6. Fernando Arrabal
Debido
a su significación política, el veto a las obras de Arrabal y al propio autor
se prolongará incluso después de la muerte del dictador, a semejanza de lo
ocurrido con Alberti; de hecho, como ya se dijo, Arrabal es otro de los seis
españoles a los que se prohibió regresar a España
[1]
.
Sin embargo, a diferencia de aquel, a su vuelta va a encontrarse con una fría
acogida por parte de sectores supuestamente progresistas para quienes tanto su
obra como su actitud pública, alejadas de cualquier ortodoxia, resultan ajenas
a sus cánones éticos y estéticos. Así, la revista Pipirijaina hacía notar que “no
han faltado voces que ante el regreso de Arrabal se han apresurado a medir las
distancias entre el dramaturgo exiliado y ‘los programas y aspiraciones
históricas de la clase obrera’ antes que saludarlo como un antifascista
consecuente”
[2]
.
Ángel Berenguer señala la desproporción entre la acogida que el teatro de
Arrabal tiene fuera de España y la insistencia con que se le ignora en su país,
incluso en estos años:
Mientras su teatro da la vuelta al
mundo (el No japonés lo estrena en
1974 y lo convierte así en el primer autor occidental en su repertorio, Víctor
García repone El cementerio de
automóviles en Brasil; Lavelli, El arquitecto y el emperador de Asiria en Nuremberg, y Tom O’Horgan —el director de Hair— estrena esta misma obra en
Nueva York el 27 de mayo de 1976, etc.), en España se
ignora su existencia, o se critica una obra que no puede defenderse a sí misma,
por no estar publicada de una forma seria y continua, ni siquiera durante los
primeros años de la transición política
[3]
.
Pero
no sólo se desdeña su teatro, sino que el propio autor será objeto de duros
ataques. Según señala Ángel Berenguer, “la obra y la persona de Arrabal se
convirtieron en piedra de escándalo en la España de la época, para
conservadores, liberales y reformistas, atentos a la especulación de un cambio
posible sin ruptura”
[4]
;
actitud que este estudioso explica del siguiente modo:
Durante los años de la Transición
Política española, Fernando Arrabal adoptó posturas que sobresaltaron a la
opinión pública. En realidad, su obra y su actitud intelectual, que sólo había
llegado a círculos culturales relativamente restringidos, era esperada como un
discurso ideológico de izquierda, planteado en un lenguaje de orden y penetrado
de un rigor formal expresivo acorde con el status que le acordaban los nuevos
medios de comunicación. Como otros escritores reconocidos por la nueva
situación, Arrabal debería haber adoptado una pose digna para la instantánea de
la gloria. Debería haberse acercado a las distintas y sucesivas fuentes del
poder social y político, y adoptar las posturas requeridas por las
circunstancias a la clase intelectual
[5]
.
De
este modo, también en el nuevo contexto Arrabal será tachado de “autor imposibilista”.
Arrabal, sin embargo, no sólo niega que su marginación y exilio sean
voluntarios sino que expresa su voluntad de regresar a España en la Carta al Rey
[6]
escrita en París en noviembre de 1976:
¿Cuándo podré escribir lo que deseo en
mi propia lengua y en mi propio país? ¿Por qué se me niega este derecho, que es
como negar al árbol que permanezca agarrado a la tierra?
[…] Debo señalar que mi única arma es
la pluma y que ya va siendo hora de que, tras tantos años de mordaza, silencio
o calumnia, el creador español pueda expresarse con libertad total. Porque mi
modesto caso es sólo el botón de muestra de una situación general
[7]
.
Y
algo más adelante plantea una serie de preguntas sobre la posibilidad de su
vuelta a España y de que sus obras sean autorizadas:
¿Qué debo hacer para saber si puedo o
no, volver a España? ¿Cómo puedo enterarme si el veto contra los seis últimos
desterrados que lanzó el señor Areilza sigue en pie?
¿Por qué los organismos oficiales no
responden a mis llamadas y cartas, como tampoco a mi comunicación oficial que
envié a la Embajada española de París, el pasado 28 de agosto? ¿Cuándo podrán
verse en España mis películas? ¿Cómo es posible que mis compatriotas sean
considerados inmaduros para ver mi filme El
árbol de Guernica, mientras que en Francia, por
ejemplo, está tolerado para los mayores de 13 años? ¿Es válida aún la decisión
del consejo de Ministros del pasado 7 de mayo, en la que se condenaba a la
librería Antonio Machado por poseer tres ejemplares de un libro mío editado en
París? ¿Es efectiva todavía la orden de un ministro de Franco que dio una
consigna de censura total contra mí? ¿Por qué mis dos últimas y más entrañables
obras (Oye patria mi aflicción y En la cuerda floja) destinadas en un
principio a mis compatriotas y que han sido representadas sin restricción en
teatros normales de países civilizados, acaban de ser prohibidas por la censura
española? ¿Quién arma a los que ponen bombas en los cines y en las librerías
francesas que pasan mis películas y exhiben mis obras en sus escaparates?
[8]
.
En
esta Carta, Arrabal no se limitaba a
exponer a su circunstancia personal, sino que expresaba su deseo de que la
situación cambiara para todos los españoles:
Es insoportable que se limite la
libertad de expresión, como es intolerable que aún haya hombres en la cárcel
por delitos políticos o de resistencia. Un Estado moderno y libre no sólo tiene
el deber de aceptar toda forma, por disparatada que sea, de concepción de
Estado, sino que debería fomentarla. Al censurar al poeta o al contestatario,
el Estado se priva de una posibilidad de enriquecimiento. Cuanto más radical o
utópica es una idea, más fecunda y positiva resulta para el porvenir.
Censurando, amordazando, impidiendo el retorno de los desterrados, se priva a
la nación de esta fuente de energía, y con ello se da una prueba de
conformismo, patrioterismo, timidez, mediocridad,
ignorancia e incultura
[9]
.
Centrándonos
en la censura de sus obras, el veto había finalizado unos meses antes de la
escritura de la citada Carta al Rey,
según se indica en un Informe de la Junta de Ordenación de Obras Teatrales acerca
de El arquitecto y el emperador de Asiria, fechado el 6 de julio de 1976, en el cual se
comunicaba que la Jerarquía competente había levantado el veto que pesaba sobre
Arrabal y que, en consecuencia,
[…] las obras originales de D.
Fernando Arrabal deberán juzgarse, en lo sucesivo, atendiendo exclusivamente a
su contexto literario, tema, condicionamientos de su puesta en escena, etc.,
prescindiendo de cualquier otra consideración ajena al juicio que los elementos
básicos de apreciación precedentemente citados merezca.
Esto
no supone, sin embargo, el final de la prohibición de sus obras (en agosto de
ese año se prohíbe En la cuerda floja,
y en octubre, Y pusieron esposas a las
flores), aunque es el comienzo de un proceso que se prolongará hasta 1977,
en el cual se irán autorizando todas sus obras. Ya el 21 de diciembre de 1976,
el Director General de Teatro y Espectáculos solicitaba que se revisara el
dictamen de varias obras prohibidas de distintos autores, entre ellas, algunas
de Fernando Arrabal (Oración, El cementerio de automóviles), mediante
las cartas antes citadas, en las cuales argumentaba que la prohibición de
ciertas obras había obedecido a “motivaciones de carácter circunstancial”, y
que una vez modificadas las situaciones, no sería lícito mantener la
prohibición.
Pero
al igual que sucedió con otros autores, la desaparición de la censura no supuso
la incorporación de su teatro a las carteleras de forma habitual; otras trabas,
como el fracaso económico de los espectáculos representados en estos años (El cementerio de automóviles, El arquitecto y el emperador de Asiria y Oye
patria mi aflicción), determinaron que su presencia en los escenarios fuera
escasa tras la llegada de la democracia. José Monleón señala entre las posibles causas de esta recepción desfavorable el ya comentado
cambio de actitud por parte de sectores supuestamente progresistas, que
explicaría “la agresividad con que se manifestaron muchos periódicos, la
reticencia con que fueron escuchadas las palabras del autor, la falta de esa
cordialidad que se le ofrecía en los años de la Dictadura”
[10]
.
En este sentido, resulta especialmente significativa la fría acogida que obtuvo
el espectáculo dirigido por Víctor García en 1977 (El cementerio de automóviles como pieza central, junto con Oración, Los dos verdugos y Primera comunión), que, por su alto coste económico, precipitó el declive
de la compañía que lo produjo, Corral de Comedias, a pesar de las expectativas
suscitadas por este estreno:
Restablecida la posibilidad de montar
a Arrabal en España, el estreno de El
cementerio de automóviles era, además de la presentación madrileña, en
términos profesionales, de nuestro autor exiliado —de quien sólo se habían
hecho hasta entonces dos o tres sesiones de cámara—, el encuentro entre una
síntesis de su “teatro primero” y la sociedad española
[11]
.
Unos
días antes de que se estrenara este espectáculo, con ocasión del estreno de El arquitecto y el emperador de Asiria en Barcelona, se había producido una polémica
entre Arrabal y Adolfo Marsillach, que sacó a la luz
hostilidades insospechadas hacia el autor melillense:
[...] pronto la disputa se degradó,
sobre todo porque mediaron una serie de plumas a las que les tenían sin cuidado
los argumentos de los litigantes y sólo buscaban el escándalo. [...] Por su
parte, el autor, buscando las causas de la campaña de que era objeto —no
fáciles de entender, porque él era un escritor exiliado, en una clara línea antifranquista, que había decidido postergar su regreso
hasta la amnistía total de los presos políticos y que, sin embargo, recibía
ahora muchos ataques de gentes consideradas de la izquierda—, creyó,
generalizando la posición tomada contra él por un escritor que forma parte de
su comisión de cultura, que era una ataque del Partido comunista. Suposición que
cimentaba Arrabal tanto en su anarquismo como en la disciplina del Partido
[12]
.
Al
mismo tiempo, Arrabal se negó a volver a España para estar presente en el
estreno, por pensar que no era decente volver a su país, de una manera pública
y notoria, mientras hubiera presos políticos en las cárceles
[13]
,
e hizo constar esta circunstancia en un telegrama que debería haberse leído en
público. El escenógrafo del montaje, Arroyo, acusaba a Arrabal de tener miedo
de volver y escribía: “Arrabal ve que se le termina la retórica del exilio
gracias a las luchas del pueblo español, que va ganando libertades”
[14]
,
opinión que se extiende en algunos medios. No obstante, la revista Pipirijaina,
presentaba su decisión como un gesto de solidaridad:
Arrabal ha hecho de su exilio, ahora
ya voluntario, un último gesto de resistencia y solidaridad. No volverá
mientras en España queden presos políticos en las cárceles. Sus obras han
comenzado a pasar la censura. Han ocurrido los primeros estrenos, pero Arrabal
no ha puesto fecha a su vuelta. “Aunque todos regresen, yo no”.
Se trata de un gesto simbólico, uno
más de los muchos realizados durante los años del exilio. Porque Arrabal nunca
regateó su presencia en actos públicos de resistencia antifascista y de
solidaridad con la lucha por la democracia en España, fuera quien fuera el
partido o la organización que hiciera la convocatoria
[15]
.
Además,
el autor acusaba a los responsables del montaje (el director alemán Grüber, el escenógrafo Arroyo, y el actor y productor
Adolfo Marsillach) de haber actuado como censores al
modificar la obra a su antojo:
Se me atribuye una larga escena final
que sólo es una monumental morcilla: ni el texto, ni la situación los he
escrito yo, por lo tanto en nada corresponden a mi obra.
Todas las escenas sorprendentes, escalofriantes
o violentas han sido limadas, castradas o sencillamente censuradas (y esta vez
no por las autoridades).
El fondo y la forma de la pieza, su
carácter cíclico, la multiplicación de personajes, el final que explica la obra
y le da su construcción, etc. han sido violados impunemente
[16]
.
Del
desajuste entre el texto de Arrabal y el montaje que se realizó daba testimonio
Francisco Torres Monreal en su crítica: además de las modificaciones realizadas
en el texto, se había impuesto un ritmo excesivamente lento y desacorde con lo
exigido por la obra (“El emperador es un personaje en crisis, irritado y
colérico en ocasiones, imperativo. [...] ¿Quién soportaría —y que se me perdone
la comparación— un combate de boxeo a cámara lenta?”) y se había recurrido a
una escenografía demasiado recargada (“yo pediría para El arquitecto un decorado mucho más austero, más despejado, no tan
locuaz”)
[17]
.
La
polémica contribuyó a consolidar la imagen “autoimposibilista”
del autor. Así, al realizar el resumen de la temporada, Andrés Amorós señalaba
que el proyecto se truncó “por el desacuerdo del propio autor, siempre
polémico”
[18]
.
Su siguiente estreno en España no sólo no desmintió esta opinión, sino que la
incrementó, pues Arrabal tampoco se mostró de acuerdo con el montaje realizado
por Víctor García. En esta ocasión es Alberto Fernández Torres quien nos da
noticia de las carencias de este montaje:
[Víctor García], como es habitual en
él, ha incidido en los aspectos más espectaculares del montaje, enviando la
temática sobre la represión a un reino de nebulosas. [...] A partir de ahí, la
obra de Arrabal pierde no sólo la posibilidad de permitir una cierta reflexión
ideológica, sino también gran parte de su capacidad de resolución. La potencial
fuerza subversiva de los textos de Arrabal queda infrautilizada. Y ello conduce
también el carácter repetitivo del espectáculo. [...] es una pieza estática,
repetitiva y, por decirlo llanamente, sumamente aburrida. Al final da la
impresión de que Víctor García ha ganado ampliamente la batalla a Arrabal. El
espíritu de su texto queda expuesto a un altísimo nivel de abstracción y
finalmente expuesto en un exquisito celofán. La idea que el espectador medio
saca de Arrabal no puede ser más triste: ni llega realmente a revolver el
estómago, ni le permite una reflexión
[19]
.
Esta
opinión es compartida por otros críticos, como Lorenzo López Sancho, quien
afirma: “Víctor García, una vez más, se sirve del autor”, o como Enrique Llovet, quien escribe: “El egolatrismo del director lo ha aplastado todo”
[20]
.
A pesar de todo, la prensa destacó la significación de este primer estreno
comercial de Arrabal en Madrid. Así, López Sancho escribía: “Veinte años han
tenido que pasar para que una obra de este autor español con nombre universal
y, prácticamente, desconocido de nuestro público, que es Fernando Arrabal, suba
a un escenario matritense. El abismo abierto en nuestro desarrollo cultural no
se cierra con eso”
[21]
.
Un
tercer estreno decisivo tiene lugar en estos años: en Barcelona, la compañía de
Aurora Bautista puso en escena Oye patria
mi aflicción (1977). También en este caso la asistencia de público fue
escasa, aunque, a diferencia de los montajes anteriores, las críticas fueron
muy elogiosas
[22]
.
La obra se representó después en el Teatro Martín de Madrid, local en el que al
año siguiente se reponía El triciclo.
En las páginas de ABC, López Sancho
hacía referencia a la censura que había pesado sobre esta obra y destacaba la
significación de este estreno:
El 13 de junio de 1975 la Junta
Ordenadora de Obras Teatrales prohibía la representación de Oye, Patria, mi aflicción en España. El
22 de octubre de 1976 [...] la pieza era estrenada por el Théâtre de Poche-Théâtre Experimental de Belgique. El pasado viernes 26, la
obra subía por fin al escenario del teatro Martín. El triunfo que Fernando
Arrabal había anhelado tanto en su país le era concedido por el público del
estreno. Los aplausos coronaron calurosamente muchos cuadros. El apoteósico
final fue premiado con una cerrada ovación que hizo levantar muchas veces el
telón y que Arrabal, conmovido y correcto, recibió en respetuoso silencio. El
crítico recoge por una vez estos datos externos, ya que señalan un momento
histórico de la pugna de Arrabal con la estructura política, cultural y
dramática de su país
[23]
.
En
palabras de Monleón, este montaje “fue algo así como
el reconocimiento del autor por nuestros sectores liberales, absolutamente
desconcertados y mal predispuestos tras las críticas y las polémicas que
siguieron a los estrenos de El arquitecto
y el emperador de Asiria y El cementerio de automóviles”
[24]
.
Ya
durante el período socialista, se estrena El
rey de Sodoma en el Teatro María Guerrero y casi
de forma simultánea, se repone El
arquitecto... en el teatro Martín de Madrid (1983), que suponen nuevos
fracasos económicos.
También
en estos años, dos antiguos censores enjuiciaban la obra de Arrabal, ahora
desde las páginas de la prensa diaria, si bien desde posturas muy distintas
entre sí. Así, Manuel Díez Crespo encabezaba las críticas de los estrenos
madrileños de El arquitecto… y El rey de Sodoma con titulares tan elocuentes como “El
arquitecto y el emperador de Asiria, otro
engendro de Arrabal”
[25]
y “Lamentable espectáculo de Arrabal”
[26]
.
En la primera de ellas escribía:
Yo no acabo de comprender cómo un
autor que dispone de la mayor libertad para decir lo que quiera en un
escenario, sin obligación de atenerse a ninguno de los cánones más o menos
clásicos, no comprendo que durante la hora y media que dura este engendro sin
interrupción, no se le ocurre absolutamente nada al autor en cuestión. ¡Qué
negación, Dios mío!.
Para
concluir el artículo con un “basta ya de Arrabal. Su presencia en nuestros
escenarios es una ofensa al teatro”. En la otra reseña citada, se limitaba a
repetir casi literalmente las mismas palabras y, de paso, aprovechaba para
defender a la censura franquista, que con su existencia protegió al público de
los numerosos “tontos” que aparecían ahora en el panorama teatral:
[...] hasta pienso que hay autores,
muchos hoy en España, que no han sido algo ocurrentes más que cuando había
censuras. Aquella censura que tanto daño hizo, ya que prohibiendo algunas obras
fue posible que autores de mediocridad lamentable pasasen por genios o así. Y
no lo digo tan sólo por Arrabal, que hizo en París su carrera, sino por otros
más verdaderas calamidades que se consideraron víctimas de un descabello
sangriento. El levantamiento de la censura es culpable del gran número de
tontos que hemos descubierto.
Tan
sólo unos meses antes, Arrabal ganaba el premio Nadal de narrativa, lo que
motivó una reseña bien distinta de otro de sus antiguos censores, Florencio
Martínez Ruiz, titulada “Arrabal, en la ceremonia de la reconciliación”
[27]
;
en ella, el ex-censor expresaba su deseo de que “el premio Nadal propicie esta
vez definitivamente el encuentro con sus raíces españolas, cerrando ese
capítulo de tantas y tantas ceremonias de la confusión, estrenos crispados,
dedicatorias irrespetuosas, procesos un punto hilarantes, protagonismos a
ultranza”, y abriera “una vía definitiva para la comprensión de este español
atípico”, al que se refería también como “este ser, químicamente puro,
‘inocente’, en el más anarquista sentido del término”. Florencio Martínez
cerraba así su artículo:
Y puesto a pensar en una gran
operación de repesca, la representación arrabaliana,
narrativamente hablando, puede estar únicamente empezando. Sólo hace falta que
Fernando Arrabal vaya atando cabos e ilumine con su luz ‘pánica’ un texto
literario que, tocado o herido por el rayo, es su propia vida.
6.1. Obras sometidas a
censura
La
primera de las obras que se presenta en este período es Oye, patria, mi aflicción,
con los títulos La torre de Babel u Oigo
patria tu aflicción (según consta en el fichero del Archivo). Los únicos
datos ciertos sobre la censura de esta obra, cuyo expediente no se encuentra en
el Archivo, es que se prohibió en junio de 1975 y se autorizó en febrero de
1977.
En
marzo de 1976 se presenta por tercera vez a censura El arquitecto y el emperador de Asiria, por la compañía de Adolfo Marsillach, con la intención de representarla en el Teatro
de la Comedia de Madrid. En esta ocasión se autorizó con algunos cortes tras
ser leída por Pedro Barceló, quien la tachó de “Historia bastante pesada con
posible mensaje, pero sólo para iniciados”, y propuso suprimir algunas frases
argumentando que “la blasfemia está castigada en el código penal”. La
autorización, sin embargo, se atrasó hasta julio, en espera de los cortes
definitivos, que fueron decididos por este censor y por Antonio Albizu, sin que se realizaran más informes sobre la obra
[28]
.
En
la cuerda floja, presentada en julio del 76 por la
empresa de Justo Alonso, que proyectaba representarla en el Teatro Marquina de Madrid, fue prohibida por unanimidad por los
tres censores que la enjuiciaron, que coincidieron en señalar que se trataba de
un ataque al régimen franquista: así, para Antonio Albizu,
la obra era “un alegato contra todo lo que fue el Régimen. Un ataque durísimo
que va crescendo a lo largo de toda la obra”; este censor la describió como una “obra
simbólica”, en la que la ruina a la que llegó la ciudad norteamericana de
Madrid simbolizaba “toda la ruina de la España que surgió del
36”
. José Moreno
Reina entendió que Arrabal se estaba refiriendo directamente a la capital
española, por lo que destacó en la obra una “obsesiva manía de citar a España,
mejor dicho a Madrid y a su situación carcelaria fruto del régimen en que hemos
vivido durante 40 años”; además, la presencia de “párrafos enteros
ridiculizando a la Falange”, las alusiones a la guerra civil y a los presos
políticos, las “obscenidades” y lo que el censor denomina “tergiversación de
conceptos sobre españoles insignes”, entre otras razones, le hicieron calificar
a esta obra como “gravemente peligrosa para el momento histórico en que
vivimos”. El tercero, Antonio de Zubiaurre, señaló
que el texto resultaba “enteramente inadmisible, hoy por hoy, y supongo que
también por largo tiempo”. Además, escribió que “sirve poco a los actuales
propósitos de reconciliación. Es más bien una injusta y disparatada queja, con
aguijones de revanchismo”.
Las
normas a las que recurrieron para justificar la prohibición fueron la 13ª (que
prohibía las expresiones coloquiales y las escenas de carácter íntimo que
atentaran contra el “buen gusto”), la 14ª (artículos 1º y 2º, que censuraban la
presentación irrespetuosa de creencias y prácticas religiosas y presentación
denigrante o indigna de ideologías políticas, respectivamente) y la 17ª (art. 2º, mediante la cual se prohibían aquellas obras que
atentaran contra los principios fundamentales del Estado).
Similar
fue lo ocurrido con Y pusieron esposas a las flores. Esta obra, presentada en
septiembre de 1976 por Ditirambo Teatro Estudio para montarla en el Teatro
Alfil de Madrid, fue prohibida por vulnerar seis de las normas de censura,
entre ellas, las citadas en la obra anterior. En este caso, el proceso fue
bastante más complicado, ya que la obra fue leída por el Pleno. Unos meses
después, en julio de 1977, fue autorizada para mayores de 18 años, con cortes
en dos de sus páginas, tras haber sido enjuiciada por dos censores más, además
del Jefe de la Sección, José María Ortiz, y el Director General, si bien en
lugar de este último firma el documento el entonces Subdirector General de
Teatro, José Antonio Campos Borrego.
En
la primera lectura, la obra fue leída por tres censores, dos de los cuales,
Fernando Mier y José E. Guerra, votaron por
autorizarla para mayores de 18 años, aunque el tercero, A. de Zubiaurre, consideró que se trataba de un “espectáculo
realmente intolerable” que vulneraba varias de las normas (12ª, 13ª, 14ª, 17ª,
18ª y 19ª, que fueron las que finalmente figuraron en el oficio de
prohibición). Para este censor, los reparos hacia esta obra, “gravísimos muchos
de ellos”, eran “de índole religiosa, moral, política y de decencia y dignidad
humanas”. Por su parte, Mier, aunque la autorizaba,
lo hacía bajo la condición del visado vinculante y tras emitir un informe muy
desfavorable; este censor señaló que la obra era “un duro ataque a las
instituciones carcelarias, prácticas de tortura y procesos judiciales contra
disidentes políticos”, ataque, por otra parte, “claramente dirigido a la postguerra de nuestro país, en el que se acusa el
totalitarismo y la falta de tolerancia”; señaló además que había “referencias
directas al Jefe del Estado” y “frecuentes contactos con instituciones
eclesiásticas, su doctrina y jerarquía, que pasan por la obscenidad y la
ridiculización”, por lo que concluía sentenciando: “De lo que se desprende del
texto, la representación ha de ser desagradable en grado extremo (torturas
salvajes, necesidades naturales, etc. pasan ante el espectador)”. El tercer
censor, José E. Guerra, destacaba igualmente la crítica del anterior régimen,
aunque la autorizaba apoyándose en la fama del autor y en la autorización de
otras obras igualmente críticas:
Basada en testimonios de presos
políticos de la posguerra española, la obra contiene una durísima crítica del
franquismo y en general de todas las dictaduras. Algunas de las declaraciones
presentadas han sido ya publicadas en ciertas revistas. La obra es, por otra
parte, conocida ya por la fama de su autor, pero el planteamiento teatral es
difícilmente aceptable, si bien, a mi juicio, este tipo de crítica debe de ser
permitido, por su fama y por el antecedente del “teatro furioso” de Nieva.
Tras
estos dictámenes, la obra pasó al Pleno, donde fue leída por once censores más,
de los cuales nueve optaron por prohibirla, uno por autorizarla y otro emitió un
dictamen dudoso. En consonancia con los dictámenes, los informes sobre esta
obra son muy duros, a pesar de lo tardío de la fecha en que fue presentada.
Jesús Vasallo atacaba con duros adjetivos a la obra y al autor: tildó a esta de
“Engendro incalificable, en el que el autor vierte sus resentimientos y su
increíble mal gusto, a través de blasfemias y alardes de coprofagia,
amén de nauseabundos ataques a cuanto supone algún valor moral”; además,
añadía, “por el solo hecho de presentarla”, su autor debería ser “denunciado de
parte, al juzgado de guardia”.
Para
el religioso Jesús Cea, la obra vulneraba ocho de las
normas (9ª, 10ª, 12ª, 13ª, 14ª, 15ª, 17ª y 18ª). Este censor escribía: “Nada
queda por ensuciar en esta alucinación teatral: Dios, la patria, las instituciones
estatales y religiosas, todo ello dentro de un cúmulo de groserías del peor
gusto”. En un informe sin firmar, probablemente de Alfredo Mampaso (a juzgar por la composición del Pleno), se puede leer:
Cabría hacer un amplio informe. Tan
amplio que podría tener tantos folios de texto como la obra leída. Pero baste
decir que ni una sola línea de ese informe posible tendría otro objeto que el
rechazo total del proyecto presentado. Políticamente hace un alegato
históricamente falso y tendencioso; moralmente ataca con irreverencias a la
Religión; teatralmente proyecta llevar a un escenario acciones irrepresentables
ante un público sea cualquiera su ideología, sin atentar severamente al buen
gusto y a la dignidad humana de los espectadores.
Otros
informes son más escuetos, como el de Pedro Barceló, quien se limitó a
escribir: “La crueldad, la coprofagia, la
parcialidad, el odio y la injusticia, hacen inviable esta pretendida obra”, o
el de Moreno Reina, quien describió a esta obra como “Comedia obscena, dura y
desagradable en todos sus aspectos, blasfema e inmoral. Inaceptable”. García-Cernuda encontraba que semejante obra debería haber sido
prohibida en la primera lectura, y señalaba que si había pasado al Pleno era
únicamente porque su autor era Arrabal:
Si en vez de estar firmada por
Fernando Arrabal esta obra la rubricase un desconocido, no ya el Pleno de la
Junta, sino ni siquiera una segunda ponencia hubiera sido llamada a dictaminar.
Se habría rechazado por la primera. Porque no es posible autorizar que desde un
escenario se blasfeme y se haga la apología de lo abyecto y lo miserable.
Otro
vocal que coincidió en prohibirla, Antonio Albizu,
hacía la siguiente interpretación: “Obra en que el autor trata de presentar a
la España de 1936/1975 como una cárcel donde se han infligido toda clase de
torturas hasta el ajusticiamiento de los últimos sentenciados a muerte y en
connivencia de la Iglesia y el Estado”; además, señalaba, “utiliza un lenguaje
blasfemo y asqueroso sexual repugnante”. El informe de Luis Tejedor revelaba
una grave contradicción entre su opinión personal y la que creía que era su
obligación como censor. Este censor escribió: “Sencillamente demencial. Creo que sea el comentario más
favorable para el autor. Aunque, en el fondo, sea humana y justa su intención”.
El único censor que la autorizó en el Pleno, J. E. Aragonés, la definió como
“Teatro ceremonial de la política y de los excrementos”, y proponía varios
cortes relacionados con los temas escatológicos, todos ellos referidos a la acción
y no a los diálogos, por lo que pedía que se vigilara el ensayo general.
También consideró la posibilidad de autorizarla Florencio Martínez Ruiz,
aunque, en el apartado referido al dictamen, se limitó a escribir un signo de
interrogación. En su informe hacía el siguiente juicio:
El teatro de Arrabal, onírico y
exacerbado, ibérico y airado es conocido. También sus claves. Por supuesto la historia de estos condenados a muerte está llena de puyazos tocados de irreverencia, de protestas, de cropología [sic], de antipatía a las instituciones. Es más:
transcribe frases de su proceso y de otros procesos, y al final todo parece
iluminarse con la luz de las pasadas ejecuciones del año pasado, donde aparece,
más o menos, fielmente, reflejadas algunas circunstancias del “affaire”.
He señalado parlamentos que pueden
considerarse suprimibles —tres o cuatro— aunque saber
el techo es muy difícil. En cualquier caso es “historia pasada” y al hilo de
las desmitificaciones usuales no podríamos mostrarnos rigurosos. Quizá con cortes
podría autorizarse.
Cuando
se revisó el dictamen de esta obra, en julio de 1977, los dos censores que la
leyeron, junto con el Jefe de la Sección y el Director General, la autorizaron
para mayores de 18 años. Uno de los censores, J. L. Guerra Sánchez, señaló que
era “una crítica de la España de Franco”, en la que se denunciaban “la realidad
de la cárcel, los castigos, los juicios con “defensores” formales, a puerta
cerrada, y las ejecuciones, sin que valgan las súplicas del Papa y de políticos
del exterior”. El segundo censor, Díez Crespo emitió un informe bastante
despectivo: “Esta es una obra muy mala. Una obra irreverente, blasfema y hecha
para escandalizar”. De la lectura de ambos informes parece deducirse que la
autorización debió proceder directamente de la Dirección General, y que los
dictámenes de los censores les vinieron impuestos. Las tachaduras realizadas en
los libretos son numerosas y de distinta índole: religiosa, sexual,
escatológica o política
[29]
.
En
noviembre de
1976,
a
petición de la compañía Corral de
Comedias, la Junta volvió a enjuiciar El cementerio de automóviles. Se
hicieron varias lecturas en noviembre, diciembre y enero del 77, hasta que
finalmente fue autorizada para mayores de 18 años, dictamen en el que los
censores coincidieron por unanimidad. En esta ocasión, los censores no
encontraron tan problemático el paralelismo tantas veces citado entre el
protagonista y Jesucristo. Así, José E. Guerra señaló que este era “totalmente
gratuito”; José E. Guerra escribió que “nadie va a ver a los apóstoles en los
músicos ni a Jesucristo en el trompetista, ni a María Magdalena en Dila”, y F. Mier encontraba que no había en la obra “una tergiversación
del relato de la Pasión de Cristo en la que se basa, pues introduce la clara
decisión —que queda bien patente— de una versión libre muy teatralizada y
actual”, e igualmente, igualmente, J. L. Guerra Sánchez señaló que se trataba
de una “versión libre” de la figura de Jesús. Pedro Barceló, en cambio,
mostraba ciertas dudas: “Ignoro el mensaje que pueda encerrar y no sé hasta qué
punto pueda ser grave el ocioso paralelismo entre el personaje Emanu y Cristo”; no obstante, la autorizó por encontrar
este simbolismo lo suficientemente “ambiguo”. Los principales reparos se
dirigieron hacia las escenas eróticas y ciertas alusiones religiosas (“En
respeto a la fe de los cristianos se han de suprimir las escenas eróticas y la
referencia a la institución de la Eucaristía hecha con muy poco respeto”,
escribió J. L. Guerra Sánchez), así como hacia ciertas “malsonancias” en el
lenguaje de la obra (J. E. Aragonés). Sin embargo, se aceptaba el ataque a la
pena capital: “es inobjetable su postura contra la pena de muerte, tal como la
expone” (J. E. Aragonés).
En
cuanto a su calidad artística, José E. Guerra, que la clasificó como “una obra
dentro del estilo Dadá” y la relacionó igualmente con
el surrealismo y con el pop, escribió: “Es una obra que resulta apasionante por
su belleza plástica y su constante experimentación con entradas y salidas al
escenario”. E igualmente, F. Mier señaló, entre los
argumentos para autorizarla, “El decidido propósito de la Dirección General de
dar a conocer este buen teatro nuestro que sólo se disfruta en el extranjero, y
que en buena medida es perfectamente exponible [sic]
a nuestro público”. Muy distinto fue el juicio de P. Barceló, quien definió la
obra como “Uno de los conocidos ‘inventos’ de Arrabal”, e igualmente, José E.
Guerra insinuaba que la fama de este autor y otros pertenecientes al movimiento
“Pánico” se debía al buen hacer de quienes habían colaborado con ellos, y
afirmaba que el motivo de la peculiaridad de la obra de Arrabal no era otro que
“la enfermísima mente del autor”, y aclaraba:
Creo que esto está explícito a través
de toda la obra de Arrabal. (Él mismo nunca se ha preocupado en ocultar su
enfermedad latente que consiste en las contradicciones que ha sufrido debido a
una excesiva dosis educacional sobre presupuestos medievales hoy superados por
casi todo el mundo. Recordemos su pública intención de suicidio de forma poco
académica). Es decir: Arrabal es un esquizofrénico bien claro y a nadie le va a
pasar desapercibido. Los que se empeñan en hacer de él un mito intelectual
tienen su mejor arma en el desconocimiento de la vida y obras de este
controvertido autor, y todos sabemos que no se puede criticar lo que no se
conoce.
Incluso
después del estreno, Manuel Díez Crespo arremetía contra el espectáculo desde
su tribuna en El Alcázar: encontraba
en los textos “una debilidad dialéctica bien notoria del principio al fin”, así
como “algunas irreverencias y escenas desvergonzadas totalmente innecesarias”.
Aunque elogiaba la labor del director al calificar el montaje de “respetable
por su esfuerzo y disciplina”, añadía: “pero no por sus aburridos e
innecesariamente despiadados textos”
[30]
.
También
en noviembre de 1976, Corral de Comedias solicitó la autorización de Primera Comunion —prohibida en el año 69, como
vimos—, para su representación en el Teatro Reina Victoria junto con la
anterior, en el espectáculo dirigido por Víctor García. En esta ocasión fue
leída por tres censores, dos de los cuales optaron por prohibirla. Uno de
ellos, F. Mier, tras definirla como “una obra de
carácter surrealista (...), dentro del estilo ya clásico de Arrabal”, afirmaba:
Creo que es objeto de prohibición con
más motivo que la recientemente detenida de “las esposas a las flores”.
Únicamente la estimo autorizable para
alguna sala y público muy especiales, pero no para el teatro Reina Victoria.
Igualmente,
Pedro Barceló votó por prohibirla, apoyándose en las normas 9ª, 13ª y 18ª. José
E. Guerra, en cambio, optaba por autorizarla y la calificaba de “Expléndido [sic] apunte surrealista”. La Junta acordó
autorizar la obra con la condición de vigilar el ensayo general, aunque antes
de emitir la autorización se decidió consultar a “la superioridad”, por lo que
el dictamen quedó sin resolver.
Poco
después, en diciembre de 1976, el Director General de Teatro y Espectáculos
solicitaba la revisión del dictamen de esta obra. En esta ocasión, volvieron a
dictaminar los mismos vocales que lo habían hecho apenas un mes antes, a los
que se sumaron los informes de otros dos censores. También ahora hubo votos
prohibitivos. Uno de ellos fue emitido por J. L. Guerra Sánchez, quien
explicaba que “la acción viene a ser una profanación gratuita que lesiona el
respeto debido a las creencias de los cristianos”, por lo que concluía
señalando que los cortes necesarios eran tan abundantes que habría que
“deshacer totalmente la obra”. También la prohibía F. Mier,
quien la calificaba de “boutade que se le arroja al espectador”, y encontraba graves razones morales para
prohibirla:
El vuelo de la imaginación de la niña
mientras la visten, es algo no solamente disparatado incluso para el
subconsciente normal de esa edad, sino que atenta contra las íntimas fibras de
un creyente.
El ataque a instituciones religiosas,
civiles o militares, como tales me parece excelente, pero el destrozo de las
pocas raíces últimas de sujeción de nuestra sociedad —amor, creencias,
esperanzas, etc.— me resulta intolerable aun con el revestimiento surrealista
de Arrabal.
La
única razón que encontraba para autorizar la obra era la de atenuar la
expectación que causaban los estrenos de este autor: “el ansia que puede
provocar la aparición en cartel de este autor, puede ser moderada entregándolo
a dosis aunque sean excesivas y rápidas, sin gran coste de espera a mi
entender”. José E. Guerra, que a diferencia del anterior, propuso autorizarla
sin cortes, encontró que la representación del teatro de Arrabal podía ser
favorable a sus detractores, pues, a consecuencia del desconocimiento de sus
textos, el público español tenía “una concepción equívoca e idealista” del
autor, por lo que su estreno decepcionaría a gran parte del mismo. Además, esgrimó otra razón para autorizarla: “porque la corrosión
que se le atribuye de los valores que sustentan nuestra civilización, no es más
que formal, estructural y estética, y por tanto abstracta”. Este censor
destacaba el valor de la obra de Arrabal, que había aportado “una serie de
concepciones estéticas revolucionarias que le confieren un valor indudable”,
aunque, señalaba, también lo habían hecho Mediero y Nieva, por lo que
reivindicaba la pertenencia del autor melillense a la tradición hispánica:
“Cultura por tanto que podemos reivindicar como nuestra y criticar desde
perspectivas artísticas y no políticas”.
También
la autorizaba J. E. Aragonés, quien la describió como “Arrabalesca invención, con muerta, necrófilo, sexo y la niña de Primera Comunión, en una
mezcla deliberadamente extremada, pero sin excesos escatológicos de otras
piezas del autor”; así como Pedro Barceló, quien se limitó a calificarla de
“Obrilla entre la ordinariez y la blasfemia”. Finalmente, en febrero del 77, se
autorizaba sin cortes para mayores de 18 años
[31]
.
Presentada
también por Corral de Comedias, en las mismas fechas que las anteriores y con
intención de incluirla en el mismo espectáculo, Oración volvió a ser
leída por los censores por tercera vez en diciembre de 1976 y enero de 1977.
Esta vez la enjuiciaron cinco vocales, que coincidieron en autorizarla sin
cortes; dos de ellos, incluso, proponían autorizarla para mayores de 14 años en
lugar de 18. Su tratamiento de la religión no fue juzgado con excesiva
severidad. Así, Fernando Mier emitió el siguiente
comentario: “Este ensayo de pequeña farsa tomado a costa de algunos preceptos
evangélicos y datos bíblicos, carece de cualquier alcance serio”, mientras que
J. L. Guerra Sánchez señalaba que “No hay una intención destructiva”. J. E.
Aragonés, en cambio, encontraba que “Es evidente la falta de respeto hacia
cuestiones de fe”, aunque “sin llegar a la blasfemia”, y apostillaba: “Por la
bondad al aburrimiento”. José E. Guerra insistía en su particular
interpretación del teatro arrabaliano, encontrando
una vez más una expresión de los traumas del autor:
La intención de Arrabal de acabar y
delimitar los prejuicios de la sociedad, basados en las coordenadas culturales judeo cristianas (muchas veces sólo existentes en su cabeza)
le llevan en esta ocasión a realizar una obra que resulta más consciente y
ordenada que de costumbre. La obra es realmente un diálogo consigo mismo entre
su educación y la realidad objetiva intelectualmente conocida. La percepción de
esta realidad es en él idealista y abstracta. Arrabal siempre se enfrenta con
una realidad estática que es la que él percibe debido a sus peculiares traumas.
La diferencia de esta obra estriba en que él mismo es consciente de ello, por
lo que la titula Oración. Es decir
que mientras intenta acabar con los traumas de su educación religiosa, lo que
está haciendo realmente es rezar, y cumplir religiosamente con sus propios
traumas.
Finalmente,
Pedro Barceló la autorizaba por la dificultad que encontraba para entender el
texto: “Una fábula que no quiere decir nada y que, si lo quiere decir, está tan
oculto que no se nota [subrayado en
el original]”.