Berta Muñoz Cáliz
El teatro crítico español...
     

Capítulo quinto

LA DESAPARICIÓN DE LA CENSURA

II. Los autores frente a la censura (1975-1978)

13. Domingo Miras

13.1. Obras sometidas a censura

Lejos de abandonar su línea de teatro histórico, durante la democracia sigue cultivando este teatro, lo que evidencia, también en su caso, que su interés por el pasado histórico no era un mero recurso para evitar la censura. Aún en 1992, el autor denunciaba la dificultad de llevar temas políticos al escenario incluso después de la dictadura; así, este autor escribía, a propósito de Alfonso Sastre:

Este “convencimiento” de que “en España se puede hacer un teatro de contenido político y social avanzadísimo” lo tenía el buen Alfonso en 1950. Toma ya. Esperemos que al fin haya asumido que un teatro de ese tipo no sólo era imposible hacerlo entonces, sino que tampoco se puede hacer ahora [1] .

En estos años se presentan a censura dos de sus textos originales, una adaptación de entremeses de Cervantes y Quiñones de Benavente, y una adaptación de Ayax, de Sófocles (1977). Todos ellos fueron autorizados.

Acerca de De San Pascual a San Gil únicamente sabemos, por la información que nos proporciona el fichero del A.G.A., que fue autorizada para el Festival de Sitges del año 75. Por su número de expediente, fue presentada en julio de ese año, por lo que el proceso debió ser breve. En este caso ni siquiera se conserva el libreto. En 1978 se volvió a presentar con el título De San Pascual a San Gil a Corte Miragreira, y fue calificada para mayores de 14 años en mayo de ese año.

Este texto, premiado con el Lope de Vega (1975), tardó cinco años en subir al escenario del Teatro Español de Madrid, a pesar de que las bases del premio obligaban a su estreno en este local. A propósito del retraso, el autor cuestionaba que la censura hubiera desaparecido realmente, a pesar de lo que había publicado el BOE tan sólo unos meses antes de sus declaraciones:

La caída de la censura teatral ya se ha producido o, al menos, eso ha dicho el Boletín. Se dice que llevaba un tiempo prácticamente muerta. Mi lamentable experiencia personal me hace dudar de tanta hermosura. Un texto mío ganó el Lope de Vega en 1975 y, como en la convocatoria se preveía su estreno en un teatro nacional, creí que todo estaba resuelto. El tiempo pasaba y pasaba, y los señores del Ministerio (mis presuntos empresarios) nada me decían. Acabé por dirigirme a ellos, pidiendo audiencia y todas esas cosas. Hablé con el señor Mayans, y me dijo que no. Pasó más tiempo. Hablé con el señor Pérez Sierra, y también me dijo que no. A lo mejor es verdad que no hay censura, pero lo cierto es que yo estoy jodido... Hace ya tiempo, y hablando sobre este texto, me decía Gerardo Malla que tal vez lo habían premiado con objeto de bloquearlo y evitar que jamás lo estrenase nadie: muy alambicado me pareció a mí aquello, pero ahora lo recuerdo, y me temo que Gerardo tenía más razón que un santo. En fin, la pregunta dice que por qué, desaparecidos los impedimentos censores, siguen sin estrenarse nuestros textos, y tengo que responder que no lo sé y que, además, está empezando a dejar de importarme, dadas las fuertes tentaciones que siento de mandar el teatro a hacer puñetas y quedarme tranquilo de una vez [2] .

Se dijo incluso que la causa del retraso podía ser “el supuesto contenido antimonárquico de la obra”, tal como denunció Moisés Pérez Coterillo [3] . La obra se mostró en condiciones inapropiadas para un teatro nacional, y tanto la crítica como el público (duró cinco semanas en cartel) le dispensaron una fría acogida. En El País, Eduardo Haro hacía el siguiente comentario acerca de la puesta en escena:

Oscila entre el naif y la función de aficionados. […] La mayor parte de los actores tiene que hacer tres, cuatro papeles; el reparto es extenso y la compañía de El Búho, aun no siendo escasa, no puede alcanzar a todo. Este recurso siempre produce una sensación de falta de relieve en la interpretación, una tendencia al esquematismo, que […] hace perder alguna densidad teatral al espectáculo. […]

Parte de la responsabilidad de todo esto está en unas supuestas autoridades teatrales que impidieron el estreno de la obra en su momento y en condiciones óptimas, y terminan ahora liquidándola de un bajonazo [4] .

Además, tal como señala Virtudes Serrano, la crítica le reprochó su falta de vigencia y de actualidad cuando finalmente se puso en escena [5] , opinión de la que esta autora disiente: “Frente a lo que opinó Eduardo Haro, la obra no estaba pasada para el público de 1980, porque el blanco de los abusos no había desaparecido entonces y la historia demuestra que el poder, en cualquier época, crea sus víctimas” [6] . El poder, en este caso, aparece personificado en la reina Isabel II, si bien, tal como señala Virtudes Serrano, “De San Pascual a San Gil es algo más que un ataque a la política de Isabel II”, y explica: “El argumento es sólo un sutil pretexto para la reflexión sobre el poder” [7] .

Por orden del señor alcalde se autorizó en julio de 1975, unos días después de haber sido presentada. Se trata de una adaptación realizada sobre textos del Siglo de Oro, originales de Cervantes, Quiñones de Benavente y un autor anónimo, para un espectáculo del T.E.U. de Murcia, que la estrenó en el verano de ese año. Únicamente se conserva el libreto de esta obra, que tiene cuatro fragmentos tachados, todos ellos correspondientes a expresiones malsonantes [8] .

La siguiente obra en presentarse a censura sería La venta del ahorcado, que fue autorizada para mayores de 18 años, sin cortes, previo visado del ensayo general, en diciembre de 1976. El TEU de Murcia la había presentado un mes antes, con intención de representarla en el Teatro Romea de esa ciudad. Fue leída por tres censores, que coincidieron en su dictamen. Barceló la describió como “una obra desesperada, descarnada. Sin tapujos ni metáforas”, y señaló que su principal problema estribaba en el montaje, debido, por una parte, a los desnudos y escenas eróticas, y por otra, a los tormentos. Así mismo, Mier señaló que haría falta vigilar el ensayo general “para las violaciones”, e igualmente, José E. Guerra calificó de “excesivas” las escenas de sadismo, “a no ser que se ejecuten de forma más tranquila que lo que el texto propone”. Este censor señaló que le molestaba la alusión al rey Alfonso X “ejecutando las más monstruosas torturas con el mayor cinismo y sadismo”, alusión que consideraba “fuera de lugar”, tanto por su “infidelidad histórica” como por su “gratuidad”. Para evitar posibles identificaciones, indicó que la obra debería quedar localizada en la Edad Media, suprimiendo cualquier referencia a la época actual.

Su valoración artística fue muy favorable: Mier la definió como una obra “realmente genial, plena de movimiento y fuerza, en una mezcla de esperpento y del estilo ‘desmadrado’ a lo Francisco Nieva”; además, señaló que, aunque su lenguaje en ocasiones era “muy fuerte”, este resultaba “imprescindible”. Este censor concluía su informe con el siguiente juicio: “En suma, algo excelente que no tiene una crítica sino muy implícita a los estamentos sociales como culpables de la situación de la prostituta”. Conviene recordar que por entonces ya se habían estrenado algunos de los esperpentos de Valle-Inclán, e incluso el Teatro furioso de Francisco Nieva, al que el censor hace referencia.

Esta obra fue estrenada por el TEU de Murcia, primero en Elda (Alicante), y más tarde en la Sala Cadarso de Madrid, donde permaneció tan solo una semana en cartel. José Monleón la presentaba como ejemplo de teatro comprometido sin los maniqueísmos en que este había caído en años anteriores: “La perspectiva ideológica es inequívoca, pero uno siente que el autor no ha renunciado jamás a su imaginación ni ha querido privarnos a nosotros, espectadores, del ejercicio intelectual de la libertad” [9] .

Finalmente, la versión de Ayax, de Sófocles, se autorizó en abril de 1977. En su expediente únicamente se conserva el libreto, en el cual está subrayada la frase “¿... y no la encontró tu padre tendida boca arriba con un hombre encima por lo que la arrojó al mar a servir de comida a los peces?” (pág. 37). Por su número de expediente, podemos deducir que el proceso de autorización fue bastante breve. Tan solo un mes más tarde, en mayo del 77, la obra se estrenaba en el Teatro Real de Madrid.

 

 



[1] D. Miras, 1992, págs. 30-31.

[2] “Encuesta a los que no estrenan (y 2)”, Pipirijaina, 7 (jun. 1978), pág. 61.

[3] M. Pérez Coterillo, 1980, págs. 35-39.

[4] Citado por M. Pérez, 1998, págs. 268-269.

[5] Vid. Eduardo Haro Tecglen, “Una víctima”, El País, 5-VI-1980.

[6] Serrano, 1991, pág. 119.

[7] Serrano, 1991, pág. 119. En opinión de esta autora, la obra de Miras contendría una crítica radical al poder: “El poder, representado aquí en el tiránico tradicionalismo que encarnan Claret, sor Patrocinio y la Reina, destruye a unos pobres seres (pueblo de la barricada), prescinde sin reparo de aquellos de los que se ha servido (O’Donnell) y tiene como eficaces colaboradores al miedo y a la muerte. Cualquier ideología, al servicio del poder, abusará de aquellos a los que dice defender y aniquilará a los que se le opongan”. (Ibíd., pág. 118).

[8] Los fragmentos tachados fueron: “¡Pues dilo, Maricón!” (pág. 1), “nuestro gran maricón” (pág. 25), “que se caguen los cabrones” (pág. 34), e “¡hideputas, maricones!” (pág. 44).

[9] Crítica publicada en Triunfo. Citado por M. Pérez, 1998, pág. 264.