro, posiblemente respondiendo a su vez a una
petición del propio autor. A principios de julio, José María Ortiz envió la
obra a fray Mauricio de Begoña, junto con una nota en
la que le decía: “Interesa mucho tanto al Director General,
como al Subdirector, su autorizada opinión sobre esta pieza”, así como unas notas
del autor sobre la puesta en escena “con las que pretende
aclarar, las dudas, fundamentalmente negativas, que puede ofrecer la
realización de Pelo de tormenta, por
la simple lectura del texto”, notas que no se encuentran en el expediente,
aunque, por los fragmentos que transcribe el censor, vemos que en ellas se
destacaba el componente espectacular de la obra, sin aludir apenas a su
significación; así, en su informe, el religioso transcribe y comenta las
palabras del autor:
Respeto y me gustaría estimular las
intenciones expuestas en el escrito que precede a la obra sobre el desarrollo
de un tipo de “espectacularidad popular, plástica, rítmica, ciñéndonos al texto
y a la situación estrictamente indicada en él... desarrollo mímico de escenas,
bailes, desfiles en un sentido estético grave y sin añadidos aleatorios... un
espectáculo exento de toda otra intencionalidad a la que en el mismo diálogo se
expresa, poniendo un acento especial en la rítmica bailante de los movimientos,
carreras y efectos de un nuevo teatro de imágenes. Y va de sí, que, en
beneficio de una cierta pureza poética de carácter abstracto o metafísico, sin
alusiones oportunistas o temporales”.
También se manifiesta interés y se da
por supuesto el logro “de un espectáculo popularmente eficaz en su conjunto y
enemigo de toda postura vejatoria para cualquier confesión o ideología”.
Asimismo es de alabar “el hacer una puesta en escena competitiva que pudiera
concurrir a festivales teatrales extranjeros en un plano de igualdad y
siguiendo también la nueva norma de intercomunicación con directores y artistas
de otros países”.
Tras citar las palabras del dramaturgo, este censor
proponía la autorización de la obra: “Tales intenciones
y su logro, así como la índole de abstracción, de ritmo frenético y de
exagerado realismo en algunas sugerencias repulsivas y deformes —más bien que
inmorales— pueden hacer inoperante la obra en el aspecto ético”, aunque señalaba cortes
“de índole religiosa” y solicitaba el visado con carácter vinculante, puesto
que, “por la sola lectura no puede juzgarse la verificación de
las buenas intenciones del autor”.
Tras el informe del religioso, aún se realizaron dos
más, a cargo de J. E. Aragonés y de P. Barceló, los cuales coincidían en considerarla
una obra de calidad y, precisamente con este argumento, la autorizaban. Así,
Aragonés, en uno de los pocos informes que parecen atenerse con coherencia a
este criterio, escribía: “Si hay obras que salvar, pese a sus desmanes
—compensados, sin duda, por su excelente texto, estamos ante una de ellas”, e
igualmente, Barceló señaló que era una obra “desde luego,
importante”, y
llamaba la atención sobre su falta de realismo, que la alejaba de cualquier
alusión directa a la actualidad:
Las descoyuntadas situaciones, la
deformación de la realidad —aunque precisamente busque otra realidad más honda—
hacen que nada pueda constituir un retrato real y actual. Hay expresiones
chocantes y algunas que pueden parecer críticas globales de estratos o
instituciones, pero entiendo que ese desgarramiento sitúa perfectamente al
espectador en un plano inconcreto.
Finalmente, la obra se autorizó previo visado del
ensayo general, con carácter vinculante. En cuanto a los cortes, en el acta de
la Junta se indica que se decidirían en el momento de emitir la autorización,
una vez que una compañía lo hubiera solicitado. Según se indica en otro lugar,
el expediente de esta obra quedó en poder del Subdirector General, por lo que
faltan muchos documentos para reconstruir su proceso de censura. Cuando, en
noviembre de 1976, fue presentada de nuevo por El Lebrel Blanco, esta vez fue
el propio autor, que estaba planificando su estreno en Madrid con otro director
y otra compañía, quien se opuso a esta autorización, según se informa en una
nota firmada por José María Ortiz
[13]
. Aunque no se informa sobre la decisión que tomó el
autor, este debió negar la autorización, puesto que no sólo no se estrenó, sino
que ni siquiera llegaron a ordenarse los cortes definitivos que en el 75 los
censores dejaron pendientes en espera de un proyecto de estreno.
Las sucesivas prohibiciones de esta obra, comenta el
autor, le disuadieron de presentar a censura su otra “reópera”, Nosferatu,
e influyeron en su producción posterior alejándole del camino iniciado con
estas obras:
Pelo de tormenta pasó
primero por tres recursos en censura, que sólo se resolvieron a la muerte de
Franco, y con todo y con eso no se pudo estrenar entonces. La experiencia de
aquellas prohibiciones me dejó sin ganas de enviar Nosferatu a la censura. Cuando
José Luis Alonso eligió La carroza de
plomo candente para darme plenamente a conocer, esta no tenía coros, ni
bailes, ni zarandajas, pero tampoco la frescura y la novedad formal de las dos
“reóperas”. Ya no creí ni siquiera prudente escribir
más cosas en este plan. A pesar de lo cual, mi verdadera y más radical
“novedad” era aquella, y el ambiente teatral de ese momento no les dio la venia
[14]
.
Además,
según ha comentado el autor, la prohibición de Pelo de tormenta guarda estrecha relación con la escritura de Coronada
y el toro, especialmente en la creación del personaje del Hombre-monja:
Varias veces intenté su comienzo como
obra dramática. No me salía nada. […] Pero un buen día empezó a salirme sin
dificultades. Lo hacía con el berrinche de la prohibición por la censura de Pelo de tormenta. Al parecer, la censura
eclesiástica veía en aquella no sé cuántas abominaciones. ¡Qué cosa tan
abominable son a la vez los curas, cuando se les da mano larga! Parecía que
después escribía por venganza “Voy a hacer del ‘Hombre-monja’, ridículo y
afeminado —un pobre ‘mariquita’ de pueblo— la propia figura de Dios,
desconocido y maltratado
[15]
.
Presentada
en noviembre de 1975 por el grupo Marauña, dicha obra
se autorizó un mes más tarde, con cortes en cuatro de sus páginas
[16]
y visado vinculante, tras ser enjuiciada por el Pleno. En la primera lectura,
Manuel Díez Crespo encontró en ella “una crítica de denuncias y represiones
ambientadas en un pueblo con [...] alcaldes mandones y tópicos de ordeno y
mando”, aunque no por ello la prohibió. Para F. Martínez Ruiz, el “airado
tópico de Nieva” aparecía “de alguna manera más suave e inteligible aquí, en
esta comedia de niveles rurales”. Más explícito, Alfredo Mampaso señalaba que “Estamos ante una obra de teatro político”, y explicaba: “El autor
la incluye en lo que él denomina ‘obras apocalípticas de Teatro Furioso’ y con
ella pretende una ‘liquidación irónica de la España negra’”. Este censor
supeditó su voto al del censor eclesiástico debido a que “el tratamiento de
ciertas ceremonias” y el comportamiento del Hombre-Monja podían vulnerar la
Norma 14ª. Finalmente, el religioso Jesús Cea la
encontró “inadmisible”, tanto “por la manera de ridiculizar a los personajes
religiosos” como “por los ritos que se exhiben”, y señaló que incurría en las
normas 14ª (art. 1º y 2º) y 17ª, por lo que pasó a
ser leída por el Pleno.
Ya
en el Pleno, hubo cinco votos prohibitivos frente a cuatro aprobatorios, a
pesar de lo cual el texto se autorizó, probablemente por intervención de algún
superior. En su mayor parte, fueron motivos religiosos los que determinaron los
dictámenes prohibitivos; así, encontramos juicios como: “es una burla de la
religión católica” (A. Albizu); “escenas como la de
esa especie de misa negra […] sería
rechazada por la mayor parte del público —y por todo el público civilizado— hasta en los países más progresivos del
mundo” (A. de Zubiaurre); “colección de irreverencias
que, en ocasiones, llegan a lo blasfemo” (J. M. García-Cernuda);
“inadmisible por su intención [...] y por su burla sarcástica de la Iglesia y
de la religión” (J. Vasallo); todos ellos redactados por censores que votaron
por la prohibición. Otros motivos esgrimidos para prohibirla fueron su
obscenidad y la negativa imagen de España que en ella se proyectaba. Así,
Moreno Reina escribió:
Exposición en un pueblo castellano, de
una España embrujada, supersticiosa, en unas escenas desagradables y obscenas
de una de las principales protagonistas que son dadas en las costumbres de la
época, hacen a mi juicio imposible e improcedente su representación.
Sin
embargo, hubo también quienes se mostraron partidarios de autorizar esta obra,
incluso para representaciones comerciales, como Pedro Barceló, quien resaltaba
su gran calidad dramática; este censor se refería a ella como “una especie de
gran rosario herético, pero de gran valor dramático”, si bien advertía que
habría que vigilar el ensayo general y eliminar algunas escenas, como la de “la
masturbación de Coronada” o la de “los niños en las tapias urinarias del
cementerio”. Por lo demás, añadía, “creo que el tono desgarrado, desfigurante y crispado de la obra, la hacen viable, sobre
todo si se cuenta con un montaje digno y una compañía seria”. También Juan
Emilio Aragonés emitió un dictamen aprobatorio, en este caso sin cortes, aunque
advertía que habría que prohibirla si se seguían de cerca las Normas de
Censura:
Comencé suprimiendo conceptos epicenos: “Hombre-monja” o “Madre-cura”, pero dado el
carácter de farsa desaforada de la obra, entiendo que procede su aprobación sin
cortes... o su prohibición total, si nos atenemos a las vigentes Normas.
Otros censores que la autorizaron confesaban no haber
entendido demasiado esta obra, como Luis Tejedor, que la definió como
“incongruencia sin explicación”, así como “ininteligible en todo momento”, o Antonio Albizu, quien señaló que se trataba de una
“Obra simbólica de muy difícil interpretación”, aunque advertía que su sentido
crítico quedaba claro con las explicaciones que el autor daba en la
introducción.
En
cuanto a su valoración artística, varios censores encontraron en esta obra
influencias de Valle-Inclán. Así, Aragonés se refirió
a su “lenguaje entre popular, esotérico y culturizante,
heredero de Valle-Inclán”; también Barceló vio la
similitud con Valle, pues escribió: “España vista en un espejo deformante”;
Díez Crespo la definió como “una especie de esperpento con influencias de la
novela picaresca y de Valle-Inclán, sobre todo en
ciertos mimetismos de lenguaje”. Mampaso acusó
igualmente la infuencia valleinclaniana,
pero, a diferencia del anterior, encontró un tratamiento “muy personal”:
Su técnica es la de una farsa
carnavalesca en la que los personajes se presentan con una aguafuerte de
figuras caricaturizadas, que se mueven entre el teatro del absurdo, el humor
negro o el sentido trágico de las estampas valleinclanescas.
Todo ello con un estilo personal y con una proyección a temas muy actuales,
tratados con la óptica de un observador crítico que destruye cuanto los
personajes de ficción representan. [...].
A continuación se presenta Sombra y quimera de Larra (Representación alucinada de No más
mostrador), cuyo expediente únicamente contiene un libreto, sin
tachaduras ni correcciones. Según se indica en la ficha del autor, su autorización
fue bastante rápida, puesto que se presentó en enero de 1976 y el 13 de ese mes
era autorizada, sin que se detallen las condiciones.
Lo mismo sucede con el expediente de El
combate de Ópalos y Tasia, de la cual sólo se conserva un libreto censurado,
también sin tachaduras. Su autorización, que tuvo lugar en marzo de 1976, se
produjo en un breve espacio de tiempo.
En noviembre de 1976 la compañía “100.000 Hijos de
San Luis” presentó a censura una versión reducida de Es bueno no tener cabeza,
para representarla en el café-teatro Chal-Chal de Zaragoza. Tan sólo unos días
después, se autorizó sin cortes para representaciones de café-teatro, previo
visado del ensayo general. Al parecer, esta versión presentaba modificaciones
sobre el texto anteriormente prohibido, según se desprende del informe de Juan
Emilio Aragonés (“Estas adiciones sí son suficientes para
el dictamen”, escribió). Moreno Reina se refería a ella como “Comedia muy de
café-teatro, con sus destapes y equívocos”. Según se indica en el Acta de la
Junta de Ordenación de Obras Teatrales, también dictaminó sobre esta obra
Manuel Díez Crespo, aunque su informe no se encuentra junto con el resto del
expediente. En el libreto presentado a censura no se realizaron tachaduras ni
modificaciones.
Presentada
en mayo de 1976 por la compañía gaditana Carroussel Pequeño Teatro, El paño de injurias fue leída por cinco censores, tres en una
primera lectura y dos más en una segunda, a consecuencia del desacuerdo de los
primeros. Así, mientras que tanto F. Martínez Ruiz como José E. Guerra eran
partidarios de autorizarla, Moreno Reina votó por su prohibición. El primero
justificaba su dictamen argumentando la calidad de la obra:
Estamos en una escena expresionista, fuerte,
de lenguaje descarnado, con expresiones coloquiales y malsonantes. Pero dentro
de la especial significación de este teatro muy elaborado creo que debe
autorizarse como está. Naturalmente se trata de episodios realistas. Pero
engastados en un teatro de indudable calidad.
Para
este censor, El paño de injurias,
estaba “dentro del tono valleinclanesco más
exacerbado”. También encontró cierto paralelismo con el lenguaje de Valle José
E. Guerra, quien se limitó a resumir escuetamente su argumento y a calificarla
como “Obra esperpéntica muy en la línea de Nieva”, único argumento que utilizó
para autorizarla. Para Moreno Reina, en cambio, la obra incurría en varias de
las normas prohibitivas:
Al principio pensé que la escena entre
el mozo y las pupilas iba a producir risa más que otra cosa; pensé también que
para mayores podría autorizarse, pero debido a las repugnantes escenas entre el
joven y otro que por allí aparece terminando en dos crímenes (los de las
pupilas) a sangre fría me inclino por la prohibición fundada en la norma 10ª y en la 12ª, así como por la 18ª,
que a mi juicio afectan sin lugar a dudas a esta fracción de drama, como la
titula su autor.
En
la segunda lectura, se dijo que se trataba de una “Obra típica de Nieva con
lenguaje ‘florido’ pero oportuno dentro del estilo esperpéntico” (Mier), y que se encontraba “en el límite de lo permisible y
lo no permisible” (A. de Zubiaurre), y que empleaba
“tonos muy crudos, excesivos.
[Subrayado en el texto]”, por lo que se propuso que pasara al Pleno, al que,
sin embargo, no se llegó a someter. Finalmente, fue autorizada sin cortes
[17]
,
previo visado del ensayo general.
Al
igual que tantos otros de este período, el expediente de El baile de los ardientes se encuentra incompleto. Únicamente contiene un libreto de la obra, sin
tachaduras ni modificaciones. Por la información del fichero, sabemos que fue
autorizada en marzo de 1977, probablemente en un breve lapso de tiempo.
Finalmente,
de Delirio
del amor hostil (o El barrio de doña Benita. Drama
sin honor), presentada a finales de 1978 y autorizada a principios de
enero del 78, únicamente se conserva el libreto, que no presenta tachaduras ni
correcciones.
También
en el 77 se presenta una versión de La
paz, de Aristófanes, de cuyo expediente no se ha
conservado ningún documento. El único dato que consta en el fichero del Archivo
es que se autorizó en junio de 1977.