Capítulo
primero
ORÍGENES DE LA CENSURA
FRANQUISTA
II. EL PERÍODO DE AUTARQUÍA (1939-1945)
Lo
que en nuestros días se ensalza como renacimiento de la religión, es siempre,
al menos en los espíritus estrechos, renacimiento del fanatismo. Y cuando en
los sentimientos de un pueblo existe esa poderosa y permanente levadura de
intolerancia [...] se necesita poco para provocarle a perseguir activamente a
aquellos que nunca dejó de considerar como dignos de persecución.
John Stuart Mill
[1]
.
Durante
sus primeros años, el régimen, alentado por las victorias iniciales de los
países del Eje, potenció sus rasgos totalitarios y fascistas, lo que
repercutiría en el ámbito de la información
[2]
.
Finalizada la contienda, la censura, lejos de desaparecer, inicia un proceso de
legitimación e institucionalización. El control de los medios de comunicación
pasó a ser justificado a partir de una concepción totalitaria de la propaganda orientada
al “saneamiento” de la cultura y a la formación de la conciencia colectiva, lo
que se complementó con otras medidas como la “depuración” del personal docente,
la censura de cátedra y una normativa sobre depuración de bibliotecas.
A
partir de 1941 se aparta de los servicios de propaganda franquistas a los
sectores más afines a los fascismos europeos, y en su lugar cobran fuerza los
sectores católicos, tendencia que se incrementará a partir de 1942, con la
contraofensiva aliada en la II Guerra Mundial. En mayo de 1941, momento de
máximo predominio alemán sobre Europa, Franco restablece el Ministerio de
Gobernación, con el monárquico Valentín Galarza al frente, desde el cual se
expulsa al grupo de Serrano Suñer, al que se
reprochaba plegarse excesivamente a los designios nazis
[3]
.
A partir de entonces, la censura teatral pasa a ser competencia de dicho
Ministerio (en concreto, del Departamento de Teatro y Música, de la
Subsecretaría de Prensa, Propaganda y Turismo). Unos días después, se crea la
Vicesecretaría de Educación Popular de FET y de las JONS, dependiente de la
Secretaría General del Movimiento, que se haría cargo de las competencias de
prensa y propaganda
[4]
.
A partir de entonces el responsable máximo de la censura sería el
Vicesecretario de Educación Popular, Gabriel Arias Salgado, falangista
moderado, procedente del núcleo de Acción Católica y de la Asociación Católica
Nacional de Propagandistas y, según coinciden varios autores, extremadamente
leal a Franco
[5]
.
En esta etapa se lleva a cabo una intensa labor legislativa, centrada
principalmente en la censura previa de los medios de comunicación y su
orientación política mediante “consignas”, además de crearse organismos como la
Agencia EFE, la Cadena de Prensa del Movimiento o el NO-DO
[6]
,
y de iniciarse la labor de los delegados provinciales, con el fin de extender
el control y la vigilancia hasta los pueblos más recónditos.
1.
La censura teatral
El
teatro puede y hoy debe ser principalmente el arte que enfrente al hombre con
sus propias pasiones, para orientar su modo de reaccionar ante ellas y
contribuir así —imperceptible, pero fundamentalmente— a la formación de una
moral y de un estilo que penetre hasta lo más profundo de la vida íntima de
nuestro pueblo.
Guillermo de Reyna (censor de teatro)
[7]
.
Recién
acabada la guerra, la responsabilidad de la censura de teatro recayó
circunstancialmente durante unos días en Luis Escobar, según narra este en sus Memorias. En aquel momento, el departamento
de teatro estaba situado en la calle Duque de Medinaceli de Madrid, en lo que
fue Palacio de Hielo, frente al hotel Palace:
El secretario del departamento de
Teatro era el falangista Román Escohotado. Y ahí
acababa todo el personal. En un cierto momento, hasta nos encargaron de la
censura. Los autores que tenía obras presentadas tuvieron suerte, porque yo me
limitaba a poner el sello de “aprobado” en cada hoja, sin leerlas siquiera;
para ello no tenía tiempo ni vocación. Desgraciadamente para los autores, esta
situación duró pocos días. Enseguida me aliviaron de tan grato trabajo
[8]
.
Tal
como se deduce de las palabras de Escobar, el aparato burocrático de la censura
en esta primera etapa es mínimo, probablemente porque la represión que ejerce
el franquismo en otros órdenes impide que se presenten a censura textos de
ideologías adversas. En los expedientes de estos primeros meses apenas
encontramos impresos formalizados, ni tan siquiera informes, a diferencia de lo
que sucederá después. Así, por ejemplo, cuando se presentó a censura Tres sombreros de copa en septiembre de
1939, la autorización fue firmada directamente por Samuel Ros, en aquel momento
responsable de la censura teatral
[9]
.
La
censura teatral quedaría regulada a partir de la Orden de 15 de julio de 1939
[10]
,
firmada por Serrano Súñer, por la cual se creaba una
Sección de Censura que atendería a los originales de obras teatrales,
“cualquiera que sea su género”, además de las publicaciones no periódicas, los
periódicos ajenos a la jurisdicción del Servicio Nacional de Prensa, los
guiones cinematográficos, “los originales y reproducciones de carácter
patriótico”, los textos de las composiciones musicales y “las partituras de las
que lleven título o vayan dedicadas a personas o figuras o temas de carácter
oficial”. En su preámbulo se justificaba:
En las distintas ocasiones ha sido
expuesta la necesidad de una intervención celosa y constante del Estado en
orden a la educación política y moral de los españoles, como exigencia de éste
que surge de nuestra guerra y de la Revolución Nacional. Con objeto de que los
criterios que presiden esta obra de educación posean en todo momento unidad
precisa y duración segura, conviene crear un organismo único, que reciba la
norma del Gobierno y la realice, aplicándola a cada caso particular.
Desde
las páginas de Arriba, el crítico
teatral Antonio de Obregón aplaudía esta medida y la calificaba como “un paso
importante en la depuración del teatro y del cine nacionales, necesitados de la
mayor vigilancia y atención por parte del Estado”:
Se da un paso importantísimo, por el
cual el Estado acomete una de sus empresas más difíciles: la elevación del
nivel de nuestra producción teatral y cinematográfica, a la vez que da cima a
lo que era hasta ahora de urgente necesidad en materia de censura: el enfoque
de todos los problemas que esta presenta con un mismo sentido, con una
coordinación que alcanza también a los libros, a la propaganda escrita o
hablada y a todas las manifestaciones del espíritu. Un punto de arranque común en
el propósito, en lo que conviene al Estado y a la educación general de las
multitudes; y luego, un tecnicismo y un punto de vista más particular en cada
arte, en cada especialidad
[11]
.
Obregón
aprovechaba para reclamar una serie de medidas para “depurar” el teatro, no
sólo en cuanto a los contenidos, sino también al lenguaje y a los géneros; algo
que ya venía solicitando meses atrás en artículos como “Hacia una censura
estética” (Arriba, 12-V-1939). En el
escrito que ahora nos ocupa, afirmaba:
Es muy pronto para ejercer desde la
censura oficial una depuración de los géneros teatrales: el astracán sin
gracia, el vodevil, enciclopedia de groserías; el sainete con fondo rojo, que
son las plagas al uso; porque comedia, lo que se dice una verdadera comedia,
hace tiempo que no vemos en nuestros escenarios.
Además,
solicitaba —convencido de que “sí se puede hacer, y seguramente acometerá
nuestra censura estatal”— una “higienización del lenguaje” en los escenarios:
“que desaparezca el lenguaje ‘calé’ y castizo (es decir, anticastizo o la degeneración criminal de lo castizo, porque este término significa en buen
castellano ‘de buena casta’, ‘de buen origen’; lenguaje puro y sin mezcla), el
tipismo y el pintoresquismo, que se oponen, como una barrera infranqueable, a la
marcha del buen gusto y a la elevación del nivel general de los espectadores”.
Aunque
la censura nunca llegó al grado extremo de intervención que reclamaba este
exaltado falangista, varios censores coincidían con este rechazo hacia ciertas
formas teatrales procedentes de los tiempos anteriores a la guerra, incluidas
las del teatro conservador. El crítico cerraba su crónica expresando su
optimismo ante el futuro del teatro español, desde un concepto totalitario en
que el Estado intervendría en el mismo de forma directa:
Tenemos confianza completa en el
futuro de España y estamos seguros de que todo habrá de transformarse, hasta el
teatro. Uno de los datos mejores que juegan en este vaticinio es la vocación
teatral del público español, que está patente siempre. España es uno de los
pueblos que más atención presta al teatro y uno de los pocos países donde nada
representa un peligro para el noble y antiguo arte dramático, que tiene
energías sobradas para subsistir.
Y la principal razón de nuestro
optimismo es que el Estado, ajeno antes a toda clase de iniciativas, interviene
ahora directamente en la creación literaria y artística. La creación de esa
censura en el Servicio Nacional de Propaganda es una prueba de ello.
Progresivamente
se irán tomando medidas encaminadas a engrosar el aparato de la censura
teatral. En octubre de 1939 se publica una nota en la que se informa de que la
censura teatral no sólo afectaría a las obras de nueva creación, sino también
al repertorio, de acuerdo con una orden emitida en el mes de enero, “hecha
excepción solamente de las obras consideradas clásicas”
[12]
.
Desde 1942, la censura de representaciones teatrales depende del Departamento
de Teatro de la Sección de Cinematografía y Teatro
[13]
.
Según explicaba el responsable de este Departamento, Ruiloba,
este se dividía en dos Negociados: el de Censura Teatral, que controlaba las
obras que iban a ser representadas, y el de Intervención en Empresas Privadas,
que atendía al intercambio con el extranjero, a la formación de empresas y
compañías teatrales (“a base de exigir decoro artístico en los actores y
programas”
[14]
),
al control de la producción y a la orientación y vigilancia de las escuelas
teatrales. Aunque la censura de teatro carecerá de una normativa oficial
específica hasta la etapa de Fraga Iribarne, a
comienzos de 1944 se publican las normas para los espectáculos de revista,
operetas y comedias musicales que regulan, entre otros puntos, la necesidad de
presentar previamente los figurines, “en tamaño no inferior a dieciocho por
veintidós centímetros, y precisamente en los colores de las telas en que hayan
de confeccionarse”
[15]
.
En
cuanto a la composición de la Junta de Censura teatral, a diferencia de lo que
sucede en la censura de libros, ejercida en estos años por profesionales de
gran prestigio —Abellán habla de una primera etapa “gloriosa” frente a otra
“trivial”—, los censores de teatro no van a gozar del reconocimiento de
aquellos, pues los profesionales de mayor prestigio irán destinados al Consejo
Nacional del Teatro. No obstante, también en la Junta de Censura teatral habrá
críticos teatrales de cierta relevancia, escritores, directores de escena y
otros profesionales del medio. Entre quienes colaboran en la Junta de Censura
durante estos años se encuentran el falangista Gumersindo Montes Agudo, el
periodista y crítico literario Bartolomé Mostaza y, sobre todo, José María
Ortiz, que permanece hasta la desaparición de la censura; otros tendrían una
estancia más efímera, como Guillermo de Reyna,
Antonio Pastor, E. Romeu, Francisco Narbona, José Luis García Velasco, Virgilio Hernández Rivadulla o Rafael Fernández-Shaw;
algunos de los cuales también fueron censores de cine
[16]
.
En
la Junta de Censura hubo siempre censores eclesiásticos, a pesar de que, al
margen de la censura oficial, existía una censura eclesiástica que valoraba las
obras autorizadas por aquella y vetaba la asistencia a ciertos espectáculos
[17]
.
En estos años, se integran en la Junta los religiosos Fray Mauricio de Begoña y Constancio de Aldeaseca. La
opinión de los censores religiosos, como tendremos ocasión de comprobar, fue
tenida muy en cuenta por el resto de vocales a lo largo de todo el franquismo,
sobre todo en las obras que trataban algún tema relacionado con la religión.
2.
El teatro del primer franquismo
Finalizada
la contienda, el teatro español adolecerá de la falta de buena parte de los más
notables dramaturgos, bien porque hubieran fallecido durante la misma: Lorca, Antonio Machado, Unamuno (algo antes, Valle-Inclán), o bien a causa del exilio
(Max Aub, Alberti, Casona,
Grau, León Felipe, Salinas, Bergamín, Morales,
Paulino Masip, José Herrera Petere,
Cipriano Rivas Cherif
[18]
...).
Pese a que algunos autores del exilio siguen escribiendo teatro, como Aub o Alberti, no hay posibilidad de que estos textos se
conozcan en España; de hecho, hasta los años sesenta no se presentará a censura
ninguna de sus obras.
Representar
el teatro de estos autores es impensable en la España del momento, y en el
interior aún no ha surgido un teatro que exprese una visión del mundo contraria
a la de los ganadores de la guerra civil, por lo que únicamente tendrán voz en
los escenarios los dramaturgos afines a la sublevación: Jacinto Benavente, José
María Pemán, Jardiel Poncela, Juan Ignacio Luca de
Tena, Joaquín Álvarez Quintero, Luis Fernández Ardavín,
Joaquín Calvo Sotelo, Leandro Navarro, Adolfo
Torrado, Serrano Anguita, José de la Cueva, Mariano
Tomás, Luis Fernández Ardavín, Pérez Fernández, Pilar
Millán Astray, Tomás Borrás,
Samuel Ros o Agustín de Foxá son algunos de los
nombres más representativos del momento.
Incluso
dentro del monocromatismo del que adolece el teatro
de estos años, se pueden observar propuestas muy diferentes: frente a quienes
defienden la tradición del teatro conservador, otros van a exigir una
“limpieza” y una “depuración” del teatro anterior a la “cruzada” y la creación
de un teatro del nuevo Estado; e igualmente, frente a quienes aplauden los
melodramas y comedias que predominan en la escena española de esos años, se van
a alzar varias voces a favor de un teatro que exprese los ideales de la nueva
etapa; en suma, se van a contraponer ideas conservadoras e ideas fascistas.
Estas discrepancias internas, que afectan al teatro al igual que a otros
ámbitos de la vida social española, nos van a ayudar a entender el que se
censuren las obras de autores afines al régimen
[19]
.
Desde
el principio, pues, coexisten un teatro de propaganda que trata de justificar
la nueva situación surgida de la guerra civil, y un teatro que cierra los ojos
ante la realidad, de éxito mayoritario, compuesto por comedias burguesas de
evasión, teatro de humor, comedias lacrimógenas, sainetes y otros géneros como
revistas, zarzuelas y folklore. En este contexto, el
realismo es un lenguaje especialmente desprestigiado, tal como muestran estas palabras
de Luis Escobar:
El realismo ha tenido su momento: ha
cumplido su fin, que era el de dar al teatro una mayor sencillez, apartándolo
de las hinchadas convicciones románticas [...]. El teatro no es la vida ni la
verdad, sino que tiene una vida y una verdad en sí mismo. Es un mundo aparte
[20]
.
Al
teatro de propaganda imperialista pertenecen obras como La Santa Hermandad, de Eduardo Marquina; La Santa Virreina, de José María Pemán; Santa Isabel
de España y Agustina de Aragón,
de Mariano Tomás; La mejor reina de España,
de Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco; Por
el imperio hacia Dios, de Luis Felipe Solano y José María Cabezas, o Y el imperio volvía, del jesuita Ramón Cué. En muchos casos se trata de presentar la historia de
España conforme a la exaltación imperialista presente en el discurso del
franquismo; un teatro histórico que, en palabras de Ricardo Doménech, no sería
sino “un pretexto al servicio de los intereses de la derecha”
[21]
.
Habrá que esperar casi veinte años, hasta la aparición de los primeros dramas históricos
de Buero Vallejo, para que el teatro español se
plantee la historia de España desde otra óptica y con una finalidad distinta a
la de modelarla al servicio de los intereses del régimen.
Al
terminar la guerra, el Teatro Nacional de la Falange se instala en el Teatro
Español y poco después en el María Guerrero. Recién fundados los Teatros
Nacionales, se crea en marzo de 1940 la Junta Nacional de Teatros y Conciertos,
encargada de todo lo referente a su gestión y constituida por un comisario
general (Luis Escobar), y dos subcomisarios generales
(Claudio de la Torre y Huberto Pérez de la Ossa)
[22]
.
Su labor va a ser encumbrada desde la prensa, que presenta titulares tan
triunfalistas como “Los Sindicatos de la Falange inician el renacimiento de
nuestro teatro en el Español”
[23]
,
o “Desde la iniciación de la Cruzada, España acometió la empresa de elevar y
depurar nuestro teatro nacional”
[24]
.
[25]
.
La
concepción totalitaria de la cultura también va a afectar al papel de la
crítica. Buena muestra de ello es la “Epístola al poeta Machado sobre la
función de la crítica teatral”
[26]
,
en la que Gonzalo Torrente Ballester reclamaba una
función activa por parte de los críticos, instándoles a convertir su columna en
una trinchera desde la que combatir por un teatro de su misma ideología. Al
adjudicarse el papel de orientar la marcha del teatro español, la función de la
crítica coincide en parte y se complementa con la de los censores. De hecho, a
lo largo de todo el franquismo va a haber críticos en la Junta de Censura teatral. Por ello, al
tratar sobre el teatro de este período, César Oliva se refiere a la crítica como
“otra modalidad de censura”, ya que “se atribuía funciones más propias de concienciador o ideólogo”
[27]
.
En
numerosos artículos de estos años encontramos referencias al maltrecho estado
de la escena española, el cual se entiende como un lastre de los tiempos
republicanos y no como una consecuencia de la guerra. Entre quienes lamentaban
el estado del teatro se encontraba Manuel Díez Crespo, crítico teatral de Arriba en estos años y censor a partir
de 1949:
Sinceramente tengo que decir que
encuentro el teatro cada vez peor, porque habiéndonos encontrado en un ambiente
tan decaído, poco a poco se han dado como modelos de buen teatro ciertas obras
espantosamente mediocres, las cuales creo que han de producir más daño que las
mismas malas
[28]
.
Entre
los sectores más próximos al falangismo no sólo se va a rechazar el teatro de
los autores republicanos, sino también el teatro burgués comercial. Así,
Melchor Fernández Almagro afirmaba en Legiones y Falanges:
El teatro español actual no ha asumido aún la
iniciativa que, indiscutiblemente, le corresponde en esta hora trascendental de
revoluciones nacionales y renovación universal [...], anda todavía un poco
indeciso, harto apegado a fórmulas viejas; tan viejas que ya lo eran cuando
España se levantó, ansiosa de renacer, contra el republicano-marxismo
[29]
.
Quizá
estas opiniones nos ayuden a entender el entusiasmo de ciertos censores cuando
unos años más tarde comiencen a leer las obras de Buero Vallejo y Alfonso Sastre, que perciben como distintas y alejadas de la
mediocridad general. Sobre todo en el caso de este último, llaman la atención
los elogios que su obra recibe por parte del censor falangista Gumersindo
Montes Agudo, quien lo pone como ejemplo de buen teatro frente al de autores
conservadores a los que encuentra trasnochados.
Desde
la prensa y las publicaciones oficiales se intenta impulsar un teatro de masas,
al estilo de los espectáculos de la Italia de Mussolini,
frente al teatro experimental y minoritario
[30]
.
Sin embargo, con importantes excepciones como los espectáculos del Teatro
Nacional de la Falange o de la Compañía Lope de Vega, este modelo nunca se
impuso de forma excluyente, pues la propia censura estatal creó la modalidad de
autorizar obras para “funciones de cámara”, utilizada con muchas de las obras
aquí estudiadas. Incluso en los primeros años, también habrá voces que
defiendan un teatro dirigido a las “minorías selectas”, tanto desde la crítica
[31]
como desde la propia censura (como veremos, algunas piezas de los dramaturgos
realistas serán juzgadas como tales, sin que ello suponga un juicio negativo).
De
hecho, la realidad escénica fue muy diferente a la que propugnaban los sectores
falangistas
[32]
,
pues será el teatro de la derecha conservadora el que se imponga en los
escenarios. El teatro de mayor éxito en las carteleras de la inmediata
posguerra, basado en la comicidad y el sentimentalismo fáciles, y dirigido a un
público que necesita olvidar la realidad que tenía a su alrededor, no distará
mucho del que llenaba los escenarios con anterioridad a la contienda. En este
sentido, Sanz Villanueva apunta que la escasa importancia del teatro
nacionalista “se puede deber a que no necesitaba crear una literatura dramática
específica de su ideología, al menos en idéntica medida que en la zona
republicana, porque ya contaba con su propia tradición de teatro burgués”
[33]
.
La superficialidad y la invitación a la evasión de este teatro cumplió una
función bien determinada en este duro
contexto, tal como ha explicado Jordi Gracia
refiriéndose a la cultura de ocio del franquismo: “Disfrazó de jovialidad y
despreocupación el quietismo histórico de la posguerra, esa especie de
inmovilidad silenciosa que, pese al ruido y la retórica, da el miedo a las
sociedades sumisas”
[34]
.
El
capítulo más interesante del teatro de evasión durante este período es el
teatro de humor de Jardiel Poncela,
arraigado en la vanguardia futurista, y el grupo de humoristas vinculado a La Codorniz: Miguel Mihura,
Antonio de Lara (Tono), Carlos Llopis y Álvaro de la Iglesia. Como señala José Monleón, La Codorniz poseía un valor corrosivo, hacía de la duda un instrumento de lucidez en
tiempos de dogmatismo
[35]
.
3.
La censura interna: Jardiel Poncela y el teatro de humor
Como
venimos diciendo, las obras de los autores afines a la sublevación no van a
escapar del rigor de la censura. Durante la década de los cuarenta se prohíben,
entre otros, textos de Jardiel Poncela y de Adolfo Torrado, y encuentran graves problemas para ser autorizados algunos
de Ruiz Iriarte
[36]
o Calvo Sotelo
[37]
;
además de censurarse textos de autores tan poco sospechosos como el propio
Muñoz Seca
[38]
.
La diferencia de criterios entre los distintos sectores franquistas en lo que
se refiere a la censura teatral se deja ver igualmente en juicios como el del
jesuita Teodoro Toni acerca de El viaje del joven
Tobías, de Gonzalo Torrente Ballester, el cual
dirigió un escrito al cardenal Gomá con el siguiente
comentario: “A mi ver es un libro perfectamente condenable, nada apto por
consiguiente, para consolidar o formar la nueva España”, además de calificarlo
de exponente del “mal gusto literario imperante”
[39]
.
Se
ha dicho que el humor fue un modo de abordar ciertos temas y edulcorar ciertas
críticas que, presentadas de otra forma, no habrían sido autorizadas
[40]
.
De hecho, los informes de censura muestran que el tratamiento humorístico y
desenfadado facilitó la autorización de algunas obras. (Así, al referirse a El caso de la mujer asesinadita, de M. Mihura y Á. de Laiglesia, un
censor escribiría: “La finalidad y la preponderancia humorísticas de la obra
quitan importancia moral a ciertos pasajes que de otra suerte la tendrían”). No
obstante, también el teatro de humor tuvo problemas con la censura.
Especial
interés reviste el caso de Jardiel Poncela, cuyas piezas se encontraron con la oposición de
los sectores más conservadores del franquismo. A comienzos de los años
cuarenta, el dramaturgo sufrió la prohibición de tres de sus obras y severos
cortes en muchas de ellas
[41]
.
Se convertiría así en el autor más censurado dentro de este grupo, dado que ni
los dramaturgos de “La Codorniz”, ni otros comediógrafos posteriores como López
Rubio o Edgar Neville sufrieron la prohibición total
de ninguno de sus textos
[42]
.
Una
vez más, la explicación a la aparente incongruencia que supone el que se
censure a un autor afín al régimen franquista hay que buscarla en la diversidad
de “familias” ideológicas a las que este aglutinaba. No deja de ser
significativo el hecho de que con anterioridad a 1941, año en que se retira la
responsabilidad de los Servicios de Prensa y Propaganda al grupo de falangistas
afines al fascismo europeo y pasa a manos de los católicos ultraderechistas, el
autor de Eloísa... no sufriera
ninguna prohibición, mientras que, posteriormente, ya en 1943, se le prohíben
dos obras que habían sido autorizadas en 1939 (Las cinco advertencias de Satanás y Usted tiene ojos de mujer fatal
[43]
).
En
los libretos de una y otra encontramos tachaduras que nos ayudan a comprender
los motivos de la prohibición. Así, en el ejemplar de Las cinco advertencias de Satanás aparecen tachadas varias intervenciones
en las que la relación de pareja aparece tratada desde una óptica muy alejada
de la moral nacional-católica
[44]
.
Similar es lo que sucede con Usted tiene
ojos de mujer fatal, donde aparece tachada incluso la acotación inicial, en
la que se describe la habitación que había de representar la escenografía,
donde el autor bromea con la voluptuosidad del espacio, con sillones amplios y
cómodos, “propicios a cualquier decisión”, además de tacharse la palabra
“amante”, que sustituida por “novio”. También se prohibió durante unos meses Madre (el drama padre)
[45]
,
que hubo de ser retirada de cartel mientras se estaba representando en el
Teatro de la Comedia, “por palabras y conceptos juzgados como opuestos a la
moral del Movimiento”. Antes de autorizarla de nuevo en enero del 45, le fueron
impuestas una serie de modificaciones que tendían a eliminar cualquier “gesto o
acción provocativa”, las apariciones “en cama”, las insinuaciones de “amor
incestuoso” y el desenlace de la obra. También encontró problemas para ser
autorizada A las 6, en la esquina del
bulevar
[46]
,
de la que se dijo que sentaba una conclusión “inaceptable”: la de que “Todos
los maridos engañan a sus esposas”. Posteriormente, el Jefe del Departamento de
Teatro leyó personalmente la obra y advirtió en ella “un pesimismo moral, si
bien amortiguado por estar encuadrado dentro de lo cómico”
[47]
,
aunque finalmente se autorizó.
Otros
textos sufrieron cortes en mayor o menor medida, como Cuatro corazones con freno y marcha atrás (cuyo título sustituyó a
otro anterior, Morirse es un error,
por razones políticas), Una noche de
primavera sin sueño, a la que le
fueron impuestos catorce cortes, más la sustitución de la palabra “divorcio”
por “separación”, y Margarita, Armando y
su padre. En muchas ocasiones las tachaduras intentaban ocultar la opinión
del autor sobre la moral tradicional, las relaciones de pareja y la hipocresía
que rodea al matrimonio
[48]
;
en otros casos, los cortes responden a “razones de oportunidad política”
[49]
;
en otros, se tacharon expresiones que no
eran sino frases hechas, o alusiones mínimas a la religión o a la sexualidad
[50]
.
El
caso de Jardiel guarda cierto paralelismo con la
postergación sufrida por los creadores del movimiento futurista —cuya
vinculación con la obra de Jardiel ha sido señalada
por Ángel Berenguer
[51]
—
en la Italia de Mussolini, pues tal como describe
Victoriano Peña, dichos creadores fueron progresivamente marginados del arte
oficial al servicio del estado fascista, tras el retorno a los valores de la
tradición, la retórica vana y triunfalista,
y el culto de la romanidad y de la patria
[52]
.
A
diferencia de lo sucedido con Jardiel Poncela, el humor de los autores vinculados a La Codorniz será considerado ingenuo e
inofensivo por los censores, los cuales llegan a hablar de “ingenuidad codornicesca”
[53]
.
Así, El caso de la mujer asesinadita fue enmarcada “dentro del nuevo tipo de teatro de humor sin otro propósito que
el de provocar una risa ingenua, apelando a toda suerte de disparates, que en
España representan de una parte Jardiel y de otra
Tono y Mihura” (Constancio de Aldeaseca),
y de Bárbara, de “Tono”, se escribió:
“El carácter codornicesco y dislocado de la obra excluye un juicio serio moral de su contenido” (fray Mauricio de Begoña). La falta de referencias políticas
en estos textos contribuyó a que fueran mejor tolerados, aunque también
sufrieron algunos cortes, de contenido levemente erótico, de frases hechas con
alusiones religiosas, e igualmente hay tachaduras que afectan al plano moral o
que aluden al destino, de acuerdo con el trasfondo fatalista de este teatro
[54]
.
En
cuanto a la valoración estética de estas obras, los juicios de los censores son
desiguales; en muchos casos se alaba su ingenio, su buen diálogo y su dominio
de la carpintería, aunque también hay
quienes consideran el humor como un género menor
[55]
y van a valorar en mayor medida las obras
dramáticas
[56]
. También encontramos juicios elogiosos a propósito de comedias más tradicionales
en su forma y más próximas a la visión del mundo de la burguesía conservadora,
con un humor más complaciente y menos corrosivo; es decir, más próximas a la
llamada “alta comedia” que dominaría el teatro conservador español durante los
años cincuenta. Las características que señala el censor José Luis García
Velasco acerca La señora, sus ángeles y
el diablo, de Ruiz Iriarte, muestran bien el gusto de los censores por este
teatro:
[...] un diálogo matizado con una finura
extraordinaria, una gracia espontánea que no necesita de chistes —no hay uno
solo en toda la obra— lo cual es hoy muy difícil de encontrar cuando lo que
priva en ese tipo de comedias (?) cómicas en que al espectador se le intenta
arrancar con sacacorchos la risotada, en detrimento siempre de la corrección y
la espontaneidad. [...] Los tipos dibujados muy graciosamente se mueven dentro
de un mundo ideal y optimista que hace sumamente agradable la comedia.
Tanto
en los informes de los censores, pues, como en las críticas teatrales del
período, encontramos una escisión entre los defensores del teatro burgués
anterior a la guerra civil y quienes propugnan la creación de un teatro nuevo
al margen de la anterior tradición de teatro conservador; reflejo a su vez de
distintas posturas ideológicas ante el régimen político recién instaurado. La censura de las obras de Jardiel e incluso las tachaduras sufridas por otros
comediógrafos del perídoo evidencia, pues, la
imposibilidad de desarrollar libremente cualquier proyecto artístico, incluidos
aquellos que muestran afinidad ideológica con el régimen, en un contexto
totalitario como el de la España de estos años.
[1]
Sobre la libertad, cap.
II: “De la libertad de pensamiento y discusión”, Madrid, Alianza Editorial,
2001, pág. 95.
[2]
En marzo de 1941, Ridruejo firmaba un acuerdo por el cual la agencia de
noticias alemana Transocean podría emplear los canales españoles de difusión, lo que, según Luis Suárez,
significaba “el bloqueo de las demás fuentes y la entrega del país a la
influencia informativa nazi”. (La cita es de J. Andrés-Gallego, 1997, pág. 237). Unas semanas más tarde, Tovar, en calidad de
subsecretario de Gobernación, firmaba una orden ministerial por la cual quedaba
libre de censura la prensa del Movimiento, como representante del partido único
y portavoz de la nación. (BOE, 10-V-1941).
[3]
Apud.
Andrés-Gallego, 1997, págs. 237-238.
[4]
Decreto de 10 de
octubre de 1941 por el que se organizan los servicios de la Vicesecretaría de
Educación Popular de FET y de las JONS. (BOE núm. 288, de 15-X-1941, págs. 7987-7988). Esta institución ha sido comparada con el Ministero della Cultura Popolare italiano y del Reischministerium fürVolksanffklärung und Propaganda alemán. Dependía de la Secretaría
General del Movimiento, a cuyo frente se situó, en fechas próximas a la
creación de la Vicesecretaría, al falangista moderado José Luis Arrese. (Para una aproximación a la Vicesecretaría de
Educación Popular, vid. Bermejo, 1991).
[5]
Arias Salgado
combatió durante la guerra en el bando nacional, fue Director del periódico Libertad (muy ligado a los orígenes de
la Falange vallisoletana) y Gobernador Civil de Salamanca antes de ser nombrado
Vicesecretario de Educación Popular. En el campo de la Información, llevaría a
cabo la organización del NO-DO y la puesta a punto de la Escuela Oficial de
Periodismo. (J. Andrés-Gallego et al., 1995, pág. 432). De él se ha dicho que era “un hombre extremadamente fiel al régimen y
convencido realmente de que Dios y el Caudillo le habían encomendado una misión
de tutela sobre las conciencias españolas” (Gracia García y Ruiz Carnicer, 2001, pág. 76), así
como que fue “un simple franquista de escasas luces y mentalidad de censor” (Ben Amí, 1980, pág. 194).
[6]
F. Sevillano
Calero, pág. 56.
[7]
“Directriz de
autores”. Sí. (Suplemento semanal de Arriba), 4-IV-1943, pág. 1.
[8]
Escobar, 2000, pág. 129.
[9]
Véase un esbozo
biográfico de Ros en: Fraile, 1972. Acerca de la censura de las obras de Mihura en estos años, veáse Muñoz
Cáliz, 2001a.
[10]
Orden del
Ministerio de Gobernación de 15 de julio de 1939, creando una Sección de
Censura dependiente de la Jefatura del Servicio Nacional de Propaganda, y
afecta a la Secretaría General. (BOE, 211, 30-VII-1939, págs. 4119-4120). Según García Ruiz, dicha Orden “supuso la reglamentación concreta
del marco general establecido por la Ley de Prensa, y a ella hará referencia la
burocracia censorial durante los próximos decenios”.
(V. García Ruiz, 1996, pág. 64).
[11]
Antonio de
Obregón, “Crónica de teatro. La censura de obras teatrales”, Arriba, 22-VIII-1939.
[12]
Orden circular de
la Subsecretaría de Prensa y Propaganda del 31 de enero de 1939. Recogida en
“Censura teatral”, Arriba, 7-X-1939.
[13]
La censura de
publicaciones de obras dramáticas, en cambio, dependía directamente de la
Delegación Nacional de Propaganda de la Vicesecretaría de Educación Popular, al
igual que el resto de publicaciones no periódicas. (Instrumentos de Descripción
de Archivo General de la Administración. Apartado referido a los Expedientes de
Censura de Teatro).
[14]
Sí. (Suplemento semanal de Arriba), 4-IV-1943, págs. 1-2.
[15]
Normas del 12 de
enero de 1944. (Monleón, 1971a, pág. 38).
[16]
Rosa Añover Díaz, en su tesis doctoral sobre censura
cinematográfica, menciona entre los censores de guiones de películas a
Francisco Ortiz Muñoz, Gumersindo Montes Agudo, Francisco Narbona,
Bartolomé Mostaza y los religiosos Fray Mauricio de
Begoña y Constancio de Aldeaseca.
[17]
El 8 de marzo de
1950 los obispos crean una Oficina Nacional de Clasificación de Espectáculos,
que establece cuatro categorías para las películas ya aprobadas por la censura
estatal: 1) “Todos los públicos”; 2) “Jóvenes”; 3) “Mayores”; 3R) “Mayores con reparos”, y 4) “Gravemente peligrosa”. La
tabla de valoración del 1 al 4 para las películas se publicaba en los
periódicos de predominio católico, así como en las puertas de los templos.
Con
anterioridad, esta censura se había ejercido mediante publicaciones como Películas y obras de teatro censuradas
mensualmente en la revista “El Perpetuo Socorro” durante los años 1939-1944 (Madrid, Ed. El Perpetuo Socorro, 1945). En este
catálogo, publicado por los Padres Redentoristas del Perpetuo Socorro, se
recogía una relación de obras censuradas entre 1939 y 1944, clasificadas, según
su “Índice de la moralidad de las obras de la teatro”, mediante una curiosa
clasificación por colores: “Blanca:
buena para todos. Azul: con defectos más o menos graves que
pueden corregirse, pasable. Rosa:
sólo para personas formadas. Grana:
Peligrosa incluso para personas formadas. No:
Perniciosa para todos”. Mensualmente se publicaba en esta revista la “Sección
de Censura de Teatro y Cine”, con todas las obras aparecidas en el mes vencido.
Por citar un ejemplo, entre las obras consideradas “gravemente peligrosas” se
encontraban Rosas de otoño, de
Benavente, El tío Miseria, de Arniches, Carlo Monte en Montecarlo, Margarita,
Armando y su padre y Usted tiene ojos
de mujer fatal, de Jardiel, y entre las
“perniciosas para todos”, El beso de
madrugada, de Torrado, y Madre, el
drama padre, de Jardiel.
[18]
Manuel Aznar Soler incluye una extensa nómina de dramaturgos,
actores, actrices, críticos, directores de escena y escenógrafos que tuvieron
que marcharse al exilio tras el final de la guerra civil en el artículo “El
drama de la dramaturgia desterrada” (1995 y 1998).
[19]
Los defensores
del teatro conservador anterior a la guerra civil argumentarían, entre otras
razones, que este representaba a la tradición española frente a las tendencias
“extranjerizantes” de la literatura occidental. Así, por ejemplo, el catalán
José María Junyent contraponía “los regocijantes
disparates” de Torrado, de “Tono” y de Jardiel, con
la “literatura abyecta, letal y disolvente del teatro
de la postguerra tipo Sartre o Anouilh”, a la que tacha además de “mala,
desoladora e inmoral”. (Citado por Oliva, 1989, pág. 72). Igualmente, José María Pemán, en un homenaje a
Serafín Álvarez Quintero (1939), afirmaba: “España, en política, imitaba a
México y Rusia; es decir, desandaba los caminos del Imperio, la ruta de Solón o de Lepanto, e imitaba a
los que fueron ayer nuestros catecúmenos. En arte, hacía lo mismo: se perecía
por lo negro, por lo exótico. Esta época era un insulto no ya para nuestras
creencias, sino para nuestra piel blanca de europeos. Los Quintero fueron
fieles a los valores eternos de España y de la civilización occidental”.
(Citado por Monleón, 1971a, págs. 14-15).
La
escisión entre autores abiertos a la influencia de la literatura occidental y
los que defendían el culto a unos pretendidos valores nacionales, a un tipo de
cultura genuina que pudiera insertarse dentro de su tradición literaria
nacional, se dio igualmente en la Italia de Mussolini.
(V. Peña, 1993, pág. 41).
[20]
Citado por Mainer, 1972, págs. 227-228.
[22]
El primer Consejo
General de Teatro estaba formado por Eduardo Marquina,
como presidente, José María Pemán, Manuel Machado,
José María Alfaro, Juan Ignacio Luca de Tena, Juan
José Cadenas, Pedro Mourlane Michelena, Luis Araujo
Costa, María de Arteaga, María Guerrero Díaz de Mendoza, Melchor Fernández
Almagro, Luis de Urquijo, Pedro Pruna y Juan Mestres. (“Creación de la Junta Nacional de Teatros y de
Conciertos”, Ya, 13 de marzo de
1940). Dicha Junta se creó por una Orden del Ministerio de la Gobernación.
[25]
Desde septiembre
de 1939, el SEU ostentaba el monopolio de la organización de los estudiantes
universitarios.(Cobo, 1998, págs. 113-114).
[26]
Arriba, 30-VIII-1941.
[27]
Oliva, 1989, pág. 85.
[28]
Emilio Mario, “En
el entreacto con Manuel Díez Crespo”, Arriba (3-VII-1943).
[29]
Legiones y Falanges, 8-9 (jun.-jul.
1941). (Citado por Rodríguez Puértolas, 1986, pág. 624). Así mismo, José Vicente Puente, en Apuntes sobre el panorama teatral (1941), escribía: “La realidad es que aún estamos esperando la figura teatral
de nuestra generación. La escena española actual sigue calentándose con nombres
viejos, conocidos y gastados: Benavente, los Quintero, Arniches...
Es indudable que nosotros no podemos comulgar con Benavente, ni con su teatro,
ni mucho menos con su tortuosa y falaz línea política... Pero... supongamos que
anulamos la personalidad teatral de Benavente, que logramos eliminarle,
suprimirle, machacarlo si se pudiese. Vamos a figurarnos —y seguimos en el más
puro camino de la hipérbole— que Benavente desaparece como repertorio y como
estrenista del “teatro español”. ¿Quién queda? ¿Quién llena su hueco?”. (Gallén, 1985, págs. 61-62. Apud.
Oliva, 1989, pág. 79).
[30]
Así, el crítico
Antonio de Obregón escribe: “Un teatro para minorías —que tanto nos sedujo a
veces como campo de experimentación— no es teatro. El teatro recogido,
cortesano, de salón, el de los palacios de los príncipes, no es teatro. El
teatro de selección, de aficionados, llamado “íntimo” para dos docenas de
espectadores amigos —el “Caracol”, el “Mirlo Blanco” y todos los demás mirlos—
no es teatro. Teatro, verdaderamente teatro, es el espectáculo ofrecido a una
multitud libre que congrega en determinados lugares públicos para oír y ver una
obra dramática, desde los primitivos coliseos griegos y romanos hasta las salas
de nuestros días.
Pasaron
ya los tiempos encanijaditos donde todo era reducido, estrecho, minoritario.
Los poetas que dedicaron sus libros “a la minoría” siempre acabaron otorgando
su adhesión a las hordas rojas, que cometían todo género de asesinatos. El
pequeño crítico, el autorcillo que no estrenó nunca en teatros de verdad y los actores
amanerados de las funciones familiares y de balneario corrieron detrás de las
bandas de facinerosos por cobardía o por impotencia. Todo aquello acabó, y en
cuanto aparezca algún brote de “teatro de experimentación”, “teatro selecto” o
cosa análoga nos pondremos inmediatamente en guardia. Porque eso será una cosa
falsa, mezquina y sin bríos, impropia de una época de epopeya y de heroicidad
como la nuestra”. (Antonio de Obregón, “Crónica de teatro. El público”, Arriba, 30-V-1939).
La
influencia del fascismo italiano también se hizo notar en artículos teóricos
que a veces rozan el género del manifiesto. Así, Ernesto Giménez Caballero propugnaba un teatro “como propaganda de un Estado Universal”. (Lengua y literatura de la Hispanidad,
II, Madrid, 1964, pág. 177). E igualmente, Tomás Borrás procuraba responder a la pregunta “¿Cómo debe ser el
teatro falangista?” mediante la contraposición de un “teatro de antiprotagonista” y un “teatro de protagonista”: el primero
se caracterizaba por ser “brillante, intelectualista y artificioso [...], no
busca raíces, sino superficies; no va al pueblo, a la gleba, sino a la capital,
al asfalto; no estudia lo español, sino lo extranjero”. Por el contrario, el
“teatro de protagonista” era “aquel en el que nos vemos retratados [...] como
parte de un todo; partículas de un Ser que se denomina Patria [...]. Aquel cuya
poesía es la que mana del inextinguible cenit de nuestra raza y de nuestro
suelo físico amasado con la carne de nuestros muertos”. (Revista Nacional de Educación, 35, noviembre de 1943).
[31]
En este sentido,
cabe destacar críticas favorables hacia obras minoritarias como la de Manuel
Abril acerca de El hombre que murió en la
guerra, de los hermanos Machado, obra que al parecer no fue del gusto del
público ni de la mayoría de los críticos:
“Si la
obra no halló buena acogida y cayó la lección en el vacío, se debió,
principalmente, a que la captación del público de ahora no puede conseguirse —y
ahí estaba el error de los autores— con obras de este tipo, obras para público
adulto. Las obras que hoy atraigan al gran público han de ser aliento
brillante, en uno o en otro sentido; obras de afirmación, positivas, y no como
aquella era: de negativismo crítico en gran parte. La gente está intoxicada de
tal modo, que no puede ni siquiera percatarse del propósito antiséptico y
aséptico que había guiado a los autores de la obra.
Natural
que así ocurriera. Si no fuese natural no habría necesidad de reeducaciones
psíquicas. Pero de ahí que nosotros, todos los que escribimos para el público
—y estamos, por consiguiente, en la obligación de ir delante— debemos subrayar
estos casos, y hacer notar con toda claridad, la nobleza esforzada del intento,
la actitud de limpísimo decoro que supone ese empeño
abnegado de saneamiento estético”. (Manuel Abril, “Ya que no dinero, estima”, Arriba, 20-VIII-1941).
[32]
J. Rodríguez Puértolas, 1986, pág. 625.
[33]
Sanz Villanueva,
1984, pág. 207. Citado por Oliva, 1989, pág. 8.
[34]
Gracia García y
Ruiz Carnicer, 2001, pág. 37.
[35]
J. Monleón, 1971a, pág. 84.
[36]
Su obra El puente de los suicidas estuvo a punto
de ser prohibida en 1944, aunque se autorizó tras sufrir varios cortes; este
autor también tuvo graves problemas para ver autorizada su obra Los pájaros ciegos. (Vid. García Ruiz,
1996 y 1997).
[37]
Así, por ejemplo,
Luis Escobar hace referencia en sus memorias a los problemas que la censura le
causó cuando preparaba el montaje de Plaza
de Oriente, de Joaquín Calvo Sotelo, en el Teatro
Nacional María Guerrero, debido a que “había corrido la voz de que se trataba
de una obra monárquica”. (2000, págs. 154-155).
[38]
Vid. M. R. Jurado Latorre (1998- 2001).
[39]
Citado por
Andrés-Gallego, 1997, págs. 186-187 y 274-277.
[40]
Así, los autores
de España actual señalan que las
revistas de humor como Hermano Lobo de Madrid y Barrabás de Barcelona
realizaron una labor de desafío a la censura a base de edulcorar con el humor
la píldora de una crítica que en el lenguaje normal la censura no hubiera
permitido. (J. Andrés-Gallego et al., 1995).
[41]
Vid. mi artículo sobre la censura de este autor (Muñoz Cáliz, 2001c).
[42]
Sobre la censura
de estos autores durante los años cuarenta, vid. Muñoz Cáliz, 2001c.
[43]
Expedientes
163-39 y 322-39, archivados en las cajas 71.377 y 71.378 del Archivo General de
la Administración Civil del Estado, respectivamente. (Sección de Cultura, IDD
44).
[44]
Entre ellas: “Ramón.— [...] La mujer y la
corbata que él desea son siempre la corbata y la mujer que deseo yo. Sólo que
yo no tengo dinero y él sí. Y como por poco que cuesten, las mujeres y las
corbatas siempre cuestan algo, tu amo puede darse la satisfacción de tenerlas
nuevas y yo me veo obligado a aguardar a que me las traspase”. (Acto I, pág. 229).
“Ramón.—
¿Quién dijo que cuesta más vestir a una mujer que desnudarla?”. (Acto I, pág. 238).
[45]
Expediente 2664-41,
caja 78.000.
[46]
Expediente
4170-43, caja 71.401.
[47]
Recordemos que el
dictador afirmaría en repetidas ocasiones que “no aceptaba el pesimismo ni la
mediocridad”. (M. Espadas Burgos, “Prólogo” a L. Delgado Gómez-Escalonilla, ob. cit., pág. XVI).
[48]
Así sucede en Una noche de primavera sin sueño, donde
se tacharon frases como: “Si hubiera sido
pobre, me habría casado contigo por asegurarme el porvenir; casi todas las
muchachas pobres se casan por eso”, Acto I, pág. 12;
“Todo el mundo es desgraciado en su matrimonio”, Acto I, pág. 24), o “Me voy muy contento, he resuelto del todo el jeroglífico de las
palabras cruzadas. Ya sé cuál es la palabra de ocho letras que significa
“libertad”, es la palabra divorcio. D-i-v-o-r-c-i-o... Ocho letras...” (Acto
II, pág. 30).
También
en Margarita, Armando y su padre encontramos tachaduras como: “Ser moral o inmoral... ¿quién sabe de eso? (Acto
III) o diálogos del tipo: “Román.— [...] En fin! Que yo
en materia de personas, voto por las que no son decentes. / Julia.— Cada cual vota por los suyos”.
(Acto I, pág. 7).
[49]
Entre ellos, la
expresión “¡Y viva España!” (Acto I, pág. 23), una
alusión a “la guerra europea” (Acto II, pág. 43), el
diálogo: “Landaluce.— Hay
mitin... / Pamplinas.— ¡Huy, mitin, qué bien!” (Acto I, pág. 14); o la queja del personaje Pamplinas de que su novia le llame por tal
nombre: “A mí, que soy senador y he sido ministro dos veces” (Acto I, pág. 16). Así mismo, en Usted
tiene ojos de mujer fatal, se suprimió la expresión “¡Viva España!” y se
sustituyó por “¡Viva el mundo!”, quizá por creerla poco adecuada en el contexto
de una obra de humor
[50]
“Mariano.— Me parece, Alejandra, que al
tratarme te olvidas de que te educaste en el Sagrado Corazón. / Alejandra.— Y tú, por tu parte, también
te olvidas de que te educaste con los padres Escolapios”. (Una noche de primavera sin sueño, Acto I, pág. 6).
E
igualmente en Carlo Monte en Montecarlo:
“Insp.— [...] Creo que ganará el
cielo. / Intend.— [...] Me temo
que tampoco el cielo lo gane [...]”. (Acto I, Cuadro Quinto, pág. 171); “Pres.—
[...Tenéis que encontrarlo, pero en un] Jesús”. (Acto I, Cuadro Tercero, pág. 149). En esta obra aparece también alguna tachadura
referida a la sexualidad: “Valen.— [...] el hombre y el camión al
cabo de un par de años no carburan”. (Acto I, Cuadro Cuarto, pág. 164).
[51]
Ángel Berenguer
ha señalado esta vinculación tanto a lo largo de su labor docente como en un
libro de inminente aparición: “En su práctica escénica, Jardiel recoge una tradición bien establecida en el teatro y en el arte del siglo XX.
En realidad, sus conceptos recuerdan enormemente a los manifiestos de los
futuristas, cuyo reconocimiento en la Italia fascista serviría de pasaporte a
los humoristas españoles de la época”. (Historia
del Teatro Español del Siglo XX, Volumen III, Madrid, Biblioteca Nueva, en
preparación).
[52]
Victoriano Peña Sánchez, 1993, pág. 48.
[53]
Encontramos este
comentario en el informe sobre Los
sombreros de dos picos, de A. de Laiglesia y
Claudio de la Torre.
[54]
Como muestra,
citamos algunos fragmentos censurados en distintas obras de “Tono”. Así, en Bárbara, se suprimieron acotaciones como
la irónica “descubriendo las piernas dos
dedos más arriba admite la censura” (Acto II, pág. 35) o “Carlos abraza a Bárbara y la besa.
Esta vez de verdad” (Acto III, pág. 42). En Don Pío descubre la Primavera, se
subrayó: “¡Madre de las angustias! ¡Padre Nuestro que estás en los Cielos!”
(Acto I, pág. 3). En Guillermo Hotel, se subrayó: “Elena.— [...no
me abraces] que van a creer que no estamos casados”. (Acto III, pág. 17). En Rebeco,
se subrayó: “Arman.— [...] Nunca hacemos más que lo que fundamentalmente
tenemos que hacer. El destino jamás se equivoca”. (Acto II, pág. 24).
[55]
Algunas
obras de “Tono” recibieron informes tan elogiosos como Romeo y Julieta Martínez, a la que Bartolomé Mostaza calificó de
“Francamente deliciosa por el diálogo y la ironía”, y de “Excelente comedia de
humor y ternura”, o como Don Pío descubre
la primavera, escrita en colaboración con Enrique Llovet.
Sin embargo, en muchos de los informes
sobre obras de teatro de humor, en los apartados referidos al valor literario y
teatral de estas obras, se puede leer: “Carece”, “Mínimo”, “Ninguno” y
similares.
[56]
Así, por ejemplo,
R. Fernández Shaw mostró auténtico entusiasmo ante Los
pájaros ciegos, de Ruiz Iriarte: “Tan
escasamente afrontan los autores españoles actuales los temas dramáticos
profundos, que sorprende el caso de encontrarse ante una obra
dramática-pasional como la presente. Al tener en cuenta que el drama es la raíz
y esencia del Teatro, se puede saludar con alborozo la realización del Sr. Ruiz
Iriarte. Es un cañonazo en el campo donde sólo Don Jacinto Benavente se atreve
a dispararlos”.
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