Berta Muñoz Cáliz
El teatro crítico español...
     

Capítulo cuarto

AISLAMIENTO Y REPRESIÓN DEL TEATRO CRÍTICO

I. EL PERÍODO DE DECADENCIA  (1969-1975)

1. Crisis del sistema franquista y revitalización de la sociedad espaÑola

Cuando Max Aub regresó a España en 1969, encontró que la “mediocridad intelectual y la miseria moral” de la dictadura se reflejaba en unos jóvenes que vivían ciegos al pasado. En efecto, una gran parte de los españoles habían adoptado, en palabras de Manuel Aznar, “una actitud conformista y acomodaticia ante el silencio y el olvido impuestos por el régimen franquista”, por lo que Aub encuentra una sociedad “en donde la voluntad de ascenso social determina la insolidaridad dominante [...], en que la televisión es el instrumento fundamental de la alineación popular y de la subcultura de masas” [1] . No obstante, a pesar de la decepción que la nueva situación produce a quien se exilió de una España radicalmente distinta, muchas cosas habían cambiado en el interior del país: las protestas estudiantiles, el surgimiento de los curas contestatarios, la rebelión del clero vasco y las cada vez más numerosas huelgas anuncian que la sociedad, tras largos años de letargo, empieza a perder el miedo a manifestarse, tal como señala Abella [2] . Los grandes cambios culturales y sociales iniciados en los sesenta fructifican en este período y, frente a la decadencia del régimen, comienza una etapa de renovado vigor y agitación para la sociedad y la cultura española. Al mismo tiempo, a pesar de la imagen triunfalista del régimen y de la bonanza económica, se agravan las crisis internas y se quiebra definitivamente el equilibrio entre los distintos sectores del franquismo [3] . Distintos historiadores han situado en 1969 el inicio de una nueva etapa en la historia de la dictadura caracterizada por el agravamiento de las crisis internas y la dificultad para hacer frente a la creciente conflictividad social [4] .

En julio de ese año se produce la designación del príncipe don Juan Carlos de Borbón como sucesor al trono. Tal como señala Abella, “El futuro había comenzado bajo los auspicios de un sucesor que hacía expresa declaración de lealtad a los Principios Fundamentales” [5] . Los autores del período intentarán dar cuenta de estos hechos, pues, en palabras de Alberto Miralles, se produce entonces “una auténtica neurosis obsesiva por la sucesión del poder” [6] . Como veremos, también entre los censores se produce una especial susceptibilidad hacia cualquier alusión a la monarquía.

Por entonces, era evidente la existencia de dos amplios grupos, a los que se dio en llamar “inmovilistas”, representados por Carrero Blanco y los ministros del Opus Dei, y “aperturistas” [7] , representados sobre todo por aquellas “familias” postergadas en beneficio de los tecnócratas; entre ellos, Fraga Iribarne y los sectores más próximos a la Falange, así como los católicos que habían aceptado las conclusiones del Concilio Vaticano II. La pugna entre “aperturistas” e “inmovilistas” culminaría en el escándalo Matesa, mediante el cual se destapó ante la opinión pública la existencia de un fuerte antagonismo en el seno del Gobierno [8] . Esta pugna trascendería también al teatro de la época y quedaría materializada en un montaje emblemático: el Tartufo de Adolfo Marsillach y Enrique Llovet, claro ataque a los tecnócratas, cuyo estreno tuvo lugar durante los últimos días del mandato de Fraga [9] . A raíz del escándalo Matesa, se emprendió un reajuste total del ejecutivo, encabezado por Carrero Blanco, en el que todos sus miembros clave eran próximos al Opus Dei (por lo que pasaría a la historia como “el gobierno monocolor”). Fraga Iribarne, al que se hacía responsable de la “inmoralidad” que la liberalización había traído consigo, fue cesado como ministro de Información, lo que quebraría definitivamente la tradición de equilibrio entre “familias” franquistas, y supondría el fin del discurso aperturista, tal como muestran estas palabras de Carrero:

¿Qué es peor, que nos critiquen nuestros enemigos o que les dejemos, en nombre del aperturismo y de todas esas zarandajas, lograr su objetivo de corromper la moral de nuestro pueblo por lo que, además, Dios nos habría de pedir un día estrecha cuenta? [10] .

Además de los conflictos internos, el equipo de Carrero hubo de afrontar otras graves dificultades. Entre 1970 y 1973 se quebró definitivamente la “paz de Franco” y el gobierno se vio casi impotente ante un cúmulo de desafíos: la conflictividad laboral, la contestación estudiantil, la defección eclesiástica y la actividad terrorista. El gobierno respondió con medidas represivas tanto a la creciente movilización de los trabajadores [11] , como a la de los estudiantes universitarios, que se habían incrementado de forma considerable en los últimos años y acusaban la influencia de las ideas neomarxistas [12] . El régimen se encontró además con la pérdida del apoyo de la Iglesia, que abandona definitivamente el nacional-catolicismo y opta por la continuación de la línea reformista aprobada en el concilio Vaticano II [13] . A estos conflictos hay que sumar las tensiones regionales en Cataluña y el País Vasco. El inicio de la actividad terrorista de ETA en agosto de 1968 propició un recrudecimiento de la represión y convertiría a la organización terrorista en el principal objetivo político y policial de las autoridades franquistas. En diciembre de 1970, las seis condenas a muerte dictadas en el proceso de Burgos, alcanzarían gran repercusión internacional, con una violentísima campaña de protesta ante las embajadas españolas. El régimen vio cómo se desmoronaba la imagen pseudodemocrática que había intentado ofrecer y, con ella, su política internacional [14] . Junto a los grupos terroristas de la oposición, surgieron también grupos de extrema derecha dispuestos a aplicar el terror: Guerrilleros de Cristo Rey y Batallón Vasco-Español o Triple A, que en algún caso también provocaron la suspensión de ciertos espectáculos teatrales [15] .

Frente a la creciente conflictividad, el régimen no pudo permanecer aferrado a los programas del “gobierno monocolor”. En julio de 1973, tras treinta y siete años de mando exclusivo y personal, Franco nombró presidente del Consejo de Ministros a Carrero Blanco, quien intentó subsanar el error de haber prescindido de las que seguían siendo poderosas facciones del régimen y recuperó en parte el equilibrio entre tecnócratas y azules, a la vez que se disponía a considerar tímidamente la posibilidad de más reformas, aunque se encontró con el rechazo del sector inmovilista más radical, que se estaba agrupando en el llamado “búnker” [16] . La tarea de preparar la continuidad futura del régimen se presentaba, señala Moradiellos, “plagada de dificultades casi insalvables”:

No en vano, España era un Estado confesionalmente católico y donde la propia Iglesia condenaba al régimen y exigía su reforma; un Estado que prohibía las huelgas y donde los conflictos laborales proliferaban a millares pese a la feroz represión; un Estado autoritario opuesto al liberalismo y que buscaba ansiosamente alguna forma análoga de legitimación democrática; un Estado garante de la moralidad y buenas costumbres tradicionales y donde se extendían las más modernas y vanguardistas actitudes sociales y concepciones vitales. Sin añadir que la vieja receta de vender prosperidad a cambio de democracia se hacía cada vez más inviable desde principios de 1973 en vista de la severa crisis energética que habría de precipitar la recesión económica internacional [17] .

En cualquier caso, el Gabinete presidido por Carrero Blanco apenas duraría seis meses, pues su asesinato por ETA en diciembre de 1973 supondría el fin del proyecto continuista. Su sucesor, Arias Navarro, dio cabida a los “aperturistas” nombrando ministro de Información a Pío Cabanillas. No obstante, dos semanas después de la promesa de apertura, se produjo un grave enfrentamiento con la Iglesia, que abrió una profunda brecha en el gobierno y favoreció la ofensiva antiapertuista del llamado “búnker” [18] . Si la cesión ante la Iglesia podía interpretarse como debilidad, la posterior ejecución de Salvador Puig Antich, junto al súbdito polaco Heinz Chez (ejecuciones de las que daría cuenta el teatro de estos años, mediante el espectáculo La Torna de Els Joglars), quiso ser una muestra de fuerza que precedió al retorno del “búnker” a la escena política, de la que ya no se apartaría hasta la muerte de Franco. Este grupo conseguiría igualmente el cese, a finales de octubre, de Pío Cabanillas, que fue seguido de nuevas restricciones y multas a los medios de información.

Aunque seguía estando lejos de tener la fuerza necesaria para derrocar al régimen, la oposición de izquierdas había crecido notablemente [19] . También la oposición social continuó creciendo y manifestándose, impulsada además por los primeros síntomas de la profunda crisis que comenzó a afectar a la economía española desde 1974. A finales de ese año, flaqueaba gravemente la imagen triunfalista del régimen. Tras la muerte del dictador, los miembros de su gobierno se encontraron con que el tipo de sociedad y cultura en el que el régimen se había sustentado habían dejado, en gran parte, de existir, lo que imposibilitó, tal como señala Stanley G. Payne, la pervivencia del régimen [20] .

La evolución de la cultura, tal como señala Fusi, dejaba al descubierto el asombroso vacío cultural, ideológico e intelectual sobre el que descansaba el régimen en sus años finales: “Desde luego, el divorcio entre el pensamiento español y el régimen de Franco era ya, hacia 1970, abismal, algo que sería decisivo en la transición a la democracia” [21] . Desde finales de los sesenta se pudo apreciar en el pensamiento y en el arte español un enriquecimiento y una diversificación, una apertura hacia nuevas ideas y tendencias que evidenciaban que la cultura española, pese a las prohibiciones y dificultades, estaba recuperando el discurso de la modernidad [22] . Esta renovación afectará igualmente a la actividad teatral, ya que a partir de la segunda mitad de los años sesenta se abría un período de extraordinaria vitalidad para el teatro español: la recuperación de los lenguajes de vanguardia que tiene lugar en Occidente desde finales de los sesenta penetra igualmente en nuestro país y da lugar a nuevos lenguajes escénicos y nuevas formas de entender la creación teatral [23] .

 



[1] Aub, 1995, pág. 48. Así mismo, Miguel Ángel Ruiz Carnicer señala que las penurias de la posguerra habían dado lugar a “un materialismo feroz que buscaba disfrutar de lo que había sido inalcanzable para la mayoría de los españoles”. (Gracia García y Ruiz Carnicer, 2001, pág. 242). Esta actitud pasiva y resignada de buena parte de los españoles quedaría reflejada críticamente en obras como Una familia normal y Gente que prospera, de Domingo Miras (1970 y 1971), ninguna de las cuales llegó a estrenarse. (Domingo Miras, Una familia normal. Gente que prospera. Aurora, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y Asociación de Autores de Teatro, 1999).

[2] Abella, 1996, págs. 310-327.

[3] Esta quiebra del equilibrio propicia la aparición de una extrema derecha muy beligerante (representada sobre todo por Blas Piñar y por Girón) que evidenciaba la crisis interna del sistema.

[4] Distintos historiadores coinciden en establecer el inicio de un nuevo período a partir de este año. En 1969 confluyen varios hechos fundamentales en la historia de la dictadura: el nombramiento del príncipe don Juan Carlos de Borbón como sucesor al trono, los disturbios universitarios en Barcelona y Madrid, y el affaire Matesa, entre ellos. También en ese año, tras la aprobación del decreto-ley por el que prescribían las responsabilidades penales por delitos cometidos durante la guerra civil, salió a la calle por primera vez un hombre que había pasado treinta años escondido en su casa de Mijas sin atreverse a salir por temor a las represalias. El hombre de Mijas, al que sucedieron otros similares en distintos puntos del país, se convertiría, en palabras de Rafael Abella, en “un símbolo del espanto colectivo que unas circunstancias inhumanas llegaron a sembrar”. (Abella, 1996, págs. 303- 305).

[5] Abella, 1996, pág. 314.

[6] El hombre y la mosca, de José Ruibal; El arquitecto y el emperador de Asiria, de Arrabal; Las hermanas de Búfalo Bill, de Martínez Mediero; El adiós del mariscal, de Luis Matilla; Guadaña al resucitado, de Gil Novales; El testamento, de Jerónimo López Mozo; La curiosa invención de la escuela de plañidores, de Pérez Casaux, y Golpe de estado en el año 2000, de Alonso Alcalde, son algunas de las obras que abordan este tema. (Miralles, 1977, pág. 151). Aunque estas obras no son un reflejo inmediato de los hechos históricos referidos (en ocasiones son incluso anteriores en el tiempo, como sucede con El hombre y la mosca, o El arquitecto y el emperador de Asiria), reflejan la preocupación de los españoles por este tema.

[7] Los exponentes del “inmovilismo” perseguían una solución monárquica manteniendo la estructura autoritaria del sistema político. El talante de su principal adalid, Carrero Blanco, quedaría evidenciado en declaraciones como: “Que nadie, ni desde fuera ni desde dentro, abrigue la más mínima esperanza de poder alterar en ningún aspecto el sistema institucional, porque aunque el pueblo español no lo toleraría nunca, quedan en último extremo las fuerzas armadas” (Apud. E. Moradiellos, 2000, pág. 156), o “La Democracia no se adapta a la naturaleza española. Sólo un régimen de autoridad puede aportar la paz y la prosperidad” (Sánchez-Arcilla Bernal, 1994, págs. 121-122). Los “aperturistas” pretendían impulsar una reforma incorporando a las oposiciones moderadas al juego político, y habían prometido mayor libertad para la prensa. (Santos Juliá, 1999, pág. 204).

[8] El escándalo financiero, en el que estaban implicados dos ministros del Opus Dei, salió reflejado en las páginas de la prensa diaria con el apoyo de Solís y Fraga, en un intento de hacer frente a la ya imparable expansión del sector tecnócrata.

[9] Esta obra, estrenada durante los últimos días del mandato de Fraga, continuó en cartel con Sánchez Bella en el ministerio, aunque cuando finalizó las funciones en el Teatro de la Comedia de Madrid fue prohibida para su representación en gira. (Marsillach, 2002, pág. 323).

[10] Citado por Moradiellos, 2000, pág. 174.

[11] En estos años, organizaciones sindicales clandestinas como la Unión General de Trabajadores, la Confederación Nacional del Trabajo y Comisiones Obreras organizan frecuentes huelgas y ponen de relieve la ineficacia de la Organización sindical. De 1972 a 1974, las horas de trabajo perdidas con motivo de las huelgas se multiplicaron por tres, una magnitud que sólo podía compararse con los momentos más conflictivos de la República. (Moradiellos, 2000, págs. 209-210).

[12] Poco después de cesar al ministro Villar Palasí, promotor de la reforma y expansión educativa, por su supuesta debilidad, Carrero Blanco emitía este severo juicio sobre el estado de la universidad española: “Se trata de formar hombres, no maricas, y esos melenudos trepidantes que algunas veces se ven no sirven ni con mucho a este fin. [...] Hay que borrar de los cuadros del profesorado de la Enseñanza General Básica y de la Universidad a todos los enemigos del régimen y hay que separar de la Universidad a todos los alumnos que son instrumento de subversión”. (Moradiellos, 2000, pág. 177. A su vez cita a Tusell, 1993, pág. 431).

[13] Así lo indicó la elección del cardenal Tarancón como presidente de la conferencia Episcopal Española, defensor del pluralismo democrático, el respeto a los derechos humanos y la separación entre las esferas religiosas y estatales.

[14] Entre quienes se unieron a la protesta se encontraba Rafael Alberti, que escribió el poema Condena, “en el que predecía que si los mataba ellos serían los seis clavos de su caja, los que clavarían su vida para siempre”. El poema apareció en periódicos de todo el mundo, y entró en España clandestinamente: “Me enteré más tarde, por alguien que lo presenció, que en un consejo de ministros, ante el Caudillo, Sánchez Bella mostró una copia para demostrar que eran sólo los comunistas los que habían desatado la campaña en favor de los vascos”, explica el poeta. (La arboleda perdida (Segunda parte), Barcelona, Seix Barral, 19882, pág. 197).

[15] A finales de septiembre de 1970, cuando el grupo Tábano estaba representando Castañuela 70 en el Teatro de la Comedia, un escándalo provocado por un grupo de ultraderecha, probablemente los “Guerrilleros de Cristo Rey”, motivó que se suspendieran las representaciones por orden gubernamental.

[16] S. G. Payne, 1987, pág. 614.

[17] E. Moradiellos, 2000, págs. 181-182.

[18] El origen de la crisis fue una homilía en la que el obispo de Bilbao, Antonio Añoveros, pedía respeto a la lengua y a la identidad cultural vasca y una política de reconocimiento de los derechos de las regiones. Ante su negativa a retirar tal homilía, se decidió expulsarle del país, a lo que este a su vez respondió, apoyado por el Vaticano y por el episcopado español, con una amenaza de excomunión ante la que el gobierno hubo de retractarse. (S. Juliá, 1999, pág. 205).

[19] Sólo el Partido Comunista (que por entonces había optado por el modelo más moderno del “eurocomunismo”), apoyado por sus homónimos europeos, disponía de medios e infraestructura para organizar reivindicaciones obreras. Las agrupaciones políticas comienzan a organizarse y a estar cada vez más unidas: en julio de 1974 se crea la Junta Democrática, en la que aparecían coaligadas varias fuerzas políticas antifranquistas, y en junio de 1975, la Plataforma de Convergencia Democrática a la que se incorporaron otros partidos de la oposición.

[20] Payne, 1987, pág. 670.

[21] Fusi, 1999, págs. 145-146. Según este autor, “No le faltaba razón a Aranguren cuando escribía que el verdadero establishment cultural hacia 1970 no era ya el régimen de Franco, sino la recobrada tradición liberal, esto es, la tradición que continuaba la cultura iniciada por el krausismo, la Institución Libre de Enseñanza y la generación del 98 y, sobre todo, por Ortega y sus colaboradores”. (Ibíd., pág. 135).

[22] Ibíd. pág. 141. Así mismo, para Jordi Gracia García, “El franquismo como poder institucional no agoniza al filo del año 1970, pero desde luego sí moría entonces un modo muy rancio y defectuoso de concebir el arte, el ejercicio de la inteligencia estética o la propia vida moral”. (J. Gracia García y M. Á. Ruiz Carnicer, 2001, pág. 342).

[23] Vid. Cornago, 1999.