INTRODUCCIÓN
Las máscaras,
un vil hombre, representador de farsas, llamado Eschilio, las inventó para
representar cosas sucias y deshonestas y de viles personas, instigado del
diablo como principal autor.
P. Diego Pérez de Valdivia, Tratado de las máscaras (1583)
Dime: ¿No hay
también muchos hombres grandes, literatos, sabios, que alaban y aprueban el
teatro? No, lector mío, no encontrarás un sabio, un juicioso, un escritor de crédito,
que no repruebe las comedias, como escuela de corrupción y sentina de maldades.
(Pantoja o
Resolución histórica teológica de un caso práctico de moral sobre comedias, 1789).
La
capacidad del arte escénico para incidir en la vida pública lo ha situado en el
punto de mira de gobernantes de toda índole a lo largo de sus veinticinco
siglos de historia
[1]
.
En nuestro país, el teatro sufrió la censura de la Inquisición hasta el final
del reinado de Fernando VII —con el reinado de José Bonaparte y la Constitución
de Cádiz como únicos paréntesis—, y desde entonces alternó períodos de
liberalización y control hasta el estallido de la guerra civil en 1936. Durante
la dictadura de Franco, la represión tanto en el teatro como en el resto de los
medios de comunicación alcanzaría niveles insospechados.
Durante
los cuarenta años en que estuvo en vigor, la censura afectó a todas las facetas
de la comunicación teatral: afectó, por supuesto, a la recepción, haciendo que
el espectador accediera a unas obras en muchas ocasiones mutiladas o con
elementos de puesta en escena impuestos por ella, además de condicionar la
mirada de unos espectadores que hubieron de aprender a buscar dobles sentidos y
elementos simbólicos donde no siempre los había; afectó igualmente a las formas
de producción y a los canales de distribución, limitando la representación de
ciertas obras a la modalidad de teatro de cámara, autorizando únicamente su
representación en ciertas ciudades o incluso en ciertos festivales, o
propiciando el que los empresarios optaran por unas formas teatrales y no por
otras que podían resultarles más problemáticas; también afectó al propio
lenguaje escénico desde sus mecanismos de creación, y no sólo en el sentido de
la “autocensura consciente” que hubieron de practicar los autores que
pretendían que sus obras fueran presenciadas por aquella sociedad que las había
generado, pues al negar a los dramaturgos el acceso a buena parte de la
dramaturgia occidental y de nuestra tradición anterior a la guerra civil,
perturbó la continuación de la tradición dramática y creó un desfase
cronológico que sólo empezaría a paliarse a partir de los años sesenta.
La
trayectoria profesional de los autores se vio afectada de forma decisiva, pero
también la de otros profesionales de la escena, ya que, junto a los textos
dramáticos, la censura impuso
condiciones que afectaron al vestuario, la música, la escenografía, la
utilería, los gestos y movimientos de los intérpretes… en definitiva, a la
totalidad de los signos escénicos. Por ello, su estudio no sólo se enmarca en
el ámbito de los estudios literarios, sino también en el del análisis de los
espectáculos teatrales. El papel de la censura en el teatro español ha sido
destacado, entre otros, por José Monleón,
quien señala que “Es innegable su repercusión sobre la vida cultural española
y, por tanto, también sobre nuestra vida teatral”
[2]
;
así como por Luciano García Lorenzo, quien situaba a la censura como uno de los
principales aspectos a estudiar del teatro español de posguerra.
Aunque en buena lógica deberíamos
después de los autores mencionar la situación e importancia de los
protagonistas personales del hecho teatral —director, actor, etc.—, estimamos
necesario dedicar nuestra atención de una manera inmediata a la censura, ya que
su función —según los propios dramaturgos— ha sido y es de una trascendencia
vital para el desarrollo del teatro contemporáneo español […]
[3]
.
A
pesar de su trascendencia, es escaso —y, en ocasiones, incierto— el
conocimiento que hoy tenemos de la censura teatral. Su imagen nos ha llegado
condicionada por la perspectiva —las más de las veces, interesada— de quienes
la ejercieron y quienes la padecieron. Desde las posiciones más próximas al
franquismo, se ha llegado a afirmar que no afectó a las obras realmente importantes,
e incluso que habría sido un mero pretexto por parte de ciertos autores para
camuflar su ausencia de estrenos. Desde un sector del antifranquismo se
sobredimensionó su actuación, dando por ciertas prohibiciones que tal vez no
existieron, sobrevalorando el arte prohibido y depreciando aquellas obras que
lograron salir a la luz
[4]
.
Y entre estos dos extremos, una tercera opción, más ponderada, aun sin negar el
perjuicio ocasionado por la censura a la creación teatral, defendía la
existencia de un teatro socialmente comprometido y artísticamente válido, al
tiempo que posible.
El
oscurantismo con que actuaba la censura impidió acceder a sus archivos mientras
esta existió, por lo durante mucho tiempo su actuación no pudo ser valorada con
objetividad, ni en lo que se refiere a la cantidad ni a la calidad de las obras
prohibidas. De hecho, transcurrido un cuarto de siglo desde su desaparición
legal en 1978, esta aún continúa siendo una asignatura pendiente en el estudio
del teatro español contemporáneo. Aunque aparece mencionada en cuantos ensayos
se han escrito sobre él y su importancia ha sido destacada por sus principales
estudiosos, apenas existen trabajos basados en la fuente más completa y fiable
a la que puede acceder el investigador: los expedientes conservados en el
Archivo General de la Administración Civil del Estado
[5]
.
Dichos expedientes constituyen una valiosa fuente de datos objetivos, pero
también de información sobre los criterios de los censores, los motivos de los
dictámenes o los temas más perseguidos; en definitiva, sobre la mentalidad de
quienes durante cuatro décadas fueron responsables en buena medida del devenir
de nuestro teatro. Ha sido esta la materia prima de la que ha partido este
estudio, centrado en los expedientes de una serie de destacados dramaturgos que
escribieron durante la dictadura desde posiciones críticas hacia el régimen
franquista
[6]
.
La
necesidad de estudiar la censura para comprender el teatro español de la
dictadura franquista es justificable desde perspectivas metodológicas muy
diversas. Gracias a los estudios realizados desde la Estética de la recepción
sabemos que el receptor es parte activa en la construcción de la obra de arte,
en tanto que completa su significado
[7]
,
lo que ha dado lugar a que se hable de este como “co-productor del espectáculo”
o “productor de sentido”
[8]
.
Si esto es aplicable a cualquier creación artística, independientemente del
contexto en que se creó, en el caso de obras sometidas a la lectura inevitable
de unos primeros receptores como los miembros de la Junta de Censura —al tiempo
que “autores”, en tanto que podían alterar los textos y el montaje escénico—,
podemos afirmar que su estudio resulta indisociable del de las propias obras,
independientemente del dictamen que recibieran. De hecho, tenerla en cuenta
ayuda a entender aspectos como la elección de los temas, el lenguaje empleado o
su estructura.
Ya
desde los inicios de la pasada centuria, las corrientes sociológicas de origen
marxista habían planteado la necesidad de tener en cuenta el contexto político
y social a la hora de abordar el estudio de las creaciones artísticas. El
teatro, al dirigirse a un receptor colectivo, posee “una singular capacidad de
clarificación de los momentos históricos en que se genera”, tal como afirman Á.
Berenguer y M. Pérez, lo que, según estos autores, “contribuye a incrementar
notablemente las implicaciones sociológicas de los procedimientos analíticos
adoptados”
[9]
.
El estudio del teatro español del franquismo está ligado, pues, al de la
sociedad a la que se dirigía y a la que expresaba. Acorde con esta línea de
investigación, se ha intentado aunar aspectos sociológicos y artísticos.
Partiendo del concepto de “mediación” (“cruce de fuerzas, de estímulos y de
influencias que recibe un autor y que constituyen el contexto preciso en el que
debe ser enmarcada su creación”), se ha tenido en cuenta el contexto histórico
de estos cuarenta años (“mediación histórica”), la relación de los autores con
el colectivo al que expresan (“mediación psicosocial”) y la tradición artística
en la que se inscribe su obra, unida a la visión del mundo allí expresada
(“mediación estética”
[10]
).
* *
*
A la
hora de seleccionar a los dramaturgos aquí incluidos, hemos procurado, en
primer lugar, estudiar a autores relevantes que escribieron durante la
dictadura desde posiciones críticas hacia el régimen franquista; desde esta
perspectiva, es evidente que, aunque todos ellos cumplen este requisito, faltan
aquí otros importantes dramaturgos, y ello se debe a que también se ha
procurado que fueran representativos de distintos períodos cronológicos y de
distintas posiciones políticas y artísticas: entre los seleccionados, hay
autores que escriben condicionados por la censura, o desde la libertad que
produce el convencimiento de que su teatro no se estrenaría en España, con toda
una gama de posiciones ante el sistema, ante la censura y ante el proceso de
creación artística. Sus estéticas van desde el realismo social hasta distintas
corrientes del teatro de vanguardia, están representadas las tendencias de Reforma
y Ruptura
[11]
,
así como los principales grupos generacionales: las llamadas “generación
realista”, “generación simbolista” o del “Nuevo Teatro”, y “generación de la
Transición” o “de los ochenta”. Hay un importante grupo de autores que no está
representado, el correspondiente al exilio republicano de 1939; ello se ha
debido tanto a razones de espacio como a que creemos que el tema merece ser
tratado en un estudio aparte. En cualquier caso, se ha tratado de realizar un
muestreo que fuera amplio y significativo, ante la imposibilidad de abarcar la
totalidad del teatro crítico escrito durante estas cuatro décadas.
En
cuanto a las obras estudiadas, se han incluido todas las obras originales que constan
como presentadas a censura de cada autor, con el fin de reconstruir con el
mayor detalle posible la historia particular de cada uno de ellos con la
censura, y comprobar si variaba la actitud de los censores ante su obra en
función de su trayectoria anterior. Por razones de espacio no se han incluido
sus adaptaciones de obras extranjeras, aunque haremos referencia a ellas para
indicar si influyó el hecho de que el adaptador fuese un determinado dramaturgo
a la hora de autorizarla.
Son
miles las obras que pasaron por la censura, y el estudio de todas ellas no es
tarea que se pueda abarcar de forma individual, sino que tendrá que ser
necesariamente un trabajo de equipo. Este material se presenta como un rico
venero para la investigación del teatro durante el franquismo, pues la práctica
totalidad de proyectos de puesta en escena del período pasaron por manos de los
censores. Su interés rebasa con mucho el estudio de la propia censura, ya que
contiene información sobre la composición de las compañías que presentaban los
proyectos, las giras que estas seguían, etc., además de los libretos de las
obras dramáticas, en ocasiones inéditos e inencontrables por otras vías.
* *
*
Puesto
que este trabajo se centra en autores contrarios al régimen de Franco, el período
temporal en el que se inicia el estudio de sus respectivos expedientes arranca
desde el final de la II Guerra Mundial, etapa en que por primera vez aparece un
teatro de oposición en el interior del país, y se prolonga hasta la
desaparición de la censura en la Transición. No obstante, para conocer los
precedentes de la censura en estos años, nos remontaremos hasta su implantación
durante la guerra civil y su institucionalización durante ésta y el período
autárquico. Los capítulos se han ordenado en función de los períodos de la
dictadura, con el fin de seguir la evolución del funcionamiento de la censura y
del propio teatro español en relación con los cambios sociales, políticos y
económicos del país. De acuerdo con la pauta metodológica ya señalada, en cada
uno de ellos, atenderemos a los diferentes tipos de mediaciones.
A la
hora de establecer los períodos de la dictadura, hemos partido del esquema
establecido por Ángel Berenguer, quien distingue cuatro grandes etapas: 1)
Autarquía (1939-1950); 2) Adaptación (1945-1962); 3) Desarrollo (1959-1973), y
4) Decadencia (1966-1975); a las que se suma la Transición (1975-1982), a la
que haremos referencia debido a que la censura no desaparece hasta 1978. Dicha
periodización, que obedece a criterios tanto de tipo económico como político y
cultural, resulta especialmente útil, como veremos, a la hora de estudiar la
evolución del teatro y de la propia censura
[12]
.
En
el capítulo dedicado a la implantación de la censura franquista se realiza un
recorrido por las leyes y decretos que establecieron su base jurídica durante
la guerra civil y los primeros años de la dictadura, con referencias concretas
a la censura teatral y al intento de crear un teatro al servicio del nuevo
régimen. Recién iniciada la dictadura, aún no se puede hablar, al menos en los
escenarios, de un teatro crítico, aunque, como veremos, se prohíben obras de
los propios dramaturgos que habían apoyado la sublevación y se intenta
subordinar el teatro a los intereses del régimen convirtiéndolo en una herramienta
de propaganda política, dentro del proyecto totalitario iniciado durante la
contienda.
Es a
partir del período de adaptación (1945-1958) cuando se presentan a censura las
primeras obras escritas desde una mentalidad adversa al régimen de Franco, que
suponen el inicio del realismo social. Veremos la reacción de los censores ante
estas primeras obras que cuestionan el sistema de valores impuesto por la
dictadura y las estrategias de los creadores para salvar la barrera censorial,
aunque antes de pasar al estudio de los autores y sus obras censuradas, haremos
referencia a los cambios que afectan al funcionamiento de la censura en este
período; esquema que se repite en el resto de los capítulos que siguen.
Durante
el período de desarrollo (1959-1968), la necesidad de establecer vínculos
económicos con las democracias occidentales hará que el régimen intente
suavizar la imagen de la censura. En el ámbito de la censura teatral, se llevan
a cabo una serie de reformas burocráticas y legales de cierta importancia. El
realismo social cobra vigor en la creación teatral del período, lo que da lugar
a un mayor número de obras críticas presentadas a censura, además de
presentarse por vez primera algunos textos de los autores del exilio. Se
autorizan ahora algunas obras antes prohibidas, si bien los expedientes y otros
documentos internos muestran una realidad mucho más próxima a la de etapas
anteriores que la que se quiso mostrar desde las esferas oficiales.
Las
obras críticas sometidas a censura cada vez son más durante el período de
decadencia del régimen (1969-1975): a los dramaturgos del realismo social y del
exilio se sumarán las de los llamados “simbolistas” o “nuevos autores”. La
vitalidad del teatro español durante este período, que aún aumentará durante la
transición, es muestra de los importantes cambios operados en la sociedad
española, a pesar del régimen franquista. No obstante, la censura acabará
convirtiendo en un teatro elitista y minoritario lo que en su origen fue un
intento de llevar el teatro a los sectores sociales más desfavorecidos, e
igualmente, la experimentación formal y el intento de dar a conocer ciertos
lenguajes de vanguardia se encontrará con absurdos condicionantes que
desvirtuarán los textos y afectarán igualmente a su puesta en escena.
Finalmente,
nos referiremos a los primeros años de la transición política (1975-1978),
donde haremos referencia a las distintas posturas generadas en la sociedad y en
el teatro español en torno a la desaparición de la censura, y a la
decepcionante situación que la nueva política teatral deparó a los dramaturgos
una vez finalizada la dictadura, además de las obras censuradas en estos años.
En
cada período se ha procurado tener en cuenta tanto la imagen que se intentó
propagar desde las esferas oficiales como la intrahistoria de la censura que
nos muestran los informes realizados día a día por los censores y el resto de
documentación contenida en los expedientes, así como los testimonios de los
dramaturgos que hubieron de sufrir en primera persona la actuación de la
censura.
[2]
Buero Vallejo,
Gala, Martín Recuerda (et al.), 1977, pág. 35. Refiriéndose a los primeros años
de la dictadura, Monleón añade: “El mundo anda lleno de obras teatrales que no
llegarán hasta nosotros, o llegarán veinte años después, quizá para que a la
salida del estreno un ex censor o un petimetre aseguren que se trata de obras superadas”. (Monleón, 1971, pág.
63).
[3]
Buero Vallejo,
Gala, Martín Recuerda (et al.), 1977, pág. 17.
[4]
En buena medida,
la oposición antifranquista tendió a exaltar la figura del autor perseguido,
por lo que el valor artístico de la obra de un dramaturgo parecía estrechamente
vinculado al número de prohibiciones sufridas; fenómeno al que contribuyó el
debate sobre el posibilismo teatral,
a partir del cual un grupo de autores, siguiendo la postura de Alfonso Sastre,
identificaría obras prohibidas con obras dotadas de mayor grado de audacia
formal y temática. Años más tarde, esta postura se reforzaría con la
publicación del polémico libro de George Wellwarth Spanish underground drama Spanish underground drama (1972), en el
que el estudioso norteamericano englobaba bajo el título de “teatro español
underground” a un heterogéneo grupo de autores a los que valoraba en gran
medida y cuya característica común era precisamente el hecho de haber sido
prohibidos.
[5]
Los expedientes
de censura teatral se encuentran archivados en la Sección de Cultura (IDD 44)
de este Archivo, sito en Alcalá de Henares.
[6]
A pesar de la escasez de estudios, poco a
poco vamos disponiendo de trabajos puntuales sobre ciertos autores y obras.
Referidos a los autores del realismo social, véanse los trabajos de P.
O’Connor, sobre Buero Vallejo (1969); A. Fernández Insuela sobre Lauro Olmo
(1983, 1997 y 1998); así como mis artículos sobre Lauro Olmo (1995 y 2004),
Buero Vallejo (1999) y Ricardo López Aranda (1998-2001). Con anterioridad,
Bryan (1982) y Cramsie (1985) habían dedicado sendos estudios a la censura en
la obra de Sastre, Muñiz y Ruibal, si bien habían partido de fuentes distintas
a los documentos del AGA. En cuanto a la comedia burguesa y el teatro de humor,
véanse los trabajos de García Ruiz sobre Los
pájaros ciegos de Ruiz Iriarte (1996 y 1997), así como los de Sotomayor
sobre Carlos Arniches (2001); Jurado Latorre sobre Muñoz Seca (1998-2001); o mi
artículo sobre las obras prohibidas de Jardiel Poncela (2001).
A un
nivel más general, la censura teatral ha sido tratada en varios manuales sobre
el teatro del período, entre ellos, los de García Lorenzo (1981); Ruiz Ramón
(1986), Oliva (1989) y García Ruiz (1999). Dichos estudios vienen a sumarse a
otros de carácter general sobre la censura en los distintos géneros literarios
y en diversos medios de comunicación, algunos de los cuales dedican unas
páginas al arte escénico. (Abellán, 1980; Beneyto, 1977; Neuschäfer, 1994). Sin
embargo, hasta el momento no contamos con monografías dedicadas específicamente
al teatro como las que se han realizado sobre la censura en el cine (Gubern y
Font, 1975; Gubern, 1981; Alsina Thevenet, 1977; González Ballesteros, 1981;
Añover Díaz, 1992); los libros (Cisquella, Erviti y Sorolla, 1977), y, sobre
todo, la prensa (M. Fernández Areal, 1971a, 1971b, 1973 y 1979; Terrón Montero,
1981; Sinova, 1989b; Oskam, 1991; Alcaraz Ramos, 1991/92; Barrera, 1995;
Sevillano Calero, 1998, y Borderia Ortiz, 2000). Acerca de la radio y la
televisión, véase: Castello Rovira (1977); García Jiménez (1980) y Aguilera
Moyano (1989). Además, se han realizado estudios sobre la censura en otras
áreas de la comunicación, como el de Bianciotto (1997), sobre el rock.
Generalmente,
los estudios sobre la censura han sido abordados desde el ámbito de la
historiografía, la sociología o los estudios jurídicos (así sucede sobre todo
con la censura de prensa), aunque también contamos con algún estudio de
carácter filológico sobre los recursos estilísticos generados como consecuencia
de la censura (Sánchez Reboredo, 1988), y algún estudio de tipo descriptivo
enmarcado en la historia de la literatura (Torrealdai, 1998).
[7]
B. Zimmermann,
“El lector como productor: en torno a la problemática del método de la estética
de la recepción”, en J. A. Mayoral (ed.), Estética
de la recepción, Madrid, Arco Libros, 1987, págs. 39-58.
[8]
Ubersfeld, 1997,
págs. 306 y 315.
[9]
Berenguer y
Pérez, 1998, pág. 15.
[10]
Acerca del
concepto de “mediación histórica”, Á. Berenguer señala que “la consideración de
los grupos que conforman el conglomerado social de un período histórico y la
descripción de sus respectivas ‘visiones del mundo’ constituyen elementos
fundamentales para la comprensión de la creación teatral generada en dicho
período”. La mediación psicosocial “da cuenta de la relación entre el ‘yo’
creador y el ‘entorno’ en que se desarrolla, constituyendo estos dos elementos
otros tantos polos de una tensión que afecta a las creaciones dramáticas, las
cuales se desarrollan desde diferentes grados de aproximación a uno u otro”.
Finalmente, la mediación estética está constituida por “el conjunto de
lenguajes o sistemas expresivos puestos a disposición del dramaturgo por la
tradición teatral y por las transformaciones más o menos radicales que sobre
ella han practicado los autores precedentes y coetáneos”. (Berenguer, 1999,
págs. 13-14).
[11]
En la Tendencia
de Reforma se encontrarían A. Buero Vallejo, A. Sastre, J. Martín Recuerda, L.
Olmo y J. M. Rodríguez Méndez, y ya en la Transición, período en que esta se
constituye en subtendencia dentro de la Tendencia Renovadora, J. L. Alonso de
Santos, J. Sanchis Sinisterra, J. Campos García y F. Cabal; en la llamada
subtendencia Radical, dentro de la nomenclatura propuesta por Berenguer y
Pérez, se incluiría D. Miras, además de las últimas obras de J. Martín Recuerda
y A. Sastre. La tendencia de Ruptura estaría representada en este trabajo por
F. Arrabal, L. Riaza, M. Romero Esteo, F. Nieva, A. Vallejo, A. Boadella y S.
Távora. (Berenguer y Pérez, 1998).
Según
Berenguer, varios autores conformarán una tendencia “cuando sus respectivas
obras creadoras muestren una relación de interdependencia entre sus lenguajes
teatrales o estilos escénicos” (Berenguer, 1999, pág. 16). Estos creadores
comparten una “visión del mundo” ante los estímulos ofrecidos por la
circunstancia histórica, que materializan en su obra mediante unos determinados
cauces formales íntimamente ligados a dicha visión del mundo. En la sociedad
española del franquismo se pueden distinguir, según este autor, tres mentalidades
o tendencias (Identificación, Reforma y Ruptura), las cuales, en tanto que
proyectos de la colectividad, se corresponden con tres tipos de conciencia
individual (integración, oposición y exilio). De forma harto esquemática, la
dramaturgia de la “Tendencia de Identificación” materializa la visión del mundo
de los partidarios del régimen y se expresa fundamentalmente a través del drama
histórico en verso, el teatro de humor, el drama ideológico y la comedia
burguesa de evasión. Los dramaturgos reformistas se valen sobre todo del
realismo social y de la alegoría para materializar su crítica al sistema
franquista. Por último, la Tendencia de Ruptura transpone una actitud de
absoluta disociación con el sistema franquista; postura que, en el plano estético,
se manifiesta mediante la incorporación de fórmulas ligadas a diversas
corrientes experimentales del teatro occidental. Este esquema aparece expuesto
por M. Pérez (1999b, págs. 18-21).
Los
orígenes de esta metodología se remontan a la Tesis Doctoral de A. Berenguer L’exil et la cérémonie. Le premier théâtre
d’Arrabal (1977), y puede seguirse a través de distintos trabajos:
Berenguer, 1979, 1988b, 1991a (especialmente págs. 79-89), 1991b, 1991c.
Recientemente esta metodología está siendo sometida a revisión por su autor, y
pueden verse los primeros frutos de su nueva propuesta en: “Introducción” a
Fernando Arrabal, Baal Babilonia,
Zaragoza, Libros del Innombrable, 2005; así como en “Motivos y estrategias:
introducción a una teoría del teatro contemporáneo”, ponencia presentada en el XV Seminario Internacional Tendencias
escénicas al inicio del siglo XXI, dirigido por J. Romera Castillo (Madrid,
UNED, del 27 al 29 de junio de 2005). (Actas en prensa).
[12]
Esta
periodización aparece expuesta en: Pérez, 1999, págs. 18-21. Dicho esquema
coincide a grandes rasgos con los propuestos por algunos historiadores del
franquismo, como Moradiellos (2000), quien distingue cinco grandes períodos: 1)
período de hegemonía del nacional-sindicalismo (1939-1945); 2) etapa de predominio
del nacional-catolicismo (1945-1959); 3) fase autoritaria del desarrollismo
tecnocrático (1959-1969); 4) el tardo-franquismo (1969-1975), y 5) la
transición. Otras periodizaciones se asemejan en algunos aspectos, como la de
Payne (1987), quien distingue tres etapas: 1) La fase semifascista,
potencialmente imperialista (1936-1945); 2) la década del corporativismo
nacional católico (1945-1957), y 3) la fase desarrollista de la llamada
tecnocracia y una especie de autoritarismo burocrático (1957/59-final). Esta a
su vez coincide básicamente con la propuesta por Manuel Ramírez Jiménez (1978),
quien denominaba a tales períodos “Régimen totalitario”, “dictadura
empírico-conservadora” y “franquismo tecno-pragmático”. Por su parte, Tuñón de
Lara (1982) señala un antes y un después de 1959, año en que comienza a
producirse “el paso de un totalitarismo de derechas, que podemos identificar
como fascismo, a un autoritarismo tecnocrático que caracteriza el último
período del franquismo”. Desde otra perspectiva, Elías Díaz (1983) señala dos
grandes etapas, antes y después del fin del aislamiento internacional hacia
1950-
51, a
las que denomina
“totalitarismo católico” y “autoritarismo tecnocrático”.
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