12. Jesús Campos García
                                                      
                                              
                                              Jesús
                                                Campos escribe catorce piezas teatrales entre 1970 y 1977, de las cuales nueve
                                                son premiadas y diez son presentadas a censura por distintas compañías o por el
                                                Festival de Sitges; sin embargo, sólo dos de ellas (Nacimiento, pasión y muerte de... por ejemplo: tú y 7.000 gallinas y un camello) consiguen
                                                subir al escenario en estos años, lo que evidencia la contradictoria situación
                                                que viven los autores en este período. Sabas Martín,
                                                en un artículo en el que afirmaba que el autor “es, sin duda, una de las más
                                                poderosas vocaciones de nuestro teatro contemporáneo”
                                                  
                                                  [1]
                                                  
                                                  ,
                                                hacía referencia al carácter de “Río Guadiana” de los
                                                autores españoles en cuanto a su presencia en los escenarios:
                                                
                                              
                                              Tanto Jesús Campos como Miguel Romero Esteo han sido publicados y traducidos, pero también han
                                                sido escasa y esporádicamente representados —y no siempre en las mejores
                                                condiciones—, pese a que se les reconoce como parte de lo más interesante del
                                                panorama del teatro español contemporáneo
                                                  
                                                  [2]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              Igualmente,
                                                Luis Eduardo Siles, en fechas del estreno de Es mentira (1980), señalaba que hasta
                                                ese momento el autor había acumulado “premios y silencios”
                                                  
                                                  [3]
                                                  
                                                  .
                                                Estos silencios se deben en parte a la censura, pero también a otros factores.
                                                En cuanto a la primera, el autor comentaba con ironía las tachaduras sobre sus
                                                obras:
                                                
                                              
                                              Que es una censura como debe ser, de
                                                las que censuran, nada de censuras como las de por ahí que lo autorizan todo.
                                                En mi corta experiencia, puedo dar testimonio de su eficacia, me tachan las
                                                ideas equivocadas, me prohíben los tacos, vamos, con decir que me devuelven los
                                                textos con las faltas de ortografía corregidas, qué más se puede pedir. No creo
                                                que exista en todo el Mercado Común y su área de influencia censura que prohíba
                                                tanto como la nuestra, es por esto por lo que podemos afirmar con sano orgullo
                                                que nuestra censura es la mejor de Europa
                                                  
                                                  [4]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              Sin
                                                embargo, Campos no cree que la censura sea el único problema con el que se
                                                enfrentan los autores, sino uno más de los impedimentos que encuentra el
                                                creador para comunicarse con su público. A la pregunta de cuáles son, en su
                                                opinión, las causas de que no estrenen los autores de su generación, se limita
                                                a contestar con ironía: “La tira”
                                                  
                                                  [5]
                                                  
                                                  ,
                                                dando idea así de la magnitud del problema. De hecho, una vez desaparecida la
                                                censura, en diversas ocasiones ha manifestado su idea de que el poder político
                                                ejerce una manipulación sobre la cultura en cualquier contexto y en cualquier
                                                régimen político; así, mientras en los regímenes dictatoriales existe la
                                                censura, en las democracias esta manipulación se lleva a cabo mediante la
                                                confusión:
                                                
                                              
                                              Lo que ocurre es que mientras en una
                                                dictadura la manipulación es torpe, como corresponde a su falta de imaginación,
                                                y se resuelve con la prohibición a secas, en la democracia el entorpecimiento
                                                cultural se lleva a cabo por técnicas de confusión más sutiles y complejas, y
                                                eso impide una oposición frontal y unitaria
                                                  
                                                  [6]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              Al
                                                ser preguntado por las causas de la censura en el año 74, el autor señalaba que
                                                se trataba de una pugna entre una clase social que trata de expresar su visión
                                                de la realidad y otra que trata de impedirla para imponer la suya como única,
                                                es decir, enfocaba el tema desde una óptica marxista, al igual que otros
                                                autores que venimos viendo:
                                                
                                              
                                              En España (¿en Occidente?) el teatro
                                                está reducido al consumo de las clases dominantes, aristocracia económica que
                                                extiende o delega su poder a los distintos niveles de la burguesía. Dentro de
                                                estos grupos sociales se producen unos lenguajes de confirmación de sus
                                                ideologías o de evasión ante los abismos de su realidad; visto así, la censura
                                                es un elemento innecesario, pues cualquier fenómeno teatral que funcionara
                                                contra las estructuras de estos grupos sería unánimemente rechazado a nivel de
                                                público, sin necesidad de que la censura actuara. Ahora bien, en la medida que
                                                la mediana y pequeña burguesía van tomando conciencia de clase explotada, y van
                                                uniendo sus objetivos a los de las clases obreras, los lenguajes teatrales que
                                                les son propios van siendo utilizados para comunicar y reafirmar su nueva
                                                visión de la realidad; y es aquí donde la censura comienza a tener un sentido
                                                como tapón que impide que el teatro que había quedado reducido a hecho cultural
                                                pueda fugarse hacia un teatro popular (no necesariamente populista) y ser
                                                utilizado como arma de ataque o defensa ante las estructuras explotadoras. Creo
                                                por esto que el fin último de la censura no reside tanto en el impedir que unas
                                                obras determinadas puedan o no ser representadas, como en el imposibilitar que el
                                                fenómeno teatral se extienda con toda su virulencia a gentes que resultan más
                                                cómodas situadas en la ignorancia
                                                  
                                                  [7]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              En
                                                otro lugar, denunciaba el perjuicio que suponía, tanto para los creadores como
                                                para el público, el que las obras no tuvieran oportunidad de representarse ante
                                                el público para el que habían sido escritas:
                                                
                                              
                                              La continuidad del autor no puede
                                                hacerse efectiva si su obra se guarda cuidadosamente en el despacho del
                                                empresario o en las estanterías de libros impresos, sino en el escenario, en
                                                contacto con el público, porque esa atención del público sobre el espectáculo
                                                ayuda a ir modificándose mutuamente. Teatro y público evolucionarían
                                                paralelamente, al contrario de cómo ha ocurrido en España, donde el camino se
                                                ha realizado en solitario
                                                  
                                                  [8]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              A
                                                pesar de que el suyo es un claro exponente del “teatro más premiado y menos
                                                representado” al que se refirió Alberto Miralles, este autor se encuentra con
                                                el obstáculo añadido de no haber sido incluido en ninguna de las nóminas al uso
                                                (“Nuevo Teatro”, “Generación de la Transición”, etc.), lo que en cierto modo ha
                                                supuesto un nuevo obstáculo para la difusión de su obra, en este caso en el
                                                ámbito académico.
                                                
                                              
                                              En
                                                lo que se refiere a la influencia de la censura en su proceso de creación,
                                                según declaraba el propio autor en una entrevista realizada en 1974, escribía
                                                sin obedecer a ningún tipo de condicionantes:
                                                
                                              
                                              Que mi trabajo se premie o no, lo lean
                                                o no los empresarios, pase o no censura, es algo que escapa a mi control. Ahora
                                                escribo, que es lo que puedo hacer, sin dejarme impresionar por
                                                comercialización, censura, posible popularidad o aureola revolucionaria. Mi
                                                único compromiso es la autenticidad, todo lo demás es anecdótico
                                                  
                                                  [9]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              Igualmente,
                                                en un cuestionario en el que se le preguntaba si había ejercido autocensura al
                                                escribir su teatro, el dramaturgo insistía en este sentido:
                                                
                                              
                                              Mi trabajo se produce al margen de
                                                cualquier tipo de coacción […] siento la necesidad de decir unas cosas
                                                concretas, de una forma determinada, y a unas gentes que tienen la necesidad de
                                                oírlas; esto es lo único que determina mis presupuestos de trabajo. Que
                                                posteriormente unos condicionamientos, entre los que se encuentra la censura,
                                                impiden que la propuesta se realice, es algo que me cabrea,
                                                pero que no enturbia en absoluto mis objetivos
                                                  
                                                  [10]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              En
                                                consecuencia, no elude tratar los temas políticos ni aquellos otros (sexuales,
                                                religiosos…) que puedan suponer conflictos con la censura. A la pregunta de en
                                                qué proporción entraba la política en su teatro, Campos contestaba:
                                                
                                              
                                              Yo diría que en un cien por cien, pues
                                                procuro que mis invenciones tengan una base hondamente humana. Quiero decir que
                                                la intención política —que, desde luego, existe— aparece, generalmente, de
                                                manera implícita en el desarrollo de la trama
                                                  
                                                  [11]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              Más
                                                recientemente, a la pregunta sobre la influencia de la censura en su proceso de
                                                creación, admitía que esta había supuesto una mediación importante, aunque no
                                                la hubiera ejercido de forma consciente:
                                                
                                              
                                              Indudablemente. Cualquier
                                                condicionante condiciona, y la censura lo era, sin duda alguna. Otra cuestión
                                                sería en qué sentido y en qué medida. Yo no recuerdo haberme obsesionado con el
                                                tema, pero estaba ahí, e igual que de forma automática evitamos obstáculos al
                                                conducir un vehículo, todo proceso de creación maniobraba con mayor o menor
                                                fortuna al enfrentarse con este impedimento. Se ha dicho mucho que el temor a
                                                la prohibición hacía agudizar el ingenio (toda limitación estimula la
                                                imaginación), y así debía ser, aunque insisto, no era consciente de ello. […]
                                                Lo que sí tengo claro es que en ningún momento practiqué la autocensura de
                                                forma consciente
                                                  
                                                  [12]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              En
                                                el mismo cuestionario, el autor hacía referencia a la escritura de su obra Matrimonio de un autor teatral con la Junta
                                                  de Censura como respuesta a la prohibición del texto Furor. Se trata de una respuesta ante la censura muy personal y
                                                distinta de las que llevamos viendo hasta ahora: no modifica el texto
                                                prohibido, ni escribe una obra más posibilista,
                                                ni escribe una obra que responde de forma consciente a la situación, como cuando
                                                Alfonso Sastre escribe La mordaza:
                                                escribe un texto que, en principio, trata una temática absolutamente ajena a la
                                                censura (un autor teatral traicionado por su mujer), y encuentra cuál es el
                                                verdadero motor de la obra una vez que la ha finalizado, escribiendo entonces
                                                el título y revisándola de principio a fin
                                                  
                                                  [13]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              12.1. Valoración de su obra
                                                por los censores
                                                      
                                              
                                              Son
                                                varios los aspectos que los censores encuentran problemáticos en la obra de
                                                este autor: muchos de los cortes impuestos hacían referencia a la sexualidad (La lluvia, En un nicho amueblado y Furor), aunque también encuentran
                                                reparos de tipo político (¿Es aquí donde
                                                  ha muerto mi hermano?, Qué culta es Europa y qué bien arde, Nacimiento, pasión
                                                  y muerte de... por ejemplo: tú), religioso (Matrimonio de un autor teatral con la Junta de Censura, La lluvia)
                                                y moral (Furor).
                                                
                                              
                                              También
                                                en su caso las valoraciones sobre la calidad artística de su obra son
                                                contradictorias. Así, acerca de Furor,
                                                J. L. Vázquez Dodero valoró el componente
                                                costumbrista de la obra: “Escrita con pulcritud, su autor revela dotes de
                                                observación y capacidad para pintar un ambiente”, mientras que M. Díez Crespo
                                                señaló que “lo que acontece es de muy escasa calidad teatral y literaria”. Otro
                                                de sus textos, ¿Es aquí donde ha muerto
                                                  mi hermano?, fue calificado por A. Albizu como
                                                “Obra de excelente calidad”.
                                                
                                              
                                              12.2. Obras sometidas a
                                                censura
                                                      
                                              
                                              Aunque
                                                muchas de sus obras tuvieron problemas con la censura, la única prohibida fue Furor, la primera en ser sometida al
                                                juicio de la Junta; otras, presentadas con motivo del Festival de Sitges, se
                                                autorizaron únicamente para su representación en dicho Festival (Qué culta es Europa y qué bien arde, Rallye Internacional, ¿Es aquí donde ha muerto mi hermano?, La lluvia), si bien, a excepción de
                                                la primera, en todas las demás se indica que podría contemplarse la posibilidad
                                                de autorizarlas para mayores de 18 años; finalmente, tanto 7.000 gallinas y un camello como Matrimonio de un autor teatral con la Junta de Censura se
                                                autorizaron para mayores de 18 años, la primera con algunos cortes y esta
                                                última con el final totalmente desvirtuado. Algunos de los expedientes se
                                                encuentran incompletos; esto sucede con En
                                                  un nicho amueblado, y Sábado, sábado,
                                                    sábado, sábado, sábado, sábado, sábado, eternamente sábado para cazar,
                                                ambas autorizadas, aunque desconocemos las condiciones y los detalles del
                                                proceso. Tampoco se conservan los
                                                informes sobre 7.000 gallinas y un
                                                  camello, aunque, en este caso, su estreno en un Teatro Nacional no deja
                                                lugar a dudas sobre su autorización para representaciones comerciales.
                                                
                                              
                                              Otras
                                                obras escritas en estos años no llegaron a ser presentadas a censura, como La grieta, Es mentira (estrenada en 1980 en el Teatro Lavapiés de Madrid), Teatro breve, el
                                                espectáculo flamenco La cárcel nuestra de
                                                  cada día o la obra infantil Blancanieves y los 7
                                                    enanitos gigantes, estrenada poco después de la desaparición de la censura.
                                                En el caso de Es mentira (1975),
                                                donde existen referencias inequívocas a la guerra civil, a las dos Españas, a la Iglesia e incluso a los fusilamientos (para
                                                Fernández Torres, se trataba de “una metáfora sobre la pena de muerte”
                                                  
                                                  [14]
                                                  
                                                  ),
                                                es fácil entender que, tras las experiencias anteriores con la censura, ni
                                                siquiera llegara a ser sometida al juicio de esta.
                                                
                                              
                                              Según
                                                el testimonio del propio autor, fue el entonces Director General de Teatro,
                                                Mario Antolín, quien le animó a presentar a censura Furor
                                                  
                                                  [15]
                                                  
                                                  ,
                                                obra que, sin embargo, sería prohibida en octubre de 1971; presentó entonces un
                                                recurso solicitando la revisión del dictamen (con el compromiso verbal de Antolín de que esto no volvería a suceder), y la obra fue
                                                enjuiciada por el Pleno de la Junta de Censura, formado por dieciocho vocales
                                                que la prohibieron por unanimidad en enero del 72.
                                                
                                              
                                              En la
                                                primera sesión, esta obra fue leída por tres censores que coincidieron en
                                                prohibirla. Uno de ellos, el religioso Jesús Cea, se
                                                mostraba desconcertado: “Incomprensible. Furor es el furor uterino, con todos
                                                sus detalles y procedimientos”. Al igual que en otras ocasiones, no todos
                                                coincidieron en la aplicación de las Normas; si según el padre Cea incurría en la 9ª (1º), que prohibía “la presentación
                                                del las perversiones sexuales”, para Pedro Barceló incurría, además, en la 10ª
                                                (“imágenes y escenas que puedan provocar bajas pasiones”), 12ª (“escenas de
                                                brutalidad y crueldad [...] y en general, que ofendan la dignidad de la persona
                                                humana”) y13ª (“expresiones coloquiales y las escenas de carácter íntimo que
                                                atenten contra las más elementales normas del buen gusto”); mientras que para
                                                Vicente Amadeo Ruiz Martínez, vulneraba la Norma 18ª por “la acumulación de
                                                escenas groseras y morbosas en una acción continuada, mantenida sobre el furor
                                                uterino que padece la protagonista”.
                                                
                                              
                                              A
                                                raíz de esta primera prohibición, el autor presentó un extenso recurso en el
                                                que afirmaba que la mayoría de las escenas que le habían sido censuradas
                                                estaban “superadas por infinidad de situaciones similares en los escenarios
                                                españoles”. El dramaturgo analizaba el texto de cada una de las normas
                                                alegadas, y citaba otros espectáculos autorizados por la Junta, “que pueden
                                                servir de precedente para la interpretación práctica del Código de Censura”,
                                                evidenciando así las contradicciones de la propia censura. A continuación,
                                                argumentaba:
                                                
                                              
                                              Viendo esto autorizado en un
                                                escenario, pienso si para poder escandalizar, inducir a la delectación o
                                                maleducar a un público, sólo es necesario hacerlo de forma totalmente frívola y
                                                gratuita, no intentando transmitir ningún problema, ni ninguna idea, sino
                                                exponiendo las perversiones por lo que tienen de espectáculo. Comprendo que la
                                                interpretación de las normas es algo subjetivo, pero semejante desigualdad de
                                                trato supera los límites lógicos de la personal interpretación.
                                                
                                              
                                              Lejos
                                                de contribuir a que la obra fuera autorizada, el propio recurso fue, a su vez,
                                                objeto de críticas por parte de los censores. Luis Tejedor señaló que estaba
                                                “plagado de incongruencias”; J. E. Aragonés escribía que “Si indescriptible la
                                                obra, lo es más el recurso”, y se valía de los argumentos del propio autor para
                                                apoyar el dictamen impuesto: “Como en el recurso nos acusa de benevolencia en
                                                otros casos, le daríamos la razón de autorizar su inmundicia escénica”, e
                                                igualmente, A. de Zubiaurre encontró argumentos en el
                                                mismo para justificar la prohibición de la obra, pues en él se dice que obra
                                                trataba sobre “la incapacidad del ser humano para dar y recibir ayuda”, lo que,
                                                según el censor, atentaba “contra el dogma y la moral católicos”.
                                                
                                              
                                              En
                                                cuanto a la obra, los censores se muestran tan indignados como perplejos ante
                                                la historia de una protagonista con furor uterino que, durante el velatorio de
                                                su madre, intenta acostarse con varios hombres; por lo que se refirieron a ella
                                                con calificativos tan rotundos como “inadmisible” e “inexplicable” (L. Tejedor),
                                                “incalificable” (S. B. de la Torre), “una pieza sencillamente lamentable” (F.
                                                Muelas) o “rotundamente inadmisible” (F. Soria). Algunos se limitaron a
                                                informar escuetamente sobre su argumento, dando a entender que éste era un
                                                motivo suficiente para prohibirla, y a señalar las Normas en las que incurría.
                                                Así, F. Soria escribió: “Este ‘furor’ a que alude el tema es nada menos que el
                                                furor uterino. Tan escabroso asunto se presenta con toda crudeza”. M. Díez
                                                Crespo señaló que se trataba de “una obra que, en principio, puede ser objeto
                                                de estudio por su temática, dentro de una clase médica”, pero que, “dada su
                                                crudeza en torno a perversiones sexuales”, no debía representarse en un
                                                escenario. E igualmente, J. M. García-Cernuda coincidía en que las razones que  el
                                                autor aducía en su recursos eran válidas “si se tratase de dar una conferencia
                                                en un colegio de médicos”, aunque añadía: “Pero en una escena pública, en un
                                                teatro, no debe representarse”.
                                                
                                              
                                              Por
                                                su parte, S. B. de la Torre encontraba motivos de diversa índole para
                                                prohibirla; no sólo de tipo sexual (tras advertir que mostraba a una ninfómana
                                                “sin omitir detalle de escabrosidades eróticas y hasta de masturbaciones
                                                íntimas”, señalaba: “es algo que escapa a la más elemental ponderación”), sino
                                                también de índole social: “Busca todo ello como pretexto para acusar al orden
                                                de una sociedad establecida”. Así mismo, A. Mampaso advirtió que “la hija no está conforme con el sistema familar y social”. Aún sumó más reparos el censor eclesiástico J. M. Artola, en este caso, de orden religioso y moral: según
                                                este censor, la obra negaba todo valor a la familia y a la religión, además de
                                                justificar el suicidio de la protagonista.
                                                
                                              
                                              Aunque
                                                uno de los vocales, Antonio Albizu, apuntó la
                                                posibilidad de autorizarla si el autor la reescribía,
                                                otros niegan esta posibilidad, debido a que los cortes serían demasiado
                                                numerosos: “Señalo supresiones, y mejor me hubiera ido indicando lo
                                                autorizable”, escribía J. E. Aragonés, al tiempo que J. L. Vázquez Dodero afirmaba rotundo: “no veo medio de hacer cortes que
                                                no lesionen sustancialmente la obra, por lo cual mi voto es prohibitivo”
                                                  
                                                  [16]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              En
                                                1973, esta obra se volvió a presentar a censura para ser incluida en la
                                                programación del VII Premio Nacional de Teatro de Sitges, junto con otras obras
                                                del mismo autor (¿Es aquí donde ha muerto
                                                  mi hermano?, Qué culta es Europa y
                                                    qué bien arde, La lluvia y Rallye internacional),
                                                y de nuevo fue prohibida (27/07/73), sin que se llegaran a realizar nuevos
                                                informes.
                                                
                                              
                                              Su
                                                siguiente obra, Matrimonio de un autor teatral con la Junta de Censura fue
                                                autorizada para mayores de 18 años, con un corte decisivo que desvirtuaba el
                                                final y a reserva de visado del ensayo general (en palabras de J. E. Aragonés,
                                                “como medida cautelar”), en agosto de 1972. Aunque en España quedó inédita y
                                                sin estrenar
                                                  
                                                  [17]
                                                  
                                                  ,
                                                fue publicada en inglés por George Wellwarth, en su revista Modern Internacional Drama, con lo que el autor pasaba a engrosar la
                                                nómina de autores underground del estudioso norteamericano.
                                                
                                              
                                              Dos
                                                de los tres vocales que la leyeron, Vicente Amadeo Ruiz Martínez y Florencio
                                                Martínez Ruiz, no encontraron reparos en el texto; el primero, tras señalar que
                                                se trataba de una “Obra que tiene un pie en el teatro del absurdo y otro en el
                                                sainete tópico español, con tintes melodramáticos”, señalaba que “La ingenuidad
                                                que tiene en su diálogo y en su desarrollo toda la obra le resta importancia a
                                                la crueldad de la anécdota”. Por su parte, F. Martínez Ruiz escribió: “Con la
                                                reserva del título, que choca algo —para qué vamos a disimular— la obra no
                                                ofrece dificultades”. J. E. Aragonés, sin embargo, basándose en la Norma 17-1º
                                                (que prohibía todo lo que atentara contra la Iglesia católica, su dogma, su
                                                moral y su culto), ordenó el corte que se impuso, que afectaba a la conversación
                                                que mantienen la Mujer y el Amigo cuando ella ha provocado la muerte de su
                                                marido para evitar el divorcio y así salvar su alma. La obra, programada por Pau Garsaball para estrenarla en el Teatro Capsa de Barcelona, tampoco llegó a estrenarse, por otras razones además de la propia
                                                censura.
                                                  
                                                
                                              A
                                                continuación se presenta para su representación en el VII Festival de Sitges ¿Es
                                                  aquí donde ha muerto mi hermano?, obra que se autorizó en julio de 1973
                                                únicamente para su representación en dicho festival, sin cortes y con visado de
                                                carácter vinculante. En el acta de la Junta se dice que posteriormente podría
                                                considerarse la posibilidad de autorizarla para mayores de 18 años, aunque no
                                                se indican los cortes que se impondrían en tal caso (en el libreto se ha
                                                doblado la página que contiene un monólogo en el cual el Viajero increpa al
                                                Poder). Como “Condicionamientos de Realización” se impuso además “absoluta inconcreción de lugar y tiempo de acción en la realización,
                                                vestuario, uniformes, etc., que no podrán coincidir con cualesquiera que hoy
                                                sean actuales en España u otros países”. Leída por dos censores, el proceso
                                                desde que la Delegación Provincial de Barcelona solicitó la hoja de censura
                                                hasta que se emitió la autorización duró tan solo una semana.
                                                
                                              
                                              En
                                                este caso, los reparos fueron de tipo político y social. Albizu señaló que su tema era “político-social”, si bien este censor, que la calificó
                                                de “obra de excelente calidad”, señaló que podía autorizarse, puesto que “no
                                                entra dentro del juego político concreto de ningún país”, aunque advirtió que
                                                el ambiente del escenario y las vestimentas de los agentes de policía y el
                                                comisario deberían ser “amorfas”. Así mismo, García-Cernuda consideró que podía ser peligrosa “si se representa con intención política”, y
                                                advirtió que “posiblemente intentará presentarse así”, a pesar de que, en su
                                                opinión, la “tesis” de la obra era “más bien económica y social que política”,
                                                por lo que coincidió en señalar que el montaje debía evitar cualquier
                                                referencia a las circunstancias españolas.
                                                
                                              
                                              Al igual
                                                que la anterior, Qué culta es Europa y qué bien arde fue presentada a censura
                                                por la Delegación Provincial de Barcelona en julio de 1973 para incluirla en la
                                                programación del VII Festival de Sitges. También en esta ocasión los censores
                                                encontraron reparos de tipo político. En la primera lectura, fue enjuiciada por
                                                dos vocales, que emitieron dictámenes muy diferentes: J. L. Vázquez Dodero, que la autorizó para mayores de 18 años con algunos
                                                cortes, y Alfredo Mampaso, quien la prohibió por
                                                razones políticas: “La obra leída, más que teatro es un mitin político
                                                antieuropeo y por tanto antiespañol. Cae de lleno en
                                                las normas 14ª, 2º y 3º”. En consecuencia, se decidió que la leyera otro vocal
                                                antes de dictaminar. Dicho vocal, V. A. Ruiz Martínez, no encontró motivos para
                                                prohibir esta obra, a la que tildó de “farsa contemporánea”, aunque propuso un
                                                corte, visado del ensayo general, y que en determinados casos se prohibiera la
                                                proyección de unas imágenes, “según el estilo y el lugar de las
                                                representaciones”
                                                  
                                                  [18]
                                                  
                                                  .
                                                Tras la lectura de este censor, se decidió que aún la leyera otro más, F.
                                                Martínez Ruiz, quien consideró que se trataba de una obra “no muy inteligible”.
                                                Quizá por ello, y porque entendió que en ella “todo” estaba “muy generalizado”,
                                                la autorizó sin cortes para el citado festival, “siempre que su montaje no
                                                oculte sorpresas”. Encontraba, sin embargo, que “lo más grave” de la obra era
                                                “la equiparación Inquisición-Hitler”. Finalmente, en
                                                agosto de 1973 fue autorizada para su representación en Sitges, con un corte y
                                                con visado vinculante
                                                  
                                                  [19]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              También
                                                en julio de 1973 se autorizó La lluvia únicamente para su
                                                representación en el VII Festival de Sitges, si bien en el acta de la Junta de
                                                Censura se indica que posteriormente podría considerarse la posibilidad de
                                                autorizarla para mayores de 18 años. En cuanto a los cortes, se indica que para
                                                Sitges no habría que hacer ninguno
                                                  
                                                  [20]
                                                  
                                                  .
                                                Fue leída por dos vocales, Pedro Barceló y Antonio de Zubiaurre,
                                                que coincidieron en autorizarla para mayores de 18 años.
                                                
                                              
                                              La
                                                recreación libre que propone el autor a partir de la historia bíblica del
                                                diluvio universal no supuso un problema para la autorización de la obra; por el
                                                contrario, P. Barceló no encontró que el tema estuviera tratado de forma
                                                irrespetuosa:
                                                
                                              
                                              El autor aspira a dar una versión lógica
                                                e histórica del Diluvio. No trata, pues, de desmitificar sino de sentar en
                                                bases casi naturales la relación Noé-Hombre-Dios. El propósito tiene momentos
                                                de dignidad, sin que los deliberados arcaísmos supongan falta de respeto para
                                                un hecho narrado en los libros sagrados.
                                                
                                              
                                              Menos
                                                favorable fue la opinión de A. de Zubiaurre, quien
                                                encontró que el autor había compuesto una “sátira de intención social”, y la
                                                definía como “una parodia más, facilona y de no mucha substancia, que digamos...”; pero tampoco este censor
                                                consideró que hubiera que prohibirla, si bien propuso suprimir algunos “‘tacos’
                                                totalmente inadecuados a una acción mínimamente digna”.
                                                
                                              
                                              También
                                                como en las ocasiones anteriores, Rallye Internacional se presentó con motivo de la programación del VII
                                                Festival de Sitges, y también fue leída por dos censores. Jesús Cea, que propuso cortes en diez páginas (“groserías” en su
                                                mayor parte y “una especie de letanía” que sometió a consideración del resto de
                                                la Junta), consideró que la obra se mantenía “en un punto tolerable”, y señaló
                                                que tenía “una gran parte de comedia musical”. Manuel Díez Crespo, que propuso
                                                cortar fragmentos en cinco páginas y señaló que habría que vigilar el ensayo,
                                                escribió, con el tono despectivo empleado en otras ocasiones, que se trataba de
                                                “Una memez (?) en torno a un supuesto Rallye Internacional con las aventuras y desventuras de unos españoles en Montecarlo”, y añadió que había en la obra “cierta sátira
                                                sobre el aldeanismo español”. Finalmente, se autorizó con cortes en nueve de sus
                                                páginas
                                                  
                                                  [21]
                                                  
                                                   para su representación en dicho Festival, aunque en el acta de la Junta se
                                                indica que posteriormente se podía considerar la posibilidad de autorizarla
                                                para mayores de 18 años. El trámite desde que la Delegación Provincial de
                                                Barcelona solicitó la guía de censura hasta su concesión duró una semana.
                                                
                                              
                                              Al
                                                año siguiente se presentaba la que sería su primera obra en subir al escenario, Nacimiento,
                                                  pasión y muerte de… por ejemplo: tú. Según la información que aparece
                                                en la ficha del autor, esta obra se autorizó en junio de 1974. En el expediente
                                                sólo se conserva el libreto, en el cual, junto a algunos de los fragmentos
                                                tachados, figuran los nombres de los vocales que los propusieron (F. Martínez
                                                Ruiz, J. M. García-Cernuda, J. L. Vázquez Dodero y L. Tejedor; aunque debieron enjuiciar la obra
                                                algunos más, ya que en otro de los cortes se indica que fue ordenado por siete
                                                vocales)
                                                  
                                                  [22]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              Entre
                                                los fragmentos subrayados en el libreto, encontramos la mención al “año 
                                                  1938”
                                                 por parte del
                                                  Narrador (pág. 8), tachadura que revela que la guerra
                                                  civil aún seguía siendo un tabú. Además, se subrayó la escena de los penitentes
                                                  de Semana Santa (págs. 10-11), especialmente la frase
                                                  “salen haciendo leches y no hay Dios que los coja”, así como alguna palabra
                                                  malsonante y referencias de tipo sexual
                                                    
                                                    [23]
                                                    
                                                    ;
                                                  en otros casos, los motivos de la prohibición eran sociales y políticos
                                                    
                                                    [24]
                                                    
                                                    .
                                                  La escena en la que coincidieron un mayor número de vocales en ordenar su
                                                  prohibición fue la de la boda (págs. 27-28), en la
                                                  que el Oficiante plantea la ceremonia como una serie de renuncias vitales de
                                                  todo tipo. El autor envió una escena corregida, en la que el cambio principal
                                                  era la desaparición del personaje del Oficiante. Las preguntas que hacía este
                                                  personaje en la versión prohibida, ahora se las hacían Hombre y Mujer entre
                                                  ellos. En opinión del autor, la nueva versión era más arriesgada que la
                                                  anterior, aunque esta sí fue autorizada.
                                                  
                                                
                                              A
                                                pesar de estar autorizada, según el testimonio del autor, cuando la obra se
                                                estrenó en el Teatro Alfil (1975), la entrada del teatro fue ocupada por
                                                miembros de la Policía Armada (los llamados coloquialmente “grises” por el
                                                color de sus uniformes)
                                                  
                                                  [25]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              También
                                                en el 74 se presenta En un nicho amueblado con motivo del
                                                VIII Premio de Teatro de Sitges. Aunque sabemos por los datos del fichero que
                                                fue autorizada en mayo de ese año, en el expediente sólo se conserva el
                                                libreto, en el que se indica que fue revisado por el religioso José María Artola, y en el que se han subrayado dos fragmentos, que
                                                hacían referencia al órgano sexual de uno de los personajes
                                                  
                                                  [26]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              El
                                                texto no carece de crítica social, crítica que podía hacerse extensible incluso
                                                a la situación actual, tal como señala Cristina Santolaria:
                                                
                                              
                                              El autor disecciona la unión
                                                santificada por esa sociedad a la que es preciso llegar ‘muertos’ y en la que
                                                es preciso permanecer ‘quietos’. Desobedecer los dictados de esa sociedad
                                                castradora implica la soledad y convertir al individuo en un desclasado que no encuentra su espacio en ese férreo
                                                organigrama social que exige que cada persona ocupe el lugar por ella asignado.
                                                Esa parábola ubicada temporalmente en los años sesenta y que tiene como
                                                escenario un nicho que, cuando el aniquilamiento de Manoli está consumado, se llenará con toda la podredumbre de la sociedad, es realmente
                                                un ataque a la estructura social del pasado, pero también del presente, con lo
                                                cual En un nicho amueblado, por su
                                                carácter intemporal y eterno, adquiere validez universal
                                                  
                                                  [27]
                                                  
                                                  .
                                                
                                              
                                              El
                                                texto obtuvo el Premio Arniches de Teatro y fue
                                                publicado por la revista Primer Acto,
                                                publicación por la que obtuvo el Premio de la Real Academia Española, Sin
                                                embargo, no alcanzó el estreno a pesar de que estaba autorizada y de que el
                                                Teatro Universitario de Murcia estaba dispuesto a representarla, debido a la
                                                voluntad del autor de ser él mismo quien dirigiera la puesta en escena
                                                  
                                                  [28]
                                                  
                                                  .