II.
Los autores ante la censura
1. Antonio Buero Vallejo
Los informes de censura emitidos a propósito de las
obras de Buero Vallejo en estos años parecen apoyar
la tesis según la cual el franquismo intentó cubrir su vacío cultural con una
cultura ajena, no sólo la procedente de la tradición liberal, sino incluso la
de ciertos intelectuales de la oposición, en un intento de
apropiarse de su prestigio. En efecto, por estas fechas, Buero Vallejo ha alcanzado una notoriedad en el teatro español gracias a la cual los
censores se refieren a él como uno de grandes dramaturgos españoles de su
tiempo. Esta actitud no va a estar exenta de contradicciones, pues, por otra
parte, la visión crítica de la sociedad española que presentan sus obras les
resultará molesta y, en ocasiones, censurable.
Respecto
al primer punto, no faltan informes que dan buena muestra de ello. Así,
Federico Carlos Sainz de Robles, al emitir su dictamen sobre La doble historia del Dr. Valmy, vota por la aprobación, esgrimiendo que su autor
es “uno de nuestros mejores dramaturgos, con fama mundial. Hay que guardarle
consideración”, así como: “se trata de uno de nuestros mejores dramaturgos que
tenemos para presumir por el mundo”. Por su parte, el delegado provincial de
Lérida, José A. Tarragó Pleyán,
al informar sobre El concierto de San
Ovidio, escribió que “la construcción de la obra y el diálogo son de mano
maestra, como repetidamente lo ha venido confirmando en sus obras Buero Vallejo”. Ya en el período siguiente, Luis Tejedor,
en su informe acerca de El sueño de la
razón, se refiere a él como “el más considerable autor de los autores
españoles contemporáneos”. La Fundación fue valorada por Manuel Díez Crespo como una “obra importante y bien hecha”, y
aún se podrían seguir sumando ejemplos. Años más tarde, el propio Buero explicaba esta situación, en cierto modo de
privilegio con respecto a otros autores realistas:
Desde que empecé en el cuarenta y
nueve, también he sufrido etapas de congelación y de silencio; a veces muy
largas, hasta de cuatro años. Y he tenido obras retenidas. He tenido un poco
más de suerte, es probable. Pero algunos han dicho que he tenido suerte porque
me he adaptado más; eso a mí me parece incierto y desleal por parte de quien lo
dice. Lo que sucede es que, aunque cada vez se hayan podido ir diciendo más
cosas, también es cierto que la suspicacia de la censura ha sido cada vez más
creciente en la medida misma en que se iba viendo cómo estas plataformas
críticas se iban ampliando y consolidando. Entonces, claro, para un autor como
yo, que ya estaba bastante instalado, se crea una especie de inercia relativa
en la cual, sin faltar momentos de prohibición, congelación y de grave
dificultad, se van obteniendo algo menos difícilmente autorizaciones de algunas
obras. Si otros autores menos consolidados las hubiesen escrito, exactamente iguales
a como las escribí yo, hubieran tenido más dificultad porque la censura habría
podido frenarlos con mayor impunidad
[1]
.
El reconocimiento del que gozaba el dramaturgo por estas
fechas dio lugar a su nombramiento, ya en el período siguiente, como miembro de
la Real Academia Española, gesto que no dejó de ser criticado desde cierto
sector de la izquierda. En efecto, la postura posibilista no dejará de ser criticada
desde ciertos sectores. Cuando se iba a estrenar su versión de Madre Coraje, en previsión de posibles
críticas, el autor contestaba así a un “entusiasta de Brecht”
al que no nombra y del que esperaba un ataque al posibilismo de su adaptación:
Si el público rechaza la obra respirará
tranquilo: era lo previsible y lo inevitable, pues un público burgués no puede, según el esquema mental del
entusiasta, aceptarla. Pero ¿y si la acepta? Adivino ya lo que dirá entonces:
al público no se le ha dado la obra en toda su pureza. Tamayo y Buero —y los actores— habrán introducido en sus respectivos
trabajos difusos aburguesamientos que vuelvan admisible una obra inadmisible;
habrán incurrido feamente en “posibilismo”.
Por supuesto, hemos sido posibilistas
en nuestras respectivas tareas, como lo
es todo el que hace algo, lo confiese o no. La palabra tiene “mala prensa”
porque hay un posibilismo fácil, conformista, extendidísmo e inaceptable. Nosotros hemos ejercido a conciencia un posibilismo difícil, que
mantiene la dureza crítica de la obra frente a un público suspicaz, para lograr
un resultado efectivo. Hemos pretendido hacer vivir a Madre Coraje en España en
vez de declarar imposible de antemano su vida para que no sufra ningún precioso
esquema mental
[2]
.
Sin
embargo, y para matizar esta posición, supuestamente privilegiada, del autor,
hay que recordar que es también en este período cuando escribe La doble historia del doctor Valmy, sobre las torturas a presos políticos, y cuando
esta le es retenida. Como se dijo, la consideración que muestran algunos
censores hacia la obra bueriana no implica
necesariamente una aceptación de sus ideas políticas. Así lo muestran juicios
como el de José María Cano acerca de Las
Meninas (1960), quien, tras elogiar la calidad de la obra, escribía: “No
podemos olvidar, sin embargo, en este caso de que se trata de Buero Vallejo, y de que sus posibles alusiones a problemas
actuales deben mirarse con precaución”, o los realizados acerca de El concierto de San Ovidio (1962), obra
en la que tanto este censor como Gumersindo Montes Agudo encuentran componentes
“demagógicos”. Por otra parte, e incidiendo
en la matización de su actitud posibilista,
conviene recordar que el autor no evitó sumarse a algunas de las
reivindicaciones en las que participaron otros autores del momento; así, en
1965 firmó, con otros intelectuales y artistas, un documento exigiendo para
España libertad de expresión, de información y de asociación
[3]
.
En
1958 el dramaturgo había iniciado la que sería una de sus líneas de trabajo más
fecundas, el teatro histórico, que en ocasiones ha sido considerado como una
forma de posibilismo. Como se dijo,
la distancia histórica podía ser un atenuante ante la censura, aunque no
siempre era así. El propio autor negó que escribiera sus dramas históricos con
este fin: “... la razón más profunda de la redacción de mis dramas históricos
no se debe a las dificultades de censura. Yo habría escrito ese teatro aunque
ésta no hubiera existido”
[4]
.
Y lo cierto es que una de sus obras con más dificultades para pasar la censura fue
precisamente el drama histórico El sueño
de la razón. Ya anteriormente, Un
soñador para un pueblo había encontrado reparos para ser autorizado, pero
será sobre todo a partir de Las Meninas —quizá a raíz de la polémica recepción del estreno de Un soñador...— cuando se
acentúe la prevención de los censores hacia la visión de la historia de España
que ofrece el autor en sus dramas. En este sentido, varios estudiosos han
insistido en que no hay que buscar la razón última de la escritura de estos
dramas en la censura; entre ellos, Ricardo Doménech
[5]
,
quien admite que en varios de ellos hay frases veladas a circunstancias
presentes, pero encuentra pobre e insuficiente la idea de que la historia es
sólo un pretexto. Luis Iglesias y Mariano de Paco
[6]
han negado igualmente que este teatro sea una mera respuesta ocasional y
táctica ante las dificultades impuestas por la censura. Así, Luis Iglesias
Feijoo señala:
[...] sería aventurado suponer que
esquivar la censura sea el único, ni el principal de los motivos que inclinan
al autor hacia el cultivo de los temas históricos. En tal caso, se trataría
sencillamente de hablar del presente por medio del pasado; nos hallaríamos entonces ante simples parábolas
dramáticas, lo cual sólo puede aplicarse en parte a El concierto de San Ovidio, así subtitulada, y es notable que éste
sea el único de los dramas que no se desarrolla en España. Estas obras tratan
más bien de hablar al presente por
medio del pasado. En Un soñador, como
en Las Meninas, El sueño de la razón o La detonación, no se pretende
distanciar a través de la historia tan sólo para eludir los controles censoriales, y buena prueba de ello es que la última se
estrene en 1977, cuando la situación política del país había variado ya y
aquellos controles, sin haber desaparecido, se habían modificado mucho
[7]
.
1.1. Obras sometidas a
censura
En
este período se someten a censura cuatro obras originales de las cinco que
escribe, ya que Mito (1967) no se
presentaría hasta el período siguiente. Además, vuelve a presentarse Aventura en lo gris (1963).
Las
meninas se autorizó con modificaciones en cinco de sus
páginas, en noviembre de 1960, tras algo más de un mes de deliberaciones. Fue
leída por cuatro censores, dos de los cuales eran religiosos. Uno de ellos,
Manuel Villares, no encontró reparos en el aspecto
moral, ni tampoco en la forma de abordar el tema de la Inquisición:
Desde un punto de vista
histórico-religioso, al hacer intervenir a la Inquisición en la acusación de
que ha pintado a una mujer desnuda, tampoco le veo reparo. En primer lugar,
porque es un hecho histórico, puesto que era cometido de ese alto tribunal
salvaguardar la fe y la moral de costumbres y en segundo lugar porque está
tratado con toda corrección, pues en realidad el dominico no interviene y no se
cargan las tintas.
El
también religioso Avelino Esteban Romero elogió su calidad, pero advirtió que
tenía “fondo”; de hecho, señaló con el lápiz rojo catorce de sus páginas. Este
censor encontraba sospechosa la presencia del Dominico, “quien casi nunca habla
y está, como en sombra, en todo momento junto al Rey”, y pensaba que los
espectadores reprobarían como “odiosa” la actuación del Santo Oficio: “Es la
tesis del oscurantismo religioso frente al progreso español”. Por tanto, señaló
que la obra podía ser “muy delicada en su interpretación político-religiosa”, y
se debía “pensar antes de proceder”. Montes Agudo, en cambio, encontraba que el
autor había actuado con la suficiente prudencia como para encubrir las posibles
alusiones problemáticas. En su opinión, no llegaba a ser “polémica” en sus
referencias al Santo Oficio, a las que calificaba de “breves y evidentes”; en
cuanto a las referencias a la Corona, no por “crueles” dejaban de ser
“ciertas”. En definitiva, entendía que “sólo con una malicia excesiva” podía
encontrarse tendenciosidad en esta obra, y apostillaba: “El autor se ha cuidado
mucho de ello”. Finalmente, José María Cano emitió un informe lleno de
contradicciones en el que optaba por autorizarla sin cortes, aunque advertía
que, al tratarse de una obra de Buero Vallejo, había
que tener especial cuidado:
Si prescindimos de analogías,
suspicacias y aplicaciones de los personajes y situaciones a problemas
contemporáneos, la obra, a mi juicio, puede autorizarse sin más reparos. Es
evidente que los juicios de los hombres, públicos y privados, mutatis mutandis,
antes y ahora, siempre son los mismos. Sería, por tanto, fácil en cada obra
encontrar analogías, similitudes y símbolos. Creo que los juicios deben ser más
objetivos y limpios.
No podemos olvidarnos, sin embargo, en
este caso de que se trata de Buero Vallejo y de que
sus posibles alusiones a problemas actuales deben mirarse con precaución.
Este
censor enumeraba, entre los aspectos problemáticos de la obra, el ambiente de
corrupción de la corte, la actitud cobarde del dominico y el sacrificio de
Pedro Briones, “‘símbolo’ del pueblo oprimido que muere al fin”, así como la
velada alusión a la censura mediante las normas de la Inquisición: “Se alude
claramente a la censura estatal y se critica la mirada ‘sucia’ del censor que
en todo ve pecado u ocasión de pecado. Si bien reconoce que debe haber normas
oficiales en esta materia”. Finalmente, encontraba reparos en la figura del
propio Velázquez, “el procesado, el hombre
superdotado, el limpio, el honesto”, capaz de rebelarse ante el rey y denunciar
“la hipocresía de su gobierno y la miseria del pueblo”. Sin embargo, concluía
su informe minimizando todas estas objeciones, que había encontrado influido
“por el historial del autor”:
De verdad estimo que sería mucha
complicación tomar a pecho esas posibles analogías que puede hacer el
espectador y que probablemente ha buscado el autor, aunque [ilegible] su intención me parece honrada. Me parece, por otro
lado, sin estimar ese simbolismo al que nos lleva el historial del autor, que
la obra simplemente es la exaltación de un alma noble y entera, Velázquez, en su rebeldía contra la intriga, la mentira, la
miseria de una corte corrompida y de un pueblo abandonado por un rey débil,
manejado por gentes sin escrúpulos en una época de decadencia.
En
cuanto a su calidad, hubo juicios muy elogiosos. Así, Avelino Esteban Romero
escribió: “Teatralmente la obra tiene calidad e interés no frecuentes en
nuestros autores actuales. Su lectura llega a despertar apasionado sabor”. José
María Cano la valoró como “una obra muy digna por su densidad psicológica y su
profunda densidad dramática”, con “una excelente calidad literaria y una
ambientación teatral exacta”. Más tibia fue la valoración de Gumersindo Montes
Agudo, quien escribió que “La obra es interesante aunque a veces peca de
lánguida”, pues, en su opinión, adolecía de un “Exceso verbalista, aun con los
abundantes cortes del autor”. Sin embargo, valoró positivamente los aspectos no
textuales: “Composición plástica adecuada, cosa importante por el tema
tratado”.
Tras
el estreno, los reparos que habían encontrado los censores fueron superados por
las opiniones de algunos críticos, que se alzaron contra la obra con afán
inquisitorial. Si los censores temieron excederse en su suspicacia, a semejanza
de la Inquisición en el texto bueriano, las duras
críticas aparecidas en ciertos medios se encargaron de condenar aquellos
aspectos que los censores habían autorizado. Iglesias Feijoo señala que hubo
quien acusó a Buero de haber manipulado la historia y
utilizado la figura de Velázquez para hacer demagogia
[8]
.
Así, Fernández de la Mora, que planteó una enérgica repulsa, opinó que el Velázquez de Buero era un
“demagogo” o “tribuno de la plebe”. Algún crítico habló de un “Velázquez de ocasión”, en el que el pintor era “explotado
de mala manera”. Se llegó a decir que Buero “volcó en
ella toda su pobre tristeza, infamando la noble figura de Velázquez y arrojando un poco más de barro de leyenda negra sobre la cara de su madre
española”. También hubo quien lamentó que la obra se hubiese representado y que
“contra el libertinaje” no se hubiese empleado “la represión”. Incluso Azorín encontró que la mirada contemporánea estaba más
presente que la fidelidad a los hechos históricos recreados: “Con la política
se lleva a la escena —en la pintura de personajes históricos— nuestro modo de
sentir, y no el de estos personajes”; aunque no por ello lo atacaba, sino que
en otro artículo posterior, afirmaba: “sentimos simpatía por Buero Vallejo. Es nuestro, de nuestra España, de nuestro
tiempo”
[9]
.
A
diferencia de los anteriores, Torrente Ballester encontraba que en Las meninas continuaba “esa línea de sinceridad y de verdad” del teatro bueriano,
y apostillaba: “A los españoles se nos van las memorias por las glorias, y
conviene de vez en cuando hacernos recordar”
[10]
.
En la polémica participaron incluso dos críticos de arte, Gaya Nuño y Lafuente Ferrari
[11]
,
quienes reconocieron el valor de la obra. Con ella, Buero alcanzó uno de sus mayores éxitos de público.
Dos
años después de leer Las Meninas, en
noviembre de 1962, los miembros de la Junta enjuiciaban El concierto de San Ovidio,
que se autorizaría sin cortes. Los dos censores que la leyeron, Gumersindo
Montes Agudo y José María Cano Lechuga, por entonces, tenían ya formada una
opinión acerca del teatro de Buero. Ambos hablan en
sus informes de una cierta “demagogia”, aunque no encontraron motivos para
prohibirla ni para imponer cortes. El primero de ellos destacó su calidad: “Es
una pieza estimable, densa, tal vez algo lenta y a veces inclinada hacia lo
morboso y melodramático. En ese límite tan frecuente en Buero que roza la demagogia en busca de la tesis moralizadora”. Por su parte, José
María Cano elogió igualmente el valor estético de la pieza: “forma literaria
cuidadísima en un diálogo justo y redondo, cualidades características del
autor, concurren en este drama”. En su opinión, los ciegos eran utilizados
“como símbolos amargos y efectistas de la explotación del hombre por el hombre
en una sociedad injusta, frívola y mercantilizada aun en sus sectores
religiosos”, y en este sentido, escribía: “aunque su argumento es de vieja
época, encierra una fuerte carga intencional, aplicable a todos los tiempos, y
en conjunto, a mi juicio, a pesar de cierto resabio demagógico, es
aleccionador”.
Unos
años más tarde, en 1966 la compañía TOAR, de Lérida, solicitó la autorización
para representar esta obra, por lo que el delegado provincial de esta ciudad,
José Tarragó, emitió un nuevo informe tras asistir al
ensayo general: la comparaba con En la
ardiente oscuridad, si bien, en su opinión, “En esta última hay un sentido
más humano y no tan pesimista”. Elogió la calidad de la obra (señaló que poseía
un “destacado valor literario”, y estaba “magníficamente construida, de acuerdo
con el más avanzado teatro”), aunque mostró ciertas reservas de tipo formal
(“creemos que la obra resulta fría, y los efectos dramáticos bastante
ponderados y rehechos”). Por lo demás, no encontró reparos políticos ni
religiosos, por lo que de nuevo se autorizó.
En
1963 se presentó a censura una nueva versión de Aventura en lo gris, “en
mi opinión bastante más censurable”, diría el propio Buero,
con respecto a la prohibida nueve años atrás, que, sin embargo, se aprobó sin
cortes. Dicha autorización se enmarca en la operación “aperturista” de estos
años, pues tuvo lugar al poco tiempo de la llegada de García Escudero a la
Dirección General de Cinematografía y Teatro. De hecho, la circunstancia de que
dos de los vocales que la leyeron, Arcadio Baquero y Víctor Aúz,
se limitaran a autorizarla sin cortes sin emitir informe alguno, hace pensar
que esta decisión procedía de la Dirección General. El tercero, Sebastián
Bautista de la Torre, encontró que el tema tratado era delicado:
El tema del dictador derrotado que huye
del país en los últimos momentos podría prestarse a hondas especulaciones
acerca del poder, la fuerza del mando, la idea política, el juego ideológico,
etc. Sobre todo cuando a Goldmann —el dictador— se le
enfrenta Silvano —el intelectual, el pensador—.
Sin
embargo, señaló que el autor había sido suficientemente cauto a la hora de
abordarlo:
Pero el autor ha querido disminuir
tanto el tema, traerlo tan a ras de tierra, que todo queda en un tono menor,
puramente anecdótico... Así vemos cómo el ex-dictador se come los bocadillos a
escondidas, sordo al hambre de los demás refugiados, cómo intenta violar a
Isabel, la joven madre, y acaba matándola, etc., en fin, pequeñas minucias que
no se corresponden con lo que podría dar fuerza trágica al personaje. […]
La
obra se estrenó con premura y con dificultades de producción, lo que incidió en
el resultado, pues obtuvo una fría acogida por parte del público y de la
crítica, permaneciendo únicamente ocho días en cartel, menos que cualquier otra
del autor.
En
1964, tal vez confiado por los aires de “apertura”, Buero escribe La doble historia del doctor Valmy,
donde aborda la tortura a presos políticos; tema que ya había tratado de forma
indirecta en alguna otra ocasión
[12]
.
La obra, presentada por la compañía del Teatro de la Comedia, quedaría
retenida, como es sabido, hasta 1975, sin obtener otra respuesta que el “silencio administrativo”, debido a que el
autor se negó a realizar una serie de modificaciones. El propio Buero explicaba lo ocurrido:
Nunca fue prohibida, pero nunca logré
su autorización. Hubo lentos forcejeos verbales respecto a: 1º. Cambio de
nombres, ya extranjeros, por otros que lo fuesen aún más claramente —lo que
efectué por considerarlo conveniente—; 2º. Supresión de frases, algunas
referentes al órgano sexual de un niño de pecho, que no quise tachar; 3º.
Supresión de dos escenas, al principio y hacia el final de la obra, que
entendía yo imprescindibles... y sospecho que los censores también, y que no me
avine a sacrificar. Total: punto muerto, sin prohibición ni aprobación. Resumo
así el resultado de no menos de seis tentativas y sondeos hechos por seis
empresas sucesivamente interesadas en la obra, lo que abarca algunos años y
termina por hastiarme, no volviendo a intentar el estreno —que efectué, en inglés,
en Chester—. El tema de esta obra era el de la
tortura a políticos. Ahora bien, como no me gusta perder batallas, resumí más
tarde ese tema en Llegada de los dioses,
y de un modo, a mi juicio, no menos punzante o crítico que el de la otra obra.
Y entonces —1971— se autorizó con algunas supresiones de frases o párrafos que
no eran graves”
[13]
.
Los
informes muestran que eran dos los temas que preocupaban a los censores en esta
obra: la impotencia sexual del protagonista y la tortura a presos políticos. Al
religioso Luis González Fierro parecía preocuparle
más el primero de ellos (advirtió: “Que eviten en lo posible toda referencia
insistente, en palabras y situaciones, a la impotencia, aunque sé que no pueden
escamotearla”); en cambio, señala, “El aspecto de las torturas ya está muy
visto en cine y teatro y no creo que moleste a nadie que vea la obra con recta
intención”. Bartolomé Mostaza, en cambio, tras destacar su calidad (“La obra
está bien escrita y construida con excelente oficio”), llamaba la atención
sobre el tema de la tortura, pero la autorizaba a condición de que quedara
localizada en un país extraño: “Habrá de ser resaltada, en la puesta en escena,
la ‘lejanía’ del país donde se desarrollan los hechos para ser autorizada. Y
extranjerizados los nombres”. El tercero de los censores se limitó a señalar
algunos cortes. No obstante, no se llegó a emitir dictamen.
En
octubre de ese año, fue leída por el Pleno. Los censores que la habían leído en
julio reiteraron sus dictámenes anteriores, y a ellos se sumaron los votos de
otros siete censores que coincidieron en autorizarla, en su mayoría suprimiendo
las alusiones que podían localizar la acción en España. Los argumentos para
autorizarla fueron varios: Mostaza señaló que “la obra, por sus comedidas
maneras de presentar los hechos de las torturas, puede pasar sin escándalo”;
Barceló consideraba que “la obra constituye un loable ataque contra toda
violencia injusta y contra toda tortura policial”, la cual estaba “demasiado
universalizada” como para encontrar en el texto un ataque al régimen; Marcelo Arroitia-Jáuregui coincidía en señalar el carácter
universal de la tortura, aunque proponía suprimir las intervenciones de la
“pareja elegante”, muy ligadas a las “intenciones circunstanciales” de la obra.
Similar era la opinión de Florencio Martínez Ruiz, quien proponía igualmente
suprimir las intervenciones de dicha pareja al principio y al final de la obra:
El hecho de que lo relatado haya
podido suceder obliga a plantear muy seriamente su autorización, que debe
concederse, habida cuenta de su distanciamiento de España. Creo que puede
respetarse íntegramente la obra —incluso en sus relatos minuciosos de lo
sexual— salvo en el prólogo que subrayo su eliminación y en el final cuando
ironiza sobre la posibilidad de realizarse o no tales actos aquí. Obra
importante que puede resultar subversiva pero que objetivamente hablando no
puede prohibirse.
Sebastián
Bautista de la Torre no encontraba objeción en el hecho de condenar el uso de
la tortura:
Queremos admitir que la postura sea
más bien moral y humana, ya que políticamente el asunto ofrecería tantas caras
como se le quisieran buscar. En esta línea no veo inconveniente para su
aprobación por lo que supone la condena de tales métodos.
Sin
embargo, al igual que los anteriores, señaló que había que evitar cualquier
referencia a España, por lo que propuso suprimir el nombre de “Surelia” (y apostillaba: “pues creemos que en Nortelia o Centralia se dan más
estos casos”), y las intervenciones de la pareja elegante. Además, propuso
suprimir algunas alusiones de tipo sexual (“deben suavizarse las excesivas
intimidades en la exploratoria del doctor con referencia al acto carnal del
matrimonio y la alusión a las “cositas” del niño […]”).
Uno
de los informes más clarificadores con respecto al prestigio del que por
entonces gozaba el dramaturgo es el de Federico Carlos Sainz de Robles, quien
escribió: “Se trata de uno de nuestros mejores dramaturgos, con fama mundial.
Hay que guardarle consideración; y evitar en lo posible el escándalo fuera de
España”. Su argumento para autorizarla fue que textos extranjeros no menos
conflictivos ya habían sido estrenados en nuestro país:
Mi opinión es que debe autorizarse su
representación con el texto íntegro. Las tachaduras —en lápiz rojo— marcadas en
el texto me parecen un poco inocentes y, además, mutilan gravemente la
intención del autor; quien ha procurado tocar las más delicadas cuestiones
planteadas entre médico y enfermo con la mayor brevedad y con ejemplar tacto.
No debe olvidarse que hace bien poco hemos asistido a las representaciones de
obras como La buena sopa, y El
huevo, de Felicien Marceau, El deseo bajo los olmos, de O'Neill, Dulce pájaro de juventud y Noche de Iguana, de Tennesse Williams... ¿Por qué tener distinta medida con los
autores españoles, y más cuando se trata de uno de nuestros mejores dramaturgos
que tenemos para presumir por el mundo? Es indispensable una gran comprensión
para no esterilizar nuestro teatro, que siempre fue uno de los más importantes
del mundo.
Finalmente,
la Junta de Censura autorizó esta obra para mayores de dieciocho años, con
cuatro cortes y la citada extranjerización de los
nombres de los personajes, aunque con la condición de que no se expendería la
guía de censura hasta conocer la fecha de su estreno, para evitar que éste
pudiera coincidir con detenciones y condenas reales
[14]
.
El autor no realizó las modificaciones impuestas y tampoco se comunicó a la censura
la fecha exacta del estreno, por lo que la autorización no llegó a emitirse.
En
febrero de 1966, la compañía de Nuria Espert volvió a
presentar esta obra. A mediados de marzo, en fechas muy próximas a la
aprobación de la Ley de Prensa, García Escudero escribió al ministro Fraga Iribarne solicitando un dictamen definitivo. En su carta,
tras describir el proceso sufrido por la obra y la situación en que se
encontraba, escribe:
[...]La Junta mantiene su dictamen,
pero entiende, como yo, que tanto el tema de la obra, como la circunstancia de
su autor, exige el conocimiento y decisión del Ministro. Es interesante señalar
que Buero ha hecho en este tiempo diversas alusiones
a la obra y hace pocos días en El Alcázar,
donde ha reiterado su punto de vista (que ya apuntó con anterioridad) de que si
se estrena será íntegra. Esto obliga a prever la posibilidad de que, aunque se
le apruebe, si es con cortes, niegue su autorización para la representación.
Según
se indica en una nota, el propio ministro decidió prohibirla. Tampoco se
autorizaría un año después, cuando fue presentada por la compañía de Ismael
Merlo; en esta ocasión, se negó la autorización argumentando la negativa del
autor a realizar los cortes impuestos. No deja de ser curioso que fuera el
propio García Escudero quien diera la voz de alarma sobre esta actitud del
autor, precipitando así la no autorización del texto. La decisión del
dramaturgo de no aceptar dichas supresiones, aunque ello le supusiera no
estrenar la obra, muestra claramente los límites de su posibilismo, pues aunque ya había aceptado algún cambio, como el de
los nombres de los personajes, no realizó modificaciones que consideraba
esenciales.
Mientras La doble historia… aún se encuentra
retenida, se presenta a censura El tragaluz, obra cuyo expediente no
se encuentra localizable en el Archivo. Según comentaría el propio autor, se
autorizó con cortes, después de presentar recurso contra la supresión de
algunos párrafos
[15]
.
El hecho de que esta obra fuera autorizada y se mantuviera en cartel durante
toda la temporada refleja un cambio sustancial en el régimen y en el conjunto
de la sociedad española. Como muestra de la recepción de un censor hacia esta
pieza, citaremos la crítica de Juan Emilio Aragonés en Informaciones, quien escogió como título “Una sensacional pieza
dramática”, y en la valoración por puntos que solía hacer al final de su
crítica, tras valorar el tema, argumento, personajes, añadía un insólito
apartado nuevo: “¡Es de Buero Vallejo!”, y lo
calificaba con un “
10”
[16]
.
Pero tampoco faltaron respuestas como la de Emilio Romero, quien interpretaba El tragaluz como una venganza y una
condena a aquellos que “tomaron el tren” en la posguerra. Romero defendía a
“los hombres que cambiaban el semblante al país, aunque en la colosal aventura
de un pueblo haya canallas, hipócritas, impurezas y
grupos de presión”; contra la tesis de quedarse en el sótano, que, según él,
defendía el autor, proclamaba: “¡Pues no! [...] Había que coger el tren [...] Y
echar por las ventanillas del tren a los canallas que
se pudiera”
[17]
.
Además
se presentan dos adaptaciones: Hamlet, de William Shakespeare,
que se autorizó en octubre de 1961, con cortes en dos de sus páginas, de la
cual Bartolomé Mostaza comentó que “La traducción de Buero está hecha en buen castellano, quizá tirando a solemne y algo campanudo en
ocasiones”; y un año después, Madre
Coraje, de Bertolt Brecht,
de la que no se llegó a emitir dictamen en aquella ocasión y volvería a ser
presentada en 1964. Las referencias a la adaptación de Buero Vallejo son mínimas. Arrotia-Jáuregui, que se mostró
partidario de prohibirla, escribió: “Todo ello no supone un juicio adverso para
sus calidades dramáticas y literarias, que son extraordinarias, y tienen
adecuado reflejo en esta versión española”, y Florencio Martínez Ruiz comentó:
“La versión con ser dura está exenta de latiguillos, que en todo caso, quedan
muy alejados en el tiempo”.