2.
Alfonso Sastre
En
los años sesenta, los censores muestran una mayor prevención hacia los textos
de Alfonso Sastre que en etapas anteriores. A este cambio de actitud
contribuyen las reiteradas declaraciones del autor contra la censura: además de
los escritos con los que intervino en el debate sobre el posibilismo, en 1960 firmó el ya citado Manifiesto contra la censura junto con otros doscientos veintiséis
intelectuales (de lo que informó en una carta a los propios censores), y en
1961 firmaría con José María de Quinto el “Documento sobre el teatro español
redactado por el G.T.R.”, en el que también se
atacaba a la censura. En dicho documento se puede leer:
La existencia de la censura de teatro,
y especialmente en la forma en que se viene ejerciendo entre nosotros (se trata
de una actividad conceptualmente arbitraria, administrativamente irregular,
éticamente irresponsable y legalmente amorfa, sin que ni siquiera tenga
autoridad para mantener sus propios dictámenes), es una vergüenza pública y
privada. Públicamente (objetivamente) lo es porque tiene el carácter de una
calamidad cultural. Privadamente (subjetivamente) porque es el signo de nuestro
conformismo —el de los autores, directores, actores, empresarios...— y de
nuestra propia corrupción. Es urgente la absoluta liquidación, que puede irse
desarrollando en etapas, de este mecanismo. No se trata de que desaparezca toda
vigilancia social —debe haberla, desde luego, para la pornografía—, sino de que
ésta tome un carácter regular y legítimo, a través del aparato judicial
ordinario.
Por
entonces, su politización es cada vez acusada. Un año después de redactar el
citado documento, ingresa en el Partido Comunista
[1]
,
lo que pone de manifiesto el radical cambio de actitud frente al régimen desde
aquel desconcierto inicial por las prohibiciones de la censura.
2.1. Obras sometidas a
censura
Durante
los años sesenta y hasta el final del franquismo, disminuye el número de textos
originales de Alfonso Sastre presentados a censura, aunque se presentan varias
versiones de obras extranjeras adaptadas por él. En este período, las únicas
obras originales que se presentan son La
cornada (1959), En la red (1960), Oficio de tinieblas (1963) y la obra
infantil Historia de una muñeca
abandonada (1967), que también se presentó traducida al catalán (Le petit cercle de guix, 1968). Además,
debió presentarse Asalto nocturno,
puesto que se estrenó en 1965 en el Club Iber de Barcelona, aunque la única documentación encontrada
sobre esta obra es de 1974, debido a que su expediente se encuentra incompleto.
Significativamente,
a excepción de La sangre y la ceniza,
ninguna de sus obras posteriores a 1965 se presenta a censura. Recordemos que
ese año supone el inicio, a decir del autor y de sus estudiosos, de una nueva
etapa en su producción, la correspondiente a sus “tragedias complejas”
[2]
.
Así, no hay constancia de que se presentaran El banquete (1965), La
taberna fantástica (1966) o Crónicas
romanas (1968). Incluso la única “tragedia compleja” que se presenta a
censura, La sangre y la ceniza (1965), se presentó seis años después de su escritura, en 1971. Es posible que
esta circunstancia no se debiera sólo a la dificultad de que fueran
autorizadas, sino también a su complejidad escénica. En cualquier caso, lo
cierto es que, en adelante, sólo se presentarán sus obras escritas con
anterioridad (Ana Kleiber, Guillermo Tell tiene los ojos tristes y Escuadra
hacia la muerte) y sus adaptaciones. En lo que se refiere a las
adaptaciones presentadas en estos años, el hecho de que fueran realizadas por
Alfonso Sastre no parece influir en el dictamen.
En 1959
se presenta La cornada, que fue autorizada tras haber sido leída por un
único censor, G. Montes Agudo, el cual, como hemos ido viendo, se había
convertido por entonces en el máximo valedor del teatro de Alfonso Sastre
dentro de la Junta. Calificó esta obra como “bien concebida y resuelta”, dotada
de “ambición” y de un valor literario “bueno”. A pesar del claro vampirismo que
ejerce el apoderado sobre el torero, la obra no despertó suspicacias de tipo
social ni político, a diferencia de lo que unos años después sería habitual.
Únicamente, ya en la crítica del estreno, Torrente Ballester advertiría: “Sospecho que la primera idea, la idea madre de que partió Sastre,
no fue la relación concreta matador-apoderado, menos aún la de tal apoderado y
tal matador, sino la relación abstracta dominador-dominado”
[3]
.
También en su crítica Adolfo Prego, que tres años
después se incorporaría a la Junta, se mostraba entusiasmado: “¡Qué nervio hay
en este drama! Es admirable la concisión, el ahorro de nervios, el vigor del diálogo”
[4]
.
Esta autorización supone un nuevo paréntesis, como en su día lo fueron La mordaza o El cuervo, en las difíciles relaciones del teatro de Alfonso Sastre
con la censura.
También
en 1959 se sometía a censura Guillermo Tell tiene los ojos tristes. Según ha comentado el propio autor, esta obra
había sido prohibida en 1955, aunque en su expediente, que está incompleto,
sólo aparece documentación a partir del año 59, en que se autorizó para
representaciones de cámara. El censor que la enjuició entonces
[5]
la autorizó por desarrollarse en un contexto alejado de nuestro país. Así, tras
señalar que “la acción se desarrolla en un país supuesto que se encuentra
sometido a la más terrible de las tiranías, donde se cometen toda clase de
atropellos, sin que nadie sepa oponerse”, escribió:
Ni con un gran exceso de suspicacia
podríamos sentirnos afectados ni indirectamente por el planteamiento que hace
el autor. El tipo de tirano que describe aquí con todo el simbolismo que quiera
darle el autor, únicamente podrá comparársele en nuestros días a un país
comunista y aun así resultaría falso.
Dos
años después, en octubre de 1961, se emite un nuevo informe que refleja el giro
que se ha producido por entonces en la opinión de los censores sobre el autor:
en esta ocasión, José María Cano escribe: “ocurre que uno no puede leer esta
obra, ni seguramente el espectador podrá verla, sin pasar inmediatamente de una
hipótesis, más o menos legendaria, a una tesis de actualidad”; este censor
llama la atención sobre los anacronismos del texto (“habla de las conquistas
del proletariado, de la construcción de carreteras, de la subida del nivel de
vida, etc., expresiones todas fuera de tiempo en los cantones suizos en la
época de Guillermo Tell”), que evidencian su carácter
simbólico, y concluye:
Por lo tanto, se deduce fácilmente,
sabiendo además cómo se las gasta el autor, que se trata de una tremebunda
exhortación a la rebeldía, una incitación de sospechosas intenciones que habría
que pensar si no es peligrosa su autorización, a no ser que se juzgue más hábil
y más oportuno acogerse a ver la obra sólo en el primer sentido.
Finalmente,
la obra se autorizó, con la condición de que no se actualizaran los uniformes
de los militares. En 1964, en la hoja de censura entregada al TEU de Madrid, se
insistía en que los uniformes de “las fuerzas de represión” no se asemejaran,
“en modo alguno, a ningún uniforme de las fuerzas actuales extranjeras, ni
nacionales, debiendo ser confeccionados, por tanto, de una manera convencional
y de acuerdo con la época en que la acción se desarrolla”. Durante estos años,
se autoriza la representación de esta obra en funciones de cámara a las
distintas compañías que lo solicitan, hasta que en febrero de 1969 se prohíbe
temporalmente su representación.
Cuando
se estrenó en Barcelona (1966), los diez años transcurridos desde su escritura
se hicieron notar, en opinión de la crítica. Se dijo que la historia de
Guillermo Tell seguía vigente, así como el sentido
que le había dado el autor, aunque la facilidad con que se advierte la
“moraleja”, había soportado peor el paso de estos años
[6]
.
En
octubre de 1960 se somete a dictamen En la red, cuyo proceso se demoró
durante dos meses. Ante este retraso, en diciembre de 1960, Sastre escribe al
jefe de la Sección de Teatro solicitando un dictamen lo más urgente posible. En
su carta, el dramaturgo no tiene ningún reparo en comunicarle que ha firmado un
documento con otros doscientos veintiséis intelectuales en el que expresan su
estado de “zozobra próxima a la exasperación” a causa de la censura.
Finalmente, la obra fue autorizada, tras consultar, debido al tema abordado (la
insurrección argelina), al ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, quien informó favorablemente.
La
obra se estrenó en el Teatro Recoletos de Madrid el 9 de marzo de 1961, por el
Grupo de Teatro Realista, y fue entonces cuando surgieron los problemas. Según
se puede leer en un informe del Jefe de la Sección de Teatro, tras el estreno
“surgieron dificultades determinadas por la equívoca interpretación de evidente
y negativo significado político con que la comedia fue acogida”. Por ello, el
27 de ese mes se indicó a los delegados provinciales de varias capitales
españolas que la obra no debía volver a representarse debido a razones “de
orden internacional”.
En
diciembre de 1962, una vez resuelto el conflicto argelino, la obra fue
autorizada para sesiones de cámara. Esta vez fue leída por dos censores, el
religioso Manuel Villares, quien señaló que no
ofrecía reparos “desde el punto de vista moral”, y Bartolomé Mostaza, que
afirmaba: “Superadas las circunstancias políticas a que el drama alude, no
ofrece problemas políticos y puede representarse, aunque su interés es escaso”.
Poco después, en marzo del 63, fue leída por Montes Agudo, que coincidió con
este en señalar que podía autorizarse sin reparos, una vez superadas las
“motivaciones de actualidad” que en su día desaconsejaron este dictamen. Este
censor se refirió a la obra como “clara muestra de un teatro ‘comprometido’”, y
se mostró más severo que en otras ocasiones al enjuiciar su calidad, pues señalaba que “el tono realista en que se
desarrolla la hacen convencional y melodramática”.
Al
escribir esta obra, Sastre admitía haber camuflado el tema que realmente quería
tratar. Él mismo mencionaba esta obra, escrita en el año anterior a la polémica
con Buero Vallejo, como muestra de teatro posibilista, al haber situado la acción
en Argelia
[7]
.
Para Caudet, la situación española a la que Sastre
había querido aludir era la de los días, contemporáneos a la escritura de la
obra, en que el PCE preparaba una huelga general, en los cuales se sucedían las
redadas
[8]
,
idea que el propio Sastre ratificaba:
De todos modos funcionaba siempre un
cierto mecanismo de autodefensa que hacía que uno tomara precauciones. La obra
resultó un tanto abstracta. [...] Era la única forma que yo veía de que la obra
pudiera representarse haciendo algunas brumas sobre la localización. Porque,
claro, la localización tendría que haber sido en Madrid durante la preparación
de la jornada del año 59, pero, entonces, al hacer esa transcripción al norte de África, con la guerra de Argelia, más o menos, yo tomaba unas
distancias que hacían irreconocible el tema desde el punto de vista de un
teatro documental de nuestro momento [...]. Pero quizás para un espectador
francés o argelino esa obra resultaría exótica, abstracta, no la reconocerían,
mientras que para nosotros, para el espectador de Madrid, resultaba africana
[...]. Y eso era el resultado de las condiciones en las que vivíamos, que eran
muy difíciles
[9]
.
Muchos
años después, escribió Askatasuna,
que era prácticamente una reescritura de En
la red, pero esta vez localizada en el País Vasco
[10]
.
Tras
haber sido autorizada para sesiones de cámara en 1953 y prohibida en 1956, en 1962
se levanta la prohibición a Escuadra hacia la muerte, después de
que el Comandante Asesor Técnico del Alto Estado Mayor, Juan Guerra y Romero,
informara a favor de su autorización. Las razones que este argumentó fueron la
falta de una localización concreta (“La localización, geográfica e histórica,
de la acción dramática, es imaginaria y no identificable con otras conocidas”)
y el hecho de que no se estaba atacando a la institución militar (“Su
desarrollo no comporta el juego de valores militares de consideración, sino el
de situaciones personales al margen de ellos”). Lejos de considerar que se
criticaba a la institución en su conjunto, en su opinión, los militares de la
obra eran unos personajes harto peculiares que viven una situación extrema y no
identificable con las de la vida militar:
Los personajes no resultan simbólicos,
ni suficientemente representativos; por su propia definición están colocados al
margen del Ejército y de la Sociedad, no obstante lo cual se comportan con
cierto orden y aliento positivo hasta que la fatalidad se cumple.
Y
afirmaba igualmente:
No creemos contenga ‘mensaje’, tesis,
ni eficacia dialéctica que trascienda sobre las posibilidades circunstanciales
de la acción dramática de unos personajes concretamente tarados o envueltos en
sendos problemas personales ‘límites’.
Por
ello, la obra se autorizó con la condición de no utilizar uniformes militares
que pudieran ser identificados con los de un ejército concreto, “nacional o
extranjero”, y de extranjerizar los apellidos de los personajes. Desde entonces
la obra es presentada a censura por numerosas compañías y se autoriza siempre
bajo estas condiciones, a excepción de los meses en que se veta la producción
total del autor (1973).
En
octubre de 1962, Ana Kleiber, que anteriormente se
autorizó sólo para funciones de cámara, fue autorizada para su representación
en régimen comercial, tras haber sido enjuiciada por Bartolomé Mostaza. Este
censor fue severo con su valor teatral: “Está disparatadamente construido el drama.
Para guión cinematográfico quizá sirviera; para teatro resulta monótono y sin
gracia, sin hondo interés”. Sin embargo, no encontró inconvenientes para su
autorización: “Moralmente, sin riesgo”.
También
en 1963 se presenta Oficio de tinieblas, que fue leída por tres censores, los
cuales coincidieron en autorizarla para funciones comerciales, tras imponer
cortes en dos de sus páginas, entre los que se encontraba el siguiente
estribillo: “En una noche oscura / y sin apenas sentir nada... / que pudiera pasar
por la censura, / (Arturo ríe) / salí
sin dar la cara. / ¡Patas arriba todo lo dejaba!”. Los censores no encontraron una intencionalidad crítica en esta obra.
F. Martínez Ruiz encontró que la obra podía resultar “fuerte”, pero carecía de
“segundas intenciones expresas”, y en ella Sastre se había limitado a presentar
el ambiente retratado “sin latiguillos y admoniciones, sobria, pero
elocuentemente”; tampoco encontraba “malicia especial” en el hecho de haber
localizado el drama en Semana Santa. Para Barceló, lo delicado de algunas
situaciones estaba justificado por la tensión dramática, sin que el autor
hubiera cargado las tintas; únicamente advertía que habría que vigilar una
escena de streep-tease. El religioso Artola coincidió en autorizarla, si bien “a condición de suprimir las alusiones que
pretenden mezclar la patria y la religión con la conducta impulsiva de unos
criminales”, y siempre que se vigilara la puesta en escena.
A
pesar de haber sido autorizada, no se estrenó hasta 1967, por lo que no hay que
achacar lo tardío de ese estreno (fue escrita en 1960) a la actuación de la
censura. Al parecer, a semejanza de lo ocurrido con La cornada, tampoco esta obra obtuvo éxito de público, lo que tal
vez influyó en la escasez de textos originales de este autor presentados a
censura en los años siguientes.
A
petición de un instituto de enseñanza media, en abril de 1967 se autorizaba sin
cortes, para todos los públicos, Historia de una muñeca abandonada,
tras haber sido leída por tres censores. Estos encontraron que el texto tenía
“trastienda” (Barceló) y suponía una “parábola y propaganda pro-Brecht” (Artola), aunque este dictamen se aprobó por
unanimidad, probablemente aceptando la idea de Barceló de que se trataba de una
“Comedia infantil con tanta trastienda como ingenuidad inadvertida”. En los
años sucesivos, fueron varias las compañías que solicitaron representar esta
obra y el dictamen fue siempre el mismo, a excepción del café-teatro Ismael, al
que se denegó la autorización en 1970, según se explica en la nota informativa,
“por no considerar procedente la puesta en escena de obras infantiles en salas
de especiales características como son las que definen los denominados
Café-Teatro”.
A
finales del 67, ya en diciembre, volvía a presentarse a censura una obra
original de Alfonso Sastre, la versión catalana de El circulito de tiza (Le petit cercle de guix), que se
autorizó sin cortes para todos los públicos, en enero de 1968. Fue leída por
tres censores, que, a pesar de su “mensaje” (“Las cosas son del que las cuida y
las trabaja”, señalaba una de las vocales), no se opusieron a la autorización;
por el contrario, se siguió el mismo criterio que con la versión en castellano,
ya autorizada. El texto recibió incluso los elogios de la vocal María Luz
Morales —vicepresidente de la republicana Comisión del Teatro de los Niños
durante la guerra civil, como se dijo—, quien escribió: “es Moral, ejemplar y
buen modelo de Teatro de los Niños”.
Además,
se presentan sus adaptaciones de Los
acreedores, de Strindberg (1960) que fue
autorizada para mayores de 18 años, sin que en los informes se haga referencia
alguna a la adaptación ni a la significación del adaptador; Mulato, de Langston Hughes (1963), La
dama del mar, de Ibsen (1965), ambas autorizadas,
aunque desconocemos las condiciones puesto que sus respectivos expedientes no
se encuentran localizables. Algunas de estas adaptaciones se
representarían en montajes que fueron emblemáticos en el período, como Persecución y asesinato de Jean Paul Marat, de Peter Weiss (más conocida como Marat-Sade, título
con el que se estrenaría), que se autorizó con varios cortes en junio de 1966;
como es sabido, Sastre firmó su adaptación con el seudónimo “Salvador Moreno
Zarza”; sin embargo, una vez autorizada la obra, su director, Adolfo Marsillach, informó a la Junta del verdadero nombre del
adaptador, sin que por ello variara el dictamen.
También
hay que destacar sus adaptaciones de Jean-Paul Sartre: A puerta
cerrada y La p… respetuosa (1967) se convertirían en el primer espectáculo de Sartre representado en España (titulado,
precisamente, Espectáculo Sartre, con dirección de Adolfo Marsillach).
En la primera de ellas se ordenó sustituir el título que Sastre había puesto a su adaptación, El Infierno, por encontrarlo “excesivo en sus pretensiones
simbólicas”; y también en la segunda se impuso modificar el título: presentada
como Respetuosa, con el subtítulo en
francés (Le putain respetuose), se prohibió utilizar este último, y
hubo de estrenarse en España con el título La
p... respetuosa. En ninguno de estos casos los censores hicieron referencia
al adaptador en sus informes, a diferencia de lo que ocurriría con Muertos sin sepultura, también de Sartre, que se autorizaría en 1968. Los censores, que habían
enjuiciado una versión anterior, señalaron que la de Sastre era superior en su
calidad literaria: “Gana, sin duda, en corrección literaria al par que en el
uso de las palabrotas”; “La versión de Sastre está bien literariamente y es,
incluso, más serena”, se puede leer en los informes. Los únicos reparos hacia
la versión fueron a causa de la utilización de palabras malsonantes: así, J. E.
Aragonés señaló que se trataba de una adaptación “fiel en su desarrollo y no
tanto en los diálogos, en los que Sastre incorpora palabras y frases
coloquiales de grueso calibre en traducción libérrima”
[11]
.
Por lo demás, los principales reparos hacia la obra se debían al propio texto sartreano, y nunca a la personalidad del adaptador. Por
último, se presenta también en estos años una adaptación de Las moscas (1969), también de Sartre, que se autorizó sin pasar al Pleno, a pesar de que
hubo varios informes desfavorables, posiblemente por decisión del Director
General de Cultura Popular y Espectáculos, Carlos Robles. El único informe en
que se hace referencia a la adaptación es el de Juan Emilio Aragonés, quien
juzgó su calidad de forma desfavorable: “la traducción es muy pedestre y
abundante en giros galicistas y en el empleo indistinto del ‘tú’ y el ‘usted’,
pero, eso, allá Alfonso Sastre”. Por lo demás, señaló no haber encontrado
diferencias significativas con una versión catalana de Pedrolo presentada anteriormente, a excepción de algunas diferencias de matiz en las
que proponía mantener la traducción catalana, más literal.