3. José Martín Recuerda
A
finales de la década de los cuarenta aparece en el panorama teatral una nueva
voz disonante, también próxima al realismo social: la de José Martín Recuerda,
que en estos años escribe La llanura (1947), El payaso y los pueblos del sur (1951), Los átridas (1951), Ella y los barcos (1952), Las ilusiones de las hermanas viajeras (1955) y El teatrito de don Ramón (1957); así como las versiones de Los
persas, La posadera y Los encantos de la culpa. A excepción de Ella y los barcos, todas estas obras
alcanzaron el estreno, la mayoría de ellas a cargo del TEU del Granada, grupo que
dirigía el autor.
Según
ha comentado el dramaturgo en varias ocasiones, la censura alteró sus textos de
forma importante: “En general, todas mis obras estrenadas o publicadas han
sufrido bastante en censura”
[1]
,
decía en una entrevista, y en otro lugar señalaba que la censura había influido
en su escritura “Muchísimo”
[2]
.
Esta incidencia no se refiere tanto a prohibiciones (aunque se le impidió
estrenar Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipcíaca) como a las numerosas modificaciones
impuestas a sus textos, casi siempre aceptadas por el autor para poder ponerlos
en escena (La llanura fue totalmente
desvirtuada, Las salvajes en Puente San
Gil, El Cristo, ¿Quién quiere una copla del Arcipreste de
Hita? y El caraqueño fueron
duramente mutiladas).
Durante
los primeros años, la relación de Martín Recuerda con la censura estará
mediatizada por su vinculación al TEU de Granada (que dirige entre 1952 y 1959,
labor por la cual recibiría el Víctor de Plata en 1953) y, en consecuencia, al
Sindicato Español Universitario (SEU)
[3]
.
Como veremos, cuando se iba a representar La
llanura, altos cargos del SEU escribieron a los responsables de la censura
para que la obra se autorizara. Hay que tener en cuenta que los montajes del
TEU van a ser utilizados por el régimen de Franco como elemento de propaganda,
tanto dentro de España (representaciones durante las fiestas del Corpus Christi)
[4]
como en el extranjero (festivales y muestras internacionales), especialmente,
en el caso de los textos clásicos
[5]
.
En ocasiones asistían a estas funciones los propios dirigentes franquistas,
dándoles un carácter oficial
[6]
,
lo que no impediría que, a pesar de todo, algunas de estas obras sufrieran
severos cortes o se autorizaran únicamente para sesiones de cámara. Tal como
comenta Cobo,
Las ayudas reales eran pocas, las
trabas de toda clase y censura grandes, pero el boato que desplegaban los
dirigentes del SEU y todos los caciques políticos a la hora de la figuración en
las representaciones, no sólo del TEU de Granada, sino de los de toda España,
era infinito
[7]
.
El
mismo dramaturgo hace referencia a esta manipulación:
[...] Empezó nuestro T.E.U. a tener fama en España y los gobernadores y
ministros se interesaban por todos los pasos que dábamos, apenas sin dinero
[...] y nos enviaban, para orgullo de aquella España franquista a Festivales
Internacionales [...]
[8]
.
No
obstante, esta reflexión es muy posterior, ya que, tal como señala el autor,
mientras esto sucedía ni él ni sus compañeros del TEU eran conscientes de esta
manipulación: “Investigamos en los clásicos españoles y universales y empezamos
a aprender a vivir sin importarnos para nada la política”
[9]
.
Y en otro lugar, afirmaba: “Desde que empecé a escribir teatro, jamás me
propuse ser inconformista. Inconformista me hicieron los demás”
[10]
.
Al igual que Alfonso Sastre, pues, Martín Recuerda comienza su actividad en
círculos próximos al SEU —ambos autores definen esta primera etapa como
“apolítica”— y, también al igual que él, adoptará posteriormente una postura de
oposición al régimen tras sufrir sus imposiciones. Sin embargo, aquí acaban las
semejanzas, pues a partir de esta imposibilidad de estrenar sus textos
íntegros, la actitud de ambos ante la censura será muy distinta: si Sastre no
desaprovecha una oportunidad para atacarla públicamente, Martín Recuerda se
mostrará mucho más cauto, lo que se aprecia claramente en sus cartas a los
responsables de la misma
[11]
.
En
cambio, al referirse al proceso de creación de sus textos, el autor niega haber
practicado ningún tipo de autocensura; así, declaraba haber intentado escribir
“‘teatro español’, sin símbolos, sin claves, sin abstracciones y demás
zarandajas encubridoras”
[12]
,
y que si no estrenaba se debía, entre otras cosas, a que en su pensamiento no
se encontraba “en entera libertad para expresarse”, y la suya era “una
naturaleza que no sabe traicionarse”
[13]
.
Sí aceptó, en cambio, las modificaciones que le fueron impuestas por la censura
una vez que los textos iban a ser estrenados, aunque estas fueran sustanciales
(el propio autor recordaba en 1969 que todas las obras estrenadas hasta
entonces habían sido mutiladas
[14]
).
Tal vez por ello, refiriéndose a las posturas posibilista e imposibilista, el autor declaraba que “tal vez las dos
lleven razón”
[15]
.
Su propósito, según comenta el dramaturgo, habría sido hacer un teatro que ni
se evadiera de la realidad ni la disfrazara con símbolos abstractos: “Pensaba
lo difícil que es hacerse dramaturgo en este país donde hay que evadirse o
retorcerse”, y explicaba: “Está visto que hay tres caminos a seguir en el teatro
comercial español: lo gracioso y evasivo, lo folletinesco, malamente poético y
evasivo, y lo dramático retorcido y aparentemente simbólico”; para defender a
continuación un teatro realista que reflejara los problemas de su tiempo:
Mientras ese realismo no se presente a
la claras en los escenarios de España no habrá teatro español. El problema no
se afronta con crudeza, y esto es bastante grave para la cultura española. El
teatro cumpliría con su misión de orientar y dirigir el pensamiento y
sensibilidad de un país cuando se permitiera la obra en su pureza artística y
en toda su libertad, y cuando llegara el día de no echarnos a temblar cada vez
que escribimos
[16]
.
Varios
estudiosos han coincidido en destacar esta sinceridad del autor a la hora de
escribir: para César Oliva, “Martín Recuerda es un autor intuitivo. Hace sus
obras a golpe de corazonada”
[17]
;
José Monleón, refiriéndose a sus primeras obras,
escribe: “Le excede su apasionamiento, volcándose sobre su obra sin más norma
que su sinceridad”
[18]
,
y Martha T. Halsey sostiene que sus problemas con la
censura se deben precisamente al hecho de que pinta la realidad tal y como la
ve
[19]
.
A diferencia de estos autores, Manuel Pérez encuentra cierta autocensura en El caraqueño, entendiendo esta en un
sentido más amplio que el de freno que se impone el dramaturgo de manera
consciente: para este autor, en dicha obra Martín Recuerda está ciñéndose a los
imperativos censoriales al envolver “en una anécdota
particular el verdadero drama español de su tiempo”
[20]
.
Tanto
la ausencia de autocensura consciente como la aceptación de las modificaciones
impuestas son constantes a lo largo de su trayectoria; no obstante, en su
producción cabe distinguir varias etapas, señaladas por la crítica y por el
propio autor, en las que aborda la creación con diferentes actitudes frente a
la censura: a la escritura de La llanura,
realizada sin cortapisas, le seguiría una etapa caracterizada por una mayor consciencia de los mecanismos de la censura que le frenaría
a la hora de escribir y, finalmente, una última etapa más arriesgada iniciada a
partir de Como las secas cañas del camino y, sobre todo, de Las salvajes en Puente
San Gil.
Así,
para César Oliva, los textos escritos tras La
llanura son más posibilistas que este,
tanto en los temas tratados como en la técnica dramática, más compleja en La llanura y más rupturista con respecto a la tradición formal
[21]
.
Para Ángel Cobo, sin embargo, esta primera etapa no sólo abarcaría La llanura, sino también Los átridas y El payaso:
Después de escribir La llanura, Los átridas y El payaso..., obras en donde se acusan violentamente las
consecuencias de la guerra civil, obras que significaban una vía sin salida y,
en la época, hasta una cierta peligrosidad para su autor, éste decide, mejor
dicho, se repliega inconscientemente, a escribir varias obras de tipo intimista
sobre el ambiente pequeño burgués de la Granada baja [...]
[22]
.
El
texto más significativo de la etapa de mayor autocensura es El teatrito de don Ramón, obra con la
que consiguió el prestigioso Premio Lope de Vega. Al comentar el proceso
creativo de esta obra, Martín Recuerda explicaba:
Nunca, al menos en aquel tiempo, se
podía tocar un tema vivo y palpitante de la realidad española en que se vivía,
a menos que uno, de antemano, quisiera condenarse al anonimato y, por tanto, a
la renuncia a ser escritor y a la no comunicación con la gente, cosa necesaria,
urgente para el dramaturgo
[23]
.
Tras
el estreno de esta obra, el autor, siempre según su propio testimonio, se
propone recuperar la línea de trabajo que había inaugurado con La llanura, si bien, incluso en El teatrito... señala no haberse
autocensurado hasta el punto de traicionarse como escritor
[24]
.
El fracaso de público y de crítica de El
teatrito…, según Cobo, pudo influir en este cambio de actitud del autor
[25]
.
“Teatro de sumisión” denomina Velázquez Cueto al
comprendido entre Los átridas (1951) y El teatrito... (1957),
frente al “teatro de rebeldía” representado por las obras escritas a partir de Como las secas cañas del camino (1960)
[26]
.
Además, señala que, en este proceso, el dramaturgo se habría transformado de “espectador de la sociedad (y todas sus
trampas) en cada vez más virulento acusador de la misma”
[27]
.
La culminación de esta nueva etapa sería Las
salvajes... que supone, en palabras del propio autor, su liberación de la
autocensura:
Cansado de mi cobardía, mejor dicho,
de que las circunstancias de mi vida me acobardaran [...] empecé a escribir con
desprecio Las salvajes en Puente San Gil,
pensando en que jamás estrenaría, ni escribiría teatro valiente y español: no
puede triunfar en España un teatro así [...].
Con desprecio y furia —como digo—
nacieron Las salvajes, sin creer que
jamás se estrenarían. Me di cuenta entonces, o mejor, afirmé que mi forma de
ser, mi temperamento verdad, estaba allí, en Las salvajes. [...]. Esta línea de teatro fue la que nació en mí
desde un principio, la cual dejé en el bache en que escribí El teatrito de Don Ramón por no saber
cómo escribir para estrenar; tal era mi acobardamiento
[28]
.
El
propio dramaturgo, en pleno proceso de creación de esta obra, intuyendo los
problemas que encontraría con la censura, escribió: “Es un teatro demasiado
sincero que será prohibido”
[29]
.
No es menor el atrevimiento que supone escribir su siguiente obra, El Cristo, en aquel contexto:
¿Qué escribir, una vez más, para
conformar a la temida censura, empresarios y público? Pregunta, una y mil veces
inútil en un dramaturgo de su temperamento. Su significación dentro del teatro
español se debía, sin duda, a haber desplegado sus virtudes creadoras con total
olvido de dicha pregunta. Entonces, tras Las
salvajes..., escribe El Cristo
[30]
.
En
adelante, no abandonaría los temas de implicación social, aunque estos no
siempre hicieran referencia a la realidad inmediata.
3.1. Valoración de su obra
por los censores
En
varias ocasiones, los censores hacen referencia a la calidad literaria de las
obras de este autor, aunque, como en otros casos, esta valoración no siempre
lleve consigo un dictamen aprobatorio. De hecho, su obra más elogiada fue
precisamente la única que no se autorizó: Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipcíaca (“realmente
válida”, “hermosísima sucesión de estampas”, “bien escrita y descrita” o “de
calidad literaria indiscutible”, fueron algunas de la calificaciones que
recibió). Pero también encontramos elogios similares hacia otras obras, como Las ilusiones de las hermanas viajeras (“sencillamente
magnífica”; “Una delicia en las situaciones y el diálogo”), La llanura (“es obra importante,
evidentemente”), Las salvajes en Puente
San Gil (“tiene garra y profundidad”; “un gran reportaje realista y crudo,
no destituido de valor literario”), Romance de Juan Picó (“bien escrito”) o ¿Quién quiere una copla del Arcipreste de
Hita? (“la obra de Martín Recuerda acredita de nuevo sus facultades”). Uno
de los aspectos valorados por los censores al comentar el valor literario y
teatral de estas obras es su “crudeza” y “desgarro”, aunque en alguna ocasión
también se menciona como un factor negativo. Por otra parte, no todos sus
textos recibieron elogios en cuanto a su calidad; por el contrario, textos como Los átridas o El payaso fueron valorados
negativamente. Ni siquiera en las obras más elogiadas hubo unanimidad por parte
de los censores, ya que también algunas recibieron comentarios adversos.
En
cuanto a la valoración de su peligrosidad política, en algunos casos, los
censores encuentran en estas obras ciertos reparos. Por este motivo se tacharon
alusiones a la guerra civil (La llanura),
a la propia censura (Las salvajes..., Las arrecogías...)
y a instituciones que apoyaban al régimen, como el ejército (El caraqueño) o la Iglesia Católica (Las salvajes..., El Cristo, ¿Quién quiere una copla del Arcipreste de
Hita?, El caraqueño, Las arrecogías...). Los
cortes que afectaban a esta última fueron especialmente numerosos en ¿Quién quiere una copla…?, donde hubo
incluso varios censores que propusieron prohibirla; también en El Cristo se suprimieron las alusiones a
los cursillos de la cristiandad y a Acción Católica, aunque, a diferencia de la
anterior, no se consideró que la obra fuera anticlerical. A excepción de Las arrecogías...,
el resto de los casos se resolvieron mediante la supresión de los fragmentos
que hacían referencia de forma explícita a estos temas, sin llegar a la
prohibición.
Además,
en varias obras se suprimieron alusiones de tipo sexual, tema presente de algún
modo en toda la obra del autor granadino, tal como señaló José Monleón
[31]
;
así, en La llanura se cortaron frases
como “Todo el mundo sabe que se va a los callejones cada noche con un hombre” (pág. 45) o “con señales de arañazos, de mordeduras. Con las
huellas del pecado” (pág. 50). Igualmente, en Las salvajes… aparecen señaladas frases
como: “[...] ¡hay más ansia de verse a escondidas! [...] y aquí en los telares hemos venido muchas veces a besarnos”
(pág. 38), o “Y se han revolcado conmigo besándome
por el suelo” (pág. 38). También en El Cristo un censor propuso cortar el
texto “Yo diría que desea a las mujeres, con esos labios carnosos que tiene y
esas manos” (pág. 21), aunque no se llegó a suprimir.
En ¿Quién quiere una copla…? fueron
muchas más las frases consideradas problemáticas, y el hecho de estar
pronunciadas por un personaje religioso complicaba aún más su autorización.
También en El Caraqueño se prohibió
la alusión a la violación sufrida por la Madre del Emilio, e igualmente en el
libreto de Las arrecogías...,
los censores escribieron “Ojo” junto a la acotación en la que se indica que
Casimiro intenta darle a Mariana “el último beso” (pág. 62).
3.2. Obras sometidas a
censura
Al
igual que sucedía con la producción de Buero Vallejo,
la mayoría de las obras de Martín Recuerda fueron sometidas a censura. En su
caso, los únicos textos que no se presentaron fueron sus obras primeras (La garduña, El padre Aníbal, El enemigo, Dauro, La reina soñada y Caminos), que aún hoy permanecen inéditas, así como Ella y los barcos. Tampoco consta como
presentada a censura junto con el resto de obras del autor Como las secas cañas del camino, aunque necesariamente hubo de ser
enjuiciada, pues se estrenó en 1965, en el Teatro Capsa de Barcelona.
En
cuanto a las presentadas durante el período que ahora nos ocupa (La
llanura, Los átridas y El payaso), todas ellas se
autorizaron únicamente para representaciones de cámara.
El
primero de sus textos, La llanura, se autorizó para una
única representación de cámara en noviembre de 1953, con la supresión de todas
las alusiones a la guerra y al personaje que había sido fusilado, después de un
largo y complicado proceso en el que intervinieron varias autoridades del SEU.
Como es sabido, en esta obra el autor nos presenta la historia de una mujer que
no se resigna a olvidar el asesinato de su esposo en una guerra cercana (“He de
vivir siempre en la conciencia de todos, para que nadie olvide los crímenes que
se cometieron en una tierra que quiere olvidar y ser esclava”, exclama el
personaje
[32]
)
y las trágicas consecuencias de esa guerra en el entorno familiar y social. “No
se podía contar la historia verdadera de un fusilado albaicinero,
de sus hijos y de su mujer que lo buscaba por todas partes sin saber dónde
estaba enterrado, sin poder llevarle flores a su tumba”, comentaría años
después el dramaturgo
[33]
.
En
la primera lectura, fue enjuiciada por tres vocales. Uno de ellos, el
falangista Montes Agudo elogiaba a la obra (“Con una ambición dramática y sin
concesiones fáciles”) y a su autor (“Hay autor, sí”). No obstante, este censor
expresaba su negativa a autorizarla sin realizar antes “ciertos retoques”,
referidos a la “guerra cercana y cruel” de la que se habla:
Pero notamos ciertos extravíos. De una
parte, alusiones políticas peligrosas —evocación de una guerra cercana y cruel;
la muerte ¿por paseo? del marido—, con indeterminaciones que pueden ser graves.
Esto cabe evitarse y ya se señala a la superioridad forma de hacerlo, con
ciertos retoques.
Además,
solicitó que fuera leída por el censor elesiástico,
debido a la escena que tiene lugar en una iglesia, en la que “los personajes
dialogan con voces extrañas, con evocaciones de su propio ‘yo’ atormentado”. Fray Mauricio de Begoña calificó a la obra de “recia y
sombría”, y advirtió que “dentro de sus méritos dramáticos, destila pesimismo
social y hasta religioso”; sin embargo, señaló que podía “tolerarse”, debido al
carácter restringido de las representaciones del TEU, y dado que el suicidio
final, que no aparecía en escena, parecía “más bien un resultado de la locura,
que un acto premeditado”. Mucho más crítico se mostró Bartolomé Mostaza, quien
ni siquiera la encontraba apta para teatro de cámara, argumentado falta de
“verdadero interés dramático” y de “verdadera calidad literaria”:
Me parece obra muy mediocre con
prurito de tremendismo y afán de llamar la atención en la manera de presentar
los personajes desdoblados en su realidad y su conciencia. Recuerda algunas
obras del moderno teatro francés y más regularmente de los autores rusos de
principio de siglo, pero ésta en otro plano de calidad mucho más bajo.
[…] Es el “monstruo” de un drama; pero
no un drama propiamente dicho. Le sobran muchísimas escenas y parlamentos que
no hacen más que reiterar el mismo motivo.
Además,
este censor señaló que en el plano moral, resultaba “corrosiva y
desesperanzadora”, y en el político, “se presta a interpretaciones confusas
pues no aparecen verdaderamente quiénes son los asesinos y la cualidad real del
asesinado, ya que de éste se dice que es un malvado sin probarlo”. Ante estos
informes, se optó por devolver el texto al autor para que lo modificara. Al
parecer, esta decisión le fue comunicada verbalmente al secretario del TEU de
Granada, Manuel González, según se deduce de la carta que este escribió a los
censores (fechada el 3-XI-1953) agradeciéndoles sus indicaciones. Dicha carta
acompañaba al libro ya modificado por el autor y hacía referencia a los
sustanciales cambios que había sufrido la obra:
Atendiendo a sus muy acertadas y apreciables
observaciones acerca de La Llanura y
su censura […] Se
han modificado, y a ello ha accedido muy gustosamente el autor y director de
nuestro T.E.U., los puntos que personalmente me
indicó y que eran obstáculo por parte de la censura de índole política,
desapareciendo por completo de la obra todo recuerdo y mención a nuestra
“Guerra Civil” e igualmente al tema del “Fusilado” [...].
La obra ha quedado basada en un tema rural y local sin que las
consecuencias del problema hayan repercutido en otra localidad que no sea en la
que se desarrolla el drama. […].
[...]. Apreciará cómo el autor ha
corregido y tachado algunos renglones, que aunque no señalados por esa censura
pudieran hacer o hicieran mención a la “Guerra”, ya que eran necesarios
suprimir al cambiar el problema. Sin embargo, otros que a su vez (uno o dos)
que estaban señalados y que sólo hablaban del muerto, los ha creído oportuno
dejar, por no repugnar en absoluto al nuevo tema.
Por tanto, solamente me queda darle
las más expresivas gracias en nombre del autor y en el mío propio, por haber
sido con nosotros tan amable y habernos dado esa idea del planteamiento del
tema rural, con el cual la obra no deja nada de desmerecer y nos ha solucionado
el problema del enorme gasto (según nuestras fuerzas), que habíamos realizado
con el montaje de la obra [...].
Como
se dijo, la autorización entregada a la compañía únicamente era válida para una
función de cámara. El trámite habitual en estos casos consistía en solicitar
autorización cada vez que se iba a representar, y solía concederse sin
problemas (salvo en casos excepcionales, como el de Escuadra hacia la muerte). No obstante, cuando el TEU fue a
presentar la obra en Madrid, en previsión de una posible denegación, se
acompañó la solicitud de una carta del Jefe del SEU de Granada, Narciso Murillo Ferrol, dirigida a José María Ortiz (30-XI-1953). En
ella, ensalza la calidad de la escritura del dramaturgo, al que se refiere como
“el camarada José Martín Recuerda”, expresa “el deseo que tenemos por sacar a
la luz a este auténtico autor, quien, estamos seguros, ha de imponerse en la
escena española”; y hace constar su proximidad al Movimiento: “A Martín
Recuerda, director del T.E.U., que en la actualidad
por su labor artística y social, ha conseguido el Vítor de Plata, le tenemos un
especial cariño; pertenece a nuestro movimiento de primera línea”. Argumentaba
que la función estaba patrocinada por el Gobernador Civil de la ciudad, “con
fines benéficos destinados al servicio de la Campaña de Invierno”, y que
contaba con la aprobación de los censores religiosos. Señalaba, finalmente, que
“La máxima aspiración de todos es que sea visto este autor en Madrid”.
En
su respuesta, Ortiz dio su conformidad con que la obra se representara en
Madrid, y pidió al jefe del SEU que le remitiera las críticas del estreno y le
comunicara los comentarios observados, así como su impresión personal. Este,
junto con las críticas, le envió una nueva carta (19-I-1954) en la que
prodigaba los elogios a la obra y describía la acogida de forma entusiasta,
evitando cualquier comentario sobre las modificaciones impuestas por la
censura:
El pasado día 15 se estrenó La llanura, fue el estreno —como le
dije— patrocinado por nuestro gobernador civil. Las impresiones son magníficas.
La obra impresionó profundamente y en el ánimo de todos está Martín Recuerda,
como auténtico valor que hace mucho por nuestro teatro. Creo que con el estreno
de La llanura el S.E.U.
se ha honrado y ha atraído para sí a un gran sector de gente.
Cambié, en los entreactos, impresiones
con nuestras primeras autoridades: sólo se le ocurría comparar a Martín
Recuerda con los grandes autores de la dramática universal. Todos encontraron
el segundo acto sublime.
El estreno ha sido una gran
experiencia para todos, y yo, aterrado por la enorme fuerza dramática de la
obra, creo positivamente que estaba ante la presencia de algo con personalidad,
totalmente nuevo.
El
Jefe del SEU aprovechaba para solicitar autorización para representar el texto
en la Semana de Arte de Sevilla, autorización que le fue comunicada por Ortiz
mediante una nueva misiva. Apenas tres semanas después, cuando el TEU iba a
representar la obra en el Teatro Español de Madrid, fue el Jefe Nacional del
SEU, Jorge Jordana, quien se dirigió directamente al Director General de
Cinematografía y Teatro, Joaquín Argamasilla (25-II-1954), para solicitar la
cesión del local.
El
hecho de que el dramaturgo consintiera cambios tan importantes en su texto se
debió, según Benigno Vaquero Cid, tanto al temor a ser acusado de rebeldía como
a lo avanzado del montaje en la fecha en que se le comunicaron dichas
condiciones:
Si Recuerda no hubiera transigido ante
la imposición de la censura, quizá su intransigencia hubiera sido considerada
como rebeldía, dada su posición como director del Teatro Universitario, y
teniendo en cuenta que la obra ya estaba suficientemente ensayada y había sido
adquirido, con el dinero facilitado por el Sindicato Español Universitario,
todo lo concerniente a su montaje
[34]
.
El
resultado final defraudó las expectativas del dramaturgo. Según comentaba este,
las mutilaciones impuestas influyeron negativamente en su recepción:
El estreno tuvo lugar en una sesión de
gala y la mutilación del texto fue tal que lo que se presentó tenía bien poco
que ver con mi obra original; con lo que siguieron dándome palos porque nadie
entendía, después de ver la obra en Granada, en el Lope de Vega de Sevilla y en
el Español de Madrid, en cuyos teatros también se puso, todo lo que antes se
había dicho de ella. Mi obra era un canto a todos los fusilados en la Guerra
Civil, pero quedó una cosa muy distinta, que, además, quitaba sentido a cuanto
se había dicho previamente en su favor
[35]
.
Según
Cobo, esta obra también encontró dificultades para su publicación: en 1973,
señala este autor, se prohibió la inclusión tanto de esta obra como de Las arrecogías... en un tomo de cinco obras escogidas de Martín Recuerda que iba a publicar la
editorial Escelicer, a causa de lo cual el volumen no
llegó a editarse
[36]
.
Su
siguiente obra presentada a censura, según la documentación del AGA, es Los átridas. Según Cobo, la obra fue presentada a
censura por Trino Martínez Trives, director de Dido Pequeño Teatro, y fue prohibida, por lo que no pudo
estrenarse en Madrid; sólo se autorizó cuando fue presentada por el TEU de
Granada, al que Martínez Trives incorporó actores
profesionales
[37]
.
Sin embargo, en su expediente no se encuentra la citada prohibición; únicamente
aparecen la solicitud presentada por el TEU de Granada y los informes y
dictamen referentes a esta solicitud, en los cuales no se hace referencia a una
prohibición anterior. A diferencia de lo ocurrido con La llanura, esta vez los censores enjuiciaron duramente su valor
literario y teatral: Montes Agudo señaló que el autor tenía “un empacho
lorquiano”, y afirmaba que “la acción es un desvarío intelectual inaprensible,
el argumento confuso y violento”. Por su parte, Manuel Díez Crespo señaló que
su valor literario era “Muy escaso. Lleno de influencias y sin personalidad
ninguna”, y su valor teatral “Algo confuso”. Además, encontró en ella “un
cierto afán tremendista”, con “escenas que pretenden tener crudeza, pero no pasan
de ser pueriles en el deseo del autor de servir un ‘plato fuerte’”. Ambos
censores coincidieron en que la obra no debía salir del ámbito de los teatros
de cámara, y con esta condición se autorizó sin cortes en agosto de 1954
[38]
.
Presentada
a censura con el título El payaso
[39]
en febrero del 56 y luego titulada El
payaso y los pueblos del Sur, esta obra, al igual que la anterior, se
autorizó para una única función de cámara sin cortes, aunque, en este caso,
este dictamen no se debió a que los censores la encontraran problemática, sino
a que se solicitó autorización para una sola función. El único censor que la
enjuició, Adolfo Carril, señaló que no ofrecía “problemas a los efectos de
censura”. También en este caso la valoración fue muy inferior a la que recibiera La llanura. El citado censor encontró
que su valor literario era “Escaso”, y su valor teatral “muy escaso”, y la
describió como “Comedia que desarrolla un trillado tema y que estimo se ha
quedado en intento”
[40]
.
Además,
se presentaron sus versiones de Los
persas, de Esquilo, y Los encantos de
la culpa, de Calderón, presentadas en 1957 y 1958 respectivamente, y ambas
autorizadas, aunque desconocemos las condiciones que les fueron impuestas, ya
que faltan sus respectivos expedientes
[41]
.
En mayo de 1958 se autorizaba sin cortes para una única función de cámara la
versión de La posadera, de Goldoni, tras ser leída por el Delegado Provincial de
Información y Turismo de Granada, José García Hidalgo, quien la calificó de
“adaptación muy bien lograda”.
[1]
Monleón, 1976a, pág. 66.
[2]
Carta personal de
autor, fechada en 1996, en respuesta a un cuestionario.
[3]
Para una
descripción de los montajes de Martín Recuerda al frente del TEU granadino, víd. Cobo, 1998, cap. “El teatro
universitario: una liberación vocacional”, págs. 109-173.
[4]
Algunas de las
obras representadas durante las fiestas del Corpus Christi fueron La posadera, de Goldoni (en la Plaza de Alonso Cano); el auto sacramental Los encantos de la culpa, de Calderón; Pedro
de Urdemalas, de Cervantes, en 1956, patrocinada por el Ayuntamiento de
Granada, y la versión de Los persas,
de Esquilo, en 1957, en la granadina plaza de Alonso Cano. (Cobo, 1998, págs. 151, 152, 145 y 148 respectivamente).
[5]
Refiriéndose a la
utilización política que se hacía de estos montajes, que en ocasiones eran
promocionados desde instancias oficiales, Ángel Cobo cita varios testimonios de
la prensa de la época; entre ellos, un fragmento de una crónica del diario Patria, firmada por Emilio Prieto,
acerca del montaje de La dama boba: “Produce singular emoción ver cómo renacen sobre
nuestros escenarios las producciones sobre nuestro Siglo de Oro, que nos hablan
del esplendoroso pasado dramático de nuestra Patria [...] Una auténtica jornada
universitaria de arte que dice mucho de la preocupación de nuestras autoridades
por la extensión cultural”. (Emilio Prieto, Patria (marzo 1952); citado por Cobo, 1998, pág. 119).
[6]
Así, cuando se
representó Los persas en Almagro,
según recoge el cronista del diario Lanza,
“al acto asistieron el Excmo. Gobernador Civil, el Ilmo. Sr. Vicario General de
la Diócesis, el Alcalde de Almagro, el Juez de Instrucción y otras autoridades
y personalidades...”. (Lanza,
9-III-1958. Citado por Cobo, 1998, pág. 150). Así
mismo, cuando se representó Los persas en la Quincena Cultural Internacional de Tánger —a la que el grupo granadino
fue invitado por el Ministerio de Asuntos Exteriores español, asistieron “el
Presidente de los Comités de Iniciativa y Turismo de Marruecos, el Cónsul de
España y diversas personalidades del cuerpo diplomático, además de todas las
autoridades tangerinas”. (Cobo, 1998, págs. 146-147 y
149).
[8]
Cobo, 1998, págs. 115-117.
[9]
Cobo, 1998, pág. 116.
[10]
Buero Vallejo, Gala, Martín Recuerda (et al.), 1977, pág. 99.
[11]
Esta actitud posibilista se muestra en otros aspectos
de su biografía, como en el hecho de haber trabajado centros con cuya ideología
discrepaba, como el religioso Instituto Padre Suárez de Granada, o el instituto
madrileño de la organización jesuítica el Hogar del Empleado, donde presencia
de cerca la represión que luego reflejará en sus obras. Según Cobo, en este
último los profesores “eran vigilados en sus clases y en su vida particular”,
“tenían que ir a misa los domingos y [...] eran muy mal vistos si, en la misa,
no comulgaban...”, y eran obligados por el director falangista del centro a
cantar el “Cara al Sol” junto con los alumnos. (Cobo, 1998, pág. 177). El afán represor de esta organización quedaría denunciado en la Carta al general Franco de Fernando
Arrabal: “[…] el Hogar del Empleado, centro católico madrileño, se dedicaba a
sorprender a los novios que se retiraban en los alrededores ensombrecidos del
Cuartel de la Montaña para darles una soberana paliza o bien para regarle con
cubos de agua fría. “...Y aún pueden sentirse contentos los muy cochinos de que
no les denunciemos a la policía”. (Arrabal, 1972, pág. 150).
[12]
Buero Vallejo, Gala, Martín Recuerda (et al.), 1977, pág. 99.
[13]
S. de las Heras, 1969, pág. 29.
[14]
Martín Recuerda,
1969d, pág. 57.
[15]
Medina Vicario, 1976, pág. 113.
[16]
Martín Recuerda,
1969d, págs. 56-58.
[17]
Oliva, 1978, pág. 121.
[18]
Monleón, 1969, págs. 11 y 13.
[19]
“Introducción” a: J. Martín Recuerda, El engañao,
Caballos desbocaos, Madrid, Cátedra, 1981, pág. 28.
[20]
Pérez, 1995c, pág. 73.
[21]
Oliva, 1979, pág. 143.
[22]
Cobo, 1993, pág. 51.
[23]
Martín Recuerda,
1969d, pág. 54.
[25]
José Martín
Recuerda, 1963b, págs. 26-28. En general, la crítica
coincide en señalar que esta obra abre una nueva etapa (a la que se ha
denominado “iberismo”) en la obra del autor granadino, en la que muestra una
mayor rebeldía, frente al teatro más lírico e intimista de sus primeras obras.
En palabras del autor, “Todo mi teatro de esta época 1962-1969 es un abrir
interrogantes acerca de diversos problemas españoles. Interrogantes que son el
intento de ahondar en la piel de toro acerca de lo que somos y de lo que
queremos. [...]. ‘El iberismo’ choca con el teatro comercial vigente y con las
ideas de cierto sector de una crítica adversa a nuestras creencias”. (1969a).
[26]
Gerardo Velázquez Cueto, “Introducción” a José Martín Recuerda, El teatrito de Don Ramón. Como las secas
cañas del camino, Barcelona, Plaza & Janés,
1984, págs. 11-65. Vid. especialmente págs. 22-30.
[28]
Martín Recuerda,
1963b, págs. 26-28.
[29]
Carta a D.
Benigno Vaquero Cid, fechada el 20 de julio de 1961, recogida en: Cobo, 1998, pág. 99.
[30]
Cobo, 1998, pág. 184.
[32]
J. Martín
Recuerda, La llanura. El Cristo,
Granada, Don Quijote, 1982, pág. 98.
[33]
Cobo, 1998, págs. 117-118.
[34]
B. Vaquero Cid,
1977, pág. 18.
[35]
En Monleón, 1976, pág. 47.
[36]
Cobo, 1998, pág. 41. El texto se publicó por vez primera en 1977, en la
revista estadounidense Estreno.
[37]
Cobo, 1998, pág. 134.
[38]
En el libreto se
subrayaron algunas escenas de carácter violento (el Guardia se tira al cuello
de la Abuela; el Hijo Menor lucha con la Hija), así como algunas expresiones
que podían chocar con la moral nacional-católica (se hace alusión al “amante” de la Rubia). La única alusión en la que los
censores podían encontrar connotaciones de tipo político, la acotación “La
acción transcurre en el
1939”
, fue tachada por
el propio autor, que en su lugar escribió: “unos años después”.
[39]
Según Cobo, hubo
que modificarlo debido a una coincidencia con otro título ya registrado en la
Sociedad de Autores. (1998, pág. 142).
[40]
La obra se
estrenó en febrero de 1956 en el teatro Isabel la Católica de Granada, a
beneficio de la Cruz Roja granadina, y posteriormente se representó en otros
pueblos de Andalucía. (Cobo, 1998, pág. 142).
[41]
Por los datos que
proporciona la ficha del autor (número de expediente y fecha de autorización),
ambas debieron autorizarse en un plazo relativamente corto). Tampoco el autor
ni sus estudiosos han mencionado que estas obras tuvieran problemas con la censura,
a diferencia de lo ocurrido con Las
salvajes, El engañao o Las arrecogías,
lo que parece abundar en la idea de que fueron autorizadas sin grandes
dificultades.