Capítulo tercero
LOS ESTRICTOS LÍMITES DE LA “APERTURA”
I. EL PERÍODO DE DESARROLLO (1959-1968)
El
importante desarrollo que conoció la economía española durante los quince
últimos años del franquismo traería consigo una serie de cambios
trascendentales para la cultura y la sociedad española. Según Tusell, durante estos años se produjo “la más honda
transformación de las estructuras económicas españolas y la más decisiva
modificación de nuestra sociedad que aconteció en la época contemporánea”
[1]
.
Paradójicamente, tal como señala Moradiellos, el
desarrollo económico, que a corto plazo dotó de cierta legitimidad al régimen
franquista, a la larga generaría condiciones sociales y culturales
profundamente discordantes con un sistema político cada vez más anacrónico e
inadaptado a su propia realidad socioeconómica
[2]
.
La propia censura acusaría estos cambios, debido a la necesidad de aparentar
una “liberalización” frente a los países democráticos, de los que dependía
estructuralmente la economía desarrollista. El equipo liderado por Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo entre
1962 y 1969, introduciría una serie de reformas encaminadas, tal como señala Ben Amí, a dar a la política
española “un tono de liberalización y apertura”, si bien, continúa este autor,
“recurriendo a muy claras reglas de juego”, pues “la desviación de la línea
general sólo iba a ser permitida hasta un límite razonable”
[3]
.
De hecho, aunque se autorizarían obras antes prohibidas (entre ellas, Aventura en lo gris, de Buero Vallejo, y Escuadra
hacia la muerte, de Alfonso Sastre), aún se siguieron prohibiendo y
reteniendo muchas otras.
En
el teatro de estos años, el realismo social, vinculado ideológicamente al
marxismo, cobra vigor con respecto a los años anteriores, aunque no tanto en
los escenarios como en el papel, ya que va a ser duramente castigado por la
censura. Aun así, se estrenan algunas obras emblemáticas de esta tendencia,
como La camisa, de Lauro Olmo, o Las salvajes en Puente San Gil, de
Martín Recuerda. La repercusión pública que acompañó a algunos de estos
estrenos y la connotación política que adquirió la asistencia a los mismos
provocaría una precaución creciente entre los censores y una respuesta antiaperturista entre los sectores más conservadores; así,
al pulso entre creadores y censura se sumará el que mantienen “aperturistas” e
“inmovilistas” dentro del propio régimen, visible en los informes de los
censores de estos años.
1. Los primeros atisbos de
liberalización de la sociedad española
Los
historiadores del período fijan en 1959, año en que se pone en marcha el Plan
de Estabilización, el inicio de este cambio de rumbo en la historia del
franquismo. La nueva política económica, las inversiones extranjeras, el turismo
y la emigración, cuyas cifras se multiplicaron de forma espectacular
[4]
,
fueron los motores del desarrollo económico. La repercusión de estas medidas en
la vida cotidiana de los colectivos más desfavorecidos será reflejada en sus
obras por los dramaturgos realistas: Lauro Olmo aborda las duras condiciones de
vida de quienes se vieron obligados a emigrar en La camisa y en English spoken; José María Rodríguez Méndez plantea igualmente
el tema de la emigración en La vendimia
de Francia y La Andalucía de los
Quintero, y Martín Recuerda lo hace en El
caraqueño. El turismo —con las connotaciones de turismo sexual que adquirió
en muchos casos— será abordado por Olmo en Mare Nostrum, S.A. Los característicos barrios de
inmigración obrera en la periferia de las ciudades, las ciudades-dormitorio
surgidas como consecuencia del desarrollo industrial y el masivo éxodo rural
serán el marco en el que se ambienten algunas de estas obras, como La camisa, localizada en un barrio de
“chabolas” del cinturón de Madrid, o La
batalla del Verdún de Rodríguez Méndez, en uno de
los barrios de “coreas” del reborde montañoso del “pla de Barcelona”. En distinta medida, todas estas obras tuvieron problemas con la
censura. Así, por ejemplo, a pesar de lo revelador de las cifras de la emigración,
cuando la directora de Dido, Josefina Sánchez Pedreño, recurrió el dictamen de La camisa (prohibida en 1961), hubo de argumentar que este no era
un problema exclusivamente español, sino que afectaba principalmente a Italia;
además, señalaba que este tema, lejos de escamotearse
a la opinión pública, “se difunde a los cuatro vientos en la prensa española,
se le considera como eficaz paliativo de la crisis laboral existente y se le
tutela con acertadas medidas que garantizan, en lo posible, el bienestar de
nuestros obreros en Alemania y su retorno a la patria”.
En
el seno del régimen, se produjo una cierta dinamización interna, ligada al ascenso político del Opus Dei, cuyo programa político, tal como explica Moradiellos, consistía, en esencia, en promover el
crecimiento de la economía como vector generador de prosperidad y bienestar
material, con el objetivo de que estos factores cimentaran la paz social,
suplieran la falta de libre participación democrática y dieran “legitimidad de
ejercicio” al régimen dictatorial
[5]
.
Con la nueva política económica, cambia también el discurso ideológico de la
dictadura, que abandona la retórica grandilocuente para sustituirla por un
discurso triunfalista basado en cifras estadísticas. Tal como señalan Sartorius y Alfaya:
A partir de los años sesenta lo que no
se encuentra ya en la propaganda franquista, salvo en los discursos de algún
que otro personaje pintoresco de la especie Blas Piñar,
son apelaciones al Imperio, a los Reyes Católicos, a “la conquista y evangelización
de América” y demás artificios retóricos del primer franquismo, sino que hay
una adaptación a la naciente conciencia pequeñoburguesa,
acomodaticia y bienpensante, generada en las nuevas capas medias surgidas a
partir del crecimiento económico
[6]
.
Este
cambio de mentalidad se va a reflejar en los informes de los censores,
testimonio excepcional de la imagen que los propios franquistas tenían del
sistema al que servían. Así, por ejemplo, muestran lo ajeno que llegó a
resultarles el nazismo a algunos de ellos: en 1971 se autorizó Comedia que no acaba, de Max Aub, con la imposición de que
quedara localizada en la Alemania nazi, para evitar cualquier posible analogía
con el régimen franquista; e igualmente, se autorizaron los poemas brechtianos adaptados por Lauro Olmo con el título Yo, Bertolt Brecht, con el argumento de que “su franca
significación germana y anti-nazi los hacen
absolutamente inocuos en España y en nuestros tiempos”. Así mismo, encontramos
términos y conceptos que se usan en sentido muy distinto al que tenían años
atrás; por ejemplo, el término
“pacifista” aparece utilizado sin connotaciones negativas (recordemos que en
1964 se conmemoran los “Veinticinco años de Paz”), a diferencia de lo ocurrido
con Escuadra hacia la muerte en 1953.
Se
ha dicho que el desarrollismo tecnocrático intentó
consolidar el apoyo popular al régimen sustituyendo la apatía de la privación
por la nueva apatía de la satisfacción, objetivo que se consiguió en buena
parte, tal como señalan Sartorius y Alfaya:
Porque a estas alturas sería ingenuo
suponer que el franquismo se mantuvo únicamente mediante el terror, aunque a
este lo utilizó cuando y como quiso. La masiva ignorancia política, el
aislamiento espiritual del país, la falta de alternativas claras que una
oposición amordazada y dividida se veía imposibilitada de explicar y difundir,
la posibilidad de conseguir un nivel de vida que comparado con los baremos europeos era menos que mediocre pero que teniendo
en cuenta los antecedentes de miseria y subdesarrollo de los años cuarenta y
cincuenta, rozaba lo inimaginable, creó un clima de conformismo que fue un
elemento negativo de primer orden a la hora de movilizar la conciencia cívica
en favor de las libertades
[7]
.
No
obstante, a lo largo de la década, el régimen acusó el retorno de la
conflictividad laboral obrera, la disidencia ideológica de los universitarios,
la fractura irreversible del hasta entonces unánime apoyo eclesiástico, el
resurgimiento de las reivindicaciones nacionalistas en Cataluña y el País
Vasco, y la reaparición de focos de resistencia política tanto en el ámbito
partidista como en el sindical.
El
punto de arranque de la conflictividad obrera se situó en la huelga minera
asturiana de abril y mayo de 1962; poco después se declaró el “estado de
excepción” en tres provincias industriales. En septiembre, 102 intelectuales y
artistas firmaron una protesta por el uso de la fuerza para reprimir las
huelgas
[8]
,
entre los que se encontraban Lauro Olmo y Carlos Muñiz; a este último, la firma
del documento le costó el cargo de vocal de la Junta de Censura, al que había
accedido unos meses antes con el propósito de posibilitar la autorización de
ciertas obras. También en este caso, a pesar de que la conflictividad laboral
formaba parte de la realidad social, su aparición en el teatro va a ser
censurada, como muestra la prohibición de El
ghetto o la irresistible ascensión de Manuel Contreras, de Rodríguez
Méndez.
Otro
fenómeno recurrente fue la movilización de universitarios, que creó verdaderos
problemas de orden público al régimen y supuso una demostración de su
bancarrota intelectual y fracaso cultural. A finales de los sesenta, los
universitarios españoles eran mayoritariamente demócratas e incluso marxistas;
de hecho, la irradiación del marxismo en medios intelectuales es, según Antonio Elorza, una de las características definitorias de
esta época. La respuesta del régimen fue una represión creciente (sanciones,
expulsiones, detenciones, torturas, cierres de facultades y universidades...)
que alejó aún más a la población universitaria del franquismo. También el
teatro realizado en estos años por los grupos universitarios, los TEU, va a ser
un exponente significativo de esta recuperación de ideologías alternativas en
su intento de estrenar a algunos autores del exilio como Bergamín y Max Aub; de este último
se presentan a censura en este período dos piezas de su teatro primero (Narciso y Espejo de avaricia).
Otro
frente de oposición revitalizado durante este período fue el de los
nacionalismos catalán y vasco. Este último traería consigo el inicio, en agosto
de 1968, de la actividad terrorista de ETA, que se convertiría en el primer
problema político y de orden público del franquismo, al que se respondería con
una dura represión en el País Vasco
[9]
.
Además, ciertos acontecimientos internacionales como la entrada en La Habana de
Fidel Castro y el ejército guerrillero en 1959, o la guerra del Vietnam
contribuirían a la politización de signo izquierdista de muchos españoles
[10]
.
La
oposición política y sindical al franquismo finalmente empezaba a recuperarse y
poner fin a su larga travesía por el desierto. El mosaico de grupos de
oposición existentes, según Moradiellos, con
independencia de su muy diversa entidad numérica, demostraba el pluralismo de
la nueva sociedad española y su creciente homologación política con otros
países europeos, incluyendo el apoyo a la democracia como fórmula política más
justa y conveniente
[11]
.