4. Lauro
Olmo
En
1976, Lauro Olmo reflexionaba, a partir de su experiencia personal, sobre la
dificultad de que habían tenido los escritores como él para llevar a cabo su
trabajo en el contexto de la España de Franco:
Francamente: todo aquel que esté
tratando de realizar un teatro que refleje la problemática de nuestro tiempo,
de nuestras calles, de nuestros lugares; todo aquel que conciba el teatro como
un revulsivo y como un espabilador de conciencias —y en sentido creador el
teatro no es otra cosa—, todo aquel, digo, que conciba el teatro como una
clarificación en pro de una convivencia más civil, no ha hacido en fechas
fáciles y debe disponerse a aguantar la embestida del arbitrismo, de la
mediocridad y del hambre
[1]
.
En
este período, escribe Spot de identidad (1975), y estrena La condecoración,
que por fin es autorizada, y la pieza José
García, representada por el TEU de Murcia en la Facultad de Filosofía y
Letras de dicha universidad en febrero del 75 y de la que no hay constancia de
su paso por la censura. Además, se reponen alguna de las piezas infantiles y Cronicón del Medievo, que a pesar de las
duras críticas que recibiera en 1974, al año siguiente abre el Festival de
Sitges, a cargo del grupo vasco Akelarre, ahora con el título El pechicidio.
4.1. Obras sometidas a
censura
En
estos años no se presentan textos nuevos a censura, únicamente se intenta que
se autoricen textos prohibidos y se vuelve a presentar con modificaciones algún
texto autorizado: Asamblea general (1975 y 1977); Spot de identidad (1975), presentada diez años atrás con el título Todos jugamos la final; El
cuarto poder (1976), que se presentaba por tercera vez; Plaza Menor y La condecoración (1976), ambas por segunda vez, así como el espectáculo
infantil titulado Los leones (1977),
compuesto por las obras ya autorizadas El
león engañado y El león enamorado.
En
enero de 1975 se presentaba a censura por cuarta vez Asamblea general, por la
compañía Sota de Bastos. Según se indica en el fichero del AGA (el expediente
está incompleto), la obra fue autorizada, y el libreto no presenta tachaduras.
Dos años después, se presentó una nueva versión con el final modificado, en la
que los censores encontraron claras connotaciones políticas: se dijo que se
trataba de una obra “muy poco infantil, aunque pretenda lo contrario”, con un
“contenido socio-político con la típica y tópica metáfora sobre la lucha de
clases en el reino animal” (José E. Guerra), y que en ella Olmo seguía “la
línea de inclusión de contenido de protesta social y política contra los abusos
del autoritarismo” habitual en sus textos infantiles (F. Mier). Según Mier, en
ella “se apela al sentimentalismo del niño para buscar su refrendo en la tesis
final de que a la larga, los oprimidos conseguirán derrocar al tirano”; este
censor mostraba su preocupación por “el impacto que pueda causar a los niños la
escena seca de la ejecución por garrotazo en patíbulo con fondo de
ametralladoras y bombas”, por lo que restringió su autorización para mayores de
14 años; dictamen con el que coincidió J. L. Guerra Sánchez, “por su continua
referencia crítica a la política que daña sobremanera toda figura de autoridad”
y “por su final un tanto ácrata”. Finalmente, se autorizó tras suprimir el
fragmento “Los peleles del tirano / ¡excrementos cortesanos! / seres empapados
/ por hipocresía y ambición”.
Spot
de identidad, texto “basado en la crisis de ciertos
convencionalismos sociales trivializados por la sociedad de consumo”, según el
autor
[2]
,
fue presentado por la compañía de Justo Alonso en noviembre de 1975 y se
autorizó al mes siguiente para mayores de 18 años, con cortes en dos de sus
páginas, que en ambos casos aludían al sexo
[3]
.
Los tres censores que lo enjuiciaron pusieron como principal objeción la “grosería”,
la “procacidad” y la acumulación de expresiones “soeces”, aunque también
repararon en su intención política. Así, A. de Zubiaurre señalaba que “peca de
grosero e insiste en la grosería”, aunque la autorizaba por su carácter
“experimental”. J. M. García-Cernuda, aunque admitía que muchos de sus diálogos
eran “de calidad”, matizaba: “con una leve intención política y, muchas veces,
con inadmisible grosería”; además, apuntó que habría que vigilar la escena del
desnudo, y cuidar que el “marica” que aparece en escena “no se propase en la
afectación”. Finalmente, A. Mampaso encontró en el texto un “indudable fondo
político destructivo”, aunque se mostraba dispuesto a autorizarlo si se
suprimían algunas expresiones soeces.
En
febrero de 1976, la empresa de Justo Alonso presentó por tercera vez a censura El
cuarto poder. Incluso en fecha tan tardía hubo cinco censores que
propusieron nuevamente su prohibición, aunque esta vez se autorizó para mayores
de 18 años, con un corte
[4]
,
tras pasar una vez más por el Pleno de la Junta de Censura.
El
informe del religioso Jesús Cea muestra bien los temores de la censura para
autorizar esta obra en el nuevo contexto sociopolítico:
Todos los reparos que, en su día, se
pusieron a la representación de esta obra: separación de los españoles a causa
de la Cruzada, corrupción del Gobierno, la policía y los militares (con
bendición de la Iglesia), falta de libertad de prensa y de expresión, ironía
acerca de la Paz (único término sin cortapisas en los medios de difusión),
desprecio de las condecoraciones militares, represión en los conflictos
laborales, injusticias sociales, etc., etc., todo ello cobra hoy día mayor
actualidad; por lo que estimo que no existen razones para cambiar el dictamen
prohibitivo.
Mampaso
se limitó a tildarla de “subversiva” para justificar su dictamen prohibitivo,
mientras que García-Cernuda se apoyaba en cuatro de las normas (14ª, 15ª, 16ª y
17ª); además, encontraba “ofensas veladas” al ejército, al clero y a la
magistratura, y “constantes e injustas ofensas al sistema franquista”. Otro
voto prohibitivo fue el de A. de Zubiaurre, quien estimó que “ésta, como tantas
otras obras, pide una decisión de alcance y nivel políticos por parte de la
Administración, de acuerdo con criterios y ‘coyunturas’ que no pueden
establecerse de modo permanente y de normativa fija”, aunque su opinión era
clara: “por mi parte, y a mi ‘leal saber y entender’, creo que las supresiones
no bastarían, aunque fueran numerosas, a paliar debidamente el propósito de la
pieza y su efecto previsible”.
A
diferencia de estos, quienes la autorizaban encontraron que en el nuevo
contexto la obra había perdido su vigencia. Así, F. Martínez Ruiz señalaba que
algunas de las piezas, como La noticia,
habían quedado “superadas”, aunque no por ello dejaba de aconsejar que se
tomaran “las cautelas necesarias”, pues se trataba de “teatro político”.
Igualmente, M. Díez Crespo escribía que “su sentido hoy no parece peligroso”;
además, admitía que la obra estaba “bien hecha”. J. E. Aragonés la definía como
una “Sátira de la justicia, la milicia y el clero, muy pasada de actualidad”, y
A. Albizu insistía en destacar su falta de vigencia en la nueva etapa
histórica: “Estimo que, dentro de las nuevas circunstancias políticas, la obra
pierde su mordiente, si es que no pierde su sentido, como le ha sucedido a El día que se descubrió el pastel”.
La
pieza de este conjunto que suscitó más reparos fue Conflicto a la hora de la siesta, en la que tanto Barceló como
Vázquez Dodero encontraron “inconvenientes graves”, pues, según ellos, iba
“contra las fuerzas armadas”. Este último, además, escribió: “Este Cuarto poder, pleno de simbolismos, está
escrito con no demasiada buena intención por Don Lauro”. No obstante, la
autorizaron, al igual que Luis Tejedor, quien la calificó de “Difícil y
espinosa comedia”.
En
los meses de febrero y marzo de 1976, La condecoración volvió a ser leída
por el Pleno de la Junta de Censura, también a petición de la compañía de Justo
Alonso, y una vez más se prohibió. En la
primera lectura, realizada en febrero del 76, tanto J. E. Aragonés como P.
Barceló la autorizaron con diferentes argumentos. El primero de ellos, porque
opinaba que se estaban consintiendo acciones mucho más graves que lo que
pudiera suponer esta obra de teatro: “Si se permiten actos públicos a la
oposición, y son noticia en prensa, radio y TV, no hallo razonable prohibir
obras como La condecoración”.
Barceló, en cambio, opinaba que el conflicto estaba planteado “con cierta
objetividad”, por lo que no sería justo prohibirla:
Obra ya antigua en el escalafón de
esta Junta. El enfrentamiento entre los vencedores de la guerra civil y los
jóvenes de hoy está planteado con cierta objetividad. El mayor problema lo veo
en posibles reacciones del público, pero no creo que ello deba pagarlo la obra.
Mi mayor duda está en el himno patriótico que se oye en las páginas 13 (I) y 32
(II), himno indudablemente falangista y que, sobre todo en el final, puede
resultar auténticamente peligroso. Lo remitiría al visado.
No
obstante, el tercer censor, J. L. Vázquez Dodero, la prohibía de forma tajante
e incluso justificaba una acción violenta en el local de representación en caso
de que se autorizara:
Esta obra de Lauro Olmos [sic],
bastante sofística [sic] en algunos de sus razonamientos, es una clara diatriba
contra quienes ganamos la guerra, los cuales, según él, viven en el pasado sin
permitir que nadie piense o actúe de manera distinta a su actuación y
pensamientos. Al mismo tiempo, es un canto a los jóvenes inconformistas que se
vuelven contra sus padres y contra el orden instituido.
Si esta obra se autoriza y llega a
conocimiento de algunas organizaciones de ex combatientes, no me extrañaría que
alguien fuera al teatro y lo arrasara; el Sr. Olmo no se merecería otra cosa,
por parcial y malintencionado.
A la
vista de estos informes, se reunió de nuevo el Pleno para enjuiciarla, en el
cual hubo una amplia mayoría de votos prohibitivos (nueve en total). Quienes
dictaminaron en este sentido coincidieron con Vázquez Dodero en que la obra
atacaba a los vencedores de la guerra civil y al régimen surgido de ella. Así,
Jesús Cea escribía: “me parece que se tratan con poco respeto, tanto los
ideales que llevaron a tantos españoles a la Cruzada como los símbolos
militares y guerreros”, así como: “Abundan también alusiones a la inutilidad de
nuestra guerra civil y a la falsedad de principios de los que lucharon en el
bando nacional”. A. Mampaso veía en ella una pieza de “teatro político
anti-Régimen”, en la que se presentaba a los vencedores de la guerra como personajes
que “o se han corrompido o son unos fracasados que no quieren convencerse de su
fracaso y se imponen a las nuevas generaciones revolucionarias”. Además,
llamaba la atención sobre la indefinición de los uniformes e himnos que
aparecían en escena. E igualmente, A. de Zubiaurre se refería a ella como “Obra
realmente delicada”, también por motivos políticos:
Su actitud en orden a la política
española actual se resume, a mi juicio, en estas poco deseables posiciones:
liquidación, ruptura, exaltación del inconformismo y, sin duda, un latente
revanchismo y una crítica injusta de las fuerzas supuestamente “vencedoras”.
Moreno
Reina emitía un informe en el que se refería a la guerra civil como “nuestra
guerra de liberación”, y señalaba que aún no había llegado el momento de
abordar públicamente ciertas cuestiones:
Tratar en una comedia el tema
conflictivo de dos generaciones que pueda referirse a nuestra guerra de
Liberación, que es lo que aparece en el contexto de la comedia que leemos, no
me parece oportuno ni prudente tratarlo en la hora presente de la forma en que
nos la presenta el autor, ridiculizando e ironizando la condecoración concedida
a uno del bando vencedor, e incluso al uniforme que llevó y el enfrentamiento
del hijo contra el padre, que estamos viviendo nosotros mismos.
Es posible que en el discurrir del
tiempo se pueda abordar esta cuestión tan apasionante pero en el momento actual
opino que no.
Así
mismo, Luis Tejedor entendía que el contexto del país no era el adecuado para
autorizarla: “Lamentándolo mucho, creo que estamos en el momento más inoportuno
para autorizar esta obra”, y Jesús Vasallo mantenía la prohibición “Por su
carácter atentatorio contra principios y
símbolos que merecen el respeto y por su demoledora carga contra las instituciones”.
Al igual que algunos de los citados, J. M. García-Cernuda sentía como propios
los ataques a la vieja retaguardia franquista:
Es respetable, y recomendable,
plantear la lucha generacional, hacer ver la generosidad de parte de la postura
de algunos componentes de la juventud actual.
Pero hacerlo presentando a la
generación que construyó la España actual como despótica, arrogante, injusta y
estúpida; y a los jóvenes componentes de grupos subversivos (y huyo
conscientemente del calificativo de marxistas) como héroes iluminados y llenos
de amor a la patria, a la justicia y a la paz, es pura incitación a deshacer
esa patria, esa justicia y esa paz.
Díez
Crespo, que en un primer momento había optado por autorizarla, después tachó
este dictamen y en su lugar escribió la consabida “P”, sumándose al dictamen de
la mayoría de sus compañeros. Para este censor, se trataba de “Una burla de
ciertos privilegios sociales y políticos, expuestos dramáticamente, no con gran
calidad”, y a continuación escribía: “Creo muy peligrosa su representación”.
Algo
más tolerante se mostraba Florencio Martínez Ruiz, quien encontraba el tema lo
suficientemente generalizado como para autorizarla, aunque advertía: “¡Cuidado
con los himnos que se ofrecen como música a sonar!”. Aún más permisivo era el
juicio de Antonio Albizu, quien extendía la autorización para mayores de 14
años, apelando al momento aperturista que vivía el país; a diferencia de los
anteriores, este censor entendía que sólo un sector muy concreto del franquismo
podía sentirse aludido mediante la figura del protagonista:
En estos momentos de aire
aperturístico, estimo que esta obra puede estimarse como un drama, basado en el
conflicto generacional, de padres e hijos. El planteamiento entre padre, que
ganó la guerra, y los hijos que han nacido después, estimo que no se generaliza
con criterio de ofensa al Régimen nacido del Alzamiento. Es un padre, un poco
egoísta, e inflexible que quiere mantener posiciones sin tener en cuenta el
tiempo y aunque signifique conflicto militar. Estimo que no es representativo
del ala vencedora, por cuanto, hoy en día, están por el aperturismo hombres que
hicieron la guerra y el Gobierno oficialmente se ha proclamado por él.
Finalmente,
la obra fue prohibida. Unos meses más tarde, en diciembre del mismo año, se
revisó este dictamen a petición del Director General. En esta ocasión, volvió a
ser enjuiciada por tres de los censores que intentaron autorizarla la vez
anterior, a los que se sumaron otros dos vocales de los que entraron en la
última etapa. Todos ellos conocían sobradamente la obra: F. Mier se refirió a
ella como “la traída y llevada obra de Lauro Olmo”, e igualmente, J. E.
Aragonés, en el apartado referido al argumento, escribió: “Archiconocido”. En
cuanto al dictamen, Mier la encontraba autorizable en la nueva situación
política: “no le veo dificultades
graves a su estreno con la limitación de 18 años, del mismo modo que entiendo
claramente la prohibición hasta los años
70”
. Para este
censor, su crítica era “fuerte y diáfana”, e incluso resultaba “distorsionada”
con el trágico final, “que es excesivo”. P. Barceló encontraba que “Desde el
punto de vista ideológico, es correcta en su planteamiento y, en lo que cabe,
objetiva”, aunque temía la reacción que pudiera causar en el público: “Habrá
que estar a lo que pueda ocurrir extrateatralmente”. J. E. Aragonés coincidía
en autorizarla, entre otros motivos, porque la consideraba pasada:
La política va tan deprisa en España
que, si no andamos listos, la situación real nos dejará en fuera de juego. Con
algunas —pocas— supresiones, autorizaba ya esta obra años atrás. Ahora lo hago
sin cortes y a reserva de visado meramente cautelar (uniformes, himnos, etc.),
más pensando en la reacción presunta de un sector del público que en otra cosa.
La verdad es que la pieza se le ha quedado antigüita... y la culpa es, si no
nuestra, sí de los condicionamientos pasados.
José
E. Guerra compartía esta opinión, pues la encontraba igualmente “superada”:
encontraba “montones de antecedentes” sobre el tema en el cine español, como ¡Jo, papá!, de Armiñán, y algunos
títulos de Saura, y concluía: “En definitiva: historia completamente superada y
que aún puede hacer mucho bien a mucha gente”. El informe más sorprendente es
sin duda el de A. Albizu, quien señalaba que la autorización de esta obra podía
ser incluso oportunamente beneficiosa para la imagen del gobierno: “La obra resulta, en estos momentos
sociológicos de España, una obra antibunker y en nada perjudicial al Gobierno.
Por el contrario, estimo que le resulta favorable a su política de cambio”.
Finalmente, se autorizó en diciembre de 1976 para mayores de 18 años, sin
cortes y con visado del ensayo general. Aún en marzo de 1977 se presentaron
tres canciones añadidas (o”hijuelas”) que fueron prohibidas, junto con las
acotaciones referidas a los uniformes de Falange y a los himnos
[5]
.
Cuando
finalmente se estrenó en el Teatro Infanta Isabel de Madrid (1977), Lorenzo
López Sancho aludía en su crítica de ABC a la circunstancia de su larga prohibición:
Según parece, La condecoración fue escrita y prohibida por la censura en 1963. La
probidad y el coraje moral del autor, Lauro Olmo, para alzar entonces su
protesta, asumir su responsabilidad y soportar la previsible compresa de
silencio, constituye el primer valor, el valor ejemplar de esta obra
[6]
.
El
crítico se planteaba su vigencia en los nuevos tiempos, teniendo en cuenta
tanto su temática como algunos recursos expresivos que respondían, en su
opinión, al hecho de haber sido escrita bajo la presión de la censura, y
comentaba:
Catorce años más tarde sube al
escenario, cuando la situación dramática ya es otra en la sociedad que vivimos
y eso quita fuerza explosiva al drama. [...] Le deja, sin embargo, en todo su
vigor, la severa, descarnada exposición de su sustancia dramática, que más que
sustancia política es sustancia moral. [...] Si no fuera por [algunas]
alusiones marginales localizadoras —canciones de guerra, fragmentos de
proclamas, etc.—, La condecoración constituiría un alegato genérico contra la violencia política, contra todo
sistema totalitario [...]. No estamos ante una ambigüedad querida, sino
originada por las precauciones del autor en el momento de escribir la pieza. Lo
que quizá pierde en violencia particularizada, lo gana en carácter genérico. La condecoración asciende a drama de
todas las formas de violencia opresiva y es su denuncia y su protesta
[7]
.
En
julio de 1976, nueve años después de haber sido presentada por vez primera, Plaza
Menor volvía a ser sometida al juicio de la Junta. Aunque, a diferencia
de lo ocurrido unos meses atrás con El
cuarto poder y La condecoración,
en este caso sólo hubo un voto prohibitivo, varios censores seguían opinando
que se trataba de una obra tendenciosa. Todos ellos destacaron la necesidad de
vigilar el ensayo general, y algunos insistieron en que habría que tener
especial cuidado con el Himno de Riego y las rejas simbólicas de la
escenografía. Así, J. M. García-Cernuda encontraba en ella un “indudable
simbolismo contra la época de Franco”; J. E. Aragonés, “un visible tufillo republicano”,
y J. L. Vázquez Dodero, que impuso el visado con carácter vinculante, escribía:
“la obra se me antoja, en su conjunto, de manifiesta mala intención”. Para este
último, el miedo de los personajes a hablar y la invitación a gritar en público
podían ser subversivos:
¿Y contra quién hay que gritar estas
palabras? No puede ser más que contra el orden constituido, contra la sociedad
en que nos ha tocado vivir, etc. Deducción: ¿se incita a la rebelión y a la
revuelta? Éste es, a mi juicio, el verdadero intríngulis de la cuestión.
La
“tesis política” de la obra, según Mampaso, consistía en que “España, pobre y
siempre oprimida por las clases dominantes, es como una Plazuela de Barrio, y
los españoles están condenados a vivir entre las rejas, no sólo policiales,
sino morales, políticas, culturales”; en su opinión, esta tesis no se
correspondía con la realidad, lo que relativizaba su posible impacto social:
“La España que ve el autor está muy lejos de ser cierta.— Pero halla (sic) él
si sólo la ve así”. Pedro Barceló coincidía con esta interpretación política de
la obra (“Las clases bajas tienen inexorablemente para el autor una vida sin
sonrisa, sólo pesadumbre. Y, de cuando en cuando, tortura, una tortura
milenaria, perpetua, históricamente ininterrumpida”), aunque, a diferencia de
los anteriores, no la encontró claramente localizada en España:
Si este planteamiento se mantiene en
sus niveles de crítica general, si no se arriman ascuas a sardinas determinadas
—lo cual puede comprobarse en el ensayo, con vinculación, la obra entiendo que
puede ser APROBADA.
Al
igual que ocurriera unos meses atrás con La
condecoración, también ahora hubo censores que encontraron que las
circunstancias políticas por las que se
prohibió en su día habían sido superadas; entre ellos, A. Albizu, quien
escribió: “En las nuevas circunstancias políticas, estimo que no ofrecen
gravedad algunas alusiones”, así como el padre J. Cea: “Ciertamente muchos de
los dichos y hechos tienen vigencia en el momento actual, pero creo que muchos reparos
han sido superados por el paso del tiempo”.
El
único censor que votó por prohibirla, J. Moreno Reina, señaló que se trataba de
“un espectáculo sórdido”, en el cual “los personajes son todos como alucinados,
borrachos, tanto ellas como ellos, viejos y jóvenes”, y cuyo argumento
resultaba “complejo y difícil de entender”. En su opinión, la obra requería
numerosos cortes en caso de ser autorizada, por lo que la tildó de
“irrepresentable”.
En
cuanto a su calidad artística, varios censores señalaron su proximidad al
lenguaje valleinclanesco. Así, se dijo que “la crítica política y social de
Lauro Olmo en esta tragicomedia hay que situarla en un plano general y
‘valleinclanesco’” (F. Martínez Ruiz); y se la definió como “comedia
esperpéntica” (L. Tejedor). También se destacó su carácter sainetesco y popular
al definirloa como “sainete costumbrista y barriobajero, con el léxico
descarado propio de sus personajes” (J. E. Aragonés), “sainete político” (A.
Mampaso), o “teatro crítico-popular” (P. Barceló). Díez Crespo fue quien mostró
mayor aprecio hacia esta obra: “Me parece una obra dramática de cierto interés.
Se salva porque está bien escrita”. Finalmente, se autorizó sin cortes para
mayores de 18 años, con visado de carácter vinculante y con la condición de que
en una de las escenas del Acto II se prescindiera de la corona de espinas sobre
la frente de la Maja.
En
septiembre de 1977 se presentan de nuevo los textos infantiles El león engañado y El león enamorado, ahora con el título común Los leones, con el que se
proyectaba ponerla en escena. Aunque ambos estaban ya autorizados, esta vez se
abrió un nuevo expediente. Desconocemos el dictamen, puesto que únicamente se
conserva un ejemplar del texto, sin tachaduras; aunque, al tratarse de dos
obras ya autorizadas, es previsible que se mantuviera la autorización en
términos similares.