12. Jesús Campos García
Al
igual que sucedía con otros autores a los que aludimos en páginas anteriores,
también en su caso su obra recibe durante la Transición elogios por parte de
quienes antes le censuraban; así, cuando se estrenó 7.000 gallinas y un camello en el Teatro María Guerrero (1976),
Manuel Díez Crespo se refirió en términos elogiosos tanto al espectáculo como
al autor:
Queda, pues, un espectáculo dramático
interesante, juvenil y divertido, ya que los aditamentos surrealistas nos
atraen, nos sacan de la monotonía de la mayor parte de los espectáculos al uso.
Siete
mil gallinas y un camello es un espectáculo audaz, que obtuvo un buen éxito. Jesús Campos, el autor, es un
joven que busca la sorpresa y el desconcierto con esa mezcla de realismo y
superrealismo
[1]
.
Así
mismo, cuando se estrenó Es mentira (1980) —obra que, como vimos, aunque escrita en 1975, no llegó a someterse a
censura y de la que, dada la forma en que se resuelve la obra (con un
fusilamiento), previsiblemente, hubiera sido prohibida—, Juan Emilio Aragonés,
en su crítica, afirmaba haber seguido con interés la carrera del dramaturgo:
He seguido con creciente interés la
ejecutoria dramática de Jesús Campos García desde sus comienzos; en
consecuencia, juzgo lógica su multiplicidad de tareas en la circunstancia
presente, en la que es, además de autor, director escénico y escenógrafo. El
efecto de tal acumulación de responsabilidades se advierte en la cabal coherencia
del hecho escénico resultante
[2]
.
El
censor no ahorraba elogios hacia el autor y hacia la obra, estrenada en el
Teatro Lavapiés: “Semejante estreno en tal escenario
ha supuesto un radical giro hacia mejor criterio selectivo... Ojalá que
encuentre la acogida de espectadores en tan populoso barrio madrileño, a la que
es acreedora, por sus valores escénicos, dicha pieza”
[3]
.
Este censor no estaba solo en su valoración de la pieza; un crítico de
ideología bien distinta, Eduardo Haro Tecglen —cuya
crítica se titulaba, significativamente, “O es verdad”—, afirmaba su vigencia
en el nuevo contexto y le concedía un significado más universal que el de las
alegorías políticas a las que había descalificado años atrás en la polémica con
Miralles, al definirla como “un homenaje al prisionero, al torturado y al
ajusticiado; al mártir. Con un cierto regreso a un cristianismo primitivo”
[4]
.
También obtuvo una grata acogida en la revista teatral del período, Pipirijaina,
donde Luis Eduardo Siles escribía: “El espectáculo de
Jesús Campos y el Taller de Teatro, imaginativo, diferente, angustioso pero
gratificante, rompe los domesticados moldes de conformismo y mediocridad en los
que ha caído la cartelera madrileña durante la presente temporada”
[5]
.
Sin embargo,
hubo también quien señaló que el texto, creado en un contexto dictatorial y
bajo el condicionante de la censura, había perdido su vigencia:
¿Ha influido en ella el tiempo
transcurrido, como sucedió a no pocas obras abortadas por la censura o las condiciones
que la rodeaban? Sí y no. [...] La visión fratricida, la ausencia de libertad y
el inmisericorde trato al vencido aparecen visiblemente, pero la anclan en un
contexto determinado [...]. Trasladada a otro simbolismo más amplio la fuerza
de la obra que en 1974 hubiese provocado explosiones entusiastas, se diluye si
la referimos idealmente a Camboia o Afganistán
[6]
.
Unos
meses antes de su estreno, tuvo lugar una lectura escenificada de esta obra,
dentro el programa “Análisis del Teatro Español Actual”, organizado por José Monleón en el Teatro María Guerrero (1980) y encaminado a
la recuperación del “teatro subterráneo” operada en la Transición.
12.1. Obras sometidas a
censura
En
estos años se presentan a censura dos textos del autor: 7.000 gallinas y un camello y Sábado,
sábado, sábado, sábado, sábado, sábado, sábado, eternamente sábado para cazar.
Aunque ambos fueron autorizados, desconocemos las condiciones, ya que faltan
documentos en sus respectivos expedientes.
7.000
gallinas y un camello, presentada a censura en enero de 1975,
se autorizó para representaciones comerciales en febrero de ese año. En el
expediente de esta obra únicamente se conserva el libreto, que tiene fragmentos
subrayados en seis de sus páginas, algunos de los cuales tuvieron que ser
modificados por el autor. Puesto que el estreno se retrasó algo más de un año
debido al incendio del Teatro Español —la negligencia del Ayuntamiento, tan
celoso del correcto acondicionamiento de las salas a la hora de permitir
ciertas representaciones, no había tenido en cuenta una avería en el telón
metálico—, en 1976 volvió a presentarse un ejemplar de la obra a censura, en el
que se indica que fue autorizada para mayores de 14 años en febrero de 1976.
Entre los fragmentos subrayados se encuentra una conversación entre Juan y
Marta en la que aquel dice que no puede ponerles a las gallinas el Concierto de Aranjuez “porque Joaquín Rodrigo no lo autoriza” (pág. 20) y la canción final, que hacía referencia a la
inminente y simbólica llegada de la Primavera (pág. 53).
Durante
el largo proceso desde que fue premiada hasta que se produjo el estreno se
sucedieron dos directores generales: Mario Antolín,
durante cuyo mandato el autor se encontró con serias dificultades para llevar
adelante el estreno, y Francisco José Mayans, que se
mostró más tolerante que el anterior, según el testimonio del propio autor
[7]
.
Cuando
se estrenó, el censor Juan Emilio Aragonés cuestionó su actualidad desde las
páginas de Ya; según él, en los dos
años transcurridos desde la obtención del Premio Lope de Vega, “el cambio en lo
sociopolítico hispano ha sido tan radical […] como para que una trama
argumental que entonces pudo parecer abiertamente crítica resulte ahora leve,
vulgar y hasta regresiva”, aunque valoraba la calidad formal del espectáculo:
“afortunadamente para Campos García, él sabe muy bien que en el teatro no sólo
cuenta el texto”
[8]
.
Manuel Díez Crespo, en cambio, realizó una crítica elogiosa, como ya vimos; a
falta de informes sobre esta obra, transcribimos un fragmento de la misma:
En realidad, esta pieza viene a ser
como un sainete con una temática de amores, adulterios, celos, y dos posiciones
ante el mundo y la vida antagónicas. La mujer, ante la realidad del mundo
circundante, se muestra conforme y a esa realidad se somete. Y el marido, una
especie de soñador que quiere vivir fuera de esa realidad buscando caminos más
allá de lo que le rodea.
El tratamiento, desde el punto de
vista dialéctico, es completamente normal. Puede decirse que está dentro del
más clásico realismo. En cambio, y esto es lo sorprendente, el marco, el
tratamiento plástico, va por caminos radicalmente distintos. Tan distintos que
la puesta en escena raya en el surrealismo. Y esto es lo que da a la pieza un
interés y una originalidad, y hasta nos lleva a un grato divertimiento. Así, el
espectador va de sorpresa en sorpresa a través de las audacias escénicas del
autor
[9]
.
El
expediente de Sábado, sábado, sábado, sábado, sábado, sábado, sábado, eternamente
sábado para cazar únicamente contiene el libreto, en el que no hay
tachaduras. Según se indica en la ficha del autor, fue autorizada en julio de
1975, lo que hace pensar que se presentara con motivo del Festival de Sitges. A
pesar de haber sido autorizada, no llegó a estrenarse, y aún hoy continúa
inédita y sin estrenar.