3. Nuevas voces en la escena de
posguerra
3.1. Censura y teatro
conservador
Al
igual que en el período anterior y en los sucesivos, el teatro conservador
predomina en los escenarios
[1]
.
El teatro falangista desaparece de la escena y se produce un apogeo del teatro
de evasión: ya no se trata de atraer al público hacia un ideario concreto sino
de conducirle a un mundo de fantasía, de incapacitarle para enfrentarse con la
realidad. En este sentido, resulta significativo el giro que toma la obra de un
autor tan significativo como José María Pemán, quien
abandona el drama histórico en verso y se dedica a la comedia de corte
vodevilesco. Además, continúan estrenando autores de períodos anteriores como
Benavente, Juan Ignacio Luca de Tena o Joaquín Calvo Sotelo. Continúan asimismo la tradición del humor de
vanguardia, con nuevos títulos de Jardiel Poncela y Miguel Mihura, y el
melodrama de Leandro Navarro y Adolfo Torrado. En cambio, decrece el interés
del público por otros géneros de éxito mayoritario años atrás, como el
astracán, el juguete cómico o el sainete
[2]
.
Durante
los años cincuenta, el género que triunfa es sobre todo la comedia burguesa de
evasión o “alta comedia”, en algún caso, con influjos de La Codorniz y del humor vanguardista de preguerra, representada por
autores como José López Rubio, Víctor Ruiz Iriarte, Carlos Llopis o Edgar Neville, por citar sólo los más destacados.
Al margen de este género, también hay que mencionar entre los estrenos más
significativos del período el de Tres
sombreros de copa (1952), de Miguel Mihura, y el
del drama ideológico La muralla (1954), de Joaquín Calvo Sotelo. También en los años
cincuenta comienza a estrenar el que será el autor de más éxito del período
posterior: Alfonso Paso, si bien en estos años aún está más próximo al teatro
realista que a la comedia burguesa de evasión, a diferencia de lo que sucederá
en etapas posteriores.
Atrás
han quedado los melodramas y comedias ínfimas predominantes durante el período
autárquico; en los años cincuenta la burguesía franquista parece haber
encontrado un teatro que da respuesta a sus necesidades. El crítico teatral más
influyente del momento, Alfredo Marqueríe, que había
enjuiciado duramente ciertas comedias en la etapa anterior, hacía ahora un
balance optimista del teatro de los veinte primeros años del franquismo: “En
estos años la línea media de nuestra escena es francamente satisfactoria y cada
día se acentúa más la tendencia francamente literaria”
[3]
.
También
los comediógrafos de este período van a sufrir las imposiciones de la censura.
Algunos de ellos confesarían haber ejercido la autocensura, como José López
Rubio, quien, ya durante la democracia, declaraba: “Yo hubiese querido hacer un
teatro inmoral, pero he tenido que hacerlo moral y darle un final a las
comedias un poco aleccionador, y entonces, para no hacer una lección moral,
creo que me he ido por el camino del sentimentalismo”
[4]
.
En su comedia Celos del aire, ironiza
sobre el tema cuando un personaje exclama: “Hablad de lo que queráis, menos de
política, porque se os notaría en la cara y sería contraproducente” (Acto II,
escena 3ª)
[5]
.
También Edgar Neville decía haber ejercido una cierta
autocensura:
Hoy nos reprochan el cultivar el
teatro de evasión y no interesarnos por los problemas actuales. Pero no es que
dejen de interesarnos, es que resulta difícil su tratamiento a menos de aceptar
sin la menor vacilación la tesis del que manda: para decir que “sí” hay toda
clase de facilidades, pero a veces no quiere uno decir que sí ni que no, y el
laberinto es demasiado intrincado para que valga la pena aventurarse
[6]
.
En
el prólogo a Tiempos mejores (1963), Neville insistía en el tema:
[...] para tratar de temas candentes y
de actualidad hace falta una total independencia y una seguridad de que nuestras
ideas van a pasar el trámite de la censura.
Hoy, cuando se publica este libro, es
posible que ya se puedan tratar temas de actualidad, pero cuando yo escribí Tiempos mejores, la única manera con que
se podían tratar los temas de actualidad era diciendo que sí, y uno tenía ganas
de tratar la actualidad diciendo que no, y por tanto, para tener que castrar
mis opiniones prefería dejar los temas de actualidad para más adelante
[7]
.
Entre
los dramaturgos de esta tendencia que tuvieron problemas con la censura se
encuentra Joaquín Calvo Sotelo, que hubo de esperar
meses e incluso años para que algunos de sus textos se autorizaran: así, La República de Mónaco, presentada a
censura en 1951, se autorizó en marzo de 1959; Dinero se presentó en 1960 y se autorizó en noviembre de 1961;
tanto La amante, como la adaptación
de La visita que no va a tocar el timbre y Don Germán, presentadas en 1964, se
autorizaron en 1968, y Una noche de
lluvia, presentada en 1967, se autorizó en octubre de 1968
[8]
.
También ahora se prohíbe una de las primeras obras de Juan José Alonso Millán, Operación A (1959)
[9]
,
al que también en años posteriores se le siguieron prohibiendo algunos títulos,
como veremos más adelante.
3.2. El realismo social:
“Vamos a contar verdades”
Pero
también en este período surgen los primeros autores que cuestionan los valores
oficialmente aceptados, como Antonio Buero Vallejo y
Alfonso Sastre, los cuales abordarán aspectos de la realidad social hasta
entonces ausentes de los escenarios. Frente a la comedia amable, intrascendente
y evasiva, los dramaturgos del realismo social, lejos de concebir el arte como
mera distracción, van a utilizarlo como vehículo de denuncia, en un intento de
dar testimonio de las realidades más sórdidas y de dar voz a los perdedores del
sistema
[10]
.
Al igual que para los poetas y novelistas sociales en estos mismos años, para
estos autores el arte es una herramienta capaz de transformar la sociedad. Se
recupera así el concepto socialista del teatro como servicio público (al igual
que ocurría en Francia, con el Teatro Nacional Popular, o en los países del
Este), idea que Ángel Berenguer encuentra directamente relacionada con las
tesis del PCE
[11]
.
En
este sentido, el estreno de Historia de
una escalera la noche del 14 de octubre de 1949 supone un antes y un
después en la escena española. “Podría decirse —creo que se ha dicho alguna
vez— que con Historia de una escalera se acabaron las bromas, que Historia de
una escalera era un ‘vamos a
hablar en serio’ frente al ‘vamos a contar mentiras’ del teatro cómico de los
años inmediatamente anteriores”, escribe Ricardo Doménech
[12]
.
Para Ruiz Ramón, comienza entonces un nuevo drama español, “fundado en la
necesidad insoslayable del compromiso con la realidad inmediata, en la búsqueda
apasionada, pero lúcida, de la verdad, en la voluntad de inquietar y remover la
conciencia española y en la renuncia tanto a la evasión lírica como al
tremendismo ideológico”
[13]
.
Para
expresar esas realidades cotidianas silenciadas por la comedia conservadora (en Historia de una escalera, lo primero
que oíamos en escena era la dificultad de pagar el recibo de la luz), estos
autores recurren a un lenguaje que intenta ser objetivo y testimonial; tal como
señala Manuel Pérez, estos creadores conciben el escenario “como espejo, lente
fotográfica u objetivo cinematográfico, apto para materializar verdaderos
reportajes sobre las condiciones de vida de los oprimidos y perdedores del
sistema”
[14]
.
Para ello, recuperan la tradición del realismo escénico, que por estas fechas está
en plena vigencia en otros países de occidente como Estados Unidos (Miller, Williams
[15]
),
Italia (autores neorrealistas) o Francia (Sartre, Camus
[16]
).
La finalidad de establecer una comunicación eficaz con el público, unida al
intento de reflejar la realidad cotidiana de los más desfavorecidos, trae
consigo la recuperación de un género tan popular como el sainete, al que
recurrirán Buero Vallejo y, sobre todo, Lauro Olmo y
José María Rodríguez Méndez. Domingo Miras, próximo al realismo social en sus
inicios, definiría así este movimiento:
Una corriente artística de enorme
volumen que reflejaba la miseria y la angustia de las masas que habían perdido
el techo y el pan, la vida dura de quienes intentan subsistir, la honda
tristeza de las existencias privadas de horizonte. Y ese contenido se había de
manifestar de una manera directa y sencilla, con una economía de medios, una
austeridad expresiva y que componía una unidad armónica y coherente entre fondo
y forma
[17]
.
En
su estudio sobre la censura cinematográfica, Rosa Añover encuentra una estrecha relación entre la aparición del neorrealismo en España y
la existencia de la censura, puesto que esta impedía mostrar ciertos aspectos
de la realidad del país, como el estraperlo o el hambre
[18]
.
En efecto, en un contexto en el que la realidad de las clases humildes es
sistemáticamente ocultada por el régimen, el realismo aparece como lenguaje
crítico por excelencia.
A Buero y Sastre, que estrenan obras fundamentales en este
período, se suman en estos años José Martín Recuerda, que estrena, entre otras
obras, La llanura (estr. 1949) y El
teatrito de don Ramón (estr. 1959); Rodríguez
Méndez, quien estrena Vagones de madera (estr. 1959); Carlos Muñiz, Telarañas (estr. 1955) y El grillo (estr. 1957); Rodríguez Buded, Queda la ceniza (1954), y Alfredo Mañas, La feria de Cuernicabra (estr. 1956).
Aunque no consigue estrenar ninguna de sus obras en este período (a excepción
de algunas de las piezas infantiles escritas en colaboración con Pilar Enciso),
también comienza a escribir por ahora Lauro Olmo, quien escribe El milagro (1953), El perchero (1953) y El rubí
del inspector general (1955), así como la pieza inédita y perdida Magdalena. También han sido incluidas en
este grupo las primeras obras de Alfonso Paso (Los pobrecitos, estr. 1953). Algunas de
estas obras fueron prohibidas o sufieron severos
cortes, como veremos.
La
relación de estos autores con la censura va a estar condicionada por el deseo
de que sus obras alcancen una eficacia social. En algunos casos, van a
autocensurarse en parte a fin de que estas puedan llegar al escenario; es la
postura posibilista, representada
sobre todo por Antonio Buero Vallejo, en la que nos
detendremos más adelante. En su pugna con
el sistema franquista, por primera vez los autores van a pedir públicamente la
supresión de la censura previa, aunque aún admiten que se ejerza a posteriori.
Así quedó recogido en el documento redactado en los “Coloquios sobre problemas
actuales del teatro en España” celebrados en 1955 en Santander:
Consideramos que la actual censura
previa para el teatro es totalmente inaceptable por: a) Su falta de criterios
objetivos y declarados. b) La falta absoluta de autoridad pública del organismo
censor, cuyos dictámenes son frecuentemente rectificados por la presión de
instituciones y hasta personas ajenas a este cometido.
En cuanto a la censura previa en
general —no ya en su actual forma, cuyas deficiencias acabamos de anotar—, nos
parece inaceptable como hombres dedicados a la creación dramática e innecesaria
desde el punto de vista de la moral pública, que puede ser guardada de modo más
perfecto.
Proponemos la sustitución de la
censura por la sanción legal a posteriori en los casos y con el rigor que la ley determinará. Habría, pues, una
consideración de delito o falta para determinadas obras, que al ser así
sancionadas, serían automáticamente eliminadas del cuerpo social
[19]
.
Entre sus firmantes, se encontraban Alfonso Sastre, José
María de Quinto, Ricardo Rodríguez Buded y José
Martín Recuerda. Como veremos, la actitud de estos autores se irá
endureciendo en los años sucesivos, en parte debido a la prohibición de sus
propios textos.
Cuando
los censores se encontraron ante sus primeras obras, lejos de lo que sería
previsible desde nuestra perspectiva actual, en muchos casos no consideraron
que se encontraran ante obras contrarias al régimen; por el contrario, algunos
de ellos mostraron su beneplácito ante un teatro nuevo que por fin se despegaba
de la tradición de preguerra. Al igual que sucedía en la crítica teatral,
también en los informes de censura encontramos muestras de un rechazo al teatro
frívolo y ramplón que se impuso durante los primeros años de la posguerra, por
lo que un teatro más serio y ambicioso tenía ciertas posibilidades de ser bien
acogido. No obstante, estos juicios favorables irán cambiando a lo largo del
franquismo, a medida que los censores tomen conciencia de las posturas
progresistas de estos dramaturgos, aunque el desacuerdo en los aspectos
políticos no impedirá que exista un reconocimiento hacia la calidad formal de
muchas de sus obras.
Son
varios los motivos, como iremos viendo, por los que algunas de estas obras van
a encontrar la aprobación de los censores en lo que se refiere a su calidad
dramática. Aunque también hay quienes defienden un teatro arraigado en la
tradición, algunos censores coincidían con ciertos críticos del momento en su
deseo de novedad en la escena española; en este sentido, merece la pena citar
las esperanzadas palabras de Juan Emilio Aragonés (más tarde también censor)
ante el estreno de La mordaza, de
Alfonso Sastre: “Y todo parece indicar que no tardará en producirse la deseada
renovación, para bien de todos, porque son varios ya los autores que parecen
decididos a abrir derroteros nuevos para la creación dramática: ayer Buero, hoy Sastre, [...]; Delgado Benavente y acaso algún
otro, son el mejor y más esperanzador testimonio”
[20]
.
Uno
de los terrenos en los que por entonces se echaban en falta nuevos autores era
el del teatro religioso. A este respecto, resulta especialmente significativo
el informe redactado por G. Montes Agudo a propósito de La sangre de Dios, de Alfonso Sastre, obra en la que encuentra el
mejor exponente de lo que ha de ser el teatro religioso del nuevo Estado. Pero
el censor no estaba solo al reclamar un teatro católico distinto al que se
venía haciendo hasta entonces; según narra J. M. García Escudero, las
conclusiones del Congreso de Teatro Católico celebrado en 1955 mostraban un
clima propicio a la innovación en este terreno: “Donde la solución, digamos
‘esperada’, habría sido una enérgica condenación de ciertos excesos formales,
unida a una exhortación a la representación de obras piadosas, he aquí que el
congreso salía con unas conclusiones casi tempestuosas”
[21]
.
El entonces Director General de Cinematografía y Teatro comenta también que en
1962 tenía preparado un libro sobre Religión
y teatro que no pudo publicar por lo atrevido de su tesis, pues defendía el
valor religioso del teatro bueriano:
En ellas estaba incoado el libro sobre Religión
y teatro, que yo tenía listo en 1962 y que no pude publicar a consecuencia
de mi nombramiento de director general. ¡Que todo un director general
sostuviese que, para encontrar auténtica vibración religiosa en el teatro
español, no simple moral —o moralina—, había que buscarla en Buero antes que en Pemán, Calvo Sotelo o Luca de Tena, habría
sido demasiado!
[22]
.
Ya
al margen del terreno religioso, encontramos juicios muy favorables acerca de
obras como El pan de todos y Escuadra hacia la muerte, de Sastre; La tejedora de sueños y Las palabras en la arena, de Buero Vallejo, o La
llanura, de Martín Recuerda, por citar sólo unos ejemplos. Sin embargo, no
todos los comentarios sobre la calidad de este teatro son favorables: otros
informes muestran un rechazo hacia el lenguaje realista, que se interpreta como
falta de imaginación o gusto por lo melodramático. Así ocurre, por ejemplo, con Una extraña armonía y Hoy es fiesta, de Buero Vallejo, En la red y Ana Kleiber,
de Alfonso Sastre. En lo que se refiere a implicaciones de tipo político y
religioso, encontramos también algún comentario adverso, aunque durante estos
años aún no existe la prevención hacia estos autores que se dará a partir del
período siguiente.
3.3. Un teatro sin lugar en
la escena española
En
los años posteriores a la II Guerra Mundial, los autores del exilio continúan
siendo silenciados y, en algún caso, incluso perseguidos, como sucede con
Rafael Alberti, contra el cual se emitió una orden de busca y captura en 1947
desde el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo
[23]
. Tanto el propio Alberti como Max Aub van a escribir un teatro
no menos comprometido que el de los autores realistas, aunque, a diferencia de
estos, no partirán de la tradición del realismo, sino de otros lenguajes como
el expresionismo europeo, al que los propios realistas se irán aproximando en
años sucesivos. En 1956 Alberti escribe un texto claramente influido por el
teatro brechtiano, Noche de guerra en el Museo del Prado, que en nuestro país no se
representaría hasta la Transición.
En
cuanto a Aub, escribe teatro compulsivamente entre
1939 y 1950, aunque, de todas estas piezas, ninguna se estrena en España, e
incluso en México son muy escasas las que alcanzan el estreno. Manuel Aznar afirma que “El contraste entre esta torrencial
escritura escénica y la parquedad e índole ‘aficionada’ de sus estrenos
minoritarios creó a partir de entonces una profunda frustración en el
dramaturgo”
[24]
.
Por
otra parte, aunque su teatro no sube a los escenarios hasta la Transición,
también por entonces inicia su labor como dramaturgo Francisco Nieva (Malditas sean Coronada y sus hijas la
empezó a escribir en 1949, El rayo
colgado, en 1952, Tórtolas,
crepúsculo y... telón, en 1953 y La
Pascua negra, en 1955).
También
en estos años comienza a escribir el que se convertirá en el dramaturgo español
de la posguerra más representado en el mundo y en uno de los autores malditos
del franquismo: Fernando Arrabal, cuyo teatro se arraiga en la vanguardia
surrealista, a la que llegará a través de la vía abierta en la España de
posguerra por el grupo postista. A finales del
período tiene lugar su primer estreno en España, El triciclo, con autorización de la censura. A excepción de este
autor, en este período no presentarán a censura textos de ninguno de estos
dramaturgos.
[1]
En el capítulo
que le dedica Ruiz Ramón en su Historia
del teatro español, este estudioso escribe: “Si este libro sobre el teatro
español del siglo XX tuviera como base de juicio un criterio de cantidad —frecuencia
de estrenos de un autor, permanencia en cartel de una obra..., etc.—, es
indudable que los autores a quienes este capítulo va dedicado ocuparían el
puesto el puesto más importante, pues todos ellos, desde Pemán a Ruiz de Iriarte, por citar a dos dramaturgos de distintas generaciones,
suministran a los teatros comerciales españoles el mayor lote de piezas
estrenadas en los últimos treinta años. Si, por el contrario, se parte de un
criterio de estricta y rigurosa contemporaneidad, tanto en la forma como en el
contenido y significado de ese teatro, situándolo en el centro mismo y al mismo
nivel de la mejor y más importante corriente dramática del teatro occidental
contemporáneo, nuestro balance varía radicalmente y arroja muy distinto saldo”.
(Ruiz Ramón, 1992, pág. 297).
[2]
García Ruiz,
1999, pág. 48.
[3]
Marqueríe, 1959, pág. 9.
[4]
Estreno, IV, 2, pág. 9. Citado por C. Oliva, 1989, pág. 122.
[5]
Citado por C.
Oliva, 1989, pág. 121.
[6]
Citado por J. Monleón, 1971a, pág. 83.
[7]
E. Neville, Prólogo a Tiempos
mejores, en Teatro III, Madrid,
Biblioteca Nueva, 1963, pág. 140.
[8]
Los expedientes y
fechas de autorización exactas de estas obras son los siguientes: La república de Mónaco: expd. 242-51, autorizada el 24-III-1959; Dinero: expd.
331-60, autorizada el 2-XI-1961; La
visita que no va a tocar el timbre: expd. 120-64,
autorizada el 2-IV-1968; La amante y Don Germán (presentadas seguramente de
forma conjunta): expd. 233-64, autorizadas el
12-III-1968; Una noche de lluvia: expd. 395-67, autorizada el 5-X-1968. (Datos del fichero de
autores del AGA, Sección de Cultura, IDD 44).
[9]
Expd. 204-59, prohibida el 15-VI-1959.
[10]
Tal como señala
F. Sevillano Calero, a pesar de la extendida apatía política, existía un
sentimiento de disconformidad en la población ante problemas que afectaban a su
experiencia cotidiana, sobre todo los relacionados con la propia subsistencia,
como la escasez de los productos racionados, el estraperlo, los bajos salarios,
el aumento del paro o la necesidad de viviendas”. (Sevillano Calero, 2000, págs. 141-142).
[11]
Tal como escribe
este autor, “El compromiso con la realidad adquiere entre ellos carta de
naturaleza y coincide plenamente con la tesis (elaborada en el V Congreso del
PCE, en noviembre de 1954) del frente
nacional antifranquista, en lo que se refiere a
la creación literaria. Se trataba de enfrentarse a ella, iluminando en el
terreno de la creación imaginaria, los aspectos más oscuros de la convivencia
social”. (Berenguer, 1988b, pág. 30).
[12]
Prólogo a Antonio Buero Vallejo, El
concierto de San Ovidio. El tragaluz, Madrid, Castalia, 1984, pág. 15.
[13]
Ruiz Ramón, 1992, pág. 337. Por estos años, el llamado “tremendismo”
triunfa en narrativa y despierta el entusiasmo de algunos partidarios del
régimen, tal como muestran las palabras con las que en 1947 el inventor del
término, Antonio de Zubiaurre describía el nuevo
estilo: “impresionante afán hacia lo trascendente y grande, hacia lo fuerte y
violento [...], la demasía primera, el desmedimiento más ostensible de toda actitud romántica incipiente”. (“Tremendismo y acción”, Alférez, 2, 31-III-1947. Cita de
Rodríguez Puértolas, 1986, pág. 527). Palabras que guardan relación con el elogio de la “crudeza” que en 1943
realizara el censor Guillermo de Reyna en “Directriz
de autores” (Sí. Suplemento semanal
de Arriba, 4-IV-1943, pág. 1). No obstante, en las escasas ocasiones en que el
término “tremendismo” aparece en los informes de censura estudiados, va a estar
cargado de connotaciones negativas.
[14]
M. Pérez, 1995b, pág. 83.
[15]
Conviene recordar
que Muerte de un viajante, de Arthur Miller, se había estrenado
a comienzos de los cincuenta, en versión de López Rubio.
[16]
Así, muchas de
las obras teatrales de Sartre se estrenan en España
adaptadas por Alfonso Sastre.
[17]
Miras, 1992, pág. 32.
[18]
Añover, 1992, pág. 1437.
[19]
El documento completo se encuentra reproducido por F. Caudet, 1984a, págs. 163-166.
[20]
Informaciones, 25-IX-1954.
[21]
Ob. cit., págs. 205-206.
[23]
Dicho documento se
encuentra en el Archivo General de la Guerra Civil Española.
[24]
M. Aznar Soler,
1998, pág. 21.