6.
Fernando Arrabal
Aunque
Arrabal comienza a escribir en los años cincuenta, e incluso una de sus obras, El triciclo, se estrena en España en
1957, es a partir de la década de los sesenta cuando comienza a producirse un
interés creciente —aunque siempre minoritario— por su teatro en nuestro país,
que hará que varios grupos presenten textos suyos a censura; así, entre 1960 y
1966 se presentan Oración, Los dos
verdugos, Picnic en campaña, Ceremonia por un negro asesinado, El cementerio de
automóviles, Fando y Lis, de nuevo El triciclo y El arquitecto y el emperador de Asiria.
Algunas de ellas llegaron incluso a ser representadas, aunque siempre con
grandes limitaciones.
Muestra
de este incipiente interés son las primeras ediciones de sus textos: en 1963 Primer Acto publicaba Oración
[1]
;
en 1965 la revista Índice dedicaba un
número monográfico al movimiento pánico, fundado en París tres años antes; ese
mismo año se editaba El triciclo,
primero en la colección “Teatro” de Escelicer, e
inmediatamente después en la revista Yorick,
acompañado de un laudatorio artículo en el que José F. Arroyo celebraba que
este teatro se empezara a conocer en nuestro país
[2]
.
También en 1965 aparecía el polémico volumen que incluía las versiones
censuradas de El cementerio de
automóviles, Ciugrena (‘Guernica’) y Los dos verdugos
[3]
;
al año siguiente se publicaban Fando y Lis
[4]
y Ceremonia por un negro asesinado
[5]
,
y ya en 1967, en revistas de menor repercusión en el ámbito teatral, El laberinto
[6]
y La primera comunión
[7]
.
En una entrevista realizada con motivo del Espectáculo
Arrabal estrenado en 1966, el entrevistador comentaba este interés que
empezaba a despertar en España la obra arrabaliana:
Se dijo que Arrabal estaba
definitivamente perdido para las letras españolas, porque su “problemática” no
se podía adaptar a la española. Y he aquí que su libro (el primero publicado en
España) de teatro se agotó al poco tiempo de aparecer y que el número que
realizó con sus amigos para Índice sobre
el pánico se convirtió en best-seller.
Hay, pues, que reconsiderar todas las falsas ideas en que dormía la literatura
de aquí y de ahora
[8]
.
En
la misma revista, se comenta igualmente la capacidad polémica de dicha obra:
La actualidad de Fernando Arrabal es,
hoy, un hecho incuestionable. De él se habla con frecuencia. No siempre bien,
claro está. En Madrid, en el Beatriz, una obra suya, estrenada por Los
Goliardos, promovió una auténtica y ruidosa polémica, y una crítica feroz por
parte de algún crítico.
Aun
así, muchas de sus obras serán prácticamente desconocidas en España, por lo que
ni siquiera llegarán a ser sometidas a censura. Esta situación contrasta
fuertemente con la repercusión que su teatro alcanza fuera de nuestras
fronteras: desde 1958 estrena en París al menos una vez al año, en pequeños
locales de carácter vanguardista, hasta 1966, en que estrena El gran ceremonial en el Théatre des Mathurins. Por
entonces, su teatro ha sido traducido a veinte idiomas y se ha representado en
países tan diversos como Australia, Japón, Alemania, Israel, Estados Unidos,
Hispanoamérica o Francia.
En
realidad, en la mayoría de los casos, estas ediciones y representaciones
españolas son consideradas ilegítimas por el autor. Acerca de las ediciones, en
1967 señalaba que la mayoría de ellas habían sufrido cortes, que en dos casos (Guernica y El cementerio de automóviles)
transformaban seriamente las piezas
[9]
.
En cuanto a las representaciones, afirmaría que su teatro “nunca ha podido
representarse en los teatros que se dicen ‘normales’”
[10]
.
En efecto, estas tuvieron lugar en circuitos muy restringidos y, generalmente,
en malas condiciones. Por todo ello, hacía constar en una “Carta” a Primer Acto, su disconformidad con
dichos montajes:
Mi teatro NUNCA se ha representado de
una forma “normal”: tan sólo se han dado funciones únicas por grupos de
aficionados o de universitarios, es decir (salvo excepciones admirables):
-
sin
actores de valía,
-
bajo
direcciones poco capaces
-
con
decorados insuficientes
-
sin
los medios económicos necesarios
-
dando
tan sólo mi teatro anterior a 1958
Es decir, que desde el punto de vista
artístico y personal estas representaciones únicas, por lo general, en vez de
servirme me perjudican.
Estas representaciones pueden parecer
coartadas para paliar ciertas carencias; no hay que olvidar que estos grupos
representan obras mías prohibidas y tan sólo autorizadas en teatros de cámara.
Basta, pues, que un grupo de amigos sin ninguna preparación teatral, en un
decorado cuasi-inexistente, represente una noche una
pieza mía (prohibida para los teatros) en el salón de actos de un Colegio para
que proclamen los medios de comunicación que “a Arrabal se le representa en
España”.
Por si fuera poco, a mis oídos llega
que tal o cual pieza mía (en especial, Oración y El cementerio...) se representan
con “leves” transformaciones, bajo la dirección de reaccionarios feroces...
Por ello, con todo cariño, pido a los
grupos de aficionados o de universitarios que, hasta que mi teatro (que tanto
enfurece y asusta a los censores y a los antipoetas)
no se represente normalmente en España, publiquen esta nota cada vez que
representen mis piezas.
La
controvertida actitud del autor va a suscitar rechazo incluso entre ciertos
sectores progresistas, que le van a acusar de buscar el escándalo. En 1967,
desde las páginas de Primer Acto se
afirmaba que “Arrabal, voluntariamente, crea un clima de escándalo en torno de
su persona y de su obra, y esto, sin entrar ahora sobre si es bueno o malo,
lícito o ilícito, condiciona a muchos de sus críticos, que acaban entrando en
su propia dialéctica iconoclasta”
[11]
.
Este escándalo, sin embargo, no siempre se sustentaba en hechos reales; a veces
incluso se utilizaba para desprestigiar al autor. Así, una nota titulada
“Arrabal difamado” —difundida, al parecer, por la Agencia Efe y reproducida en
el diario ABC
[12]
,
de la que a su vez daba noticia Primer
Acto— informaba que, ante la condena unánime de la crítica al estreno en
París de El gran ceremonial, la
dirección del local había decidido dar dos representaciones gratuitas seguidas
de un debate, en el que los espectadores actuarían a modo de “gran jurado
público”, después del cual la obra se retiraría de cartel. La noticia, según
puede verse en algunos fragmentos de críticas francesas transcritas en Yorick, no
concordaba en absoluto con la realidad.
Tampoco
los juicios sobre la calidad e importancia de su teatro van a ser unánimes
entre los sectores progresistas. Así, Xavier Fábregas,
al reseñar el montaje francés de Fando y Lis en las
páginas de Primer Acto, señalaba que
la compañía “nos ofreció una interpretación extraordinaria que nos hizo olvidar
la, en ocasiones, poca consistencia del texto”
[13]
.
También en esta revista, Carlos Rodríguez incluía una serie de
descalificaciones al autor a propósito de la representación de Ceremonia por un negro asesinado
[14]
,
y el director de este montaje, Ángel Facio, valoraba
su imagen de provocador por encima de sus textos:
Si hace apenas unos meses se nos
hubiese ocurrido poner sobre el tapete de la conversación el tema Arrabal,
habríamos manejado cuatro o cinco títulos a lo sumo —Oración, Fando y Lis, Los dos verdugos, Primera comunión...—;
luego le habríamos situado a la sombra de Beckett (?)
y de Ionesco, un señor con barba haría su pinito
aireando cierta pieza con valor en el mercado negro, y a otra cosa. Pero ha
ocurrido algo. El año pasado, por estas fechas, armando mucho ruido y en París,
se organizó un espectáculo “pánico”. Se representaron tres “efímeros”: muchos
litros de sangre, sapos, culebras, mujeres desnudas pintadas de negro, varias
gallinas sacrificadas... Y de allí surgió un arma de propaganda inagotable,
siempre bien esgrimida por los profesionales del escándalo. A España nos
llegaron las noticias, como siempre, con un poco de retraso. Y desde primeros
de año subió la cotización de Arrabal: revistas de información general,
publicaciones literarias, e incluso algunos diarios, lanzaron a los cuatro
vientos lo que ya era noticia desde hacía tiempo. Pero no era el teatro de
Arrabal lo que había triunfado, era Arrabal mismo
[15]
.
Uno
de los acontecimientos que reforzaron la imagen polémica del autor fue el
conocido episodio que tuvo lugar en el verano de
1967, a
raíz de la firma de ejemplares de su novela Arrabal
celebrando la ceremonia de la confusión en unos grandes almacenes de
Madrid, y la dedicatoria (“Para Antonio. Me cago en Dios, en la Patra (sic) y en todo lo demás”) con la que respondió a un
joven que le había solicitado “una blasfemia, una cosa gorda”, que le costó una
denuncia ante la Dirección General de Seguridad y tres semanas de prisión en Carabanchel, de donde salió tras una protesta internacional
[16]
.
Fruto
de la experiencia carcelaria será el texto Y
pusieron esposas a las flores —prohibido por la censura un año después de
la muerte de Franco—, así como otra serie de obras que, en opinión de Á. Berenguer,
suponen una nueva etapa en su escritura dramática, a partir de la cual el autor
asume un mayor compromiso social
[17]
.
Dos años más tarde, cuando se preparaba el estreno de Los dos verdugos, se veta la representación de totalidad de su
obra, lo que muestra el abismo que para entonces se ha creado entre el autor y
el régimen dictatorial.
En
su relación con el régimen franquista también influirán otros aspectos
señalados por Á. Berenguer, como sus reiteradas declaraciones antifranquistas, las descripciones del mundo carcelario que
realiza en sus obras, su colaboración con varios partidos políticos de la
oposición (incluido el PCE, a través del Comité Internacional de Solidaridad
con España
[18]
),
y su Carta al General Franco, enviada
al dictador en marzo de 1971 y publicada en enero de 1972
[19]
;
en ella, señala Berenguer, Arrabal “ataca lo más vulnerable del sistema: su
incapacidad de servir al ser humano como estructura libre de convivencia”
[20]
.
Además, participó en varios actos de protesta a nivel internacional, como la
que tuvo lugar en 1974 contra la detención de Alfonso Sastre, Eva Forest y sus amigos en España, y la de 1975 contra las
ejecuciones de cinco presos políticos en septiembre de ese año
[21]
.
No
obstante, el antifranquismo de Arrabal no se
identifica con ningún partido político. El propio autor, al tiempo que señalaba
la magnitud de su conflicto con el régimen, afirmaba que el origen del mismo no
era simplemente político:
Yo estuve en conflicto muy serio con
el franquismo, y el franquismo estimó que era un conflicto político; en
realidad, fue un conflicto, como le repito, únicamente religioso. Y cuando el
franquismo, con su status totalitario, me quiere hacer entrar en sus conceptos
ramplones y superficiales, me da los únicos galardones que podía dar aquel
régimen sin mancillar al que los daba: me da el galardón de la censura, me da
el galardón de la cárcel
[22]
.
En
efecto, el autor ha mantenido su independencia política con respecto a
cualquier partido; aunque colabora ocasionalmente con el PCE, se muestra muy
crítico hacia sus tesis. En la entrevista antes citada con Kohut,
calificaba al comunismo como “otro régimen totalitario y bárbaro”, poniéndolo
en paralelo con el fascismo y señalando que en realidad eran “dos hermanos
gemelos”
[23]
.
En este sentido, conviene recordar que su obra ha sido prohibida en países con
regímenes totalitarios de ambos signos, como la antigua Unión Soviética, Cuba o
el Chile de Pinochet
[24]
.
Esta independencia del autor ha sido relacionada con la fría acogida que
recibió por parte de un sector de la izquierda española.
Al
igual que los autores del realismo social, Arrabal dice haberse hecho
dramaturgo por urgencia: “Cuando queremos decir las cosas rápidamente,
utilizamos el teatro”
[25]
;
así mismo, según Diana Taylor, “Arrabal, dramaturgo por urgencia, adopta el
género dramático por su poder de transformación de la sociedad (Cementerio) como del individuo (Arquitecto)”
[26]
.
Sin embargo, a diferencia de estos, no busca la eficacia de su obra en el plano
político:
Yo lamento que tenga un impacto político.
Yo quisiera que tuviera un impacto espiritual; eso es lo que más me
interesaría. Si mi obra es iconoclasta, es precisamente porque lo que más he
sentido es la prostitución de los valores espirituales, cuando las religiones
se convierten en partido políticos
[27]
.
Aunque
la censura fue extraordinariamente severa con su obra, tampoco en su caso, como
ocurre con la mayoría de los autores aquí estudiados, ésta fue la única traba
que encontraron sus textos para subir al escenario, pues, tras la llegada de la
democracia, su presencia en la cartelera ha sido igualmente escasa. En la
Transición, dentro de lo que se dio en llamar la “operación rescate”, se
realizan varios montajes de sus obras (El
cementerio de automóviles, El
arquitecto y el emperador de Asiria y Oye patria mi aflicción), que, como
veremos, obtienen una fría acogida de público y crítica, y suponen un fracaso
en el aspecto económico. También como en el caso de Aub,
su recuperación para el público español se ha producido a finales de los 90
[28]
.
En cuanto
a la actitud del autor frente a la censura, su opción es actuar al margen de la
misma, ignorarla con todas sus conscuencias, ya que,
en última instancia, esta no podía impedir que sus obras se difundieran fuera
de las fronteras españolas:
¡La censura es una barbaridad! Pero en
realidad yo ignoro [subrayado en el
texto] la censura: jamás he escrito una línea preocupado por ella. Soy
optimista: lo que hoy se nos prohibe mañana verá la
luz. El censor que hoy condena ahí es doblemente irrisorio. Tras unas horas de
viaje, mi texto...puede comprarse en la primera librería de Hendaya.
No olvidemos que nuestros textos enterrados se publican en multicopista
clandestinamente en las Universidades
[29]
.
Aunque,
al igual que sucede con ciertos textos censurados, muchas de sus obras carecen
de una localización concreta, si bien en su caso no se trata de una estrategia
para evitar la censura, sino que responde a un deseo de trascender unas
situaciones concretas, de universalidad: “yo no cito nunca a España en mi
teatro. [...] Emanu, Fando o el Arquitecto no son españoles. Tal postura es intencionada. Obrar de otro
modo sería un tanto simple”
[30]
.
No obstante, a veces, esta característica, así como su alejamiento del
realismo, favoreció la autorización de algunos de sus textos. Así parecen
demostrarlo ciertos informes sobre El
cementerio de automóviles (“La tesis supone dosis de peligro, pero es
indudable que se mantiene en una especulación bastante abstracta”), o sobre El arquitecto y el emperador de Asiria (“precisamente por esa proyección irreal pueden
admitirse con mayor tolerancia situaciones y frases que en otra obra tal vez
resultasen peligrosas”). En algún caso, se dice que la obra es tan oscura que,
de haber un “mensaje”, éste no iba a ser comprendido por el público; así
sucedió con Oración: “Una fábula que
no quiere decir nada y que, si lo quiere decir, está tan oculto que no se nota” [subrayado en el texto].
No
cabe hablar, pues, de autocensura en el caso de Arrabal, al igual que ocurre
con otros autores de su tendencia, pues ni la tuvo en cuenta en su proceso de
creación (según testimonio del propio dramaturgo), ni aceptó condición alguna
para posibilitar la difusión de sus obras (“Por no aceptar ninguna censura hoy
mi teatro, representado en el mundo..., es casi desconocido en España...”,
declararía el autor en 1973
[31]
);
por el contrario, protestó airadamente cuando sus textos se difundieron con
modificaciones, tal como sucedió cuando José Monleón,
editor del citado volumen con tres de sus obras, admitió cambiar el título Guernica por Ciugrena. Esta
negativa a que su obra se difundiera mutilada por la censura motivó que se le
acusara de adoptar una postura “autoimposibilista”
[32]
,
o lo que es lo mismo, de procurar que su obra no se representara en España, a
fin de acrecentar su figura de autor maldito y perseguido, lo cual ha sido
negado rotundamente por el dramaturgo:
Lo que yo no puedo soportar es que se
me achaque a mí, a culpa propia, el que no se me estrene en España. ¡Lo que
faltaba! ¡Qué más quisiera yo que poder estrenar en mi propio país! Sin cambios
o variaciones, claro. [...] Tiene que quedar bien claro que yo NO prohíbo que
mi teatro se presente en España
[33]
.
Desde
esta perspectiva, el “autoimposibilismo” de Arrabal
hubiera sido una forma de fomentar el interés por su obra. Así, César Oliva le
denomina “organizador, como pocos, de su campaña de imagen”
[34]
,
y Moisés Pérez Coterillo hablaba de su “personal martirologio”, a lo que
Arrabal contestaba:
Para mí lo que sería un martirio insoportable
sería el de no poder escribir lo que deseo, el de tener que cercenar mis
piezas, el de verme obligado a utilizar nebulosas imágenes allí donde quiero
escribir una realidad que me acongoja. Para no ser mártir elegí la vía que tomé
[35]
.
El
autor ha insistido en numerosas ocasiones en el perjuicio que le ocasionó la
censura, y la ha destacado como causa principal de que su teatro no se
representara en España; así, en la Carta
al General Franco, Arrabal insiste en esta idea:
Tras veinte años escribiendo... nunca
he podido ser escritor en mi país. ¡Y sólo soy un ejemplo entre tantos! Su
gobierno, sus censores, que me habían podrido los pulmones, que me habían
quitado a mi padre, me impedían aquello a lo que creía tener más derecho que un
árbol a la tierra: escribir en mi propia lengua
[36]
.
En
una entrevista realizada en
1978,
a
la pregunta sobre el estreno barcelonés
de El arquitecto y el emperador de Asiria, Arrabal contestaba denunciando la persecución a
que le sometió el régimen de Franco y la condición de extranjero a que le
habían condenado sus compatriotas (“Pour l’Espagne, je suis quasiment un écrivain étranger”), y
se refería a la “censura total” que habían sufrido sus textos (“De l’ancien régime espagnol, j’ai reçu le seul hommage que pouvait en recevoir un poète, c’est-à-dire la censure totale,
la calomnie et l’insulte”)
[37]
. En
alguna ocasión, ha llegado, incluso, a insinuar que se le vetó desde el primer
momento:
Franco quiso hacerme creer que mi obra
era tan peligrosa que si solamente hubiera una obra mía representada en España
durante sus 20 o 40 años, el gobierno se habría tambaleado. Tienen que ser un
poco más sensatos los españoles y comprender que si mi teatro, si mi cine, si
mis novelas se hicieran en España, no harían temblar al régimen
[38]
.
En otro
lugar, sin embargo, el dramaturgo, consciente de que no todos los textos antifranquistas eran prohibidos, reclamaba un apoyo por
parte de los escritores del interior hacia los exiliados: “No me digas que la
censura no permitiría tales publicaciones. Se puede hacer más de lo que parece”
[39]
.
8.1. Valoración de su obra
por los censores
La
postura de los censores respecto al teatro de Arrabal va a ir cambiando con los
años. Si en un primer momento dictaminan en función de los propios textos, sin
que influya la significación del autor, desde finales de los sesenta se va a
producir un cambio sustancial. A partir de entonces, el comportamiento público
del autor y sus declaraciones en los medios de comunicación serán tenidos en
cuenta en los dictámenes tanto como los propios textos —al igual que ocurría
con Alfonso Sastre o Rafael Alberti—, en un proceso que culminará con el veto a
la totalidad de su producción en 1969, situación que se prolongará hasta
después de la muerte del dictador.
En
efecto, sus primeras obras sometidas a censura no van a encontrar más problemas
para ser autorizadas que las de otros autores aquí tratados; una de ellas, Picnic, se autorizó incluso para todos
los públicos. Su relación con la censura comienza en 1957, año en que se
presenta por primera vez uno de sus textos, y la primera prohibición oficial no
le llegará hasta 1968, aunque ya en 1966 El
arquitecto y el emperador de Asiria había quedado
retenida, sin que se entregara a la compañía la autorización dictaminada por
los censores.
A partir
de la segunda mitad de los sesenta, los censores son conscientes de que sus
dictámenes sobre las obras de Arrabal iban a tener una repercusión pública, y
lo tienen en cuenta en sus informes. Así, S. B. de la Torre, que en 1966 había
autorizado para sesiones de cámara El
cementerio de automóviles, dos años después, cuando se solicitó representar
esta obra en régimen comercial, proponía autorizarla con varios cortes, pero se
hacía la siguiente pregunta: “¿Hasta qué punto esa eliminación podría hacerse con
un autor como Arrabal tan inserto en las preocupaciones de un sector pendiente
sólo de su intocable personalidad?”; y a continuación, escribió: “En tal
sentido tal vez conviniera ponderar el posible escándalo de la autorización o
del rechazo”. También en 1968, J. E. Aragonés argumentaba que si el autor se
había querellado contra la editorial Taurus por las
supresiones realizadas en esta obra, “no hay por qué pensar que vaya a admitir
cortes de esa misma versión ya mutilada”. Tan sólo unos meses después, al
dictaminar sobre La juventud ilustrada,
se escribió en una nota adjunta al resto del expediente el siguiente texto:
“¿Procede autorizar esta obra de Arrabal? La pieza no tiene problemas; ¿pero el
autor?” [Subrayado en el texto]. Similares comentarios encontramos en los
informes sobre Primera Comunión, en
los que dos censores señalaron que había que tener especial precaución por
tratarse del autor melillense. También es significativo el que los informes
realizados en 1973 sobre una versión de El
arquitecto y el emperador de Asiria fueran mucho
más severos que los realizados en 1966 sobre la obra original, cuando el autor
aún no era tan conocido en nuestro país. Entre marzo de 1969 y diciembre de
1970, se le prohibieron tres obras (La
juventud ilustrada, Primera comunión y una versión de La grande y pequeña
maniobra, de Adamov) de forma consecutiva, tras
haber sido leídas por los ministros de Información Fraga Iribarne y Sánchez Bella respectivamente. A partir de entonces, y hasta 1976, se niega a
las compañías la guía de censura de obras antes autorizadas, argumentando que
Arrabal era un “autor prohibido”. En todo este tiempo, únicamente se autorizó
una versión de Oración (1974).
Los
juicios sobre la calidad de los textos arrabalianos son muy diversos: encontramos testimonios de admiración hacia su escritura
junto a otros de desprecio hacia unas obras que, en su opinión, parecen
escritas por un demente; informes que atribuyen a estas obras una ingenuidad y
bondad que les dotaría de un valor moralizador y otros en los que se emplean
adjetivos harto despectivos hacia unas obras consideradas peligrosas y hacia el
propio autor.
Entre las obras que recibieron comentarios
elogiosos se encuentra El cementerio de
automóviles, de la que se escribió: “La obra tiene un valor indiscutible y
tengo que reconocer que Fernando Arrabal sabe lo que se hace. La obra es fuerte
pero tiene calidad” (N. Sunyer); así como: “Es una
obra que resulta apasionante por su belleza plástica y su constante
experimentación” (José E. Guerra). Igualmente, al referirse a El gran ceremonial, se hizo referencia
al “innegable talento y originalidad del autor” (F. Soria); de Primera Comunión, que era un “expléndido [sic] apunte surrealista”. (José E. Guerra). Ya
en diciembre del 76, otro vocal decía autorizar la obra para funciones
comerciales debido al “decidido propósito de la Dirección General de dar a
conocer este buen teatro nuestro que sólo se disfruta en el extranjero, y que
en buena medida es perfectamente exponible [sic] a
nuestro público” (F. Mier).
Como
se dijo, en algunos casos, los censores encuentran en estas obras una
ingenuidad y una bondad que les resta peligro. Sebastián Bautista de la Torre
insiste en varios informes en este aspecto; así, por ejemplo, acerca de El cementerio de automóviles escribió:
“la obra conserva el tono ingenuo y casi infantil peculiar en el autor. Ello le
salva de ciertos atrevimientos que con otro trato serían inadmisibles”.
Comentarios del mismo tipo hizo acerca de Oración, El triciclo, Ceremonia por un negro asesinado, Fando y Lis, e incluso de la prohibida Ciugrena (título con que se
presentó a censura Guernica).
Pero también otros vocales vieron cierta bondad en estas obras, especialmente
en el caso de Oración.
Sin
embargo, también hay informes claramente despectivos, a veces incluso referidos
a las mismas obras que otros censores elogiaban. En ocasiones, se dice que
estas obras parecen escritas por un loco. Los dos vocales que leyeron El triciclo, cuando Arrabal aún no era
conocido, coincidieron en señalarlo. Años más tarde, refiriéndose a El cementerio de automóviles, el
religioso Jesús Cea escribió que “más que de una
mente humana parece el engendro de una mente diabólica”. Todavía en 1977, José
E. Guerra en su informe sobre la misma obra, hacía referencia a “la enfermísima
mente del autor”, y al informar sobre Oración,
insistía en destacar los “peculiares traumas” del autor.
Buena
parte de los comentarios adversos se deben a la falta de una lógica argumental tradicional
en sus obras. Así, se dijo que los dos actos de El triciclo “se reducen a diálogos estúpidos y reiterativos”,
carentes de valor literario, o a “una broma tan trágica como absurda”, con
“todo el color de un juego universitario en fiestas” (E. Morales de Acevedo).
De El cementerio de automóviles, se
dijo: “La obra es mala y carece de interés” (B. Mostaza); además de tildarla
como “uno de los conocidos inventos de Arrabal” (P. Barceló), o como “diálogos y actos estúpidos, cuando no
groseros...” (M. Luz Morales). También El
arquitecto y el emperador de Asiria fue definida
como “historia bastante pesada” (P. Barceló). En
1973, A
. de Zubiaurre se refería con desprecio a “las calidades [subrayado en el texto] de
este substancioso engendro”, para después, al referirse a Arrabal, apostillar
con ironía “‘el mejor dramaturgo español de hoy’, según podemos leer en Francia
en letras de molde”. José E. Guerra, convencido de que el prestigio
internacional del que gozaba la obra arrabaliana era
infundado, en su informe sobre El
cementerio de automóviles sugería que la fama de este autor y otros
vinculados al movimiento “Pánico” se debía al buen hacer de quienes habían
colaborado con ellos. Refiriéndose a Primera
Comunión, señalaba que el autor estaba sobrevalorado debido al desconocimiento de su obra, y comentaba que su representación
defraudaría al público, por lo que proponía autorizarla sin cortes.
Los
reparos hacia los textos de Arrabal van a estar motivados por causas muy
diversas; las hay de tipo religioso, erótico, moral, político y escatológico.
En cuanto a los temas religiosos, varios censores señalaron que estos aparecían
tratados de forma irrespetuosa en algunas de sus obras. La que más polémica
suscitó entre los miembros de la Junta por este motivo fue El cementerio de automóviles, en la que el paralelismo entre Emanu y Jesucristo fue enjuiciado de formas muy distintas;
también aparecen comentarios en este sentido en los informes sobre Oración y El arquitecto y el emperador de Asiria, a
la que algunos censores achacaron que rozaba la blasfemia. Los reparos de tipo
erótico aparecen sobre todo en los informes sobre El arquitecto y el emperador de Asiria (se habla de “perversiones” que aconsejaban prohibirla), El gran ceremonial (donde los reparos de índole sexual se mezclaban
con la moral y la religión) y El
cementerio de automóviles, sobre todo cuando fue releída en 1976. En cuanto
a los temas propiamente políticos, los censores no siempre muestran un
desacuerdo hacia aspectos concretos de la obra del autor. Así, en 1977, J.
Emilio Aragonés, mostrando una clara contradicción con el régimen al que tantos
años había servido, advertía en su informe sobre El cementerio de automóviles que resultaba “inobjetable” la postura
del autor contra la pena de muerte, “tal como la expone”.
8.2. Obras sometidas a
censura
En
estos años, según los datos del fichero del AGA, se presentan a censura once
nuevas obras de Arrabal, además de El
triciclo, que es sometida a dictamen por segunda vez. De ellas, dos fueron
autorizadas para representaciones comerciales (Los dos verdugos y Pic nic en campaña), una retenida (El arquitecto y el emperador de Asiria),
cuatro prohibidas (El gran ceremonial, Ciugrena, La juventud ilustrada y Primera comunión), y el resto
autorizadas para representaciones de cámara (El cementerio de automóviles, Ceremonia por un negro asesinado, que unos meses después se autorizaría
para representaciones comerciales, Oración y Fando y Lis; las dos últimas con posibilidad
de ampliar la autorización a sesiones de carácter comercial).
Como
ya se dijo, buena parte de sus textos no llegaron a ser sometidos a censura. En
el período que ahora nos ocupa, las obras que escribe y que no se presentan
son: La bicicleta del condenado (1960), El strip-tease de los celos (1963), La coronación (1963; en 1969
se convertiría en Le lai de Barabbas), Ceremonia
para una cabra sobre una nube (1966), ¿Se
ha vuelto loco Dios? (1966), El
jardín de las delicias (1967), la ópera pánica Ars Amandi (1967-68), Bestialidad erótica (1968), Una tortuga llamada Dostoievski (1968) y La aurora roja y negra (1968)
[40]
.
Oración fue presentada
por varias compañías entre 1960 y 1967 (Dido Pequeño
Teatro, La Máscara, TEU de Gijón, TEU de Filosofía y Letras de Valladolid,
Teatro Estudio de San Sebastián, El Tiempo), a las que se autorizó a
representarla en sesiones de cámara. Cuando se presentó en 1960, el único
censor que la leyó, José María Cano, apuntó la posibilidad de autorizarla para
mayores de 18 años, aunque se autorizó para cámara debido a que se había solicitado
para este fin. Lejos de parecerle subversiva, este vocal encontró en la obra
una lección casi ejemplar. Tras referirse al intento de Fernando y Luce de ser
buenos, guiándose para ello con la Biblia, escribió:
El fin es bueno. Más bien la razón para
decidirse a ser buenos se funda en un sentimiento poético ante las evocaciones
de la Biblia. Pero para el buen andar, hay muchos caminos. Las citas bíblicas
aunque no son literarias son exactas y correctas en su sentido
En 1964
volvió a presentarse esta obra (para entonces, ya publicada en España
[41]
),
con el fin de representarla junto con Los
dos verdugos. Esta vez, Sebastián Bautista de la Torre escribía: “La mezcla
de ingenuidad y de malicia de la obra responde al antecedente beckettiano del inconformismo, pero no ofrece reparo alguno
por el limpio deseo de bondad que se advierte en los protagonistas”. Sin
embargo, otro censor dramaturgo, Adolfo Prego, señaló
que los personajes “tratan de la Biblia con poco respeto”, y se sumaba al
dictamen del censor eclesiástico, aunque este último se limitó a enjuiciar Los dos verdugos, debido a que los dos
textos se presentaron con este único título, y no emitió dictamen sobre Oración. Finalmente, se autorizó una vez
más para funciones de cámara.
En
todos los casos se autorizó sin cortes, a excepción de la ocasión en que la
presentó el grupo “El Tiempo” (1967), al que se le hizo suprimir la frase
“También que tú me desnudas para que tus amigos se acuesten conmigo”. Con
posterioridad, ya durante el veto a la producción total del autor, esta obra
fue prohibida, hasta que finalmente, en 1976, se autorizó su representación en
funciones comerciales.
En
cuanto a Los dos verdugos, se presentó en varias ocasiones entre 1964 y
1968, y en todas ellas fue autorizada sin cortes, tanto para sesiones de cámara
(al TEU de Gijón, a La Máscara del Ateneo Jovellanos de Gijón, al grupo El Tiempo) como para representaciones comerciales (a Antonio Guirau, que en 1967 había solicitado representarla en
el Teatro Marquina de Madrid, y a Nuria Espert en 1968). Los censores no encontraron reparos graves
en este texto. S. B. de la Torre la valoraba así: “El diálogo es de hábil
expresión psicológica y de moderna concepción teatral que no soslaya ostáculos (sic). No le encontramos reparos para la
representación de Cámara que se solicita”. Por su parte, Prego,
se limitaba a señalar que “está compuesta por una madre que se lamenta
continuamente y que logra causar la muerte de su marido, apareciendo siempre
como víctima. Ella y sus hijos acuerdan vivir en paz después del crimen”. El
religioso Artola señaló que “La hipocresía maternal y
su triunfo no es ciertamente un factor moralizante para jóvenes”, aunque la
autorizó para mayores de 18 años.
En
noviembre de 1968, la compañía de Nuria Espert solicitó la autorización para representarla en el Teatro Reina Victoria de
Madrid. Al igual que en las ocasiones anteriores, se autorizó, “habida cuenta
que en ninguna de ellas la citada obra dio lugar a problemas políticos o de
cualquier otro tipo”, se dice en una Nota Informativa, fechada en la víspera
del estreno, en la que se advertía que “en previsión de contingencias”, se
había decidido realizar un riguroso visado del ensayo general. El 7 de febrero
de 1969, día en que estaba previsto el estreno (junto con Las criadas de Genet, ambas dirigidas por
Víctor García), se dictó una Orden Ministerial en la que se suspendía la
representación y se ordenaba la intervención de toda la publicidad, según se
explica en una carta del delegado provincial al Director General de Cultura
Popular y Espectáculos, en la que se indica también que, tras el ensayo
general, se hizo alguna observación sobre la obra de Genet y se dejó “para ulterior resolución” lo concerniente a Los dos verdugos. Las
criadas se autorizó, pero no la obra de Arrabal. Los documentos del
expediente no explican a qué se debió la decisión de impedir el estreno. Según
señala José Monleón
[42]
,
a ello contribuyó una feroz autocrítica publicada por el dramaturgo en el
diario ABC. El propio Arrabal
explicaba así lo ocurrido:
El 11 de febrero de 1969, cuando se
iba a estrenar los únicos 20 minutos “tolerados” de mi teatro por la censura (Los dos verdugos), la policía armada
ocupó el teatro, destruyó el decorado, los carteles e incluso los caracteres de
imprenta del programa, prohibiendo manu militari la representación de mi acto. Ni antes ni
después se ha permitido nunca que una sola de mis piezas se haga en “teatro
normal”. Recordaré que actualmente tengo 11 volúmenes de teatro publicados (en
Francia) con más de treinta piezas
[43]
.
Recordemos
que esto sucedió en días especialmente conflictivos, ya que el país se
encontraba en estado de excepción. Al igual que la pieza anterior, en adelante
será prohibida cuando vuelva a presentarse a censura, y se autoriza en el
76, a
la compañía
Corral de Comedias.
En
noviembre de 1965 se presenta Picnic en campaña, que fue
autorizada para todos los públicos, sin cortes e incluso con la posibilidad de
emitirla por radio, con la única condición del visado del ensayo general. Los
tres censores que la leyeron coincidieron en autorizarla para todos los
públicos. Uno de ellos, Vázquez Dodero, exponía el
argumento sin emitir juicio alguno, y Víctor Aúz,
igualmente sin entrar a valorarla, señaló que no presentaba ningún reparo.
Únicamente el religioso J. M. Artola advirtió que se
trataba de una “obra pacifista” en la que se tocaba “en tono de farsa la
tragedia de la guerra”, que a su vez era tratada como “un invento de los
gobernantes contra la voluntad de los que verdaderamente la sufren”. En este
caso, sólo una compañía presentó la obra a censura: el Teatro de Cámara de
Zaragoza.
Unos
días después que Picnic, se somete a
censura Ceremonia por un negro asesinado, que fue autorizada primero
para funciones de cámara, y unos meses más tarde, en abril de 1966, para
mayores de 18 años, con seis cortes, todos ellos de tipo escatológico y sexual:
“mierda”, “culo”, “meadita”, “no me cabrees”, varias
referencias a un “orinal”, y “que le hicieran cosas feas”. En la primera
lectura, dos de los censores (F. Martínez Ruiz y P. Barceló) coincidieron en
que no ofrecía dificultades para teatro de cámara, aunque el censor
eclesiástico, Luis G. Fierro, señaló que habría que
realizar varios cortes (“se ridiculizan sentimientos, hay palabras de mal
gusto, etc., que hay que quitar”), que en esta ocasión no se llegaron a hacer.
El censor religioso la calificó como “Obra de un autor, que aquí parece no ser
muy normal, o que quiere dar la sensación de ello. Puede ser también que crea
que con esta obra pone una ‘pica en Flandes’ del teatro”. También con tono
despectivo, Barceló se refirió a la obra como “larga y confusa disquisición
acerca de personalidades deformes”.
Según
informa el delegado provincial en una carta al Director General de
Cinematografía y Teatro, cuando Los Goliardos representaron esta obra en el
Ateneo de Madrid, no se pudo realizar el “visado” del ensayo general, debido a
que esta entidad no estaba obligada a solicitar autorización para los actos que
se realizaran en su sede, por lo que durante la representación se produjeron
“excesos, tanto en el texto autorizado, como en su realización escénica”
[44]
.
A raíz de esta representación, José María García Escudero solicitó al Director
General de Información que a partir de entonces el Ateneo se atuviera a las
mismas limitaciones que el resto de locales.
Al
mes siguiente de su representación en el Ateneo, el Teatro Nacional de Cámara y
Ensayo solicitó autorización para representarla en funciones de cámara
continuadas en el Teatro Beatriz de Madrid. En esta nueva lectura, los informes
realizados tampoco muestran una especial prevención contra el teatro de
Arrabal. Bautista de la Torre señaló que se trataba de un “teatro nuevo y
diferente”, en el que a pesar “de la crudeza de algunas situaciones y del
tremendismo de otras”, el texto contenía “un cierto aire ingenuo de humor
inocente que le resta peligrosidad”. Luis G. Fierro escribió: “Considero que este autor, para los que le conocen no es un
descubrimiento, y para los que es desconocido llevarán una sorpresa positiva o
negativa según sus gustos o formación. Por ello no veo inconveniente en que
pueda permitirse para el teatro que solicitan”. Barceló y Martínez Ruiz, que
también informaron en esta ocasión, señalaron la necesidad del visado de ensayo
y varios cortes. Aunque algunos de los censores la autorizaban para mayores de
18 años, también ahora, al haberse solicitado la autorización para funciones de
cámara, se autorizó en esta modalidad.
También
en estos años se volvió a presentar El triciclo. Aunque se había
estrenado en la etapa anterior, entre 1964 y 1968 varias compañías
universitarias y aficionadas la presentan de nuevo a censura, y se les autoriza
su representación en sesiones de cámara. En el año 66 se realizaron nuevos
informes, tras los cuales se incluyó la posibilidad de autorizarla para mayores
de 18 años si se suprimía un fragmento (“mirando, detrás de los árboles, orinar
a los hombres”), además de mantener la autorización sin cortes para
representaciones de cámara. En esta ocasión, Víctor Aúz,
que la encontró “Sin reparos”, optaba por autorizarla sin cortes para mayores
de 14 años, sin necesidad de visado del ensayo general e incluso con
posibilidad de ser radiada; mientras que S. B. de la Torre y A. Baquero
restringieron algo más estas condiciones, hasta acordar el dictamen que
finalmente se impuso. Por entonces, los censores ya han leído varias obras de
Arrabal, sin que por ello su imagen se haya cargado de connotaciones negativas
(así, De la Torre señala que “la obra conserva el tono de humor ingenuo que es
peculiar en el autor”). En 1972, la compañía El Cilicio vuelve a presentar esta
obra, aunque se le denegará la autorización debido al veto a la totalidad de su
producción que entonces sufría su autor.
En
mayo de 1966 se autorizaba para funciones de cámara El cementerio de automóviles,
a petición del grupo Ara, que proyectaba representarla en el Teatro Beatriz,
dentro de la programación del Teatro Nacional de Cámara y Ensayo. En 1968, la
compañía de Armando Moreno y Nuria Espert la presentó
de nuevo para explotarla en régimen comercial, pero, tras ser leída por el
Pleno, no se autorizó. Aunque no se impusieron cortes, las páginas dobladas y
las tachaduras realizadas en los libretos son muy numerosas.
Uno
de los aspectos más controvertidos fue el paralelismo que se establece entre Emanu y Jesucristo. Cuando se leyó por primera vez en 1966,
los cinco censores que la enjuiciaron emitieron opiniones muy diversas al
respecto, aunque no se propuso prohibirla por este motivo, pues incluso el
censor eclesiástico José María Artola contemplaba la
posibilidad de autorizarla para representaciones de cámara, a pesar de que
mostraba su confusión al respecto: “No sé hasta qué punto esta reinterpretación
de la vida de Cristo es, dentro de un estilo, un ataque o un homenaje a
Cristo”. También la autorizaba Víctor Aúz, “ya que
esa especie de Cristo está tratado con el debido respeto dentro de la anarquía
formal”. Para S. B. de la Torre, sin embargo, este paralelismo era “lo más
delicado” de la obra, y señalaba: “Su encarnación actual, aunque no caiga en la
irreverencia, tampoco me resulta del todo aceptable”. Más severo se mostraba B.
Mostaza, pues señaló que la evocación de la pasión de Cristo resultaba, “adrede
o sin quererlo, una ridiculez”. Por último, F. Martínez Ruiz, aunque vio en la
obra una “denuncia sobre la inutilidad del cristianismo”, no apreció en ella
una “fuerte radicalidad”. Este censor, tras señalar que había que juzgar la
obra “con la flexibilidad necesaria” que requería un teatro nuevo, la autorizó
representaciones de cámara, debido a que la obra se mantenía “en una
especulación bastante abstracta”, y a su “tono experimental e inquisitivo”.
Cuando
en 1968 fue presentada de nuevo por la compañía de Nuria Espert,
se decidió que pasara al Pleno. En esta ocasión, el citado paralelismo fue
motivo de numerosos reparos. De la Torre escribía ahora que esta identificación
le parecía “peligrosa y tal vez irreverente por ir adornada con otros excesos
eróticos que descomponen y mixtifican la figura ante el espectador”, y añadía
que “Si pudiera quedar sólo en el personaje benéfico que se dedica a aliviar a
los pobres con su toque de trompeta, acaso pudiera admitirse como expresión
permanente ideal”, pero mostraba sus reservas ante la reacción del dramaturgo
si se realizaban cortes en su obra. Así mismo, Artola encontraba que el principal problema era el personaje de Emanu,
del que un público “mayoritario” podría realizar una interpretación que rayara
en lo “irreverente”, por lo que la reservaba para un público minoritario,
“capaz de discernir” el correcto sentido de la obra. Por su parte, F. Martínez
Ruiz solicitó que fuera leída por el Pleno, no tanto por sus posibles
connotaciones religiosas como por las escenas de erotismo en el interior de los
automóviles:
El alegato social aparece tolerable,
pero no así la presentación de este “campo de placer” como es el interior de
los coches donde se oyen los gritos y los deseos eróticos de las parejas. Indudablemente,
existe una gran violencia en esta presentación tan directa que a pesar de su
“lejanía” artística, nos oprime con un realismo exacerbado. […].
Ya
en el Pleno, la gran mayoría de los informes insisten en el peligro del
paralelismo del personaje protagonista con Cristo. Así, el religioso Jesús Cea aseguraba que “El matiz simbólico que podría ofrecer la
obra queda tan diluido en el contenido impío, blasfemo, irreverente, poniendo
en entredicho la misma pureza de Cristo y burlándose de la Eucaristía, que sólo
un calificativo humano nos merece: lamentable”. Díez Crespo coincidió en que el
personaje creado por Arrabal estaba tratado “sin la suficiente seriedad y
veneración”. Otros informes que insisten en este aspecto fueron el de Mampaso, para quien “el autor hace una vil parodia de la
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”, por lo que señaló que incurría “en todas
las Normas de Censura”, o el de F. Soria: “Lo que hay de parodia de Cristo en
el personaje del trompetista Emanu, que cae en
irreverencia y a veces bordea lo sacrílego, hace que no pueda autorizarse”;
entre otros. Para N. Sunyer, Emanu era “la caricatura del hombre bueno y tonto”, aunque dudaba si el paralelismo
con Cristo podía llegar a la “irreverencia religiosa”, por lo que se unía al
criterio de los censores eclesiásticos. De todas formas, esta censora decía reconocer la calidad del texto de Arrabal:
“La obra es fuerte pero tiene calidad”. No menos paradójico era el comentario
de María Luz Morales, la cual mostraba su profundo rechazo hacia esta obra,
aunque, según su propio testimonio, no contra la globalidad de la obra del
autor ni contra el teatro de vanguardia:
Arrabal —uno de nuestros corifeos del
“absurdo”— lleva aquí el absurdo a sus últimas consecuencias. Y la grosería y
la estupidez, alternadas. No hay línea argumental, todo se pierde en un
imponderable e inaguantable galimatías. Nada tengo contra Arrabal, no se me
oculta que su fama dentro de la “vanguardia” escénica ha traspasado las
fronteras, y, desde luego, he defendido siempre los valores auténticos de esa “vanguardia” como posible impulso
renovador de las formas escénicas en peligro de anquilosamiento... No puedo,
sin embargo, traicionar la sinceridad de mi juicio dando, ante esta obra, otro
dictamen que no sea el de PROHIBIDA.
Aún
más drástico, Vázquez Dodero ni siquiera emitió
informe, limitándose a dictaminar: “Prohibida, si de mí dependiera, de modo
irrevocable”. Otros informes atacan también los aspectos eróticos de la obra;
así, por ejemplo, J. E. Aragonés la calificó de “morbosa, lasciva, irreverente
y antisocial”. Las Normas a las que apelaron distintos censores para prohibirla
fueron la 8ª (artículos 2º y 4º); la 9ª (artículos 10º, 11º y 13º); 14ª
(artículos 1º, 2º y 3º); 17ª (artículo 1º), y 18ª.
La
Junta acordó mantener el dictamen que restringía la autorización para
representaciones de cámara. No obstante, según se anotó sobre la tarjeta en la
que constaba el dictamen de la obra, se consultó al Director General si se
consideraba vetado al autor, y este decidió “demorar la decisión”, y a
continuación escribieron: “Vetado”. La nota está sin fechar, aunque es posible
que el dictamen se retrasara (los informes más recientes son de diciembre de
1968), e interfiriera lo ocurrido con Los
dos verdugos en febrero de 1969. Desde entonces, no consta que ninguna otra
compañía volviera a presentar esta obra, hasta que, ya en la Transición, fue
autorizada.
Presentada
por el grupo Bambalinas en mayo de 1966, que poco después la estrenaría en el
Teatro Romea de Barcelona, Fando y
Lis fue leída por tres censores, que no vieron en ella problemas
graves. Dos de ellos, Vázquez Dodero y Luis G. Fierro, se limitaron a autorizarla señalando algún corte,
mientras que S. B. de la Torre escribió que en esta obra, “Arrabal mantiene el
tono acostumbrado de expresar con aire inocente las más desgarradas expresiones
humanas”, y añadía: “Ese tono aleja la peligrosidad aún en las escenas, que con
distintos tratamientos resultarían inaceptables”. Finalmente se impuso un doble
dictamen: autorizada para funciones de cámara, sin cortes; y para mayores de 18
años, con dos supresiones
[45]
.
Cuando
se representó, junto con El triciclo
[46]
,
recibió unas críticas severas en su mayoría, que mostraban la distancia que aún
faltaba por recorrer para que este teatro se aceptara en España; de ellas, una
nos interesa especialmente, la de María Luz Morales, quien se incorporaría poco
después a la Junta y votaría por la prohibición de El cementerio de automóviles, como vimos. En su crítica, Morales
escribía:
Teatro deliberadamente deshumanizado,
se salva, no obstante, pese a la aridez de su forma, a la sádica crueldad de su
fondo, por lo que en determinados momentos, por ciertos inesperados resquicios,
se “cuela” de ternura humana, de sutil poesía, de auténtico humor. En conjunto tragedia
sin grandeza, circo sin diversión ni alegría, los valores auténticos de este
teatro vienen a perderse en la rigidez esquemática de los contrastes y —lo que
es menos perdonable— en un exceso de palabrería difusa y confusa. (Diario de Barcelona).
Entre
1966 y 1968 esta obra fue presentada por cuatro compañías, sin que variara
sustancialmente el dictamen
[47]
,
y en 1969 volvió a presentarse, aunque no aparece reflejado el dictamen que
recibió en esta ocasión; es posible que se prohibiera, ya que es en este año
cuando se produce el veto.
El
arquitecto y el emperador de Asiria se
presentó por vez primera en 1966 para ser incluida en la programación del
Teatro Nacional de Cámara y Ensayo. En esta ocasión únicamente fue leída por
tres censores, que coincidieron en autorizarla para representaciones de cámara.
El religioso Artola encontró “múltiples simbolismos” en la obra, aunque sus mayores reparos se
dirigían a las transformaciones de los protagonistas en personajes femeninos;
Arcadio Baquero la autorizó sin emitir informe, mientras que Sebastián Bautista
de la Torre hizo el siguiente comentario:
Teatro en el teatro, movido por lo
absurdo del diálogo habitual en las corrientes de vanguardia. Las claves
utilizadas por el autor son difícilmente penetrables dentro de su concepción
más subconsciente que real. No obstante, se observa una mayor madurez que en
sus obras anteriores en las que el tono ingenuo dominaba las situaciones.
Precisamente por esa proyección irreal puede admitirse con mayor tolerancia
situaciones y frases que en otra obra tal vez resultasen peligrosas.
La
Junta la autorizó para funciones de cámara, e incluso para representaciones
comerciales, si se realizaban varias supresiones. La mayoría de las supresiones
propuestas eran de tipo erótico y escatológico
[48]
;
aunque también propusieron cortes de tipo religioso (alusión al sacrificio de
Cristo, “Siento, como Santa Teresa... Oh, Señor”) y
político (alusión a la audiencia militar). No obstante, se acordó no emitir la hoja
de censura hasta corroborar que la Dirección General de Cinematografía y
Teatro, previa consulta al ministro, hubiese acordado su programación en el
Teatro Beatriz, y finalmente no se llegó a emitir, quedando así en una
situación de “silencio administrativo”. En 1973 se presentó una adaptación de
esta obra que fue prohibida, y se autorizaría ya en el 76, al igual que sucedió
con las anteriores.
Guernica fue la primera obra de Arrabal
prohibida oficialmente por la censura. Presentada como Ciugrena, en diciembre de 1968
fue prohibida por unanimidad por los tres vocales que la enjuiciaron, debido a
que, a pesar del cambio de título, los tres advirtieron que se trataba de Guernica. G. Elorriaga la
calificó como “peligrosa”, tras referirse a su temática: “Alusión a la tragedia
de Guernica y a situaciones de la guerra española.
Antimilitarista”. F. Soria señaló que, aunque la reflexión podía servir para
cualquier guerra, “ciertas alusiones al ‘árbol’ y a un general que es un
hambrón que quiere ‘todo o nada’ y que tiene aliados muy poderosos la hace
rechazable”, y S. B. de la Torre la calificó de “Obra de clara intención
antimilitarista y antibelicista”; aunque la “ingenuidad” en el tratamiento del
tema le inclinaba a autorizarla para funciones de cámara, las referencias a Guernica determinaron su voto prohibitivo:
[…] Este Ciugrena no es otro que Guernica, y así lo explica el juego
del arbolito, cuya alusión inocente viene a ser la constante de toda la obra.
Descubierto el propósito, maliciosa o estúpidamente enmascarado en el título,
no creo pueda dársele paso por razones elementales de oportunidad.
La
norma por la cual se justificó la prohibición fue la 14, 2º, mediante la cual,
como vimos, se prohibía “la presentación denigrante o indigna de ideologías
políticas y todo lo que atente de alguna manera contra instituciones o
ceremonias que el recto orden exige sean tratadas respetuosamente”.
Por
las mismas fechas que la anterior, también en diciembre de 1968, se prohibía El
gran ceremonial. Esta obra fue presentada por la compañía de Nuria Espert para representarla en el Teatro Reina Victoria de
Madrid, probablemente, en previsión de un posible prohibición de El cementerio de automóviles, pues se
presentó tan sólo dos días antes de que Armando Moreno recurriera el dictamen
de aquella. En este caso, ni siquiera fue leída por el Pleno, pues se prohibió
tras su lectura por cinco censores. En la primera lectura, dos de ellos la
autorizaban con varios cortes: J. E. Aragonés, quien explicaba que “la crudeza
de situaciones y diálogos queda atenuada por lo disparatadamente esperpéntico
de la trama” y añadía que después del Espectáculo Sartre no había inconveniente en representar esta
obra, y A. Mampaso, que imponía numerosas
supresiones:
Terror, sadismo, erotismo y muy levemente
una alusión irreverente en el paralelismo de las vestiduras de las víctimas con
las del Nazareno. No creo que haya simbolismos políticos, morales o religiosos
en la obra, aunque algunos quieran encontrárselos. Pura provocación con los
peores medios de personajes anormales y un lenguaje soez en una serie de
situaciones rebuscadas.
En
cambio, F. Soria se refirió a ella como un “Cúmulo de atrocidades”, aunque
decía admitir su calidad: “si literariamente se salvan por el, a mi juicio,
innegable talento y originalidad del autor, resultan, desde el más elemental
criterio moral, absolutamente inadmisibles”. Ya en la segunda lectura, José
María Artola definía la obra como “un testimonio
extraordinario de la degeneración a que puede llegar el amor”, y afirmaba que
“Como tal testimonio tiene su valor positivo”, pero la acumulación de
“groserías” y de “perversiones sexuales” hacía inviable su presentación ante el
público. También la prohibió S. B. de la Torre, quien la encontraba inadmisible
por su “acumulación de masoquismo, sadismo, necrofilia, fetichismo, amén de la
irreverencia y alguna que otra expresión blasfematoria”, y añadía: “Aquí la
conocida posición un tanto inocente del autor para tocar temas y situaciones
tremendas pierde el tono habitual y se hace más realista y peligrosa en sus
monstruosas implicaciones”.
De
nada sirvió la carta dirigida por Armando Moreno a José María Ortiz
(5-XII-1968), en la que, previendo lo que podía suceder, advertía: “Yo sé que hay
situaciones vidriosas (¿en qué obra importante moderna no las hay?), pero
quiero —y ésta es la razón por la que te escribo— que ese Ministerio no olvide
que la obra será representada por esta Compañía”. El empresario de la compañía
de Nuria Espert aportaba tres argumentos para refutar
que la razón fundamental de esta obra fuese la “obscenidad de situaciones o la pornografía temática” [subrayado en
el original]: “1) Yo no la habría presentado a censura; 2) Nuria Espert no se prestaría a interpretarla, bajo ningún
concepto, y 3) No estaría considerada como una de las más relevantes piezas del
teatro actual”. Para concluir, escribía:
Confío en que no se la tache de eso,
ni mucho menos se tema que nosotros podemos prestarnos a un montaje con tan
detestables puntos de apoyo; la más ligera duda de que así pudiera ser, nos
humilla y ofende.
Acudo en defensa de esta obra porque
es, ante todo y sobre todo, un patético documento filosófico y poético del más
alto valor.
Tras
su prohibición en ese año, no hay constancia de que esta obra volviera a ser
presentada a censura por ninguna otra compañía.