Prólogo
MOTIVOS Y ESTRATEGIAS:
LA
CENSURA COMO MOTIVO Y LAS ESTRATEGIAS
DE LOS AUTORES COMO
RESPUESTAS
————
Ángel
Berenguer
Universidad
de Alcalá
Regreso a los sesenta en los sesenta.
Recuerdo la pasión teórica parisina de mis años mozos: las interpelaciones de goldmannianos, lacanianos, telquelianos,
etc. Todo acabó en tablas. Como Levy Strauss ha reconocido, el estructuralismo nació como un instrumento, no como un paradigma
crítico.
En aquel contexto me situé, durante unos
años enormemente formativos, en el círculo académico de Lucien Goldmann (1913-1970). Lo relevante del método goldmanniano debe situarse no en su base sociológica
marxista, sino en su propuesta ligada tanto al estructuralismo como a los
trabajos sobre la génesis del conocimiento de Jean Piaget,
lo que desembocó en su estructuralismo genético. Para llegar a
sus últimas concepciones metodológicas, Lucien Goldmann recorrió un camino propio desarrollando una estrategia intelectual rica y compleja en la
que aparecen no pocas de las cuestiones abordadas por la filosofía neokantiana y las técnicas estructuralistas. Goldmann, sin embargo, se quedaría enredado en la
controversia marxista. Su propuesta intelectual se verá afectada por sus
propios principios ideológicos manifiestamente ligados a las propuestas de Lukács (sobre todo al
primer Lukács), desligándose de los contenidos
marxistas ortodoxos con los que el pensador húngaro planeó establecer un paradigma
estético marxista.
Hasta cierto punto se podría pensar que Goldmann se encuentra en una disyuntiva trágica (según sus
propios términos): mantener una fidelidad absoluta al pensamiento marxista
(proponiendo lecturas propias del mismo y buscando fórmulas que le permitieran
pensar en libertad; de hecho, piensa haberlas encontrado en el joven Lukács) y buscar salidas teóricas propias en las que, cada
vez más, aparecían las limitaciones del método marxista. En este contexto,
plantea hasta el final de su vida una crítica frontal de la metodología
marxista en lo que tiene de método como único objetivo en sí mismo. La
ortodoxia metodológica, si bien puede constituir un espacio tranquilizador, no
puede justificarse únicamente en ese contexto porque acaba convertida en un
sistema encuadrado en el peor positivismo. Su método se estrelló contra un muro
que sólo ha desaparecido cuando cayó el de Berlín.
En los últimos años he vuelto a
plantearme aquellos problemas, con alguna experiencia más, pero con la misma
pasión de los años pretéritos. Así, pues, hablamos de una propuesta hacia un
paradigma crítico que responda a cuestiones fundamentales (en este entorno
crítico actual tan difuso) partiendo de posiciones propias, aunque ligadas a
las últimas posiciones de Goldmann en sus
publicaciones póstumas. Las cuestiones esenciales, que justifican estas
palabras, están planteadas respondiendo a la perplejidad con que las nuevas
generaciones se asoman a la práctica profesional de la crítica y la investigación
del Teatro.
Para ello, debemos centrarnos en el
Teatro como expresión espectacular del Yo (del autor, del director, del actor,
etc.) en el mundo contemporáneo. Su inserción en los paradigmas artísticos es
evidente y, con ellos, plantea preguntas fundamentales. Durante los mil años
que preceden a las revoluciones contemporáneas (776-1789) la expresión artística
occidental ha producido cinco paradigmas formales (románico, gótico, renacentista, barroco y neoclásico). En los dos
siglos y medio posteriores la creación de paradigmas formales se ha disparado.
Sólo el siglo XIX plantea ya una producción que se iguala con los diez siglos
anteriores (romanticismo, realismo,
naturalismo y simbolismo, sin mencionar lenguajes artísticos iniciados en
la última década del siglo y continuados en el siglo XX como el impresionismo y su proyección en las
actitudes vanguardistas).
¿Qué ha pasado para que esto suceda así?
A través de esta breve exposición trato de llegar a una respuesta que explique
este fenómeno y que nos permita configurar un marco teórico adecuado para el
estudio del arte teatral en la contemporaneidad.
La contemporaneidad
La historia contemporánea occidental es
ante todo el itinerario hacia la consecución plena de los valores utópicos
revolucionarios burgueses: Libertad,
Igualdad y Solidaridad. Sus avances y retrocesos, sus conquistas y
derrotas, constituyen el caldo de cultivo de las distintas mentalidades que
pretenden conservar el orden del pasado (el pasado es, naturalmente un concepto
dinámico), ordenar y aprovechar el presente, o construir un futuro que se
desvanece al hacerse realidad y ser contrastado con los valores utópicos que lo
idearon y definieron. En esta perspectiva, debemos tener en cuenta algunas
consideraciones:
El concepto de individualismo filosófico (social y políticamente revolucionario),
acuñado por las revoluciones burguesas, proviene de ideales ya enunciados en el Renacimiento y reconsiderados
durante los períodos barroco y neoclásico. Así algún sector del mismo se
asentará sobre principios artísticos formales ‘recuperados’ del pasado para
expresar una ideología radicalmente burguesa (recordemos la pintura de David) y
no necesariamente ‘revolucionarios’ (el conflictivo lenguaje pictórico de Goya
como pintor de cámara).
La consecución de un grado determinado
de consagración en un lenguaje
artístico, y su materialización en un sistema político, genera un movimiento
pendular que se manifiesta en la aparición de valores estéticos preservadores de las experiencias del
pasado —a partir de las cuales elaboran respuestas a la problemática presente y
futura—, y radicales (aquellos que
niegan al pasado su carácter de referencia sobre la que construir el futuro
pero implican la reivindicación —‘conflictiva’— del origen, lo original y
‘auténtico’). En uno y otro caso, debemos señalar que su entidad teórica está
más sujeta a formulaciones extra-estéticas de lo que, a primera vista, parece
desprenderse de su práctica creadora.
La recuperación de los valores enunciados por la revolución social y política: las actitudes
‘fundamentalistas’ aportadas por nuevos o alternativos proyectos doctrinales o
sectarios se transponen al medio de la creación imaginaria casi sin traducción
o adaptación, en lo que se refiere a las actitudes artísticas de carácter
vanguardista y político.
Precisamente como consecuencia de las
reflexiones anteriores, diferenciaremos entre visión del mundo (conjunto de factores que determinan la mentalidad
de un grupo determinado) y conciencia (la concreción, en la mente del autor, de los valores y la visión del grupo con
que se identifica y desde cuya mentalidad construye su obra). Como consecuencia
de esta visión del mundo, se generan
las diversas fórmulas estéticas que practican los distintos autores. En ellas
proponen alternativas individuales según la conciencia que su experiencia vital
ha ido conformando. La selección del lenguaje artístico en que quiere plantear
su obra será realizada por el autor teniendo en cuenta todo lo que precede.
Elegirá un modo de expresión acorde con sus propósitos, intereses, gustos, etc.
Sociedad cerrada vs. Sociedad abierta
La
Contemporaneidad se basa, fundamentalmente, en el Yo como fuente del poder. A
partir de la implementación de los postulados revolucionarios —Igualdad, Libertad y Solidaridad—, la asociación humana asume la escisión del YO y el
ENTORNO y va sustituyendo el viejo paradigma del antiguo régimen. Se podría
decir que todo el proceso en el sistema occidental se había dirigido a la
creación y consolidación de un marco social humano que protegiera al individuo
y al grupo de las inclemencias del entorno. El yo supeditaba sus posibilidades
a un sistema de seguridad. Con la llegada de la Contemporaneidad se consolida
la perspectiva del Yo y se inicia la implementación de sus potencialidades.
La sociedad occidental experimenta así
un proceso de apertura (Popper, 1981) en su historia.
En el antiguo régimen la asociación humana imitaba la aparente inmovilidad del Entorno y se confundía con él. Era una sociedad cerrada donde el poder emanaba
de Dios y éste se lo confería al Rey con la aquiescencia de la Iglesia. Al Yo
sólo le quedaba la posibilidad de aceptar su papel de súbdito y actuar en
función del mismo.
Con la contemporaneidad se introduce una
convulsión revolucionaria que subvierte esta estructura y sustituye a Dios y su
testaferro terrenal por el Estado. Éste ya no ejecuta el poder de acuerdo a una
voluntad divina sino que lo somete a la Razón (la Ley y su praxis: la
Justicia). Este proceso, en realidad, representa la consolidación del Yo, del
individuo. El Yo abandona su status de súbdito y acepta la responsabilidad de ser un ciudadano.
Esta posibilidad conllevará la capacidad de influir en la administración de ese
poder a través del sufragio universal. Se está construyendo una sociedad abierta.
El filósofo austriaco Karl R. Popper ha sistematizado
con claridad ambas concepciones: la sociedad
cerrada poseía un carácter mágico, tribal y colectivista, la sociedad abierta permite que sus
individuos adopten decisiones personales; la sociedad cerrada es una sociedad ‘orgánica’ donde los miembros que
la componen están ligados entre sí por vínculos semibiológicos (parentesco, convivencia, tacto, olfato, vista, etc.) sin establecer ningún
tipo de competencia; la sociedad abierta,
en cambio, es una sociedad ‘abstracta’ y sus individuos se mueven y se
esfuerzan por elevarse socialmente, ocupando progresivamente los espacios
socio-económicos reservados a otros estamentos (lucha de clases).
De esta forma se abandona una sociedad
que, surgida de lo ancestral y gobernada por la irracionalidad, confunde la
uniformidad convencional con la uniformidad
natural, estructurando así una dinámica que promueve, entre otras cosas,
universos simbólicos religiosos que aportan seguridad, emanada de estructuras
naturales, al individuo y al grupo. Es la sociedad del tabú donde la
responsabilidad se diluye irracionalmente en el colectivo
. En la sociedad abierta occidental
contemporánea se propone, ya desde sus inicios en sus paradigmas utópicos, una
sociedad racional que
aceptará la convención y promoverá por ello los
cambios sociales. Sus individuos, al tomar decisiones personales, están
asumiendo una responsabilidad individual.
Esta sociedad
abierta ya no tendrá su origen en lo ancestral, sino en la tensión,
en la inquietud, que se produce tras
la caída de la sociedad cerrada:
Es la tensión creada por el esfuerzo que
nos exige permanentemente la vida en una sociedad abierta y parcialmente
abstracta, por el afán de ser racionales, de superar por lo menos algunas de
nuestras necesidades sociales emocionales, de cuidarnos nosotros solos y de
aceptar responsabilidades. (Popper, 1981,173).
En esta tensión se produce la escisión del Yo y el Entorno. La tensión a que nos referimos es un
concepto que engloba varios elementos, entre los que hay que incluir la
discordia existente entre el Yo y sus ideales de autenticidad y el Entorno como
sistema alienante; la realidad (lo actual) y el deseo (la implementación de los
enunciados paradigmáticos fundacionales), pero también el complejo sistema de
interacciones existentes entre algunos otros binomios que definen la
contemporaneidad: exterior/interior, objeto/conciencia...
Así pues, se parte de dos conceptos:
Yo: la perspectiva del
individuo que ha sido elaborada por su cerebro ejecutivo y que se convierte en
la
medida de la realidad en que
está inmerso.
Entorno: el conjunto de señales y circunstancias
que, de algún modo, imponen al YO un marco definido de actuación.
En realidad, el proceso global de cambio
iniciado por las revoluciones burguesas contiene ya en sus primeros elementos y
apreciaciones todo un arsenal de valores enunciados que deben ser implementados
con el paso del tiempo; el desarrollo de los valores originales y su
implantación cada vez más universal en las distintas sociedades que aceptan y
desean desarrollar el nuevo orden. Este proceso de implementación es, al mismo
tiempo, causa de nuevas transformaciones y resultado de las acciones personales
y sociales sobre el sistema para su transformación continua.
Esta cuestión, que puede resultar
evidente a cualquier observador atento de la historia social, política y
económica de los últimos doscientos años en el mundo occidental, ha pasado
desapercibida, en no pocos casos, para los historiadores de la producción
artística. Así, se han establecido sistemas estables y autónomos para
comprender fenómenos que son de naturaleza cambiante y de objetivos múltiples
en su propio origen. Del mismo modo que la metodología empleada para el estudio
de la economía europea de la mitad del siglo XIX resulta insuficiente para
explicar los sistemas económicos globales establecidos en el mundo actual o los
principios de la física anteriores a la relatividad tienen un valor muy
discutido en la física de hoy, parece oportuno pensar que debemos replantear el
sistema con el cual deseamos explicar, y no sólo comprender, la producción
artística en las diversas etapas de la edad contemporánea. Por ello, nos ha
parecido oportuno establecer un conjunto de reflexiones que afectan, a nuestro
entender, no sólo al plano de la comprensión de la obra artística sino también
al de su explicación.
Con el nuevo orden surgirán nuevas
fronteras para el desarrollo del Yo que se verán acompañadas (no necesariamente
simultaneadas) por una evolución no menos drástica y constante del entorno
creado por el nuevo orden social, económico y político. Mientras en el Antiguo
Régimen el Yo y el Entorno tenían un marco determinado y fijo y se
desarrollaban de manera paralela y coherente con los principios básicos del
sistema, en el Nuevo Régimen el individuo (es decir, el Yo) iniciará un proceso
de cambio que va desde la rebelión romántica hasta la formulación del
subconsciente como elemento motor de la acción individual en el marco social,
pasando por diversas concepciones del individuo y su capacidad de intervenir y
cambiar (o preservar) los procesos históricos. Sin embargo, frente a la aparición
y desarrollo consecutivo en la historia de los proyectos artísticos durante el
Antiguo Régimen, el mundo contemporáneo acepta y mantiene la coexistencia de
fórmulas y discursos imaginarios, a veces contradictorios, pero que expresan
muy bien la esencia de la Contemporaneidad.
En esta época aparece el fenómeno de la simultaneidad en los estilos y las
tendencias artísticas: la creación adopta lenguajes muy distintos (a veces
contradictorios) cuya calidad resulta innegable a pesar de expresar conceptos
muy enfrentados. Pueden coexistir pintores como Picasso y Dalí, Tapies y Antonio López, estilos como el surrealismo y el expresionismo,
conceptos irreductibles como la figuración y el abstracto. Ello es posible como
consecuencia del desarrollo de una experiencia artística nueva inaugurada por
la Contemporaneidad: el arte en tensión.
Cerebro Ejecutivo: el nuevo Yo
El núcleo de la sociedad abierta y
contemporánea es el nuevo Yo que
activa el cerebro
ejecutivo (Goldberg, 2004). Éste es el
responsable de que el Yo establezca estructuras y funciones en su relación con
el Entorno y de que diferencie la novedad de la rutina. Se trata, en el fondo,
de un proceso de adaptación biológica al nuevo entorno donde la capacidad de
supervivencia reside en la forma acertada o no de procesar la información y de
tomar las decisiones pertinentes en el momento adecuado.
Elkhonon Goldberg ha
descubierto que
la aparición de este Yo está vinculada al
proceso evolutivo que hace desarrollar en la especie humana los lóbulos
frontales como órganos de control de la persona.
Según este neurólogo, “como sede de la
intencionalidad, la previsión y la planificación, los lóbulos frontales son los
más específicamente ‘humanos’ de todos los componentes del cerebro humano” (Goldberg, 2004: 39). Gracias a ellos, el Yo es capaz de
formular objetivos y de generar una autoconciencia que regule desde dentro la
capacidad de interacción con el exterior.
La formación del neocórtex alrededor del cerebro
culmina la evolución biológica de este proceso y cambia radicalmente la forma
en que se procesa la información, dotando al cerebro de una potencia y una
complejidad computacional mucho mayores. El neocórtex consta de cuatro lóbulos mayores, cada uno de
ellos ligado a su propio tipo de información: “El lóbulo occipital trabaja con la información visual, el lóbulo temporal trabaja con los sonidos, el
lóbulo parietal trabaja con
sensaciones táctiles, y el lóbulo frontal trabaja con los movimientos” (Goldberg, 2004: 48).
Los lóbulos frontales son singularmente apropiados para coordinar e integrar el
trabajo de todas las demás estructuras cerebrales. Goldberg lo denomina ‘el director de la orquesta’.
La diferencia entre los dos hemisferios
cerebrales gira alrededor de la diferencia entre novedad cognitiva y rutina
cognitiva (Goldberg, 2004: 59-60). A diferencia
del comportamiento instintivo, el aprendizaje, por definición, es cambio. El
organismo encuentra una situación para la cual no tiene preparada una respuesta
efectiva. Con exposiciones repetidas a situaciones similares a lo largo del
tiempo, emergen estrategias de
respuesta apropiadas. En una etapa primitiva de todo proceso de aprendizaje el
organismo se enfrenta con la ‘novedad’,
y la etapa final del proceso de aprendizaje puede considerarse como ‘rutinización’ o ‘familiaridad’. La transición de novedad a rutina es el ciclo
universal de nuestro mundo interior. La gran organización que es el cerebro
parece consistir en dos divisiones principales: una que trabaja con proyectos
relativamente nuevos, y la otra que ejecuta las líneas de producción ya
probadas y establecidas. En realidad, cada hemisferio cerebral está implicado
en todos los procesos cognitivos, pero su grado
de implicación relativa varía de acuerdo con el principio novedad-rutina. (Goldberg, 2004: 68).
Goldberg es consciente de la ambigüedad del
mundo en que vivimos. Las elecciones que hacemos no son inherentes a las
situaciones que se nos presentan. Son un intercambio complejo entre las
propiedades de las situaciones y nuestras propiedades, nuestras aspiraciones,
nuestras dudas y nuestras historias: “La libertad de elección es posible sólo
cuando la ambigüedad está presente” (Goldberg, 2004:
93-94). De esta forma, el Yo emerge y se manifiesta. A diferencia de los
organismos primitivos, los humanos son seres activos más que reactivos. La
transición del comportamiento básicamente reactivo al comportamiento
básicamente proactivo es probablemente el tema
central de la evolución del sistema nervioso. Somos capaces de fijar objetivos,
nuestras visiones de futuro. Luego actuamos de acuerdo con nuestros objetivos.
Pero para guiar nuestro comportamiento de una forma sostenida, estas imágenes
mentales del futuro deben convertirse en el contenido de nuestra memoria; así
se forman los recuerdos del futuro (Goldberg, 2004:
139).
Nuestro éxito en la vida dependerá
críticamente de dos capacidades: la capacidad para intuir nuestro propio mundo
mental y el de otras personas. Estas capacidades están estrechamente
interrelacionadas y ambas están bajo el control del lóbulo frontal.
Yo Individual – Yo Transindividual
A partir de estas ideas de Goldberg podemos distinguir un Yo individual que activa fundamentalmente el Lóbulo derecho, ya que
trabaja con proyectos relativamente nuevos, y un Yo transindividual que activa el Lóbulo
izquierdo para ejecutar las líneas de
producción ya probadas y establecidas. El Yo individual diseña estrategias que
configuran acciones significativas con las que responde a las agresiones del
Entorno. El Yo transindividual, por su parte, genera reacciones,
o sea,
sistemas de respuesta a la agresión del Entorno
(motivos) que recogen las estrategias positivas del Yo individual
(en su búsqueda de los valores fundacionales: autenticidad) y las adopta como
fórmula para la adaptación del grupo al entorno cambiante.
Desde la flexibilidad y movilidad que
caracterizan a la Edad Contemporánea (frente a la inmovilidad del sistema
anterior), el individuo genera una respuesta al variable entorno (del
artesanado a la industria, de la servidumbre al proletariado, de la ciudad a la
gran urbe, de la familia extendida a la nuclear, etc.) en el que debe
sobrevivir, y lo hace de un modo particular, con un estilo personal, que acaba
convertido en un lenguaje a través del cual expresa, en el plano de la realidad imaginaria,
las noticias y las circunstancias cambiantes y contradictorias del plano de la realidad conceptual, cuyos
datos y circunstancias nos revela el estudio de la mediación histórica.
En esta nueva forma de intervención del
individuo en los procesos históricos, con su también nueva identidad individual
(sujeto y objeto de la historia, percepción diferente de la realidad
sensorial), reside la definición del Yo que se inaugura a partir del último
cuarto del siglo XVIII en la civilización occidental, y se irá implementando en
los dos siglos siguientes.
Contenido en los grandes principios de
las revoluciones burguesas, el concepto de persona y su lenta implantación
representan un largo camino, no lineal sino realizado desde un constante
retorno a los grandes principios que inspiraron aquellas revoluciones. Esta vía
transcurre a través de un paisaje constantemente nuevo y en transformación: el
Entorno en que evoluciona la experiencia individual (la cual incluye la
necesidad imperativa de una transvaloración que afecta a todos los valores, y constituye
una visión de la realidad entendida como ruptura y salto respecto a las
condiciones imperantes, para conseguir una existencia auténtica, es decir,
regida por los ideales revolucionarios contemporáneos).
En dicho Entorno se sitúa el marco para
la producción de distintas visiones del
mundo. Es el lugar de la acción colectiva y el espacio de las transacciones
entre individuos y grupos. Se trata del ámbito histórico de la colectividad que
tiene su propia entidad (duración en el tiempo y en el espacio), frente a la
parcialidad dispersa y efímera del Yo, que preserva o ataca los valores
establecidos aceptando o discutiendo el sistema de alienaciones (existencia
inauténtica) a que se ve sometido en su Entorno. La agónica lucha del Yo con
dichas alienaciones (ampliamente contempladas por la teoría psicoanalítica)
deja huellas indelebles en los productos de la creación artística. Así, por
ejemplo, ocurre con las obras de arte en que se critica la tecnificación o la
burocratización de las relaciones humanas, consideradas como elementos de una
nueva racionalidad represiva propagada, generalmente, desde los espacios
institucionales.
La relación problemática del Yo con su
Entorno nos parece constituir la base de una realidad cada vez más ligada a la
experiencia individual que, por tanto, deja de ser estable y objetiva como en
las edades históricas precedentes. El discurso de la Gran Historia se atomiza en múltiples historias particulares cada
vez más especializadas (desde la nación hasta el ámbito más local, de la
humanidad a sectores minoritarios, de las grandes fuentes historiográficas a
los detalles de lo singular y lo cotidiano). Ello contribuye a la falta de
valores establecidos de modo absoluto y también a la búsqueda de los mismos.
El
ser humano se tiene que ir instalando en la provisionalidad y la inestabilidad
como consecuencia de un sistema de valores así caracterizado, que no será ajeno
a las manifestaciones efímeras del
arte (con su carga de inaccesibilidad al tráfico mercantil), que indagará las
posibilidades expresivas de la transitoriedad. En el seno de estos valores se
plantearán las opciones del individuo en relación con los demás individuos,
formando grupos que promueven mentalidades en constante proceso de realización
entre la afirmación y la negación, y el retorno a los ideales de la contemporaneidad.
Teoría de Motivos
La necesidad de formular nuestra Teoría
de Motivos para explicar la génesis de la obra teatral en la
contemporaneidad parte, pues, de estas reflexiones y puede ser explicada en dos
direcciones opuestas en función de nuestro interés de observación: del Entorno
al Yo (producción de la obra) o del Yo al Entorno (crítica de la obra).
En el primer caso, el Yo genera una obra
partiendo del Entorno que se configura como el plano conceptual donde la
transformación es constante. Esta inestabilidad creará en el Yo una tensión a
la que reaccionará significativamente a través de estrategias. Su reacción a la tensión se concreta en una reacción a motivos específicos que deben ser el
objeto último de un estudio crítico. El conjunto de estrategias que adopta el
Yo individual, en esa búsqueda de la autenticidad, quedan supeditadas a los
sistemas de reacciones que el Yo transindividual, a
través de diferentes visiones del mundo, ofrece al artista y que constituirán
los lenguajes del Arte. La producción final de la obra se ejecutará en el plano
imaginario.
En este punto nos hacemos la siguiente
pregunta: ¿Cómo sistematizar el estudio, la comprensión y la explicación de la
producción artística en el contexto de la tensión existente entre el Yo y el
Entorno en la sociedad abierta contemporánea? Nuestra respuesta son las
mediaciones. Las mediaciones se plantean en este método como estructuras cuya
función consiste en establecer y sistematizar las áreas en que el Yo se relaciona
de una manera problemática (tensión) con el Entorno. Una mediación la constituye el conjunto de hechos, ideas y experiencias
que afectan al individuo y generan su inserción en un determinado grupo humano
de modo permanente, o temporal en el caso de personas cuya orientación
ideológica cambia radicalmente en distintos períodos de su vida.
Proponemos tres mediaciones que son el resultado de una necesidad metodológica para
la exposición de datos, claramente interrelacionados, que incluyen:
— el proceso histórico (mediación histórica),
— la respuesta consensuada de los
diferentes grupos o sectores sociales a este proceso, y su valoración del
desarrollo individual, enmarcado en el entorno variable y complejo de la
contemporaneidad que desarrolla factores
históricos cuya enunciación y práctica transforman la cotidianidad (mediación psicosocial),
— el origen y estructura de los
conceptos y de las técnicas aplicadas por los creadores en sus obras y el modo
en que un estilo o una actitud artística se corresponde con una mentalidad en
un momento histórico preciso (mediación
estética).
Si nos centramos en esta última
mediación, los lenguajes artísticos que han ido sucediéndose en la historia
contemporánea pueden ser sistematizados de la siguiente forma. Habría dos
lenguajes del Yo en el XIX que serían el Romanticismo y el Simbolismo, y dos
lenguajes del Entorno que serían el Realismo y el Naturalismo. En siglo XX la
amplia y diversa actitud vanguardista también podría ser sistematizada en unos
lenguajes del Yo —Dadaísmo y Surrealismo (con su epígono Absurdo)— y otros lenguajes del Entorno —Futurismo y
Expresionismo—.
En dirección contraria transcurre la
observación del modo en el que el Yo recibe la obra de arte. El Yo como
receptor accede a la obra de arte en el plano imaginario. En un primer nivel
identifica de forma primaria las características de la obra; en el Nivel de
Comprensión recurre a la Teoría, la Historia y la Crítica anteriores para
decodificar aquellos significados que no dependen de la observación directa.
Finalmente, en el nivel más profundo, en la Explicación, el Yo accede a las
estrategias que ha utilizado el artista para la configuración de su obra y los
motivos que la han alentado, y materializa sus reflexiones en el texto crítico,
regresando así al plano conceptual del que partió el artista.
Censura como motivo en la Era de Franco
En este contexto debe situarse la
investigación de Berta Muñoz Cáliz que aquí se publica y que constituye un
material complementario de su tesis doctoral El teatro crítico español durante el franquismo, visto por sus censores.
El trabajo ingente realizado por la Dra. Muñoz constituye un material nuevo e
ineludible que materializa la tensión existente en la sociedad española durante
la Dictadura del General Franco. Sus datos nos permitirán establecer con más
objetividad la andadura del teatro español de aquellos años.
Este trabajo debe enmarcarse también en
el contexto del proyecto de investigación de la Universidad de Alcalá que
pretende establecer todos los parámetros de la recepción del teatro español
durante todo el siglo XX.
Consideramos que es imprescindible esta
aportación para establecer las bases de una verdadera historia del teatro
español en la que resplandezcan las obras y los autores que supieron
transmitirnos su desasosiego personal y sus respuestas a los motivos que la
tensión instaurada por el régimen franquista en España infligía a todos los
españoles.
BIBLIOGRAFÍA
Goldberg, Elkhonon (2004), El cerebro ejecutivo. Lóbulos frontales y mente civilizada, Barcelona,
Crítica.
Popper, Karl R. (1981) [1945], La sociedad abierta y sus enemigos,
Barcelona, Paidós.