2. Alfonso Sastre
En
junio de 1975 Sastre sale de la cárcel
[1]
y poco después, en diciembre, temiendo una nueva detención por haber
intervenido en la elaboración del libro Operación
ogro, en el que se relata el asesinato de Carrero Blanco
[2]
,
se exilia voluntariamente en Burdeos. Su exilio se prolonga hasta febrero de
1977, en que es expulsado por la policía francesa cuando iba a presentar un
nuevo libro de Eva Forest, Testimonios de lucha y revolución; según el autor, este fue el
motivo real de la detención, aunque el argumento utilizado para detenerlo fue
su participación en una protesta contra los destierros de refugiados vascos por
parte del gobierno francés
[3]
.
A su vuelta a Madrid, varios partidos de izquierdas recién legalizados le
reciben con un homenaje. Lejos de la actitud reformista y conciliadora entonces
imperante, al poco tiempo de su llegada a España, Sastre escribe el manifiesto
“Por un Teatro Unitario de la Revolución Socialista”
[4]
,
en el que hace un llamamiento a representantes de todos los partidos de
izquierdas para crear un teatro al servicio de la revolución proletaria, un
teatro que utilice la “libertad” de la recién estrenada democracia burguesa
para llevar a cabo la revolución aún por hacer:
Eso fue una cosa de ese momento en que
pensé que se podía retomar el tema de hacer un teatro político revolucionario,
lo que había fallado cuando intentamos hacer el Teatro de Agitación Social.
Pues bien, ahora creía que podría, al amparo de la democracia burguesa,
recogerse ese proyecto bajo la forma de un Teatro Unitario de la Revolución
Socialista, un teatro en cuya regencia participaran todas las fuerzas
socialistas, desde el PSOE hasta la extrema izquierda. Yo hablé con distintas
fuerzas y no encontré un ambiente favorable
[5]
.
Por
estas fechas, su posición se ha extremado hasta situarse en el ala más radical
de la izquierda española:
En cuanto a mi posición política
actual, me da la impresión de que estoy un tanto o un mucho a la izquierda del
que fue mi partido. Con lo cual quiero decir que... “¿A la izquierda del PC? ¡O
sea, en ninguna parte!”, oigo que alguien me dice tratando de explicarme con
ello que la opción actual para un revolucionario se plantea en estos términos:
“O posibilitismo [sic] o utopismo”. No es esa mi
opinión. Yo opino, si ello se me permite, de muy distinta forma, y veo que esa
“ninguna parte” es un espacio realmente habitado y hasta superpoblado, y que en
él están mis camaradas verdaderos y que en él reside un proyecto que no cesa de
pesar del todo: el de la revolución
[6]
.
Cuando
su mujer sale de la prisión de Yeserías, Sastre, decepcionado por el carácter
reformista con que se está llevando a cabo la transición política, emprende
camino hacia Euskadi, donde existe una izquierda
radical que aspira a la independencia respecto del resto del estado español y
que pretende una ruptura radical con todos los elementos del anterior régimen
[7]
.
Durante
estos años, Sastre encuentra un medio de expresión en la revista Pipirijaina, que
le brindará sus páginas en varias ocasiones (La sangre y la ceniza inauguró su colección de textos
[8]
,
en la que también se incluyó El camarada
oscuro) y presentará su trayectoria como un modelo ejemplar. En el mismo
número en el que se publicaba el citado “Manifiesto por el T.U.R.S.”,
Xavier Fàbregas escribía:
La vida de Alfonso Sastre constituye
un ejemplo de lo que un intelectual íntegro puede esperar de una dictadura: un
intelectual que asume la responsabilidad de no callar ante la injusticia, ante
la arbitrariedad cínica y se coloca decididamente al lado del débil. Sastre ha
padecido la cárcel, ha visto sus papeles destruidos por la policía, su casa
sellada, su familia dispersada. Alfonso Sastre ha tenido que pasar la frontera
como un malhechor, camino de Francia; y ha vuelto a traspasarla en sentido contrario
[...] Sastre es un luchador que tiene fe en cuatro puntos fundamentales y que
cree que el sacrificio de unos cuantos revertirá en beneficio de todos. Sastre
es, antes que nada, un hombre bueno; para entendernos, un hombre que a su
aventura personal antepone la aventura de la colectividad
[9]
.
En
efecto, la prohibición de sus obras y las detenciones sufridas durante el
franquismo hacen que para un sector de la izquierda la figura del dramaturgo
adquiera rango de héroe. Así, en 1978 Alberto Miralles se refería a él como “el
autor más censurado de nuestro teatro”
[10]
.
Como muestra de lo dicho, nos permitimos transcribir las palabras
introductorias que precedían a la edición de La sangre y la ceniza:
El lector que abre estas páginas se
encuentra ante algo más que un texto teatral.
Se quiera o no, Alfonso Sastre se ha
convertido en un símbolo de la lucha que hoy se desarrolla en España, tanto en
el terreno de las ideas como en el terreno directamente político.
MSV
o La sangre y la ceniza es —así lo deseamos nosotros— el comienzo de la reincorporación a la vida
pública de uno de los hombres más injustamente tratados de una tierra pródiga
en ellos. Las páginas que siguen a continuación fueron escritas hace ya once
años por una persona a la que intentaron hacer aparecer como cómplice de un
atentado que aún sigue sin estar claro y sobre el cual se prefiere guardar
silencio. Sastre recibió entonces las críticas (recurramos al eufemismo) de los
unos y de los otros. Y tras su salida de la cárcel, muchos de sus antiguos compañeros
continuaron volviéndole la espalda. Que a nadie extrañe, pues, su exilio
voluntario.
No obstante, el muro de silencio que
se ha levantado alrededor de su persona se rompe, se está rompiendo ya. Para
todos los que, como Sastre, creemos en la posibilidad y en la necesidad de una
España auténticamente libre y democrática, la publicación de estas páginas
—que, digámoslo de paso, han conseguido saltar después de once años la censura,
a insistencia de un colectivo de teatro— son la muestra evidente, una muestra
más, de que la voz no puede ser encerrada entre barrotes, de que si mil veces
se la intenta hacer callar, mil veces vuelve a surgir con nuevas fuerzas.
Para todos los demócratas de este
Estado, exigir la vuelta de Sastre a la vida activa, contar con él para la
construcción de esa sociedad más justa que deseamos, pretender que se haga
justicia a su nombre, es algo más que un homenaje o un tributo. Es una deuda
[11]
.
El
propio autor, en parte, había dado pie a esta idealización de su postura imposibilista,
así como a la descalificación de aquellos que habían conseguido hacerse un
hueco en el panorama del teatro español. En la “Nota informativa” que precedía
a la edición de La sangre y la ceniza,
escrita durante su exilio en Burdeos, Sastre atacaba nuevamente a los autores
que se habían autocensurado:
[...] El resto de mi “producción”
—como se dice— continúa inédito en castellano, y no hay que decirlo, no
representado, no actuado, no promovido en el pobre mundo del espectáculo
español: fábrica de mimetismos, desván de antiguallas y campo de míseros
negociantes, de manera que los horrores de la censura no explican del todo, por mucho que se diga, lo sucedido, por mejor
decir, lo no sucedido en estos años... Cobardía civil se llama la planta que ha
crecido demasiado entre nosotros durante muchos años en el campo del teatro; y,
en fin, una muy cierta colaboración objetiva con el sistema. Si se habla de escritores, es de señalar la interiorización —la
institucionalización interior— de la censura en muchos de ellos. Si se habla de
empresas profesionales, es de indicar cómo han ahorrado a la censura sus
dictados en tantísimas ocasiones
[12]
.
Desde
esta perspectiva, negaba toda validez, una vez más, al teatro posibilista, aunque también a cierto
teatro imposibilista carente de calidad:
Por lo demás, en el teatro inédito de
estos años […] me temo que haya poco que salvar en la medida en que,
generalmente, se adopta una posición posibilista que luego, además, no daba
resultado: no por ser posibilistas se hacía un teatro posible, viable. Era el
mundo de la automutilación inútil, como lo sería la
de un soldado que se diera un tiro en un pie para librarse del servicio militar
y lo encuadraran en un batallón de cojos. Te ves vestido de caqui y además
cojo: una pena. Porque lo escrito con este ánimo no puede servir más que como
testimonio de una tragedia intelectual.
Por no hablar de la generalmente baja
calidad —no sólo explicable por la existencia de la censura— de la literatura
antifascista. El populismo y la alegoría han producido sus monstruitos, no por
prohibidos más estimables
[13]
.
En
definitiva, su confrontación con aquellos intelectuales que trabajan dentro de
las condiciones que les permite el sistema va mucho más allá de la polémica con Buero Vallejo. En una entrevista realizada en
1976, a
propósito de su texto Miguel Servet, Sastre comentaba la posición de este
intelectual, que identificaba con la suya, contraponiéndola al posibilismo representado por Galileo:
Toda la obra se centra en la decisión
de un intelectual de defender su posición hasta la muerte. Es un poco la
contrafigura de Galileo quien, para seguir trabajando, se retracta de sus
opiniones. Parece que Brecht, en su obra sobre
Galileo, quiso hacer un elogio de esa actitud diciendo que un intelectual no
debía ser un héroe sino que debía conquistar las condiciones de trabajo. Que si
públicamente había que decir algo para sobrevivir, había que decir eso y
continuar trabajando. Que lo otro era una actitud romántica, ir a la muerte...
No está muy claro eso de Brecht, porque luego al
final de su vida pensó que el personaje no le gustaba tanto, que era un hombre
que no había sido honesto al aceptar retractarse de una verdad científica de la
que estaba completamente convencido
[14]
.
2.1. Obras sometidas a
censura
En
estos años no se presentan nuevas obras de Sastre a censura, únicamente
versiones de textos que ya habían sido presentados anteriormente: El circulito de tiza o pleito a una muñeca
abandonada (1976), de la cual se había presentado nueve años atrás la
segunda parte, Historia de una muñeca
abandonada; La sangre de Dios (1976), y Miguel Servet (1976), presentada cinco años antes como MSV o La sangre y la ceniza. Todas ellas serán autorizadas en este
período.
Sin
embargo, como es sabido, el dramaturgo no deja de escribir en estos años: en
1975 escribe Ahola no es de leil;
entre 1977 y 1978, Tragedia fantástica de
la gitana Celestina, y en 1978, último año de existencia de la censura
teatral, Análisis espectral de un Comando
al servicio de la Revolución Proletaria.
En
mayo de 1975 se presentó a censura una adaptación para café-teatro titulada Metamorfosis
bajo la luna, de cuyo proceso de censura apenas ha quedado información.
En su expediente únicamente se encuentra un ejemplar mecanografiado, que tiene
tachada la frase “es que jodo...”, en boca del personaje Jimmy.
Tampoco en el fichero consta dictamen alguno, lo que parece indicar que se le
aplicó el “silencio administrativo”.
Tampoco
se encuentran localizables los informes sobre El circulito de tiza o Pleito a
una muñeca abandonada, autorizada en mayo de 1976. El libreto, único
documento que se conserva, no tiene fragmentos subrayados. En la cubierta se
indica que se trata de una obra ya autorizada; sin embargo, en la ocasión
anterior, únicamente se autorizó la segunda parte de las piezas que componen
esta obra.
Veintiún
años después de haber sido autorizada, La sangre de Dios fue presentada de
nuevo en junio de 1976 y autorizada sin cortes en esta ocasión. Lejos tanto del
entusiasmo que mostrara el censor falangista en 1955 como de los problemas
doctrinales que vieron otros censores, los nuevos informes fueron mucho más
escuetos. Únicamente el religioso Jesús Cea hizo un
informe favorable: “Toda la tesis se centra en el tema de la fe y sobre todo en
la existencia de Dios. El tratamiento es osado, pero correcto y positivo”.
Jesús Vasallo la autorizó tras informar que se trataba de una “obra conocida”,
y Antonio Albizu, que hizo una lectura muy distinta a
la del censor religioso, la autorizó igualmente, no porque no encontrara
reparos, sino porque pensó que los espectadores no percibirían lo que el autor
había querido decir:
En el fondo parece que lo que el autor
intenta es poner a la religión como propia de enfermos y que conduce a
extremismos de revestir de misticismo lo que en sí es una monstruosidad, pero
estimo que en el espectador quedará la impresión sobresaliente de un enfermo
que comete el crimen
[15]
.
Miguel Servet, censurada años
atrás con el título La sangre y la ceniza,
volvió a ser presentada en agosto de 1976 por la compañía El Búho. En la
primera lectura, fue leída únicamente por dos censores, Antonio Albizu, que la autorizó con un corte, y Antonio de Zubiaurre, quien solicitó que fuera leída por el Pleno, por
sus “tesis fuertes y excesivas”. Según se dice en una nota, otro de los motivos
de que la obra pasara al Pleno fue “la personalidad del autor”. A pesar de lo
tardío de la fecha, hubo censores que propusieron suprimir varios fragmentos e
incluso prohibirla para representaciones comerciales.
El
principal inconveniente del texto, para los censores, consistía en su ataque a
la doctrina católica; así, A. de Zubiaurre señaló
que, por su tema, la obra se adentraba “en terreno difícil por relacionarse en
general, con el dogma y la moral cristianas”; J. M. García-Cernuda escribió que “los reparos que habría que poner a esta obra habrían de ser de
carácter doctrinal”; J. Moreno Reina solicitó la opinión del vocal eclesiástico
antes de emitir dictamen, y J. L. Vázquez Dodero emitió este severo juicio:
Sastre aprovecha para burlarse de la
autoridad, de la religión en su conjunto y en partes tan importantes como la
comunión, empleando a menudo expresiones muy de hoy para situaciones muy de
entonces, haciendo alusiones no pocas veces a la situación actual.
En
consecuencia, fue leída por el religioso Jesús Cea,
quien la autorizó sólo para sesiones de cámara, por no creerla conveniente para
un público poco formado:
Aunque se ajuste con bastante rigor al
hecho histórico que enmarca la figura y errores de Miguel Servet,
no me parece obra adecuada para un público mayoritario poco formado, el cual se
quedaría sólo con las razones, expuestas por el autor con gran énfasis, que
apoyan las herejías trinitarias y eucarística. Contienen también un afán
actualizador
Menos
problemas parecían plantear a estas alturas el paralelismo entre Hitler y Calvino (“manido”, en
palabras de García-Cernuda), o el himno nazi que se
canta en el prólogo, aunque no por ello se dejó de hacer referencia a ellos en
varios informes. Para J. E. Aragonés, el proceso de Servet se presentaba “politizado y con actualizaciones burdas”, por lo que propuso
suprimir el epílogo completo, entre otros cortes. Así mismo, Florencio Martínez
Ruiz la encontró “tremendamente vidriosa por sus alusiones”, aunque la
autorizaba, dada la nueva situación política: “en una situación aperturista,
creo que se podría tolerar, en principio”. Otros, en cambio, opinaban que estos
intentos de actualización no ofrecían ningún peligro: “Las interpretaciones de
actualidad y el intento de acercamiento al hoy, son inocentes”, escribía J.
Vasallo, aunque ordenó varios cortes.
Los
vocales que habían entrado ya en la Transición, desde un talante bien distinto,
optaron por autorizar el texto sin cortes. Así, José E. Guerra escribió:
La obra, en mi opinión, no deja claro
más que cada uno es libre de opinar como le plazca, sin miedos ni trabas; y que
todos deben de tener una vía de expresión, que pueda ser escuchada. Si éstos
son principios exclusivamente socialistas es otra cuestión muy distinta.
Cualquier corte en esta obra supondría reconocer los principios enunciados en
la misma, por tanto la considero permisible en su totalidad.
E
igualmente, Fernando Mier la consideró incluso
aconsejable y adecuada a la nueva coyuntura histórica:
La estimo además recomendable a estos
momentos en que es de actualidad latente la política del gobierno sobre los
derechos humanos en la próxima firma de la carta internacional por nuestro
ministro de exteriores en la ONU.
En
lo que se refiere a las valoraciones sobre su calidad, varios censores
realizaron críticas negativas. Así, Díez Crespo la tildó de “un tanto
folletinesca y farragosa”, y Vasallo de “lineal, aburrida y larga”; por su
parte, Mier señaló que era una “exposición larguísima y en estilo más novelesco que teatral” de la
persecución de Servet.
Finalmente,
fue autorizada, previo visado del ensayo general, en septiembre de 1976. Aunque se autorizó sin cortes, entre los
fragmentos tachados en el libreto se encuentran alusiones a la censura, a la policía,
al comunismo y al socialismo, además de distintas intervenciones de contenido
religioso
[16]
.
Cuando
se estrenó, el hecho de que fuera escenificada por un grupo independiente en
una sala minoritaria como la Cadarso fue interpretado
por José Monleón como un signo de la insuficiencia de
los cambios producidos en el ámbito teatral tras la llegada de la democracia:
Salvado el obstáculo administrativo
que era la vieja censura, la realidad teatral apenas ha cambiado [...] “El
público teatral madrileño” es hoy, por una serie de razones económicas y
políticas, más conservador que nunca, y no está dispuesto a emplear una sola
peseta en el sostenimiento de una obra que le cuestione. Ello, unido a la
deserción de quienes ya no necesitan el teatro para satisfacer su ‘cuota’ de
vida política
[17]
.
Además,
se somete a censura por tercera vez la adaptación de De cómo el Sr. Mockinpott consiguió librarse
s sus padecimientos, de Peter Weiss (1977), ya presentada en 1971 y 1974, que finalmente se autorizó sin cortes en
junio de 1977.